A veces necesito salir de mi cotidianidad porque tanta sobriedad me abruma. Asà que evoco mis años juveniles y me aventuro de nuevo a la noche, a su misterio e incertidumbre. Elijo un lugar para aturdirme un poco, reventarme los oÃdos antes de hacer lo correcto. ¿Qué es lo correcto? ¿Para quién? En fin, un par de cervezas para escribir sobre la barra del bar algunos poemas efervescentes. Dejar fluir la palabra sin medida, sin ilación, sin propósito. Escribir de la misma manera que un vagabundo dirige sus pasos a un lugar desconocido. De esta manera encarar el olvido como si la vida se fuese en ello.
No es un salto definitivo al vacÃo. Tal vez sÃ. Es como si la mucha luz necesitara un hilo de oscuridad para brillar más. O quizás en la noche se buscara el brote de luz que le dé sentido a la vida. Como si en lo aterrador surgiera la chispa, de la inconsciencia la locura, de los brÃos la enfermedad, de la desgarradura la calma. Hay algo en ese juego de luces y sombras que atrae y asusta.
Lo cierto es que en cualquier forma no sale uno bien librado porque cuando se aventura al abismo queda la piel desgarrada en el recuerdo, el lecho contaminado de algún dolor y la soledad persiguiendo gatos y estrellas.
A veces, no siempre, busco aturdirme un poco del ruido que endiosa la estupidez. Lo hago porque a veces estoy demasiado sobrio para hablar con mis semejantes.