28  marzo 2018
Por Juan Camilo Betancur E.


 Llevo la invidencia no como una limitación porque la limitación es mental


Uno ve, así pocos crean, a través de los otros sentidos. Lo que pasa es que las personas le dan demasiada importancia a la visión porque creen que la visión es la que hace pensar y eso es falso. La visión solo transmite información al igual que los oídos, el olfato, el gusto y el tacto. Entonces el cerebro procesa esa información que llega independientemente del canal. Porque la vista como el tacto, el olfato, el gusto y el oído son solo canales. Entonces lo que se procesa es la información que esos canales llevan al cerebro para convertirla en conocimiento. 

Yo nací bien pero a los seis meses se me desarrolló un glaucoma congénito y a los tres quedé ciego. Pero no recuerdo esas primeras imágenes. Por eso me considero ciego de nacimiento. Aún así, me muevo igual y trabajo igual que un vidente. Por ejemplo, para llegar al trabajo todos los días me despierto a las 3:20 am. En casa me demoro una hora organizándome y desayunando. Luego camino 20 minutos desde mi casa ubicada en el barrio Guayabal-Medellín hasta la estación del metro Aguacatala. Me monto en el rectángulo gigante de sillas a lado y lado que me lleva hasta la estación de metro que necesito donde abordo la buseta que me deja en la Institución Educativa en la que soy profesor. 

Para moverme construyo en mi cabeza mapas mentales de los lugares para poder desplazarme con exactitud por el espacio. Por eso cuando uno va a un lugar desconocido es como si a uno lo lanzaran a un desierto porque no hay puntos de referencia. Pero cuando un lugar es familiar es como si lo viera porque a través del tacto y el oído uno se imagina como es la calle y las esquinas. Uno forma los espacios igual que los sueños por medio de los sonidos. 

Mis sueños son acústicos porque así vivo la realidad. El vidente sueña imágenes, pero yo sueño con sonidos. Puedo soñar que alguien me está haciendo una crónica y en el sueño el cerebro me da la información de que está la mesa y el periodista al frente, en una zona campestre… pero no lo veo así tenga la certeza de que su presencia está. Es así que en el sueño lo represento como me lo imagino. Bueno, sueño como me imagino su presencia no su apariencia. 

Trabajo 
Cuando entré al colegio le pedí a la coordinadora que me diera todo digital para tener más autonomía y poderle presentar el diario de campo y las actas. Para la realización de estos documentos cuento con un programa especial: el software Jaws, que es un lector de pantalla para ciegos o personas con visión reducida que desarrolla la compañía Freedom Scientific. Esto me permite una autonomía en un 80% en la búsqueda de información en internet. Cuando necesito escribir algo lo hago en Word utilizando todos los dedos. 

En casa, como cualquier docente, preparo las clases. Pienso en el objetivo y las metas que quiero alcanzar. Cuando necesito escribir una información en el tablero llamo a un estudiante. Otras veces traigo la lectura en braille y leo. Después les dicto las preguntas. Pero lo que más me gusta es el trabajo cooperativo. Por eso, busco ejercicios como obras de teatro para motivar el trabajo en equipo porque como decía Vigotsky, el trabajo social es el que jalona los procesos de aprendizaje. 

También utilizo una regla metálica conformada por 28 cajetines. Cada cajetín tiene seis puntos, tres en el lado derecho y tres en el izquierdo de arriba hacia abajo. Combinando los seis puntos se obtienen todas las letras del abecedario, los signos de puntuación, los números y la simbología matemática. Aclaro que el alfabeto uno lo tiene en la cabeza y lo combina para crear una palabra. Ejemplo, usted tiene un papel y un lápiz. Pero en el lápiz no está el alfabeto. Con el lápiz puede acceder a las letras del alfabeto. Lo mismo es con el braille. La A es el punto uno; la B el uno y el dos de arriba hacia abajo; la C el uno y el cuatro de manera horizontal; la D uno, cuatro y cinco… 

Para que las clases funcionen considero que hay que hablar mucho con los muchachos. Aunque no existe un contacto visual con ellos procuro que haya mucha familiaridad. Por eso, me les aprendo el nombre y los reconozco según el tono de voz. 

Hago esto porque sé que pertenezco a una cultura basada en la deshonestidad. Y si creo un ambiente de credibilidad las cosas pueden cambiar. Por ejemplo, cuando paso revisando las tareas los muchachos intentan mentirme. Lo que no saben es que ser ciego no es ser tonto. Me hacen creer que me leen la tarea cuando la están inventando sin percatarse de que la voz, al inventar, titubea. Además, se quedan mirándome como sino sintiera que sus ojos me interrogan. Por eso los pongo a leer de nuevo y caen en la mentira. La mentira se delata porque se inventan versiones de la misma. Por eso las personas no son capaces de sostener una misma versión de su mentira. 

Amor
Usualmente soy tranquilo con los afectos porque considero que a través de una mujer se pueden amar a todas. Tengo una novia. Ella es secretaria. Con ella he tenido cuatro novias y todas videntes. 

Antes, confieso, les tenía miedo a las mujeres. Hay un episodio que me marcó a los nueve años. Mis amigos jugaban pico botella con unas niñas, pero ellas dijeron que solo jugaban si yo no jugaba. Fue cuando creí que por ser ciego no iba poder conquistar a ninguna mujer. Después me enteré de que todo era una condición mental y cambié ese pensamiento negativo porque descubrí que a las mujeres les gustan los hombres seguros. Y un hombre seguro no tiene miedo, menos a las mujeres porque ellas son como cualquiera, como un amigo, que también dice groserías y se contradice. Por eso no hay que idealizarlas. 

Educación
Estudié mis primeros años en una escuela especial para ciegos y sordos que estaba ubicada en Campo Valdés, que desafortunadamente cerraron en el 96. Digo desafortunadamente porque el estado no debe desconocer que los invidentes necesitan una educación especial para desarrollar las competencias necesarias con las cuales defenderse en el mundo de los videntes. Allá estudié hasta segundo. En tercero de primaria fui integrado a un colegio regular y a partir de entonces estudié en instituciones regulares. 

Después ingresé a la Universidad de Antioquia y me gradúe en octubre del 2009 del programa de lengua castellana. En el Alma Mater puede leer muchas cosas, sobre todo a Hermann Hesse, mi autor preferido. Pero mi obra favorita es El Principito del francés Antoine de Saint-Exupéry. Esta obra igual que La Metamorfosis de Franz Kafka son las dos obras más importantes del siglo XX. Según el filósofo alemán Eugen Drewermann estos dos libros logran el culmen de la literatura del siglo.

Pero el libro que menos me gusta es Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, en especial en el informe sobre ciegos, porque es una visión muy negativa que tenía el autor sobre los invidentes. Algo, pienso, tenía que ver la pelea que tenía con Borges o simplemente le tenía miedo a la ceguera. Afortunadamente se quedó ciego para que viera que las cosas no eran como las imaginó en su informe. Porque los ciegos no somos una sociedad secreta que se pueda comparar con los murciélagos y las babillas.

Otro libro, Ensayo sobre la ceguera de Saramago, que también trabaja la ceguera lo hace distinto porque la utiliza como una metáfora para describir la decadencia de la sociedad. Esto no está muy lejos de la realidad, por ejemplo, hay grupos de invidentes que en las fiestas arman tremendas bacanales, cosa que no me agrada mucho. 

También escribo pero no me aventuro a la novela porque me parece muy complicado y lleva mucho tiempo. Por eso me gusta escribir cosas cortas como cuentos. Uno de mis cuentos fue publicado hace poco en una revista para invidentes en la Universidad de Medellín. Claro que también sacan el número en tinta. El cuento se llama Bajo un cielo azul y relata la historia de una mujer que tiene un sueño que la atormenta todas las noches. Ella intenta evitarlo y va al sicólogo. Pero el sueño continúa. Hasta que llega un día de primavera en que ella decide cumplir su sueño. Se levanta de la cama, se pone la mejor gala y sale a caminar por la calle. Cuando está en la avenida principal de la ciudad se desnuda y sale corriendo. Ese era su sueño. 



Desde que se vieron querían saber más de lo que a simple vista podían intuir del otro. Ella imaginaba que ese muchacho tan delgado, tan femenino y tan de su gusto le dijera cualquier cosa. Por otro lado, él tan orgulloso de sí mismo, al menos era lo que intentaba reflejar porque con las mujeres era más que inexperto, por lo que se desesperó al ser incapaz de generar algún tipo de pretexto para acercarse. Sin embargo, gracias a la diligencia de unos amigos lograron reunirse. Después de varias palabras triviales, él sugirió caminar. Ella aceptó. Así que salieron sin decirse gran cosa. Él aceleraba el paso un poco y luego volvía a nivelarse al de ella. Ella se acomodaba el cabello sin dejar de mirarlo. Caminaron sin rumbo y ella se sorprendió a notar que estaban cerca de su casa. Creyó que era una señal por lo que no dudó en invitarlo a un café. Además, sus padres regresaban tarde. 

En la sala él imaginaba que la besaba, le bajaba el vestido con los dientes y le hacía el amor con tal frenesí que jamás lo olvidaría. Asimismo, ella anhelaba que él se le acercara, la abrazara y la tocara de tal forma que su cuerpo fuera una explosión de sensaciones. Ambos anhelaban lo mismo y no sabían cómo expresarlo. 

Cuando el silencio era un recipiente lleno de deseo, él acercó su rodilla a la de ella y ella emitió una sonrisa de niña que lo sonrojó. Acto seguido, ella puso su mano sobre la rodilla de él. Sin previo aviso él se lanzó, como si fuera un combate de lucha libre, a darle un beso y los dientes se chocaron entre sí produciendo tal estremecimiento que ambos se distanciaron. Ella se quedó mirándolo algo asustada. Pese a ese desafortunado inicio quería insistir, ese chico le gustaba mucho, por lo que le solicitó que se dejara guiar. Acto seguido lo besó lento. A medida que sentía la humedad de los labios empezó a emocionarse a tal punto que se quitó el vestido y sin previo aviso, le susurró al oído: “quiero que me la metas tan adentro que te recuerde siempre. ¡Dime qué quieres tú!”. Él se paralizó. Nunca se imaginó que ella emitiera tales palabrotas. Al ver la insistencia con esfuerzo balbuceó: “Te… lo voy hacer como… un animal”. Ella se apretó con fuerza y él tomó la iniciativa de envestirla, pero en el cambio de posición las manos se enredaron y las espinillas con las espinillas y las rodillas con los tobillos los condujeron a separarse de nuevo. Él se llevó las manos a la cabeza, aunque ardía de deseo. Ella se acostó en un mueble y lo invitó a acompañarla. Él, de un brinco, ya le estaba acariciando los senos, que más que tocar amasaba hasta que ella le dijo que más suave. Luego la abrazó en un estremecimiento y ella empezó a decirle: “Eres sucio y me harás sucia y haremos lo prohibido ¡Ah perro salvaje hazme tu perra! Ahhh..! Él se paralizó de nuevo al verla poseída frotándose sobre él de tal forma que no se atrevió a desconcentrarla. Luego, ella le quitó el pantalón y vio que el miembro del chico estaba flácido. Él dijo que eso nunca le había pasado e intentó tocarla de nuevo. Ya ella fue la que se quedó quieta, decepcionada. Él de golpe se vistió y dijo que tenía que irse. Ella asintió con un gesto de desgano y vio como ese muchacho se marchaba cabizbajo y no tan hermoso. 

Entre nubes los recuerdos y entre los recuerdos la nostalgia de mirar los días pasados a puertas cerradas. En las noches las casas estaban cerradas por miedo a los ladrones que se incrementaron con el racionamiento de energía. Esto hizo que muchos cerráramos las casas con llave. Las calles estaban desoladas y las personas en sus casas. Éramos los citadinos de la cuidad-dormitorio, algunos con vestigios de los aburraes, otros con genes judíos y vascos, pero la mayoría encerrados en casa para evitar el encuentro con hampones que tenían un arma y decían: “cuidado mañiño con abrir la puerta de la casa”, “pilas parcero se le meten por la ventana y le roban el televisor que con tanto sacrificio compró la cucha”, “no confíe en nadie porque le hacen la farisea y lo convierten en muñeco…”. Las casas cerradas de la ciudad que nació en Guayaquil y que intentaba ignorar desde el solar cuando miraba las nubes.