—Lamentamos decirle que prescindimos de sus servicios.
—Bueno, las cosas no son como uno las imagina —contesto.
Miro la jefa de personal y quiero abofetearla porque por su culpa soy un desempleado más.
“Nancy la gente está acostumbrada a ser pisoteada. Si un jefe de personal dice lústrame los zapatos, lustran los zapatos. Yo soy distinto porque defiendo la dignidad del individuo. Por ello… eh… ya sabes… renuncié”. No, parezco muy heroico. “Nancy es hora de cambiar de vida y conseguir un mejor trabajo”. Tampoco. “Mira… eh… voy a montar un negocio con un amigo que será una mina de oro”. Ni yo lo creo. “Mientras surtía los aceites una voz interna me dijo que algo grande estaría por ocurrir y ya sabes… eh…”.
—Hola ¿Cómo te fue?
—Bien querida… eh… lo novedoso… eh… es que perdí el trabajo.
—¡Cómo! ¿Hablas en serio?
—Si, pero hay solución.
—¡Solución! Lo mismo dijiste cuando te despidieron de la fotocopiadora. ¡Siempre lo mismo! ¡Tu puta inestabilidad!
—Nancy no te enojes, las cosas volverán a ser como antes, confía en mí.
—¡Cómo antes! ¿Cuándo aprenderás a asumir responsabilidades? ¡Estoy harta de mantenerte!
—Pero Nancy...
—¡Pero nada! ¡Te vas!
—Nancy…
—Ya me sé tus excusas. Eres diferente a otros tipos, eres orgulloso, eres libre, eres el que escucha una voz interna que nos hará millonarios.
—Nancy, me duelen tus palabras.
—¡Ahora te duele!
—Ehhh...
—¡Lárgate!
En la calle soy otro desempleado sin mujer y sin casa. A unas cuadras adelante veo un bar.
—Señorita, una cerveza.
Pongo la maleta en el piso. Una cerveza y otra y otra. Una mujer se acerca:
—Te ves mal.
—¿Te parece?
—Si, pero yo te puedo… sabes… rehabilitar.
—¿Qué harías?
—Tienes que descubrirlo.
—No estoy de ánimo para las adivinanzas.
—Pareces un adolescente.
—Y si eso te parezco ¿por qué no te vas?
Otra cerveza. ¿Cuánto le debo? Gracias. Al querer tomar la maleta descubro que ésta no está ni tampoco la mujer que antes me había saludado. Así que en la calle soy otro ebrio sin empleo, sin mujer, sin casa y sin maleta. Voy cabizbajo y en una esquina tres jóvenes me detienen. El mas chico se lleva las manos al bolsillo del pulóver.
—Viejo, danos la billetera.
—¡Qué!
—¡Maricón la billetera! ¡Yaaaaaaaaaaa..!
—¡Qué!
De un puñetazo en la oreja me arroja al piso. Siento, sin poderme defender, como sacan la billetera del pantalón. Intento reponerme del golpe cuando de nuevo me toman de la camisa y me levantan de un tirón.
—¡Borracho la calle no es dormitorio público! Búscate otro lugar o...
—O ¿Qué? ¿Me golpearas?
—Muy bravo ¡Toma!
Con la cacha del revolver el policía me rompe la frente. Recuerdo la jefe de personal, a Nancy, a la mujer del bar, a los tres atracadores y de un golpe le hundo un pómulo al policía. Otros policías acuden a la escena.
— ¡Quieto, manos arriba! —grita un oficial.
Alzo las manos y TRÁCATE. Un cachazo en el rostro. De nuevo al piso y los polizontes empiezan a patearme. Minutos después un gato pasa y saca las uñas.