Estas flores se ven en todas las calles
                                   Fotografías Estefanía Carvajal


Decidí viajar a Guatapé con el fin de pasar una tarde tranquila y almorzar en una de las mangas cercanas a la represa en compañía de Estefanía. Ella y yo tenemos la idea de visitar algunos municipios y narrar, de manera muy personal, sin desconocer el rigor periodístico, el viaje. Queremos filtrar la información adquirida por la sangre. Hecho que olvidaron los cronistas de viaje. Pues, las crónicas de viaje deben transcender el paquete turístico de hotel y los datos históricos que son como etiquetas en camisetas sin estrenar. 

 Llegamos a la Terminal de Transporte del Norte y compramos dos tiquetes. Cada uno valió 12 mil pesos. El viajé duró dos horas y media. 

 En la entrada a la piedra del Peñol decidimos continuar y no entrar a este lugar tan necesario para las cámaras fotográficas. Pues, en los viajes, últimamente, son las cámaras las que disfrutan el viaje y el foto-aficionado, por su incapacidad de ver el paisaje fuera de la pantalla del artefacto, se limita y se convierte en la mascota de buenos modales que lleva la cámara a todos partes. 

 Sabíamos que por temporada de vacaciones llegan un promedio de mil quinientos personas por día, a diez mil la entrada por persona, un negocio próspero, como la seguridad social en Colombia. Por eso pasamos de largo. 

 Subir a la piedra es bonito por la vista, por los más de 600 escalones, por el temblor de piernas; pero uno puede disfrutar de la misma libertad que venden en los avisos publicitarios sí se acuesta en una manga a mirar el cielo y a conversar con la muchacha que te gusta. Por ejemplo, los ojos de Estefanía tienen más de doscientos metros de hondura porque al miraros fijamente debo sonreír para no darme de cara ante el abismo de la belleza. Así como los indígenas en los tiempos prehistóricos adoraron la piedra yo miro los ojos de Estefanía. 

 Para los que quieran ir a la piedra que vayan y se unan a los planes turísticos que ofrecen información elemental como: “Señor turista la GI que se observa en el costado occidental era una iniciativa para escribir GUATAPÉ pero como una norma prohibía intervenir estos lugares el trabajo quedó iniciado. Por eso solo se lee la GI. Señor turista es importante que recuerde que el 16 de julio de 1954 esta piedra fue escalada por primera vez por Luis Villegas, un campesino de la zona”. Pero no cuentan que este campesino en la actualidad está moribundo y que fue o es un devoto Krisna y esto da otra referencia a su viaje. 

 Llegamos a Guatapé a medio día, el municipio de mejor disponibilidad de cabañas, hoteles, hosterías, finca hoteles y apartamentos para alquiler de la zona, con excelentes planes especiales en días de sol y paseos en barco. Pero un viernes a medio día, con el cielo gris, estas espectaculares ofertas son estrategia de mercadeo. Por ello, decidimos alejarnos del caserío, de lo que aparece en las imágenes de los fascículos. 

 Aunque muy lindos los zócalos, los balcones, las flores, Guatapé también es la periferia. La periferia de Guatapé está ubicada en la subregión Oriente del departamento de Antioquia. Esta periferia limita por el norte con la periferia del municipio de Alejandría, por el este con la periferia del municipio de San Rafael, por el sur con las periferias de los municipios de Granada y El Peñol y por el Oeste con la periferia de El Peñol: el municipio sin pasado cuyo origen son las 2.262 hectáreas de tierra inundadas a las que los peces se les comieron los cimientos y raíces. 

 La periferia de Guatapé está a 79 kilómetros de Medellín, la cuidad de las luces artificiales, las luces EPM, las luces que atraen turistas, moscas y bichos. 

La periferia del de cacique Guatapé quien debe estar echando humo por las orejas porque saquearon los lugares sagrados como el cementerio. Pero así es nuestra historia, les debemos a los saqueadores el progreso del que ahora nos sentimos orgullosos. 

Pasamos el puente y nos dirigimos hacía unas cascadas que están unos quinientos metros después del Parque Lineal, parque cercado donde los aventureros pagan 10 mil pesos para armar sus carpas y pasar la noche. 

 Llegamos a unas mangas, con un charco. Nos encontramos un señor de unos cincuenta años, rechoncho, con rostro de conejo. Nos contó que iba a visitar a su primo para negociar una novillona de un millón de pesos, pero pensaba ofrecerle, por ser familiar, unos 400 mil pesos. El hombre con rostro de conejo se fue y a los minutos llegó su primo, don Marcos. 

 Don Marcos iba con un sombrero, un bastón metálico, una mochila, botas de caucho y tres perros (mariposa, yaco y guardián). Bajaba por las vacas a las que unos instantes después se llevó. Don Marcos nació en la vereda el Biscocho del municipio San Rafael. Llevaba años administrando una finca, en la que desde que lo atracaron, dejó de habitar. Se casó con una mujer 24 años mayor que él. Cuando él tenía 21 años ella tenía 45. Dice que a sus 66 años sigue enamorado de ella. Habla y cierra los ojos como si estuviera saboreando un postre de leche o un recuerdo remoto. Es el amor el que le activa las papilas gustativas. 

 Anochecía cuando salimos de las mangas y antes de llegar al puente nos encontramos con un señor golpeado por las fiestas decembrinas. Nos saludó en inglés y nos ofreció marihuana. Nos confundió con extranjeros que pululan desde que Medellín se ganó el reconocimiento a la cuidad más innovadora. Lo miramos y al darse cuenta de que éramos más antioqueños que la arepa, se disculpó ofreciéndonos, así porque sí, una habitación gratis para pasar la noche. Él llevaba varios días bebiendo. Cuando hablaba sus palabras se pegaban una a la otra, como si jugaran a enredarse, a no soltarse. Estaba bajo el influjo de la música de las montañas, que no es otra cosa que la malicia mal intencionada y el regionalismo radicalista tan de “el paisa es el putas”, tan de noches alicorados y depresiones explosivas. Nos despedimos agradeciendo su hospitalidad tan desbordada. 

 Llegamos a la flota y negociamos con el chofer el pasaje. Por 20 mil pesos nos llevaron de vuelta a la ciudad. Me recosté en los brazos de Estefanía y cerré los ojos. Recordé sus besos que con el almuerzo y la manga de don Marcos, fue lo mejor de Guatapé.

Me toca el sacerdocio, el rito supremo, un silencio impuesto. Estoy siempre mascando una palabra. La siento en la boca. Paso la lengua por cada una de sus letras. Dejo pasar un poco de oxígeno para potenciar el sabor y sentir un juego pirotécnico en el paladar. Cerrar los ojos y olvidarse de todo. Todo puede esperar cuando empiezas a creer. Es cuando te concentras en tu respiración. Exhalas lento, sin prisa y descubres que en cada bocanada se deletrea la palabra: "amor". No lo puedes evitar. Sucede. Así como un día soleado. No importa la hondura de tus preguntas igual el sol alumbra todo. No falta viento. Decidís abrir los ojos y te quedas absorto de cara al cielo.

Cilmoa Turbanec nació en un pueblito ubicado en el suroeste antioqueño. Su edad es un misterio. Es hijo de campesinos, de recolectores de café. Ellos lo único que dicen de él es que era un niño muy silencioso y que no los miraba a los ojos. Por eso los asustaba. Creían que tenía el diablo por dentro. Pero más que el diablo lo que tenía era la poesía que más que mirar hacia afuera lo llevaba a mirar hacia adentro. 

Desde pequeño se negó a quedarse en su casa. A los 14 años abandona a sus padres y se va a vivir al casco urbano de Fredonia. Allí termina sus estudios y por un tiempo trabaja en supermercados con el único fin de ahorrar e irse para la ciudad a abrirse un espacio con su poesía. 

La primera vez que lo vi trabajaba como empacador en un supermercado. Era un chico delgado, de cabello ondulado, piel blanca, que pocas veces miraba a los ojos. Descubrí, la única vez que hablé con él, que solo miraba a los ojos a aquellos que consideraba sus iguales. Al resto, dice, no vale la pena ni escucharlos. 

Cuando lo vi me sorprendí de su delgadez y de su fuerza. Como ninguno podía alzarse un costal de unos 70 kilos sin quejarse. Era un empleado eficiente y silencioso. Yo había entrado a trabajar en ese supermercado porque mi madre había movido algunas fichas con sus amigos. Durante meses intenté hablarle y él sin mirarme contestaba monosílabos. Después, no volvió al supermercado y desapareció del paisaje del pueblo. 

Años después, ya me había graduado de periodismo de la universidad, me encontré a Cilmoa en el centro de Medellín, el café Versalles, por pasaje Junín. Seguía igual de flaco, pero con barba. Estaba en una mesa tomándose un café. Me senté frente a él y sin mirarme me dijo “¿Qué quiere?” le dije: “Entrevistarlo”. Él sonrío y por primera vez me miró a los ojos. 

Esa tarde hablé con él por primera vez. Hablé, puedo decirlo, con un verdadero poeta. Lo sorprendente fue que habló de él como si hablara de mí mismo. Ese misterio de la palabra que define todo lo soterrado y silencioso me ronda. Esa palabra que acude a la pregunta más que a la respuesta. Esa palabra es la que comparto en esta entrevista. 

¿Quién es Cilmoa Turbanec? ¿Qué costumbres tiene y en que planeta vive? 
Cilmoa es un hombre que es muchas cosas. En su infancia fue un niño tímido, creció en el campo. Estudió en un colegio mixto y hablaba poco. Desde entonces vive solo. Le gusta caminar en las tardes. Le gusta el vino tinto. Le gusta su soledad así como le gusta la guanábana o el jugo de mango. Le gusta enamorar muchachas. Le gusta encarar el amor. Le gustan los boleros. Su gran frustración es no haber aprendido a tocar guitarra. Cilmoa vive en el planeta tierra a pocos años luz del asombro. 

 Dicen que cada poeta que nace tiene la compleja función de inventar el mundo, el lenguaje. Reinventarse a sí mismo siempre que sea necesario. ¿Cómo ha sido ese proceso en usted? 
Cada poeta está en la obligación de inventarse así mismo, escudriñarse y dejar en el verso un pedazo de piel. Lo que no sé es si lo mismo deba hacerse con el mundo. Creo que la invención del mundo viene por añadidura. Uno mismo es un mundo y en la medida que lo interrogue, lo sufra, lo otro será otra pregunta. No sé si esa pregunta se responda o si valga la pena responderla, pero atreverse a preguntar es tener otras posibilidades. Llamemos a esas posibilidades caminos. Entonces es gratificante caminar en uno, en los amigos, en las mujeres, en el lugar donde se vive y sacarle provecho a los pies. 

 Te escuché decir alguna vez que es lamentable la situación en la que se encuentra el escritor, de lo difícil que es ser escritor. Para ser más especifico, si es tan difícil escribir ¿Por qué escribe? ¿Podría simplemente, como ya lo ha hecho, dedicarse toda la vida a trabajar en una empresa? 
Considero que cualquier opinión que dé sobre el escritor es prematura. No sé si a mí mismo se me pueda llamar así. Ese apelativo hay que dejárselo al tiempo. Pero si creo que se debe ser fiel a sí mismo, a sus cuestionamientos. Luego, esperar que sean los hechos los que den las certezas de lo que uno dice que es uno. De esta manera, el recuerdo, la medida del tiempo en nosotros, será lo único que pueda afirmar sí uno de verdad es un escritor. Se preguntará entonces ¿Si está inseguro, por qué sigue escribiendo? la cuestión es elemental, estoy incompleto. Por ello escribo, para descubrirme, para inventarme, para indagar todo aquello que apenas sospecho que soy. Escribo para evitar que lo que desconozco de mí, que es un 90% me convierta en un hombre peligroso. Me explico, soy, como todo colombiano consciente de su historia, un tipo violento. De ahí que la escritura, en ese sentido, mengue las ganas de golpear y agredir al prójimo. Lo del trabajo es electivo. Como en este país todavía es una utopía elegir un trabajo, es necesario soñar. Es la única manera de diferenciarse del obrero, que a causa de sacrificar su vida a un sistema que no lo necesita, se vuelve un catedrático de la queja. De ahí que muchos de ellos sean homicidas en potencia. 

 Esta es una pregunta muy común, se la hace siempre a un escritor ¿Cómo aborda usted la escritura de un libro de poemas? 
La forma en que abordo la escritura es a través de las preguntas y las vivencias que me haga en determinado momento. En síntesis, cada libro de poemas responde a un episodio de mi vida. Primero escribía por disciplina un promedio de tres poemas diarios. Lo único que hice fue escribir el mismo texto tres veces. Ahora me planteo una pregunta, por ejemplo, la causa de mi incertidumbre. Y descubro que me gusta la incertidumbre y disfruto estar en ella. Entonces me escribo, cuento lo que vivo, mis manías, mis caprichos, mis perversiones. Porque lo único que quiero, más que contestarme, es ser sincero conmigo mismo. Es decir, concibo todos los poemas como si fueran uno solo. Parto de mí hacia el mundo. Sí, salen muchos textos desastrosos, pero esos textos son necesarios para que los otros, los definitivos, florezcan y merezcan quedarse como testimonio. 

 Ante un mundo en constante crisis, ante un mundo que se desploma hacia un desconocido abismo ¿cree que tiene sentido andarse escribiendo versitos? 
Disgrego de esa pregunta. Es muy pesimista como para responderla igual. Pero, precisamente, porque hay mucha gente que piensa así, es que es necesario escribir versos. No sé si los míos puedan acolchonar la caída al abismo. Espero que no. No soportaría la culpa de saberme salvador, sobre todo cuando ni yo mismo me he salvado. Pero, y de una cosa si tengo sospechas, es que por la fuerza inevitable de ese abismo hay que aferrarse a algo, así ese algo sea la misma caída. Quizás, y es probable, uno descubra que eligió el camino equivocado. Pero esa elección es ya una certeza de fe. Y por esa ilusión creo que vale la pena atreverse. Además, cuando se elige creer en algo puedes descarriarte del rebaño o de la gente que pasa por la vida como si fueran de paseo a un centro comercial. Si es así, entonces vale la pena escribir versitos porque se aprendió a ser pastor de sí mismo.

¿Qué piensa usted de los escritores inéditos, esos que como usted no saben que será de lo que escribe? ¿Lo acosa a usted la incertidumbre de no ser todavía nadie para la literatura? ¿Cree que algún día será alguien? Y si ha de ser alguien ¿Qué tipo de alguien será o qué tipo de nadie? 
 Creo que el desconocimiento es la mejor escuela para afianzar un estilo. Y cuando más truncado mejor. Entre más enmarañada parezca la esperanza de inscribir tu nombre en la literatura, más ingenio se requiere para conseguirlo. Entre más inteligente más dificultades y sufrimientos. A mayor exigencia mayor sufrimiento. Por ello, una vez más lo digo, lo importante es ser fiel a un deseo íntimo, el que en verdad te mueve el espíritu. Porque son más los que abandonan una empresa a los que la consiguen. 

 Puede que usted escriba poemas, pero a veces pasa que un poeta no sabe que diablos es la poesía (Si acaso es algo) ¿Tiene usted idea de que es la poesía? ¿Cree que le compete a un poeta pensar esas cosas? 
Ese es un debate vigente. Definir las cosas no es más que definirlas. Pessoa, el poeta portugués, se jactaba de ver con los ojos y no con las páginas leídas. Claro, para Pessoa decir eso tuvo que haber visto mucho con las páginas leídas. Bueno, en nuestro caso, si creo que se deba tener nociones de la poesía. Estas nociones permiten descubrir el ejercicio de escribir y leer. Estas nociones son: 1: No teorizar la poesía, más bien sentirla porque la poesía es la vida misma. 2: Ser sincero y decirse a sí mismo sí sus versos son pura incapacidad de escribir en prosa. Esto le da valor poético a lo poco que se pueda escribir desde el corazón. Además, se quita uno esa molestia de utilizar el poema para contar lo que solo se puede narrar en prosa. 3: No utilizar ni una palabra superflua en el poema porque esa palabra es como una segunda intensión. Al final siempre se descubre y decepciona. 4: Evitar el ritmo y la musicalidad de los poetas que se admira. Hay que matar en uno toda influencia para empezar a escuchar su verdadera voz. 5: Esquivar temas trascendentales como el amor y la muerte, como lo decía Rilke, habría que luchar contra una tradición que lo ha hecho brillantemente. 6: Si se hace bien todo lo anterior el poema que se escriba es un poema que muestra y representa. 7: Escribir superfluo es como un golpe en el pecho, corta la respiración. 8: Escribir si no se puede hacer otra cosa. Si es así, la poesía es todos los días. Escuché decir que la poesía el día festivo de la semana. Pero también es los otros días. 

Si el mundo se fuera a acabar dentro de 24 horas y usted quisiera habitar lo más poéticamente el mundo, es decir, siendo lo más usted posible, sin restricciones de ningún tipo ¿Qué haría en sus últimas 24 horas? No se salga por la tangente. Responda seriamente. 
La verdad es que haría lo mismo que venía haciendo. Un amigo decía que escribía en su cuaderno, cuando estaba en el colegio, todos los días: Hoy es un buen día para morir. Sería bello repetirlo ese día. Pero si hay cositas que he pensado y me contengo por cortesía. Pero si las he pensado es porque de alguna manera las he anhelado. La primera: tirar una serpiente venenosa en el concejo municipal y cerrar la puerta con llave. Segunda: desnudarme y hacer las mismas cosas que hago vestido. Tercera: tirar un pedo químico en una de las oficinas de apuestas o chance y decir desafiante que fui yo. Cuarta: no escribir ese día porque eso me quitaría tiempo. Quinta: orinar la puerta de un centro comercial. 

Usted es un poeta inédito, mándele a todos los poetas inéditos, como usted, un mensaje. Algo que se diría a usted mismo si ya no lo fuera? 
Ah, que no pidan perdón por sus textos. Si el texto no se defiende por si solo es una inocentada del autor. Es dañino escribir para que otro te apruebe. Lo importante es sentir lo que se hace. Escribir o no escribir no es la cuestión. Si puede abandonar la escritura ¡adelante! Se habrá librado de una carga de abismos, pero, si no puede huir entonces sumérjase y encárese. Descubrirá, con los días, así no lo acepte, que la tristeza seca la carne, pero que, como decía el escritor español Luis Bonilla, es preferible ser flaco que famoso.
Pongo en tus manos
el amor.

Cuídalo como un hijo.

Podría morir de infarto
si lo sostienes 
y te limitas dejarlo
en el baúl de tus cosas preciadas.

Podría secarse como 
           una fruta al sol
si te pones a pensar 
en lo que pudieras ser
si fueras menos tú.

Llévalo al aire
al beso primero del cosmos.

Si llega un pájaro
abre las manos
y permite al amor volar.

Si llega una mariposa
abre los ojos
y deja al amor aletear.

Si llega el viento
suspira profundo
y déjate por las estrellas llevar.

Si llego yo
abre el amor
y al cielo vamos a navegar.
Cuando ella nació el astrónomo más viejo de la aldea predijo que ella podría entender todas sus vidas pasadas si encontraba el hombre adecuado. Veinte años después, ella, en el furor de la juventud, en un evento público, miró el cielo y vio una estrella fugaz. Al instante un hombre delgado, de sombrero y lentes la saludó. Conversaron un rato. Mientras hablaban, ella recordó un sueño de la noche anterior. Un hombre le entregaba en el sueño un caja de madera sellada. Él, mientras miraba el cuello de ella recordó que su abuelo le había encargado entregarle una caja de madera, cuyo contenido le era desconocido, a aquella mujer que lo hiciera suspirar y sentir ese cosquilleo en el estómago que todavía asusta a la mayoría de los mortales.

Es una flor extraña que pocos jardineros conocen. Dicen que su aparición se debe a que en el cosmos dos estrellas colisionan en una danza perfecta anunciando el encuentro de dos seres que al versen saben que caminaran juntos porque así lo quiere el universo. Como dato curioso, esta flor se llama sonriflor porque sus pétalos forman una especie de sonrisa y en las noches de luna nueva sube el agua hasta sus pistilos simulando el efecto en miniatura de las fuentes de agua. Al acercarse a ella uno siente que toda ella se derrama en los dedos. Basta con olerla para que a uno se hinchen los labios.
Ella viene con la lluvia y toca con sus dos manos el cuerpo de él. En el pecho se abre un portón de madera, antiguo. Al fondo de su pecho se ve un hombre sentado en una mesa, con una vela encendida y dos copas de vino. “¡Entra! ¡Es aquí!” dice él. Ella sospecha que desde allí puede ver perfectamente las estrellas. Además, hay fuego para el frío. Así que sin dudarlo se sienta frente al hombre. Lo mira a los ojos y sonríe porque ve en las pupilas del hombre una mujer igual a ella con una puerta en el pecho entre abierta.

La perversión se ha considerado nociva en todas sus manifestaciones y exploraciones. De ahí que muchos grandes personajes en la historia sean queridos y temidos al mismo tiempo. Queridos porque se atrevieron a indagar sus oscuridades para exhibirlas sin vergüenzas y temidos porque llegaron a realizar acciones que atentaron contra las doctrinas, la fe o las leyes morales de un pueblo. 

Algunos de esos personajes fueron: el Marqués de Sade, el Conde de Lautréamont, Vincent van Gogh, Arthur Rimbaud… entre otros. Pero también son los artífices de grandes obras de arte. Como si esa relación luz y oscuridad, locura e iluminación, amor y pornografía, misticismo y soledad… los llevara rondar esa ambigüedad cósmica de los espíritus atormentados por la luz.

Nombro a grandes personajes porque sus perversiones hicieron de sus impulsos corceles indómitos que los llevaron al delirio: Uno se cortó una oreja, otro le clavó un cuchillo a su amante en la palma de la mano, otro experimentó los más espeluznantes encuentros sexuales, uno más se sentó en una playa a mirar el mar mientras anhelaba coitos con tiburones… 

Acudo a estos episodios porque me asustan, pero también me excitan. Me asustan porque soy incapaz de violentar a otra persona y me excitan porque he descubierto que un poco de perversión, en medidas controladas, casi a goteras, puede avivar una pasión casi dormida. 

En cada uno hay una fascinación por lo turbulento. Esa curiosidad nos ha llevado a indagar dentro de nosotros mismos. Pero muchas veces este viaje interior es, a mi modo de ver, tenebroso porque puede no concretarse, ni siquiera encontrar el camino de retorno. Esto depende de la naturaleza de las búsquedas. Para este caso, la búsqueda emocional. Hay otra búsqueda, que ninguno de los personajes citados, exceptuando en una época de la vida de Van Gogh, realizó. Y es la búsqueda de su divinidad, de su poder que quedó a penas insinuado y calcinado por el fuego de sus emociones. Por ello, el gran enemigo en el viaje emocional es uno mismo porque se teme que eso que se encuentra sea juzgado por las convicciones del mundo de los otros. Y lo que se encuentra no es más que una acción basada en el dolor físico. Entonces vivimos solapadamente esos deseos. 

Aclaro que no hago una apología de la perversión. No me interesa. Es solo que tampoco la satanizo de tal modo que no pueda ser útil. Lo que planteo es que en ciertos momentos sirve para avivar aquello que está en cuidados intensivos debido a la rutina o al cansancio. Por ejemplo, las relaciones de varios años. Siento que si a estas relaciones se le inyecta un poco de perversión, como dije antes, a goteras, las cosas pueden cambiar. Si el otro apenas nos muestra esa otra faceta de animal el celo es suficiente para despertar el deseo. En parte el amor funciona, al menos la magia que le otorgamos, cuando deseamos al otro. 

 Cuando hablo de esas pequeñas dosis de perversión me refiero a esas cosas que se pueden concertar con el otro y que lo invitan a jugar a un cambio de rol. Claro, pero hay que cuidarse de las pasiones excesivas, de los masoquismos, de la violencia, de la traición, de la combinación de licor e ira… eso no lleva a nada bueno. Lo único que eso ocasiona es soledad y tristeza crónicas. Por eso es necesario aclarar que no es un desborde de locura lo que se necesita, solo un poco de perversión, a goteras, para avivar aquel amor que pide a gritos ser atendido. Al menos así funciona en las búsquedas emocionales, las que podemos aspirar mientras siga siendo el otro el centro de nuestro universo.
  

Hace días la palabra “mujer” se hospedó en mi pecho. En la mañana subió hasta los ojos y apoyó sus manitas finamente delineadas en mis parpados. Le gustaba que el viento la despeinara y el sol le calentara todas las letras. En la noche bajó hasta los riñones y encendió una vela para espantar las pesadillas. 

 Últimamente la palabra “mujer” tiene comportamientos extraños. Es tan ella que ninguna otra palabra se le parece. Tal vez la palabra que más se le aproxima es la palabra “luna”. El misterio de estas dos palabras es mejor observarlo que comprenderlo. Volviendo a su comportamiento, hace cosas muy particulares. Hace una semana, por ejemplo, pegó un montón de papelitos en mi corazón. Cada papelito hacía parte de un dibujo. Al terminar observó, desde la distancia, el rostro del hombre que tenía mirada de fuego. Luego, recogió los papelitos y cuidó de que no se le perdieran. Subió hasta el oído derecho y los echó a volar. 

 Después, la palabra “mujer” se durmió a oscuras y permaneció quieta, en silencio. Su quietud era de anfibio. Pero hace tres días se levantó y se dirigió hasta mi boca. Estiró la letra “m” y aprovechó la primera corriente de aire para emprender vuelo. 

 Hoy, noche de luna llena, recuerdo que hace días hablo con una mujer que siente una relación muy estrecha con la luna. La recuerdo y sonrío. Quiero irme y no puedo. El influjo de una palabra que se encarna es misterioso y profundo. Además, cuando una mujer emerge de la palabra puede vencer todas las distancias y todos los silencios.

No porque se nazca con las rodillas raspadas, con la tristeza como una marca indeleble en el alma y por ello se le delegue a los sueños el peso de la soledad. 

No porque se crea que Dios esté tentado a borrar la humanidad poco a poco, de a tajos, porque la humanidad no supo qué hacer con tanta luz. 

 No porque se herede sin escrituras los errores de nuestros padres y maestros que no supieron que hacer con ellos mismos. 

No porque se confunda el amor con el vacío de los cuerpos electrizados por la corriente frenética del miedo a estar solos. 

No todo está perdido. Al menos así lo creo. Nací con el derecho universal de estar tranquilo. Soy el camino a mí mismo. Soy la medida de mi esfuerzo.
Mis dedos juegan con el aire.  Escriben la palabra: "gracias" y la dejan un rato colgada. Luego, comprimo los labios y soplo. La palabra se desintegra en múltiples pedazos luminosos y éstos milagrosamente vuelven a juntarse. Esta vez forman un pájaro. El ave aletea, da un circulo pequeño y empieza a descender por la montaña.  Con agilidad esquiva un trueno y algunas corrientes de aire. Se pierde en el horizonte. Esa palabra es poderosa, tiene vida, pues en el centro hay una lucecita que la guía. Por eso no se pierde. Además, lleva escrito en todo el cuerpo la palabra: "gracias" y la dirección de una casa. Si escuchas bien, es posible que ahora mismo, mientras lees estas líneas, algo esté dando golpecitos en la ventana.

Cuerpo de ti que amortigua la lluvia
y este silencio que te respira.

Cuerpo de ti que es autopista
y permite que las miradas 
viajen a 120 suspiros por hora.

Cuerpo de ti que florece
y permite que los pájaros
y las palabras hagan el resto.
“Todo es vanidad. Vanidad de vanidades, todo es vanidad.” Eclesiastés. 



“¡Dígale adiós a las arrugas, las estrías, las cicatrices, el acné y la celulitis. Conozca el revolucionario producto de baba de caracol. El único NATURAL e HIPOALERGENICO que le garantiza efectos milagrosos.” 

 Eso y muchas otras cosas se les escucha a los vendedores ambulantes que ofrecen la baba de caracol sin saber que están vendiendo. Lo único que tienen claro es que necesitan dinero y las ventas informales son su opción de empleo. 

 Por otro lado la promulgación masiva de la baba de caracol en los medios de comunicación ha disparado las ventas y generado un mercado sin garantías. Se ofrece la baba de caracol sin el rigor requerido porque el oferente no diferencia la baba de la secreción. La baba es el fluido que utiliza el caracol para desplazarse y la secreción es la sustancia que produce como mecanismo de defensa frente a amenazas medioambientales. La secreción es la que puede ayudar a la piel. 

La manía de querer ser otros más jóvenes, otros más humectantes, otros más aceptados por los otros… nos ha llevado a usar un montón de ungüentos sin los cuidados necesarios. Nos movemos en masa. Lo que otros utilizan, porque lo utilizan, es garantía de que es bueno para nosotros. Somos el reflejo de un vacío sin referente. Por eso la manía de querer agradarles a todos más que a nosotros mismos. Por estar más en los otros y escucharlos más que a nosotros mismos hemos generado un desequilibrio ambiental sin precedente. Hemos hecho de nuestra casa, la madre tierra, el vertedero de nuestras basuras tanto materiales como espirituales. Cito solo un ejemplo de los miles que hay: el boom de la ola de la baba de caracol. Por el hecho de querer quitarnos las arrugas le dimos entrada a los criaderos clandestinos y a los contrabandistas de caracoles. Esto ocasionó que una especie de caracol llegara a Latinoamérica y se reprodujera con la misma facilidad que las ratas o las cucarachas. 

 Este monstruo se llama El caracol africano (Achatina fulica). Es una especie de caracol terrestre. Su concha puede medir de 25 hasta 30 cm de longitud y 8 de alto. Este molusco terrestre, el más grande y nativo de África, puede comer prácticamente de todo, hasta excrementos y huesos de cadáveres. Incluso, en cautiverio puede consumir comida de perros y gatos 

El caracol de jardín (Helix aspersa) es una especie de caracol terrestre. Su concha puede medir de 30 a 40 mm; tiene 4 o 5 vueltas de espiral, una abertura larga y oblicua. Es nativo de Europa y se alimenta de cualquier especie de planta de cultivo y ornamental. 

 Estos caracoles pueden hospedar nematodos (parásitos que se alojan en tejidos fibromusculares y secreciones de baba del animal). Esto traduce que puede crear afecciones como meningoencefalitis eosinofílica y angiostrongiliosis abdominal en humanos. Además, poseen la bacteria gramnegativa, Aeromonas hydrophila, que causa diversos tipos de síntomas, principalmente en las personas con sistemas inmunológicos delicados. 

Ambas especies son hermafroditas por lo que crecen y se reproducen a gran velocidad. Actualmente están en toda Sudamérica y en casi todas las zonas tropicales del mundo. Este animal es considerado como una de las 100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Son, el reflejo de nuestra vanidad. 

 “¡Dígale adiós a los cultivos, los cielos, la vida sana y la posibilidad de una vida tranquila. Conozca el revolucionario producto de baba de vanidad. El único producto EGOÍSTA y HUMANO que le garantiza el infierno inmediato.”

Vivo en la cima de la montaña donde el aire trae y lleva mensajes cifrados. Hace días llegó un papelito con una flor dibujada. Hoy coloree la flor e hice un avión con el papel. Esperé la corriente de aire y lo eché a volar.
A veces estar bajo el cielo no es suficiente para que llueva. Pues el cielo está herido porque el amor está herido. El amor está en cuidados intensivos porque nos acostumbramos a talar los árboles que crecen en los corazones de las mujeres. Eso esteriliza el amor, contamina las aguas de los ojos, aleja las aves del asombro. Por ello contemplamos los besos en postales y posdatas. Para que este mal no haga un desierto en nosotros es necesario cerrar los ojos y pensar en los labios de alguien que nos atraiga. Dicen que los suspiros derramados humedecen un poco el aire. Luego el agua sucede por arte de imaginación y un poco de erotismo.

Desde pequeño me he sentido atraído por la luz. Recuerdo que me quedaba frente a una vela. En ese momento la llama era todo mi mundo. Desde entonces he buscado conectarme con la voz interna, esa voz que Cristo comparó con la luz de una vela al referirse a la luz del corazón. 

 En la adolescencia padecí las burlas y las ofensas de los compañeros del colegio. Esa época prefiero pasarla de largo. Luego, en los años de la universidad pasé un periodo de oscuridad exquisita. Licor, mujeres, bares… hasta entrar en una depresión que me llevó a realizar un viaje hacia el sur del continente. En ese recorrido casi muero de hambre y tristeza a las afueras de la provincia de Buenos Aires. En ese desmayo sentí que en mí algo había cambiado. Entendí que cuando la debilidad es superior a nuestras fuerzas es cuando se empieza a fortalecerse. 

En Buenos Aires, por Belgrano, me interné en un templo Krishna y durante dos semanas estuve en un cuarto, sin electricidad, meditando sobre mis acciones. No encontré más que tristeza. El monje del templo, un hombre robusto, de sandalias, me dijo que mi trabajo era lavar las ollas de la cocina. En esencia debía quitarle el tizne. Él afirmaba que así empezaba a quitarle la tristeza al corazón. 

 De regreso a casa solo quería sanar. Así que trabajé un tiempo con niños en las comuna 13. Con el dinero ahorrado pagué una terapia con indígenas en la zona selvática del Putumayo. Viaje y me instalé en la maloca del abuelo indígena. Allí tomé yagé durante quince días. El yagé, conocido también como el vejuco de la muerte, es un brebaje amargo que te pone en otra frecuencia y te comunica, sin atajos, contigo mismo. Después del mareo, la diarrea, el vómito, el llanto, tuve una visión: Un hombre sin rostro, con una ruana blanca, estaba sentado sobre el fuego. Busqué al taita y me dijo que ese era mi padre y el rostro borroso significaba que no lo reconocía como padre. Mi trabajo, dijo el abuelo, era perdonarlo porque todo aquel que lleva el perdón, así no sea bien recibido, va con la frescura del agua. 

Busqué a mi padre después de doce años. Estaba en la misma montaña en la que nací. Hicimos un fuego y le dije que lo culpaba por mi tristeza, por mi fracaso con las mujeres, por mi fascinación por el suicidio… él reconoció su cobardía al no buscar a sus hijos. 

Meses después encontré un hombre de unos cuarenta años que leía el tarot y el tabaco. Me habló de la magia de los actos. Me dijo que si uno aprende a hacer lo que le nace del corazón no debe preocuparse. Lo frecuenté para que me enseñara sobre el tabaco. La primera vez que me vio la ceniza me dijo que debía equilibrarme emocionalmente. Me recomendó echarle azúcar al tabaco y decir “amor” por cada exhalación. Después, sin que ninguno de los dos lo esperara, nos distanciamos. 

Seguí fumando tabaco. Una noche soñé que una mujer, muy adulta, vestida de blanco, me echaba agua. Al día siguiente un amigo me dio una tarjetica con el nombre de una bioenergética. Dejé la tarjeta en la mesa de noche. A los días la llamé. Ella era una mujer mayor, de ojos claros y una voz dulce. Creo que es la voz más dulce que he escuchado. Me dijo que me sentara y llevó sus dedos pulgar e índice a mi muñeca. Buscó el pulso. Con los ojos cerrados me dijo que yo era un hombre muy inseguro en el amor. Por eso había buscado en todas mis relaciones el amor de mi madre. De ahí que me gustaban las mujeres mayores y de carácter fuerte. También que yo había elegido nacer en las circunstancias en las que había nacido y por eso debía agradecer la ausencia de mis padres, más que culparlos. Al final me dijo que durante nueve días, en una olla, debía verter un limón y cubrirlo con alcohol. Luego, debía permanecer frente al fuego hasta que se apagara. En ese tiempo era necesario pedir por la purificación de mis relaciones emocionales, sexuales y espirituales tanto de esta vida como de mis vidas pasadas. 

 Cada persona que he encontrado, ahora que lo pienso, me ha llevado hacía dentro, rumbo a la fuente de la sabiduría suprema: el corazón. Puedo decir esto, porque ahora entiendo lo que significa vivir con el dictamen interior. Pues, hace unos dos días escuché por vez primera la voz interna. Estaba en mi casa. Eran las seis de la tarde y miraba la montaña sin pensar en nada específico. De pronto escuché la voz de un anciano. En el tono de su voz había algo de mi voz. Me decía que fuera a la biblioteca. Sacudí la cabeza. Eso fue todo. Confieso que no le hice caso. Me pareció que era superstición y olvidé el asunto. Una mañana me cité con un amigo en la biblioteca municipal. Llegué primero y lo esperé. En la mesa había algunos libros, pero me llamó la atención un cuaderno. Al abrirlo vi algunas anotaciones. Leí una al azar: “La rectitud concuerda con la luz del cielo”. Al intentar leer otras frases el cuaderno resbaló. Lo recogí del suelo y vi que un papelito se había desprendido. Lo desdoblé. Sentí que esas líneas definían mis búsquedas. Metí el papelito en el bolsillo y me senté en otra mesa. Decía lo siguiente: 

“Inocencia: Lo firme llega desde afuera y se convierte en regente en lo interior. Movimiento y fuerza. Lo firme ocupa el centro y encuentra correspondencia. ‘Gran éxito en virtud de la corrección’. Tal es la voluntad del cielo. ‘Si alguien no es recto, tiene desgracia, y no es propicio emprender cosa alguna’. ¿Si se ha acabado la inocencia a dónde querrá llegar uno entonces? Si a uno no lo protege la voluntad del cielo, ¿Podrá entonces hacer alguna cosa?”. 

Esas palabras daban vueltas en la cabeza. No sabía quién las había escrito. Lo único que podía hacer era mirar mis actos. Lo extraño era que no sentía culpa. Si años atrás hubiera realizado el mismo ejercicio no hubiera soportado el remordimiento. Justo en ese momento recibí una llamada. Era de una mujer que me invitaba a su casa para celebrar mis cumpleaños. Acepté e inmediatamente reservé los pasajes. Después pensé, ya con el boleto en el bolsillo, si era conveniente ese viaje. Entraron dudas y decidí consultar el I Ching, el libro de las mutaciones. Anoté la sumatoria de los números que arrojan las monedas y las líneas correspondientes. Salió el hexagrama 25 Wu Wang: “La inocencia”. Hablaba de si uno tiene segundas intenciones no es posible ser tocado por la luz del cielo. En resumen, me respondía que ahora no es tiempo de emprender acción alguna. Me dolió mirar las cosas como son. Pues quería tener alguna oportunidad con esa mujer. Después leí la parte complementaria del libro y encontré el texto que había hallado días antes en la biblioteca.

El miedo a morir es un acontecimiento que nos mueve. No importa la edad ni la religión ni la época, la muerte es un misterio que no desciframos. Es un tema que siempre nos ronda y asusta, sobre todo cuando alguien cercano deja de estar entre nosotros. 

Hemos mal interpretado, así no comprendamos el misterio, el significado de la muerte. La muerte, a mi modo de ver, no es un fin porque morir es solo otro momento. Planteo esta hipótesis porque creo que somos más que un cuerpo que envejece y se descompone. Siento que el cuerpo es como la oruga en la que reposa la mariposa. 

Pero con la muerte creemos que todo se termina porque hemos elegido el fatalismo como salida. Y como somos lo que creemos nos ahogamos en nosotros mismos porque somos nuestros peores enemigos. Nadie nos trata tan mal como nosotros mismos. Por eso, cuando alguien muere, lo primero que sentimos es una especie de arrepentimiento. Pensamos que faltó tiempo para compartir. Lo segundo es que entramos en un estado meditabundo y evaluamos lo que estamos haciendo. Lo tercero es que lloramos la muerte del ser querido con cierto deseo morboso porque nos duele no ser los primeros. Entonces muchos se emborrachan y aprovechan este acontecimiento para sumergirse en un estado deplorable y lastimero. 

Reflexiono alrededor de la muerte porque hace unos días falleció un amigo que quise mucho y que sé, si estuviera con vida, seguiría igual de distante. Me duele que ya no esté, pero la distancia era la naturaleza de nuestra amistad. Por eso, no me siento mal. Estuvimos juntos el tiempo necesario. 

Se llamaba Pablo del Río y era un gran escritor. Algo oscuro y solitario pero con un corazón puro. Su tristeza radicaba en que se sentía fuera de este mundo. Tal vez nunca estuvo. Tal vez ahora esté a donde siempre perteneció. Lo sospecho, no lo sé de cierto, pues ayer soñé con él y me dijo que no me preocupara, que él estaba bien. Acepté esas palabras como quien me dice nos vemos luego. 

No estaré triste, no lo lloraré, no me echaré a la pena por él. Creo que si uno quiere y respeta a alguien en vida hay que seguirlo haciendo en muerte. Pues en el recuerdo su presencia continua. Lo que hice fue sembrar en su nombre un surco de caléndula para que sus heridas cicatricen. 

A mi amigo le deseo un buen viaje. Pues, siento que se fue a un país donde se habla un idioma que no comprendo, pero que algún día aprenderé. Le deseo que la luz del universo lo acompañe donde quiera esté.

Todo aquello que se deja ir es como si llegara de nuevo. Para que se dé el regreso la despedida debe ser desde el corazón. Es decir, cuando se dice adiós es para siempre. No solo de palabra sino de hecho. De esta forma no hay espacio para las palabritas de consolación o los recuerdos nostálgicos. Solo lo que se olvida y queda en esa atmósfera de la indiferencia, como en una especie de neblina, puede verse sin miedo y ataduras. Eso me dijiste hace unos meses e intento vivir como si no te conociera. Por eso, también he decidido viajar a otras tierras. Creo firmemente que la distancia que nos separa es la libertad que nos une.
Tengo una soledad de cuerpo entero 
una de las más feroces 
capaz de estallarme la cabeza. 

Tengo una soledad de 67 kilos 
que se aferra a los huesos 
y desgarra la carne. 

Tengo una soledad de 1,80 metros 
de barbas blancas 
que me asusta en las noches. 

Tengo la soledad del santo 
antes de que sea santo 
es decir, una soledad de tiempo completo 
a término indefinido 
que ni florece ni marchita.

Estaba entre un costal. Aullaba y las fuerzas se agotaban. De pronto  lo movieron y al salir vi a una mujer que me habló con una voz menudita. Caminé con ella hasta una casa de tapia, grande. Ella me dio un plato de sopa de arroz y purina. Comí hasta vomitar tres veces la cantidad ingerida. 

Con los días empecé a explorar el lugar y a disfrutar de los olores que salían de la cocina. Me levantaba en dos patas mientras el estómago se revolvía. 

 Lo más divertido era salir de paseo. Con el collar nada en el mundo me importaba. Incluso cuando otros se me acercaban me dejaba oler sin mover el hocico. Muchos me gruñían porque yo no los olía. Sentían que era superior al no interesarme por averiguar sus edades y posiciones sociales. Por ello, más de uno me dijo que algún día me encontrarían solo. No les hice caso. Pues mi único interés era ella y su olor a menta y tierra húmeda. 

 En la mañana la esperaba en la puerta para saltar y ladrar y morderle los pies. Me gustaba robarle los calcetines y enterrarlos para olerlos y recordarla. Ella se enojaba cuando desaparecían y con un periódico doblado corría tras de mí hasta que se cansaba. A las horas, me acercaba cabizbajo, moviendo la cola y ella volvía a hablarme menudito. Empezaba a saltar, a morderle las manos y pararme en dos patas. 

 En las mañanas ella salía y regresaba en la noche. En el día me quedaba oliendo sus calcetines y aullando. Las horas sin ella eran insoportables. Por eso, una mañana, desesperado, la seguí. Pero a los pocos metros perdí su rastro de menta y tierra húmeda. Lo busqué por todas partes y nada. Aullé. Cuando quise retornar a casa apareció el sabueso y sus compinches. Agaché las orejas y metí la cola entre las patas. Se acercaron y me olieron el rabo. Uno de ellos, el más pequeño, me mordió la pata. Salté y otro me agarró del cuello. De nuevo el más pequeño me mordió la otra pata. Recordé el hambre y el miedo cuando estaba dentro del costal y la voz menudita de ella y como pude giré para zafarme de las mandíbulas que me estaban dejando sin aire. Luego salté en dirección al sabueso. Él no se esperaba ese golpe. Me sujeté a él con todas mis fuerzas. Él saltaba y entre más se movía con más fuerza apretaba mis mandíbulas en su cuello. De pronto el sabueso se quedó quieto y abrí la boca. Los otros se alejaron. El sabueso se incorporó y caminando de lado, se marchó. Intenté moverme pero estaba sin fuerzas. Demoré un rato restablecer la energía. 

En la noche ella a verme gritó y empezó a limpiarme las heridas. Al día siguiente se quedó conmigo. Al recuperarme volví a salir y me encontré que la pandilla del sabueso se había desintegrado. Pero esta vez, al olerme, en vez de gruñirme saltaron sin importarles que no les oliera el rabo. Desde entonces, cuando ella parte, durante el día exploro la montaña en compañía de mis nuevos amigos. 

En la noche, retorno a casa. Echado en una roca alzo el hocico hasta sentir su olor a menta y tierra húmeda. Salto y ladro. Luego me paro en dos patas y la sigo.

Llevo muchos años intentando comprenderla. Siento que cada que sale de la casa se va para siempre y llega otra a quien desconozco. Aunque hay ciertas cosas que no cambian como la manía de parlotear por los mismos asuntos. 

Hay días, cuando vamos de paseo, en los que no soporto que guarde en mi bolso un montón de frasquitos. Dice que cada cosa sirve para algo: pestañas, párpados, labios… En ese momento imagino que aparece un ratón y ella salta y grita y se olvida de tanta indumentaria. 

Cada que ve un niño en la calle quiere llevarlo a casa. Lo mismo con los gatos y los perros. Si no fuera porque el apartamento es pequeño viviríamos en un zoológico. 

En las noches se ducha y antes de dormirse le gusta que la abracen y le acaricien el cabello. Luego me pide que le lea un poema o un cuento. Va cerrando los ojos hasta quedarse dormida. Antes de apagar las luces me desnudo y me meto entre las cobijas. Un aroma a jabón de baño y jazmín me produce escalofrío. Voy cerrando los ojos e imagino que entro a un lago calientito que me reconforta y satisface.
A pesar de que me digan 
que la felicidad es una cortina de humo 
en un país de catástrofes políticas. 

A pesar del desencanto general 
de un pueblo golpeado por su historia 

A pesar del frío y los huérfanos de la guerra 
creo en la luna en los amigos 
en el amor, en la libertad 
en el cambio, en las flores 
y en aire todos los días. 

Entre la mierda una mariposa abre las alas.

En Colombia, lamentablemente, existen asesinos en serie más letales que los que exhiben los programas policiales y las películas gringas. Hombres como Garavito o Pedro Alfonso López, entre otros, le han hecho mucho  daño a la comunidad del Sagrado Corazón calcinado por la injusticia del sistema judicial colombiano. 

Pero algo más aberrante que los asesinos en serie son los medios de comunicación y los grandes poderes industriales. Estos poderes utilizan las fechorías inhumanas de los asesinos como publicidad de venta. Por ello, los extras o las chivas son las declaraciones descarnadas de algunos de estos individuos. 

No está de más que así como hicieron con Pablo Escobar y todos esos personajes de la narco política, los paramilitares… aparezca una serie en alguno de los canales nacionales recreando la historia de alguno de estos asesinos. Como si el asesinato fuera un pasaporte al estrellato en la sociedad de nuestro país. 

Se debería exiliar a estos personajes, no darles protagonismo, llevarlos a una muerte mediática, porque no son ejemplos a seguir. Pues una muerte es un hecho para lamentarse. Por ello, se debería esforzarse un poco, si lo que se quiere es un cambio verdadero en nuestra sociedad, en exaltar aquellos personajes que han dedicado una vida a una causa noble: el agricultor, la profesora de una escuela rural, el músico de pueblo, el poeta de publicaciones piratas… pero no, como no se ven porque no son escandalosos, extravagantes y vulgares, no son dignos de nuestros afectos. Este desconocimiento de los grandes hombres y mujeres se debe a que no se ajustan al márquetin de venta de los medios de comunicación. 

Considero que los medios masivos, al menos esa es mi perspectiva, están creando un modelo de vida retorcido, facilista, amoral en Colombia… Aprovechan que la juventud colombiana dedica la mayor parte del día a la televisión y las redes sociales y los sumergen a la moda mediática para atraparlos como una mosca en una tela de araña. Así garantizan fieles espectadores, fieles televidentes, constantes infelices que han trasladado sus sueños a las pantallas. 

 Los grandes medios, los grandes poderes, nos están alejando de la posibilidad de respirar y de encontrarnos en nosotros mismos. Parece que entre más nos perviertan, entre más nos retuerzan y confundan, más les conviene para seguir lucrándose a costa de la sangre derramada de miles de colombianos en el transcurso de la historia patria.

Tuve dos hijos y los abandoné por miedo a que descubrieran quién era. Durante años evité pensar en ellos. Incluso le hice la vida imposible a su madre para asegurarme de que no me buscarían. Con el transcurso del tiempo me fui olvidando de ellos. Tal vez sea por ello o por mis otros errores, que no logré aceptar mi inclinación sexual. Las veces que fui feliz con otro cuerpo fue cuando lo imaginé. Así me hice viejo y me quedé solo, sin hogar, sin familia, sin amigos. Tal vez eso se deba a que a todos nos llega el momento en que no podemos ocultarnos de nuestros actos. No importa si las decisiones fueron tomadas en antaño. Pues, los hechos nos persiguen como pesadillas. 

 Ayer, después de veinte años los encontré en la casa de mis difuntos padres. No podía creer lo que veía. Ella era el mismo retrato de mi madre y él era idéntico a como era yo cuando era joven. Me saludaron y preguntaron por mi vida. Lo único que pude contestar fueron generalidades. Me asusté y partí de nuevo. Caminé rápido, sin importar mi enfermedad en la columna. Quería huir, pero era imposible. Ellos me mortificaban. ¡Santo Dios, qué hice!

Pero prefiero el dolor a que se hubieran enterado de que no estuve con ellos por miedo a hacerles más daño del que ya les hice.

Ella se recuesta en una silla. Lo primero que hace es echarse un aceite de esencias florales en la piel. Luego se pone un sombrero y unas gafas oscuras. Se queda, casi desnuda, recibiendo el sol por más de dos horas. Sus senos tienen un tono rosado con bordes verduscos; sus piernas largas, con algunas tunas, se abren un poco. En ese momento se escucha el silbido que produce las hojas de la caña de azúcar al tocarme. Ella empieza a suspirar. Comprimo todos los músculos y me dejo ir en una corriente de aire hacía su cuerpo. Siento su calor y su respiración agitada se parece al silbido las hojas de la caña de azúcar. Me deslizo por sus labios, mejillas, cuello... Ella abre la boca y pasa la lengua por sus labios dejando caer un pétalo húmedo. Hago un giro de 90 grados y recojo el pétalo. Con su olor a rosa voy feliz a recorrer otros jardines.

El fuego necesita una base fuerte para que la llama arda y no se apague al instante. Esa base debe ser de buena madera. De ello depende la consistencia y la fuerza. Así también con uno. La base que uno necesita es el alimento del espíritu y el cuerpo. Pues el verdadero fuego es el auto cuidado. Eso dijo el hombre fuego a su hijo antes de que el hijo se incinerara intentando encender la chispa divina de su corazón y renaciera de nuevo de las cenizas.

No puedo estar bien hasta asegurarme de que tú estés bien. Al menos eso es lo que me interesa hacerte creer.  Si giro en torno tuyo puedo hacerte pensar que tengo decisión y así no te enteras de que mi control sobre ti no es más que mi miedo a estar solo y con los bolsillos rotos. Querida patria, espero no enloquezcas para que no me obligues a respetarte a la fuerza.

Vivo en un país diverso y con tierra suficiente para resolver el problema de pobreza que hace años nos afecta. El problema es que no hemos querido entender que lo tenemos todo y no hace falta mirar afuera para generar lo que se puede producir desde adentro. 

Nuestro territorio cuenta con el clima perfecto para sembrar los alimentos que los colombianos necesitamos. Incluso, si hacemos un buen uso de este recurso podemos ayudarles a nuestros vecinos. Lo que falta es un cambio de mentalidad donde se empiece a respetar la tierra y su valor para el desarrollo evolutivo de la humanidad. 

Pero no, en los últimos años los gobiernos se han dedicado a buscar la aprobación de los tratados de libre comercio. Han conseguido varios y no se han detenido a mirar si tenemos las condiciones de infraestructura para competir con otros países. Pero eso no es lo más aterrador. Lo angustiante es que El Congreso de la República expidió la ley 1518 de abril 23 de 2012, "Por medio del cual se aprueba el Convenio Internacional para la protección de las Obtenciones Vegetales, UPOV 1991". Esto, es resumidas cuentas, es darle la libertad a las multinacionales de perseguir a nuestros campesinos, Afrodescendientes, mestizos e indígenas por cultivar semillas sin transgénicos. 
El que controla el alimento controla el pueblo y a nosotros, un pueblo prospero en riquezas naturales, pero pobre en el aprovechamiento de los recursos, nos están conduciendo lentamente a la pobreza absoluta. Somos como el príncipe dormido que rondan los buitres. 

Mientras creamos que la salida de la pobreza sea permitir que otros mercados entren y nos vendan sus alimentos con intervenciones genéticas, y por ello más barato, estaremos entrando en ese peligroso juego de la oferta y la demanda. En esa mecánica fatalista de que solo se es feliz en la medida en que más produzca dinero sin importar lo que haga o le pase al vecino. El mercado por el capital es inhumano y devastador. Pero al parecer, esa es la única alternativa nacional para solucionar los problemas de cartera estatal y las inconformidades del pueblo que en los últimos meses van de un paro a otro. 

Es hora de que empiece a suceder un cambio. Creo en eso. Confío en que un líder de la tierra dirija este barco que se hunde por falta de capitán. Ese cambio es urgente. De lo contrario, nuestras semillas, las que han alimentado a generaciones de colombinos, las que constituyen nuestra soberanía alimentaria, serán más peligrosas que el narcotráfico y nuestros agricultores, los padres de la nación, porque así cueste creerlo, somos un país rural, serán los que habiten las cárceles. Es hora de despertar de ese letargo al que nos ha sumergido la historia de la guerra y la historia de la corrupción política. 

Es hora de que se enteren de que no somos la vaca lechera que otros ordeñan y maltratan. No somos la huerta casera de las multinacionales gringas. No somos las víctimas de los malos negocios del gobierno. No somos los mendigos que han querido que seamos por décadas. Tenemos derecho, por ser hijos de estas tierras, de cosechar nuestras semillas, de caminar nuestras tierras y de tener el estómago lleno. Tenemos el derecho universal de ser felices y de ser agricultores en un país rural.