21 septiembre 2019
Por Juan Camilo Betancur E.



La Web es un término en inglés que significa “red”, “telaraña” o “malla”. En el ámbito tecnológico se utiliza para referirse a la red informática que es como una malla o tela de araña que comunica a una persona con otra en cualquier lugar del mundo. Por lo que en esta era digital el mundo está al alcance de la mano, a un clic. 

Debido al flujo de personas que frecuentan la Web se puede hablar de una nueva cultura que se basa en lo virtual y podríamos llamar “la cultura post”. Entiendo como cultura un cumulo de conocimientos, creencias, costumbres… que son adquiridos por el hombre como miembro de una sociedad (virtual) que ha cambiado notoriamente la manera de relacionarnos. Por ejemplo, antes, cuando la Internet era una estrategia militar en los Estados Unidos, las personas hablaban y se miraban a los ojos en un acto místico y espiritual para establecer un contacto vital e íntimo. Pero a partir de la década de los 80 y con un ritmo más vertiginoso en el siglo XXI, las formas de relacionarnos con el otro cambiaron de manera notable porque el contacto vital se estableció a través de la interacción con una pantalla y no por medio de personas, de sus experiencias de vida, como se había hecho desde siempre. 

Por ello, ahora en la cultura post el saludo no es necesario porque es una costumbre arcaica de los incivilizados que todavía viven sin correo electrónico, sin Whatsapp, Facebook, Instagram o Twitter. Por tanto, los incivilizados no existen si no están en la Web y los que están en la Web no los sentimos lejos (así no los determinemos) ya que con un mensaje de texto nos ahorramos la molestia de visitarlos o mirarlos a los ojos. Y cuando se mira más allá del celular se hace con un ojo para evitar tropezarse. Pero la idea es evitar estar lejos de la pantalla de los dispositivos tecnológicos. 

Al eliminar el contacto vital con los otros, los incivilizados sobre todo, quienes más se damnificaron fueron las grandes historias, aquellas que nos reunían en una hoguera e imaginábamos la trama y los personajes. Con la Web estas historias fueron desplazadas porque a la cultura post no le interesa la tensión dramática que es fascinante en los clásicos. La cultura post rechaza contundentemente elementos dramáticos como: la incomunicación, el desencuentro y la distancia porque quieren evitar a toda costa la incertidumbre y por tanto se imaginan un mundo tecnológico y globalizado. Entonces las grandes historias, sin tensión dramática se despacharían en un párrafo. Por ejemplo: 

En la “Odisea” de Homero a Penélope le regalan un computador portátil para que navegue en la Internet y se inscriba en una página Web para mujeres abandonadas por sus esposos y así no pierda su juventud esperando a Ulises. 

En “Drácula” de Bram Stoker a Jonathan Harker, el abogado, le dan un Esmarfon 6 en el que le escribe un mensaje de texto a su mujer, desde el castillo del Conde, en Transilvania: “Necesito verte. Acá pasan cosas extrañas. Besos. Chao”. Y ella responde: “No seas miedoso bebé. Mándame una selfie donde se vea el castillo y así no sueño cosas tan espantosas”. Con estos mensajes en un par de horas le dan contexto a la historia y no son necesarias todas las cartas que se escriben en el libro. 

En “Frankenstein” de Mary Shelley al capitán Robert Walton un marino le da una Tablet con datos para que le pueda escribir a su hermana. Pero el capitán al ver su barco atascado a cientos de kilómetros de tierra firme, en su aburrimiento lo que hace es entretenerse en Instagram mirando fotografías de rusas despampanantes y se olvida de escribir cartas y tampoco se interesa en conocer a Víctor, el alquimista medio loco que le dio vida al legendario Frankenstein. 

En estas historias, con objetos tecnológicos que permitan acortar la distancia, se evidencia que la incomunicación, la distancia y el desencuentro son impensables en la cultura post porque no se puede esperar, sobre todo en una era que  aceleró el afán de contarlo todo, de saberlo todo, de virtuarlo todo, de estar horas y horas revisando una y otra vez las redes sociales y los mail. 

No se puede esperar porque en la cultura post el chico o la chica post traslada toda su vida a la Web sin percatarse de que allí es nadie. Tal vez por eso es que sufre, como resfriados, depresiones post, desconexiones post, soledades post y suicidios post. Y no le importa porque en la cultura post para ser un miembro activo hay que cumplir tres requisitos básicos. Primero, no saludar a tus semejantes. Segundo, tener problemas de identidad para reinventarse y ficcionarse ante desconocidos. Tercero, evitar relacionarse con personas que no sean post-izas porque son los dinosaurios del nuevo milenio y la onda en el tiempo de la prisa post es imaginar que la vida es un salto al vacío con hipervínculos que llevan a ninguna parte. 

En resumen, la Cultura Post es lo último porque allí están los escritores post que escribirán libros post para público post con ideas post. Y el público post piensa corto porque en la cultura post todo es breve y vertiginoso, rápido y distante, olvidadizo y fugaz. De ahí que los escritores post se caractericen por ser lacónicos y no decir mucho porque en la web los grandes párrafos dejaron de usarse. Por eso, al público post le gusta el contacto post que promulga el amor sin tacto y el sexo post-ergado.


17 de agosto 2019
Por Juan Camilo Betancur E.


Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños”.
Khalil Gibran

Escuché decir que un maestro es aquel que responde directo a las preguntas, sin rodeos. Es aquel que da con gracia lo que con gracia recibió. Esta acepción es precisa para la socióloga Patricia Correa. La mujer que hizo de los ambientes hospitalarios un espacio propicio para la promoción de lectura infantil.

Debido a su trabajo y el proyecto “Palabras que acompañan” (auspiciado por el laboratorio GlaxoSmithKline) Patricia aprendió sobre la relación del sistema de salud, las tensiones que se generan en los hospitales y clínicas y logró que los padres se dieran cuenta, en espacios no convencionales, que a los niños les gusta los libros y que muchas veces los entretiene más que un televisor. 

El proyecto de “Palabras que acompañan” empezó en abril del 2002 en doce instituciones en Bogotá. Progresivamente se abrió en ciudades como Medellín, Cali, Manizales. En el 2003 se extiende a Cartagena, Barranquilla y Bucaramanga. En el momento atienden en promedio unos 43 hospitales. El 90% de las instituciones son públicas. Aunque también están en centros privados. Sin embargo, sea en una institución privada o pública, los niños, según la socióloga, cuando están enfermos siguen siendo niños sin importar el estrato. 

Este proyecto cuenta con el ingenio y la intuición de una mujer como Patricia que ha logrado con personas de todos los estratos y niveles educativos la empatía, la capacidad de llegar a consensos, el trabajo en equipo y con esto utilizar el poder institucional para ir más allá del beneficio personal y sensibilizar en los hospitales a niños enfermos con la lectura de cuentos infantiles y así hacer de la literatura, una medicina para el espíritu.

Este proyecto que se expande por las ciudades más importantes de Colombia es un avance social, político y económico para el país porque toca el núcleo familiar y lo acompaña a través de la lectura de cuentos infantiles. Pues, esta lectura de cuentos mejora sustancialmente las familias porque muchos de los niños evolucionan mejor de sus enfermedades al tener la posibilidad de escuchar la lectura de un libro, el acompañamiento de un adulto diferente a sus padres y la posibilidad de soñar con las historias que escuchan y comparten con sus familias.

Conocí el proyecto en el año 2011, cuando trabajaba como docente de primera infancia en la Comuna 13 de Medellín. Estuve en un evento donde compartieron las experiencias de promoción de lectura más exitosas del país. En ese momento, al ver el impacto que generaba el proyecto de “Palabras que acompañan” quise conocer a Patricia para saber más de cómo trabajar la lectura con primera infancia en espacios no convencionales. Pues, por ese entonces les leía cuentos a niños entre 4 a 6 años y no lograba cautivarlos más de 15 minutos. No obstante, tal vez por falta de constancia o inexperiencia de reportero,  no logré contactar a  Patricia y me di a la idea de que ella era una fuente difícil de rastrear.

Años después, fui corresponsal de primera infancia en Medellín del portal de Magured del Ministerio de Cultura. Me encargaron cubrir “El primer Seminario Taller: Primara infancia y espacios para la lectura en ambientes hospitalarios” que organizó el Ministerio Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia en el Parque Biblioteca San Javier. Además, era el primer evento de esta magnitud que se hacía en el país, y liderado por una mujer. Acudieron bibliotecarios públicos, algunos agentes educativos y culturales de todo el departamento de Antioquia. Después de los protocolos escuché el nombre de la ponente: “la socióloga Patricia Correa” y sentí que la conocía de alguna parte. Durante unas horas no logré identificar de donde la conocía. Incluso hablé con ella para explicarle mi rol de periodista del evento, pero no me explicaba por qué se me hacía tan familiar su nombre. Luego, recordé el  proyecto “Palabras que acompañan” cuando ella lo expuso como una experiencia vital. En ese momento me asusté porque el universo me dio la oportunidad de conocer a una de las mujeres más influyentes en el ámbito de la promoción de lectura en el país. Una mujer que deseé profundamente conocer años atrás. Así que no desaproveché la oportunidad y conversé con ella.

A continuación les comparto esta entrevista, producto de una serie de preguntas que le hice a Patricia Correa y en sus respuestas encontré una palabra que toca el alma, el corazón y las tripas.  


¿Cómo sería una educación inicial para que un niño sea un ser íntegro?
El problema es pensar la educación por estancos. Es decir, por un tiempo es competencia de unos miembros de la sociedad. Llámese la familia o las personas a cargo de los niños más chiquitos hasta que los reciben en los jardines infantiles. En ese momento los papás asisten a las reuniones y están pendientes de los procesos de sus hijos. Pero van creciendo y los papás asisten menos. Cuando el proceso educativo es un proceso de transmisión porque todos los que llegamos antes tenemos el sagrado deber de transmitirle lo mejor de nuestra cultura a los que recién llegan para que se integren de la mejor manera. Pienso ese proceso en estancos: La familia, el jardín, la escuela y luego uno los suelta. Pero no es que se les suelte del todo porque los niños siguen vinculados fundamentalmente a la familia. A lo que voy, es que la educación no es solo inicial sino para toda la vida. No es solo por momentos o por funciones sociales sino un proceso de transmisión de siempre. Por eso, cuando se piensa en la primera infancia se piensa en la familia. 

Hablabas de la responsabilidad como resultado de una decisión. ¿Podrías ampliar el significado de esa frase?
Cada uno de los que estamos aquí tenemos una cuota de responsabilidad. Es decir, los niños son responsabilidad de toda la sociedad. Desde que se decide tener un hijo, deseado o no deseado, ojala deseado, se adquiere una responsabilidad que se acaba con la muerte del padre o la madre. El vínculo emocional y el papel de la construcción psíquica del otro continúan. Por ello, los valores se aprenden con modelos coherentes de respeto o el ejemplo. Es decir, uno tiene que asumir sus responsabilidades. La misma palabra lo dice, “responsabilidad” significa: Responder por las consecuencias de una decisión o acción que uno esté realizando. Ahora, las responsabilidades no son culpas. Si me sitúo en el terreno de la culpa no hay salida. Pero si me sitúo en el campo de la responsabilidad encuentro soluciones. Además, las herramientas para asumir la responsabilidad cambian. No es lo mismo la responsabilidad cuando tienes veinte años o todo lo que sabes cuando tienes sesenta. Por eso es que en las comunidades de antes, ya no tanto, los más viejos eran los más escuchados. Ya les había pasado un montón de cosas y habían enfrentado un montón de responsabilidades. Por eso, cuando decido tener un hijo asumo la responsabilidad de esa decisión. Lo otro, es que los papás creen que si castigan al hijo lo van a traumatizar, lo mismo si lo consienten demasiado. Cuando un padre se pone en ese plano se ubica en el terreno de la culpa. Y para evitar la culpa los papás han ido entregando y delegando su saber. Es una cosa gravísima pensar que los papás no saben. Por eso, hay que devolver a la familia su saber en la crianza y en el acompañamiento del desarrollo del nuevo ser. ¡Si sabemos! ¡Está en los genes!

Dictaste, a nivel país, el primer Semillero Taller: Primera infancia y espacios para la lectura en ambientes hospitalarios ¿Cuál es aporte a la sociedad con este Semillero Taller?
En este taller se toca la relación con la familia y con los otros miembros de la sociedad: Bibliotecarios, maestros… Mostrando que también otras personas pueden aportar al proceso. Alguien dice, no recuerdo el nombre, que donde hay un niño hay un adulto. Es decir, el bebé no se puede mover solo. Las crías humanas son mucho más dependientes que cualquier otra cría. Los niños no tienen la posibilidad de independizarse de sus padres como sí se independizan otras crías. Su supervivencia depende por lo menos de un adulto. Por eso, un taller como este, que se propone desde la Biblioteca Nacional y desde el Ministerio de Cultura sobre lectura en la primera infancia sabe que pasa por la familia. Esta comprensión permite decirle a la familia que desde que nace el bebé hay que acompañar a los padres. Conectar con la sensibilidad de ese adulto para que pueda transmitirla al bebé. Entonces se crea un espacio para los padres y los hijos diferente al de la cotidianidad, diferente al del lenguaje fáctico. Esto da permiso al lenguaje del relato. Entonces los papás encuentran que tienen historias que le pueden contar a sus hijos de cuando eran pequeños. A los niños les encanta saber que los papás también eran pequeños. Así se enamoran de la lengua del relato que es la que después encontrarán en la literatura impresa, en el cine. Además, entienden que no se tiene que ser cantante de ópera para cantarle al niño y arrullarlo. Un ejemplo, en una entrevista a Maurice Sendak, autor de “Donde viven los monstruos”, dice que cuando su padre le leía lo tenía sobre sus piernas y que él asocia la lectura con el olor de su papá, con el calor de su papá. Y si eso les pasa a los niños es algo que nunca van a olvidar. Esa sensación queda en el cerebro, en el corazón y en la tripa. Claro, eso no quiere decir que ese niño se vuelva el superlector, pero su relación con la lengua es fuerte en todas sus dimensiones. 

Mencionaste en el taller que los arrullos se acabaron. ¿Cómo es eso?
Cuidado, no estoy diciendo que no hay música para niños. Hay nueva música infantil latinoamericana. Es un movimiento muy serio. A lo que voy es que en todas las culturas humanas existe el arrullo a los niños. Hay referencias desde los neandertales. Los arrullos son un hacer que se transmite oralmente de generación a generación y se transformaba con las interrelaciones culturales. En nuestros arrullos hay información de nanas de los españoles del año 1.500. También hay arrullos que se rastrean desde México hasta Argentina y que en los distintos países tienen variaciones rítmicas y en sus textos. Claro, esto se da mucho más desde el lado femenino. Pues los abuelos contaban los relatos de miedo y de cómo era que se hacía antes y ahí transmitían un montón de valores. Pero el canto era más femenino. Por lo menos el canto de la nana y el arrullo. Por ejemplo, la niña que era arrullada a la vez arrullaba a las muñecas, luego a sus hijos y nietos. Eso permitía continuidad. Pero, cuando la mujer se incorporó a la fuerza laboral fuera de casa ya no le quedó tiempo para los arrullos. ¿A qué horas esa mujer va a cantar? Por ello, a muchas de las mujeres de ahora no les cantaron. Eso no se les transmitió ¿Cómo van hacerlo? Como se sabe el oído es el primer y el último sentido que se cierra. Entonces el bebé oye la champeta desde que está en el vientre. Lo duermen con la champeta y el vallenato y ese es su mundo sonoro. Cuando la nana y el arrullo cumplen una función importante y es calmar, tranquilizar y conectarse con la emocionalidad del bebé. Los arrullos son vitales para el desarrollo inicial de los primeros meses del niño, la construcción de esa psiquis inicial, del vínculo del bebé con la madre… y eso no está en la champeta ni en ninguno de esos ritmos populares. 

Tu profesión es la sociología. ¿Por qué nunca la ejerciste? 
Salí de bachillerato y quería ser la primera Jacques-Yves Cousteaude de Colombia y por otro lado amaba leer. Quería estudiar Biología o Filosofía y Letras. En la Universidad de Antioquia inicié Biología. Hice cuatro semestres y al tiempo ingresé a la Escuela de Artes de la universidad a estudiar teatro. Llegó un momento en que la escuela se cerró para transformarse en facultad. Por esos días, en Biología, nos llevaron al nacimiento del río Medellín a tomar muestras. Luego, pasamos un semestre completo analizando las muestras de un solo día. Fue cuando entendí que eso no era lo mío porque necesitaba la gente y estar afuera. Tampoco seguí con el teatro porque cerraron la escuela. No quise esperar, menos en los 70 con lo que estaba pasando a nivel político en el país. Entonces decidí estudiar Sociología porque ofrecía un trabajo cultural y social importante. Aprendí mucho. Por ese tiempo también me casé y tuve mi primer hijo y empecé a trabajar medio tiempo en la guardería Mirringa Mirronga con María Cristina Gómez. Allá descubrí la maravilla de trabajar con los niños. María Cristina fue una gran maestra. Tengo una imagen de ella. Siempre preguntaba quién quería hacer tal cosa, sin obligar a nadie. Ella decía: “¿Quién quiere venir conmigo a leer? Ella tomaba un libro de poesía que no tenía muchas ilustraciones. Ella se ubicaba en un rincón de un patio y todos los niños iban a escucharla. No había nada que compitiera con María Cristina, ni la arenera. Eso me mostró lo que quería hacer.

¿Cómo llegas a trabajar con ambientes hospitalarios?
Me fui de Medellín. Viví en Cali. Estuve cerca del grupo de Gloria Rincón. Allá los niños eran los que marcaban el ritmo y tomaban muchas decisiones. Por ejemplo, hicimos un libro y los niños lo escribieron a mano. Entonces se preocuparon por la caligrafía y la ortografía porque los iban a leer. Descubrieron que la ortografía tiene sentido, igual que un semáforo en rojo. Es decir, entendieron que la norma tiene sentido. Pero cuando la norma no tiene sentido o no te la explican, entonces no la entiendes y la violas. Y la ortografía, la morfología y la sintaxis tienen la función de que el mensaje llegue claro. Eso lo entendieron niños de siete años. Comprendí que los niños se comprometen con sus procesos de aprendizaje cuando hay sentido. Después me trasladé a Bogotá y llegué a ACLIJ (Asociación Colombiana para el Libro Infantil y Juvenil) que hoy es Fundalectura. Allí encontré a María Elvira Charria, una gran maestra. María Elvira, estando en el CERLALC (El Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe) junto a Geneviève Patte, una bibliotecaria francesa, y con la gente de CONACULTA (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) en México, construyen el proyecto: “Leamos de la mano de papá y mamá”. Geneviève Patte fue la directora de una biblioteca en un barrio a las afueras de Paris y trabajó una propuesta integral desde la biblioteca hacia la comunidad involucrando a la familia. También con el trabajo de ACCES (Acciones Culturales Contra Exclusiones y Segregaciones) se empieza a promover la lectura en espacios no convencionales, pero donde estuvieran los bebés con las familias. Así involucrar a la familia en un espacio donde haya un reconocimiento del niño como lector. Entonces lanzan, a partir de la propuesta de Geneviève y de ACCES, la propuesta de “Leamos de la mano de papá y mamá” para América Latina. En ese encuentro había gente de Argentina, Venezuela, Ecuador, Panamá, Nicaragua, Honduras, Colombia y México. Luego, nos seguimos citando una vez al año en México con Geneviève a trabajar los componentes del programa. La condición era que cada uno de los participantes abriera una sala para replicar lo aprendido. Por Colombia estuvimos Graciela Prieto del Ministerio de Cultura y yo. En ese entonces tenía a mi hijo muy chiquito y su pediatra era la directora de pediatría del hospital de la policía. Le dije que quería leer en el hospital y aceptó. Empecé a leer en la sala de espera. Además, el tiempo de la enfermedad es un tiempo de espera. Esperas a que el médico te atienda, esperas los resultados del laboratorio, esperas el efecto del tratamiento, esperas a que todo funcione; es una espera que a veces es muy larga, es una espera atravesada por angustias, dolores físicos y emocionales.

¿Cómo inicia tu manía por comprar libros infantiles?
Empezó con la voz del relato de mi madre. Ella me contaba historias todas las tardes. Para ella es una urgencia leer. Mi papá leía mucho la prensa. En una época de problemas económicos él llegaba por las noches y nos leía un libro maravilloso que después me enteré que era "Las mil y una noches". A él le encantaba comprar libros. Después, cuando mejoró la economía, tenía muchos libros en la casa. Yo tuve libros ilustrados. Leía en el quicio de mi casa. Me hice lectora. Tanto que me volaba de clase para leer en la biblioteca. En el bachillerato me leí los rusos. En la universidad descubrí los libros de fotografía y los de arte y me pasaba tardes mirándolos. De ahí surge esa fascinación por los relatos y por la imagen. Además, veo mucho cine. Entonces, cuando los recursos lo permiten empiezo a comprar libros infantiles. No compro sin evaluar. La idea es donar esos libros, quiero que sean un fondo para una biblioteca infantil. 

¿Cuál es el libro que más has regalado?
Para adultos el libro que más he regalado es "Amor en los tiempos del cólera". Es para mí, el libro por excelencia de Márquez. Ese libro es un tratado sobre la mujer, sobre lo femenino. De investigación, "Lecturas: del espacio íntimo al espacio público" de Michele Petit. Y el infantil que más regalo es "Todo lo que deseo para ti" de Henrike Wilson y Jutta Richter.
10 de julio 2019
Por Juan Camilo Betancur E.


  
Según este panorama laboral en Colombia las mujeres que son madres no están compitiendo en igualdad de condiciones con los hombres, así sean más eficientes y productivas, incluso así estén dedicadas, de manera parcial o permanente, al hogar. 



Marina de Jesús Echeverry Acevedo nació en 1.960 en un pueblo ubicado en el suroeste antioqueño llamado Fredonia. Un pueblo atrapado en la edad media, donde parecía que el tiempo no pasaba, así el país llevara dos años bajo el gobierno de Alberto Lleras Camargo, el primer presidente del Frente Nacional y las guerrillas FARC y ELN se estuvieran gestándose gracias a la influencia de la revolución cubana. Pero estas noticias no le llegaban a la familia de Marina que vivía sin electricidad, y apenas utilizaban las velas. 

Marina era la quinta de siete mujeres. Vivía en una casita de material, casi derrumbada, ubicada en la vereda Travesías. Allí pasó su niñez y estudió hasta quinto de primaria. Desde muy niña se caracterizó por su inteligencia. Para ir a la escuela se demoraba una hora y media. Su padre había comprado un radio de pilas al que le había adecuado un hueco en una pared, como una especie de altar, para enterarse de lo que pasaba en el país. Esa cajita era algo maravilloso porque atrapaba las voces sin dejar rastro. Era como un hechizo. Pero el padre de Marina no dejaba que nadie, excepto él, la tocara. Él llegaba del trabajo, se descalzaba, ponía los pies en una ponchera con agua tibia y prendía la radio. Todavía se hablaba de la visita del papa Paulo VI a Colombia, se mencionaba que la novela “Cien Años de Soledad” de García Márquez podría representar un hecho importante en la literatura colombiana, pero los hechos más importantes habían sido la presidencia de Misael Pastrana y el record mundial de Martín Emilio Cochise en México. Escuchaba con atención y nadie podía interrumpirlo. Sin embargo, la madre de Marina le pidió que pensara mejor la idea de retirar a su hija de la escuela. Él dijo que no había discusión. Días después lo visitó la profesora de Marina, pero él fue contundente con su “no”. No estaba dispuesto a patrocinar sus estudios secundarios pese a los ruegos de la profesora que estaba interesada en ayudarla. 

—¿Por qué no permite que su hija estudie? Yo sé que ella puede terminar sus estudios porque es una niña muy inteligente. –Dijo Noira Arenas, la profesora que en ese entonces enseñaba en la escuelita de la vereda Uvital. 

—Le agradezco su preocupación, pero mis hijas no necesitan estudio para casarse. –Repuso Pablo Echeverry, el padre de Marina. 

Meses después, Alicia Acevedo, la madre de Marina, a quien le gustaba sembrar y se esmeró en que su hija estudiara, le regaló una ruana azul, de lana, con bordes negros. En la radio, por esos días, empezaba a sonar la canción “No tengo dinero” de Juan Gabriel. 


—Lo único que quise de pequeña fue estudiar porque soñaba con ser profesora o secretaria. Siempre miraba con admiración a las profesoras y secretarias porque atendían a la gente con mucha amabilidad. –Dice Marina. 


El mal de amor 

La familia la conformaron siete mujeres y un hombre. Sus hermanas mayores se casaron y Marina fue quien ayudó a sus hermanos menores, en especial a los dos últimos, para que pudieran estudiar. Con el paso de los años el semblante de Pablo se hizo más sombrío porque lamentaba que su apellido se dilatara en las generaciones futuras. Con sus hijas su apellido estaría superpuesto a otro que no tenía nada que ver con la familia. Además, las mujeres no tenían el mismo temple para trabajar la tierra. 

La hija mayor nació con una deficiencia de aprendizaje que le impedía relacionarse con el sexo opuesto. La siguiente se casó con un hombre que le temía a la oscuridad, a los rayos, a las sombras y delegó a su compañera la responsabilidad de ponerse los pantalones en la casa. Quizás, por ello convivieron hasta la muerte de su esposo. La otra se casó con un hombre virgen que salía en las noches y cazaba búhos y envenenaba perros. Él al conocer el estremecimiento afrodisiaco del sexo intentó encerrarla bajo llave. Pero ella se escapó a la ciudad con sus dos hijos. Otra se casó con un hombre quién fue asesinado de una puñalada en la espalda y la dejó con dos niñas. Otra quedó embarazada sin casarse y al obligarla a convivir con el padre del niño murió al dar a luz. 

En la época que Marina conoció a Juan Ángel Betancur la salsa empezaba a tener su apogeo y sonaba “Pedro Navaja” de Rubén Blades y Willie Colón, el país estrenaba la televisión a color, estaba en auge la revista “Alternativa” y también se hablaba del Gran Paro Nacional de las centrales obreras por los problemas inflacionarios que generó la “Bonanza Marimbera”, debido al influjo del narcotráfico y de los altos precios de la libra del café que dio una ilusión de bonanza. Pero había quienes creían que eran buenos tiempos. En especial Alicia, madre de Marina, porque aparte de que se veía un poco más de dinero en la casa, su hija preferida parecía que iba a ser la única que podría construir una verdadera familia. Ese noviazgo era, tal vez, la alianza más importante que había hecho la familia. Incluso, Pablo estaba contento y trataba al nuero con amabilidad. 

Marina y Juan consiguieron una casita en la vereda el Uvital. En los primeros meses iban a recolectar café y fueron esos meses el idilio del amor. Pues, cuando Juan se enteró de que ella estaba embarazada de un varoncito cambió notoriamente. Se volvió más huraño. Tanto que llegó a levantarle la mano varias veces. Se separaron en repetidas ocasiones y en una de esas reconciliaciones quedó embarazada de una niña. 

—Yo lo quise mucho. Hasta le propuse que estuviéramos como hermanitos. Lo único que quería era que mis hijos tuvieran un padre. La verdad, estaba enamorada y él me decía que lo dejara en paz y que yo era lo peor que le había pasado en la vida. Me demoré diez años para olvidarlo y entender que él no me quería. Pero, durante ese tiempo estaba dispuesta a perdonarle sus ofensas. A veces, una por los hijos se olvida de la dignidad de la mujer. –Afirma Marina. 
—Ella y yo no nos entendimos. Lo intentamos pero no nos entendimos. Además, su padre era muy conflictivo. Admito que por cobardía no busqué a mis hijos. Pero, en el fondo, sentía que era mejor no buscarlos para no incomodarla a ella y a su padre y no darles más motivos para que hablaran mal de mí. Es que nunca me han gustado las habladurías. –Responde Juan. 


El trabajo 

El primer trabajo de Marina fue de empleada doméstica en la casa del Escultor Rodrigo Arenas Betancourt. Este escultor, tal vez, con el escritor Efe Gómez y Carlos Sánchez más conocido como Juan Valdés, son los personajes más insignes de Fredonia. Por aquel entonces, a principios de los ochenta, Rodrigo era ya reconocido por sus esculturas en México y Colombia. Era una figura internacional y eso era extraño en un pueblo como Fredonia porque pocas veces sus habitantes habían visto a un personaje famoso viviendo entre ellos. Además, de fama tenía dinero. Rodrigo les regaló casas a los campesinos y se construyó una casa en la vereda el Uvital. Era un ser silencioso y amante del ron. Cada día se despertaba a las cinco de la mañana y con un ron, recostado en una hamaca, como un ritual divino, esperaba los primeros rayos del día que se abrían paso entre las montañas. Luego, se subía en su Renault cuatro y se dirigía hacia su taller que estaba ubicado en el municipio de Caldas. Rodrigo sentía por Marina un aprecio especial porque a él cuando era chico, Don Enrique Betancur, el suegro de Marina, lo hospedó en su casa con su madre y le ayudó incondicionalmente. Y como el esposo de Marina (primo del prestigioso escultor) no respondió por sus hijos, Arenas quería ayudar a aquella mujer porque sentía que era una responsabilidad familiar. 

—Recuerdo que el maestro Arenas era un ser muy silencioso. No hablaba con nadie ni siquiera con su segunda esposa. Por eso, intentaba hacer todo lo más silencioso posible. Pero, una vez que me fui con mi hijo que era muy llorón y sucedió algo muy asombroso. Mi hijo, tenía unos dos años, empezó a llorar y no había como calmarlo. El maestro estaba en una hamaca con un vaso de ron. Mi niño lloraba y lloraba. Así que me acerqué y le dije que si le molestaba. Él me miró y me dijo que lo dejara llorar y desahogarse, que así es que se desahogan los niños. ¿A caso las mujeres no se desahogan con los chismes? –Recuerda Marina. 

Rodrigo Arenas le propuso a Marina que se fuera a trabajar con él en Caldas. Pero ella desistió porque su padre se le arrodilló y le dijo que no lo dejara solo. Pues, después de la muerte de su esposa se dedicó a beber y vagabundear. Él no se imaginaba sin una mujer que le cocinara y le lavara la ropa. La difunta Alicia Acevedo no pudo reponerse de la muerte de la hija que murió a dar a luz. A eso se le sumaba las infidelidades de su marido. Esto la debilitó hasta tal punto que se sumió en una tristeza irreversible que le paralizó el corazón a finales de 1985. Año en que el M19 se tomó el Edificio del Palacio de Justicia, el Nevado del Ruiz hizo erupción y borró a Armero del mapa y la enfermedad del sida apareció como una amenaza para la humanidad. 

El segundo trabajo que encontró Marina fue con una parejita que se hacían llamar los gringos. Ambos, nacidos en Antioquia, habían viajado a Estados Unidos por el sueño americano. Trabajaron durante años y al volver compraron un terreno en la vereda Travesías donde edificaron una casa. Ellos habían adoptado varios perros que cuidaban como sus hijos ya que no habían podido concebir los propios. Trabajó con ellos, en un principio, medio tiempo, luego tiempo completo durante diez años sin recibir cesantías ni prestaciones sociales. 

Así como Marina, según Estudios de la Organización Internacional del Trabajo, el Banco Mundial y la Cepal, revelan que la jornada de trabajo de las mujeres en labores remuneradas y no remuneradas es mayor que la de los hombres. Además, la distribución de las tareas domésticas sigue siendo desigual porque a su trabajo remunerado se le suma el trabajo del hogar. Por otro lado, las empleadas de servicio como Marina se internan en casas ajenas durante días o meses. Por lo que, contradictoriamente, se separan de sus hijos para poder conseguir el dinero para que puedan estudiar y comer. A veces solo ven a sus hijos los días de descanso o en vacaciones. Y estas mujeres han tenido que desplazarse a los pueblos y a la ciudad debido a la precariedad de las economías neoliberales, la inestabilidad laboral y el aumento de la pobreza que llevaron a muchas mujeres a participar del mercado laboral, la mayoría de ellas en cargos inferiores por falta de estudios, como es el caso de Marina. 

Luego, la finca la compró un negociante que tenía supermercados en la central mayorista y en varios municipios de Antioquia. Con él Marina se enteró de que un empleado tenía derechos laborales. Ella cuidaba la finca, cocinaba, jardineaba, aspiraba la piscina y hacía otras funciones que, a veces, a los hombres les quedaba grande. Con este señor se trasladó hacia El Poblado-Medellín y se instaló con sus hijos en el municipio de Girardota. 

Su último trabajo fue el de niñera. Con este trabajo ayudó, como pudo, a sus hijos a estudiar. Luego, su hijo mayor se graduó en la Universidad de Antioquia en la Facultad de Comunicaciones y su hija de nutricionista, de la misma universidad. Más tarde, Marina se retira del trabajo, sin jubilarse porque debido a los robos que le hicieron algunos empleadores, no logró cotizar lo suficiente. Sin embargo, se retiró del trabajo de más de treinta años en una casita en el municipio de Girardota a dedicarse a sus propios sueños. “Me dije, qué sí mis hijos estudiaban, iba a estar al lado de ellos hasta que se graduaran. Gracias a Dios he tenido la fuerza para acompañarlos. Además, han sido ellos la luz de estos años. Por ellos es que trabajé. Ahora, puedo pensar en mi otro gran sueño que es estudiar, abrir un restaurante y comprarme una casita para pasar mi vejez”. –Concluye Marina. 

Toda su vida laboral la ejerció como madre cabeza de familia y la mujer cabeza de familia puede ser soltera o casada sí tiene a su cargo hijos menores u otras personas incapacitadas para trabajar. Al menos así lo estipula la Ley 1232 del 2008 en su Artículo 1. Claro que hay que aclarar el adjetivo “soltera” que también abarca a mujeres viudas o divorciadas, como es el caso de Marina porque ella asumió la responsabilidad de sostener el hogar, ya que su conyugue se abstuvo de sus obligaciones como padre. 

Y como Marina, son muchas las mujeres en el país que asumen por completo el sustento del hogar. Por ejemplo, según datos de la Encuesta Longitudinal colombiana (Elca), de la Universidad de los Andes, y del Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana, cerca de la mitad de las mujeres del país son madres solteras. Del mismo modo, el DANE en el 2017 indica que el 56 % de las mujeres colombianas son madres cabezas de familia y el 41,9 % tiene alguna ocupación laboral fuera del hogar.  Esto genera dos preguntas: ¿La sociedad colombiana vive un desplazamiento masivo de las mujeres madres cabeza de familia hacía las ciudades en busca de una oferta laboral mal remunerada? y ¿cómo la sociedad colombiana se prepara para este cambio? 

Cuando la madre cabeza de familia cuenta con mecanismos de protección como La Constitución Política de Colombia que le brinda acompañamiento, tal como lo estipula en su artículo 43. Por consiguiente el Estado está en la obligación de establecer mecanismos que promuevan el fortalecimiento de sus derechos económicos, sociales y culturales en materias como la educación, el empleo, la vivienda, entre otras. Pero al parecer las madres cabeza de familia, ya sea por desinformación, desinterés o por falta de gestión no acuden a todas estas garantías, por lo que las leyes no funcionan. 

Además, en materia laboral, estas mujeres desarrollan competencias que el mercado laboral busca y exalta, pero por ser virtudes de las madres cabeza de familia no son muy valoradas. Estas competencias las definió el Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana, y son las siguientes: 

1. Piensan y actúan en función de las necesidades de su familia, lo que se traduce en una empresa como “orientación y servicio al cliente”. 
2. Por su trabajo en el hogar son un referente a seguir por parte de los miembros de la familia, lo que viene a ser “liderazgo organizacional”. 
3. Se ganan la confianza de los hijos y esposo gracias a su coherencia entre lo que dicen y piensan, validando su “integridad y lealtad”. 
4. Para atender las necesidades de toda la familia, en especial la alta demanda que exigen los recién nacidos o niños pequeños en cuestión de tiempo, esfuerzo y dedicación, generan gran capacidad de “eficiencia laboral”. 
5. Son capaces de organizar a los hijos y esposo, según las capacidades de cada uno, desarrollando así la competencia de “trabajo en equipo”. 
6. Terminan aprendiendo a escuchar y a tener empatía, gracias a su capacidad de “comunicación”. 


La crisis de la casa de nadie 

Después de la muerte de su madre, Marina estuvo a cargo de su padre y cuidó de él como ninguna otra hija. Por eso, él le escrituró la casa por sí llegaba a faltar, sus hijas, en especial una, la que más se parece a él, no dejara a Marina en la calle. Cuando ella firmó las escrituras reformó el baño, la cocina, construyó un lavadero y le echó piso a toda la casa. Además, se dedicó, cosa que hacía de pequeña, a cultivar flores. Pablo conoció a otra mujer y se casó por segunda vez. La madrasta, como en los cuentos infantiles, empezó a hacerle la vida imposible a Marina y sus hijos. Lo que quería era las escrituras. Una de las cosas que hizo fue degollar una gallina, que le pertenecía a Marina, y dejarla en una horqueta de un árbol de naranja con las tripas afuera. Al final fue Pablo el que se pasó para otra casa diagonal que años antes era una tienda. En el fondo sabía lo que su hija había hecho por él, pero, las circunstancias actuales era otras: ya estaba acompañado y no necesitaba de su hija porque ya tenía quien le cocinara y le lavara la ropa. 

No solo la madrasta estaba tras las escrituras. Una hermana de Marina, cuyo nombre se reserva para evitar problemas legales, también se interesó. Entonces se alió con Pablo, a quien no le hablaba hacía años. También los gringos se unieron y empezaron a fraguar un plan. Marina trabajaba en Medellín y, aunque sabía que las cosas con la familia iban de mal en peor, no se imaginó que llegaran a tanto. Una mañana, cuando su hijo iba a visitar la casa, en la que Marina tenía todas sus pertenencias, se encontró que Pablo y su esposa habían dañado las chapas y posesionado del lugar. 

El pleito pasó a juzgados y el abogado que asesoraba a Marina hizo un trato bajo cuerda con el abogado de la otra parte y por una negligencia eficazmente calculada, ella perdió la casa y se le atribuyó el costo de los dos abogados. Ella se vio obligada a exiliarse de su pueblo, como lo hicieron, claro bajo otras circunstancias, los habitantes del Meta, Urabá, Caquetá, el Putumayo… debido al conflicto armado entre los paramilitares, las guerrillas y el Estado. 

Luego, en el 2017 muere Pablo. La casa queda a nombre de la hija que más se parece a él, pero ella no puede hacer mejoras a la casa ni posicionarse (así sea la dueña) porque antes de morir Pablo dejó una clausura de que nadie podía sacar a su segunda esposa de la casa, porque ella cuidó de él en los últimos años. 


El poder de las flores 

Desde pequeña ha estado rodeada de flores. Tiene una relación muy estrecha con ellas. Aunque le gusta cultivar cebolla de rama y cilantro, su gran amor son las flores. Una de las cosas que más lamentó, al perder su casa, fue abandonar sus cuernos. 

Tal vez, una de las terapias de sanación que utilizó para el perdón y el olvido fue cultivar flores. En las cinco casas que ha habitado, algunas sin patio, ha destinado un rinconcito para sembrar sus novios, besos y primaveras. 

Ahora vive en una casa de tapia rentada en la vereda Manga Arriba del municipio de Girardota. En las noches se sienta en una banca y contempla sus flores. Si ve que alguna se marchita se acerca y le habla con dulzura y en voz baja. “¡Hermosa qué te ha pasado! No te preocupes que mamá llegó”, dice. Espera unos días a que la flor se reponga. Si sus métodos no la resucitan acude a lo más práctico, sembrar otra flor. 

Ahora, a sus cincuenta y ocho años, siente que ha sanado de los rencores. Dice que no necesita de nada y de nadie para ser feliz. Con Dios y las flores le basta. Ha encontrado la paz interior, acontecimiento que la llevó a buscar a su padre, años atrás, sin importarle lo que le había hecho. Estuvo en la casa que fue de ella y vio las cosas que eran suyas y ya no le pertenecían. Antes de buscarlo se tomó dos rones con Coca-cola para tener la fuerza de confrontarlo. Le dijo todo lo que sentía. Él tartamudeó y la recibió sin saber más qué hacer. Ella comprendió que el perdón es lo único que da la paz interior. Además, todo aquello que va en busca del perdón, así no sea recibido, va con la luz de Dios y eso es suficiente. 

Ahora, está estudiando el bachiller. Va todos los sábados en la Institución Lucas Tadeo, en Bello-Antioquia. Cursa el grado octavo y quiere graduarse para ingresar al SENA. Además, sueña con unos metros de tierra para construir una huerta para sus cebollas, un corral para las gallinas ponedoras y un vivero para sus flores. Sueña con vivir su vejez en un lugar tranquilo donde pueda recibir en las mañanas, con el corazón en alto, el sol que se asoma todos los días, sin falla. 


6 mayo 2019
Por Juan Camilo Betancur E.


La imaginación tiene sobre nosotros mucho más imperio que la realidad.
Jean de La Fontaine



Los dinosaurios, los dragones o los monstruos en general son centro de interés de los niños, casi igual que el muestran por los aviones, las muñecas, los trenes y los automóviles. Y entre más grande sea y entre más extraño y largo sea el nombre que posea la creatura más fascinación genera en el público infantil. No sé si estas características apliquen a otros seres fantásticos y un poco horribles, pero lo que sí es seguro es que estos seres gigantescos se recrean en cada generación y habitan los juegos infantiles. Por tanto y sin darle más largas al asunto, en este programa radial los niños hablan de los dragones y dinosaurios. Por tal motivo, les damos la bienvenida a esta emisión de Me revientan los adultos que de parte mía y de los niños se hizo con mucho cariño. Esperamos lo disfruten.



7 febrero 2019
Por Juan Camilo Betancur E.

“Me revientan los adultos”, es un proyecto de promoción de lectura con la primera infancia” y responde a la necesidad de articular el cuidado de los procesos formativos y educativos de los niños y niñas de Girardota con los padres de familia. De esta manera busca asegurar el acceso de una población especifica: infantes, a la información y el conocimiento que garantice a “las generaciones presentes y futuras la reunión, conservación, control y divulgación de su patrimonio bibliográfico y documental en los diferentes soportes, para conocimiento y memoria del país, de su historia y de su cultura”, como lo expresa el Plan de Lectura y Bibliotecas que se promueve desde el Ministerio de Cultura. Además, esto se soporta desde la Constitución Política de Colombia de 1991 desde los artículos: 70 “La cultura como base de la nacionalidad”, 20: “El derecho a la información” y 67: “La educación como derecho fundamental”.

En esta medida “Me revientan los adultos…” posibilita la participación de los padres de familia y agentes educativos en redes de información y conocimientos que incidan en los procesos educativos de los infantes del municipio. Por lo tanto se parte de la comunicación como un proceso complejo de construcción colectiva de sentidos, desde la mirada de los niños, con los padres de familia. Para ello se aprovechan las nuevas tecnologías de la comunicación, por medio de la internet y las micro-crónicas radiales para fomentar la cultura digital en un municipio como Girardota. De manera que un proyecto como estos se articula a las transformaciones culturales que ha generado la era digital en beneficio de la primera infancia. Por consiguiente, se supera la comprensión generalizada de la comunicación que está asociada a un proceso técnico de entrega y recepción de mensajes porque se reconoce al niño como un individuo de derecho, democrático, con actitudes y habilidades manifestadas desde el pensamiento y el lenguaje que le permitirá ser emocionalmente seguro, autónomo y capaz de establecer relaciones con él mismo, con las personas y el entorno. 

En tal medida, para este año se han hecho tres entregas, una: sobre la escuela, dos: sobre los dragones y los dinosaurios y tres: sobre las emociones. Cada entrega está acompañada de un texto. 


1. LA ESCUELA

 Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber.
  Albert Einstein

La escuela atraviesa la infancia, la adolescencia y la adultez porque es allí donde se establecen las pautas, sean para bien o mal, según la experiencia de cada individuo, que permiten al individuo establecerse como ser social. Por algo, el término “escuela” viene del latin “schola” que significa espacio en que los humanos asisten para aprender. La idea, es que en este espacio el individuo aprenda aspectos individuales, sociales y culturales, en relación con sus pares y con sus docentes, para que adquiera herramientas que le permitan participar en los procesos sociales de su comunidad y aporte a la construcción de una sociedad democrática, incluyente y equitativa. 

Sin embargo, no siempre la escuela funciona como debe porque muchas veces los docentes, aquellos que pueden enamorar a los alumnos del conocimiento con su experiencia de vida, hacen todo lo contrario porque no aman lo que hacen y eso se percibe. Entonces, estos docentes que ocupan una plaza pública por los beneficios económicos hacen que la escuela no sea la institución que favorece a la inclusión de los niños en la sociedad como adultos responsables, con criterio y capaces de convivir con otros a pesar de las diferencias. Esto porque están pegados a los fascículos, al mismo discurso que repiten cada año, a la idea de que la diferencia es una amenaza para el aprendizaje… por lo que hacen de la escuela una especie de purgatorio donde el criterio sin reflexión, la palabra sin amor, el acompañamiento sin comprensión son para el pensamiento del estudiante como una picadura de alacrán o un jarabe amargo. 

Más también hay docentes que han dejado su palabra como semilla en el corazón de sus alumnos y está semilla detona, con los años, la posibilidad de pensarse y pensar el mundo circundante para optar por un mundo más humano, menos empresarial, más equitativo, menos competitivo, más hospitalario, menos monetizado. Pues estos docentes, desde diferentes áreas del conocimiento y del saber humano como la física, la biología, la matemática, la historia, la filosofía, la literatura, la tecnología, la educación física, entre otras, trasmiten el conocimiento de generaciones anteriores para que los alumnos vean otras posibilidades, otras experiencias de vida y puedan reflexionar y luego optar por un camino que les vibre en sus corazones y así buscar su felicidad, que no siempre está ligada a la producción. 

A los docentes que enseñan desde la vocación, en su trabajo silencioso, continuo, se les debe también que existan otras personas con otras búsquedas, con otros intereses, con otras sensibilidades. Algunos optan por seguir el camino de la vocación porque fueron inspirados por sus maestros y son estas personas las que pueden sustituir aquellos docentes obsoletos y seguir generando una reflexión continua desde la escuela. De esta manera, hacer de la escuela una institución abierta al mundo y fomentar, desde los ámbitos educativos, la participación con sus comunidades para generar una estructura flexible y normativa que permita una vida democrática y de inclusión a partir de las diferencias.

2. LOS DRAGONES Y LOS DINOSAURIOS
 La imaginación tiene sobre nosotros mucho más imperio que la realidad.
Jean de La Fontaine

Los dinosaurios, los dragones o los monstruos en general son centro de interés de los niños, casi igual que el que muestran por los aviones, las muñecas, los trenes y los automóviles. Y entre más grande, extraño y largo sea el nombre que posea la creatura más fascinación genera en el público infantil. No sé si estas características apliquen a otros seres fantásticos y un poco horribles, pero lo que sí es seguro es que estos seres gigantescos se recrean en cada generación y habitan los juegos infantiles. Por tanto y sin darle más largas al asunto, en este programa radial los niños hablan de los dragones y dinosaurios. Por tal motivo, les damos la bienvenida a esta emisión de Me revientan los adultos que de parte mía y de los niños se hizo con mucho cariño. Esperamos lo disfruten. 


 3. LAS EMOCIONES

Lleva mucho tiempo llegar a ser joven
Pablo Picasso

Se busca por medio de la lectura de cuentos, de ejercicios básicos del yoga, manualidades, juegos y micro-crónicas radiales vincular a los padres en el proceso educativo de sus hijos. Esto gracias a un blog donde se publican las micro-crónicas radiales y los trabajos de creación literaria y que al ser consultado por los padres y familiares de los niños este blog se convierte en un medio de comunicación entre los padres de familia y un grupo cercano a los infantes. Y gracias a un formato tan grato como la radio, en este espacio comunicativo que posibilita el blog, se le puede dar voz a aquellas voces que para muchos no han sido tomadas en cuenta y que como todas las voces tienen el derecho a expresar y decir lo que piensan, sobre todo si el que habla es un niño.

Además, en esta entrega de “Me revientan los adultos”, los niños saldrán de sus casas a buscar personajes, como pequeños periodistas. Para esto, se trabajará con anterioridad las preguntas, se establecerá un guión y luego los niños entrevistarán al personaje. Claro, todo con la autorización de los padres. Así que escucharán a los adultos respondiendo a los niños. De igual modo, aprovecho este espacio para invitar a los padres que se quieran vincular en esta iniciativa educativa con la primera infancia, me pueden contactar por correo electrónico: camirgo@gmail.com o al teléfono 3127959300 y así hacer partícipes a sus hijos de esta experiencia, que también estará en la Casa Cultural Talpa, un lugar soñado para la cultura en Girardota.

Para ir concluyendo, este programa lo dedicamos a las emociones porque es importante la educación emocional en las familias para que los niños empiecen a darse cuenta de lo que sienten y aprendan, de esta manera, a descubrir las causas de sus rabias, tristezas, frustraciones, alegrías. Esto como un factor importante para que los niños puedan afrontar los problemas de nuestro tiempo como el estrés, la ansiedad, la depresión, el fracaso escolar, entre otros. Ya que desde un bienestar emocional se puede construir un mundo tangible, posible. Para esto estamos trabajando las cinco características de las emociones:


1. Autoconocimiento emocional: Se refiere al conocimiento de nuestros propios sentimientos y emociones y cómo nos influyen. 

2. Autocontrol emocional: El autocontrol emocional nos permite reflexionar y dominar nuestros sentimientos o emociones para no actuar ciegamente. 

3. Automotivación: Enfocar las emociones hacia objetivos y metas que nos permita mantener la motivación y establecer nuestra atención en objetivos realizables. 

4. Reconocimiento de emociones en los demás: Las relaciones interpersonales se basan en el lenguaje no verbal que sirve para detectar emociones ajenas y los posibles sentimientos que transmite un gesto, un tic… que ayudan a establecer vínculos cercanos con el otro. Además, el reconocer las emociones y sentimientos de los demás es el primer paso para comprender e identificarnos con ellos. 

5. Relaciones interpersonales: Una buena relación con los demás es la fuente imprescindible para nuestra felicidad. Esto pasa por saber tratar y comunicarse con aquellas personas que nos resultan simpáticas o cercanas, pero también con personas que no nos sugieran muy buenas vibraciones; una de las claves de la Inteligencia Emocional. 


29 enero 2019
Por Juan Camilo Betancur E.


Sea lo que sea que puedas o sueñes que puedas, comiénzalo. Atrevimiento posee genio, poder y magia. Comiénzalo ahora.
Johann Wolfgang Von Goethe

La magia existe y no es el juego óptico de hacer aparecer conejos de un sombrero o partir con una sierra a una mujer en dos. Al menos eso entendí con el hombre que conocí hace varios años en Girardota. Se llama Juan Daniel Pérez, fue profesor de la IE Emiliano García. Pero sobre todo, supo, con su palabra, transformar a muchas personas, claro, incluyéndome.


Cuando lo nombro mago, me refiero específicamente a su capacidad de comprender el mundo que habita valiéndose de la filosofía y la palabra. Es decir, su palabra ha ayudado a comprender que el universo físico no es el resultado de un poder de creación original que actúa sobre la materia, sino que es el resultado del poder de la vida que actúa sobre sí mismo, es decir, el fuero interno. 

A esa especie de mago me refiero cuando nombro a Juan Daniel Pérez. El mago de la palabra que trasformó a sus alumnos. Así sucedió con Mauricio Hoyos: “Yo era un muchacho de 14 años, estaba en noveno. En ese momento, era buen lector, pero no tenía conciencia de que eso fuera una forma de vida. No conocía a ningún adulto que supiera leer y escribir. Juan fue el primero. Era muy particular. Se ofuscaba porque los profesores no leían. Los que más leían, leían El colombiano. Pero, a los que querían leer les recomendaba que si leían 15 minutos, con eso era suficiente.  Otra cosa era que ponía frases inquietantes en el tablero. Solo para eso utilizaba el tablero.

Juan daba  ética y español. Cada clase con él era una ruptura del esquema. Él nos mostraba como el sistema te hace daño.  Por ejemplo, nos puso a investigar y escribir sobre lo que nos diera la gana. Era la primera vez que alguien me mandaba a hacer algo que quería. Investigué sobre el dibujo. Me interesaba irme para Japón a estudiar animación.  

Recuerdo que en vez de organizar el salón, lo desordena. También, le daba prioridad a la lectura en voz alta. En el salón andaba con un libro, en fotocopia, bajo el brazo: Cuentos orientales.

La clase era escucharlo. Andaba con camiseta, collares y manilas. Declaraba que había sido hippie y que viajaba por el mundo leyendo la palma de la mano. Lo que más recuerdo era que él tenía el don de la palabra. Además, tenía una perspectiva distinta de las cosas. Decía que Jesús era el “mago Jesús”. Con esas declaraciones, uno que no tenía ni formación ni ganas de meterse en esas cosas de pronto se interesa. Por eso, es que para muchos, Juan hacía magia. 

Una vez me senté con un amigo en el pupitre de Juan. Él conversaba con otros profes de matemáticas y les hacía preguntas hasta enojarlos. Incluso, hacía otras cosas aparte de jugar con los profes. De pronto, sacaba un spray de frutas y se echaba en las manos. Y sonreía. Era misterioso. Por ello, le preguntamos por la magia, porque creíamos que era mago. Lo que me enteré era que la magia de él eran las palabras”.

Para muchos, la  magia es la ciencia de las relaciones ocultas. Entonces el mago tiene el poder de revelar la intimidad que subyace a todo.  Con esa intimidad, dirige la orquesta.  Como director de la orquesta modula el sonido caótico de los músicos con naturalidad. Así percibo la magia de Juan, y eso que no fui alumno suyo.  Lo digo, porque después de conversar con él, puedo dimensionar su palabra en un evento ocurrido hace varios años.

Recuerdo que él estaba sentado en el Kiosco de Girardota.  Me senté en la mesa de al lado y él me invitó a la suya. Ese día me fui con ganas de llorar. Cada palabra suya iba dirigida a un lugar específico, como si tocara la cuerda indicada y al hacerla sonar le quitara el polvo que le impedía ser música. Por esos días estaba despechado. 

Hizo una pausa y se tomó un sorbo de tinto. Miró por la ventana. Después de unos minutos de silencio, como si hubiera visto el origen de mi incertidumbre, me dijo que uno se pasa la vida buscando fuera de la casa lo que está en la casa. Por eso, se desboca con las mujeres por la urgencia de amor y hace invisible a la madre y hermanas por la razón de que no son objeto del deseo. El hombre se demora mucho en entender que la vida le da la madre y hermanas para que tenga a primera mano la información que necesita para relacionarse con las mujeres.

Ese día le dije que me gustaría volver a verlo a lo que me contestó que esperáramos. Que él a los amigos los consideraba sus iguales y por eso prefería a los amigos que a los discípulos porque no tenía nada que enseñar. Antes de irse pagó la cuenta sin dejar cita o punto de encuentro.

Evoco ese recuerdo porque hace poco volví a encontrármelo y fuimos a la Plaza de Mercado a almorzar. Allá lo entrevisté. Me advirtió que no quería figurar. Le dije que bueno. Sin embargo, abusando de su palabra y traicionándola un poco, se me ocurrió preguntarle a algunos conocidos, la mayoría ex-alumnos suyos: ¿cómo la presencia de Juan, sus palabras, quedó en ellos?

La sorpresa fue muy grata. Por ejemplo, Eliana Vahos dice: “Recuerdo a Juan Pérez como un profesor con ganas de hacer las cosas diferentes y el amor por la literatura. Hacía que por primera vez, al menos para mí, transcendiera un texto. Él fue un maestro humano. Nos enseñó a sentir y a ser. Además, nos puso a escuchar Ojalá de Silvio Rodríguez”. También, Cristián Palacio comenta: “Con el profesor Juan Daniel Pérez me vi llamado por la literatura. Él logró sembrar dudas, y no porque él hiciera preguntas, sino porque me presentó a grandes maestros de la literatura. Así pues, agradezco al devenir por la mano que tendió en mi camino la novela Siddharta de Hermann Hesse, y que tejió una amistad que derrumbó los límites de las aulas y que permanece con los años”.

 A Carlos Orlas le pedí un párrafo y me escribió un texto hermoso. Un texto que estoy seguro hará lagrimear a más de uno. Un texto donde se retrata de una manera poética ese perfil del profesor-mago:

Juan Pérez Poeta
Se notaba que además de saber cultivar flores, amores y amistades, Juan filosofaba poemas o poemaba filosofías. O sea que era un alquimista del verbo, a lo Jesús. Nunca lo sentí como un profesor; desde mi silencio, que era una forma de admirar su palabra reverberante, escuchaba como un arroyuelo, “murmullo nocturno”, la voz enamoradora de Juan Pérez. Me terminé de convencer de su extrañeza, virtud de la que carecían los profesores normales, normalistas o normalizadores, cuando nos puso a voltear las sillas del salón, siempre mirando hacia el frente, y cambiar de perspectiva: esta vez mirando hacia la ventana al lado izquierdo del salón. ¡Fue un momento mágico¡ Apenas estábamos volteados, el viento de la tarde se dejó escuchar como un silbido. Juan emana alegría de sus ojos clarísimos y dice como un niño asombrado, extasiado: “¡escuchen el viento Ahhhh¡.” En otro momento (porque eran momentos y no clases los que se vivían con Juan) sacamos las sillas del salón y nos sentamos en el suelo. Escuchamos y reímos con la ocurrencia: escuchar la canción  Gracias a la Vida de Violeta Parra, en la voz atronadora de Mercedes Sosa, y todos libremente en el suelo.

Y así era con Juan. Parece un maestro a la antigua. Como  esos poetas que fueron maestros de escuela –pienso en César Vallejo o en Sanín Cano– y que en sus clases lo que hacían era poetizar, es decir, jugar a mirar el mundo con los ojos del alma, con amor y locura. En otro momento Juan nos saca del colegio y nos lleva a una manga a escribir lo que fuera pero con inspiración. De repente pasa un personaje vendiendo obleas de las grandes. Juan compra algunas y las comparte con tremenda sencillez y prodigalidad. No puedo dejar de pensar en la multiplicación de los peces. O en lo rico que sabe el alimento compartido. Tal vez, sea la extrañeza que daba salir del colegio a “pensar afuera”, en la manga, o poder ver correr las lindas compañeras con ese uniforme desatado y uno con  ganas de darles besitos por ahí bajo cualquier árbol. Todo eso lo desataba Juan como un mago.

El punto máximo de estos momentos se da cuando Juan me presta un libro: Fernando González. Una recopilación de sus frases más agudas extraídas de todos los libros. Un libro de máximas que me convirtió tempranamente en un disidente, casi un rebelde. Me cuestionó profundamente hasta hacerme sentir absurdo. Me enseñó el peligro de la vanidad y de no ser auténtico. Me demoré dos años leyendo y releyendo ese librito que cabía en el bolsillo como le gustaba a su autor. Hasta que pude renunciar a esa sabiduría tan abrumadora y de ahí catapultarme hacia escritores más entenebrecidos y a la vez refrescantes: Dostoievski, Baudelaire, Rimbaud, Herman Hesse, Sábato. Todos desempolvados de las bibliotecas escolares donde Juan sabía refugiarse. Cuando le devolví el libro a Juan, con el que apenas conversaba desde un silencio que él sabe leer, me dice: “este es un hombre honesto”.

Bueno. La palabra de Juan es dulce, limpia, libre y liberadora. Pero Juan se veía que había vivido. No era un intelectual de pose. Menos un profesor conductista y mediocre. Tenía calle. Silencios. Meditaciones. Casi un brujo. Las mujeres eran encantadas. Los que se dejaban cautivar prácticamente lo seguían como a un profeta. Fácilmente habría fundado a lo Gonzalo Arango un nadaísmo “escolar”, si acaso cabe tal cosa. En todo caso, nunca le dije nada. Hasta ahora. El instinto anarquista no me dejaba profesar admiración a un ser que ya le sobraba mucha fama. Pero eso sí: lo escuchaba con una concentración y un respeto que es el que me hace recordar mil cosas con las que llenaría muchas páginas. Como una suerte de memorias del dulce infierno escolar. Una más que no puedo dejar pasar fue cuando, después de conquistar un silencio de ritual en el salón, saca una manito acariciadora y a uno por uno se  nos va acercando. Cuando me tocaba el turno ya se sentía la excitación de todos los que habían sido acariciados. O sea que la manito llegaba magnetizada y provocaba un escalofrío delicioso en todo el cuerpo. Ahí sentí que un hombre puede acariciar a otro hombre y no necesariamente tiene que ser homosexual. La cópula es con el universo o, mejor, pluriverso.

Juan fue, en todo caso, un precursor, un instigador. Hacía que los demás se inspiraran. No enseñaba nada: solo instinto. Jugaba futbol en el torneo del colegio, ajedrez, billar. Seguramente hablaba con los árboles y las flores. También con niños. Ese man tiene su misterio. Tiene muchos amigos, hasta un hijo, pero esencialmente es un poeta y por tanto un solitario. Descifra en la oscuridad el silencioso trinar de las estrellas.

Con una sola frase que me dijo sobre la historia, me convenció de buscar a mi padre que no conocía, a los 23 años de edad. Él sabe que propició un encuentro para nada romántico y sí revelador. Como estas palabras que me salen de la nada y que me brotan como agua de la peña. Juan el amado, bonito poder escribir estos recuerdos”.

Se puede inferir del texto que Juan construyó un aprendizaje. Por ejemplo, enfatizó en la práctica del solitario al enamorarlo de la lectura para indagar sobre la investigación individual. Luego, trabajó las discusiones en equipo para enfrentarlos desde las habilidades cognitivas. De esta manera, potenciar sus procesos mentales desde la argumentación y la justificación. Claro, partiendo de la idea de que  pudieran, sus alumnos, resolver conflictos, ya sea entre ellos, con sus familiares, o internos. Siempre con el fin de que ganaran en independencia de criterio. Todo esto, alrededor de la palabra. Veamos como lo recuerda, Melissa cañas:

“En el año 2000, a mis doce años, entré a octavo y me había desentendido de los libros de texto: había entrado a un colegio estatal, a la Institución Educativa Emiliano García, y podía masticar chicle y maquillarme. Allí encontré a Juan Pérez. Tenía los ojos más bonitos que jamás hubiera visto, el motilado de un hombre –como se refería mi mamá a los hombres que llevaban el cabello peinado hacia atrás–, una barba no muy densa y una voz bellísima. Era un placer siempre escucharlo, más que todo, cuando leía poesía: eso sí era una delicia.

Hablaba con palabras que yo nunca había escuchado y de conceptos que, por más que pensara, no lograba comprender. Siempre llevaba jean azul y camiseta. Jamás lo vi caminar rápido. Se maravillaba de todo y tenía una explicación, igualmente, para cada cosa. Era fácil hacer amistad con él. Era muy jovial, sin perder esa figura de autoridad, por supuesto. Nos hicimos muy buenos amigos, y compartíamos las letras y el ajedrez.

Recuerdo que un día le dije que se inventara una actividad y que la pusiera en parejas. Él las escogería. Le pedí que me tocara con un chico que me gustaba, que en paz descanse, y él, Juan Pérez, sin vacilar, accedió. Ahora me rio de esas cosas, que, en su momento, fueron cosas de una adolescente”.

Juan tiene la capacidad de acceder a la vida psicológica de sus alumnos y de las personas con las que comparte. Les muestra que tiene experiencias comunes con ellos y hace que sus cosas, a veces soterradas en el inconsciente, afloren y sea un tema de conversación y de aprendizaje. Esto, lo aplica Juan desde el principio de que acceder al conocimiento del otro es precisamente acceder a la diferencia del otro. Sabe que el conocimiento del otro se constituye en el interior de una contradicción a partir de lo que se tiene de semejante con esa persona, en este caso alumno o profesor. Así ocurre con su amigo y profesor Fernando de Jesús Gutiérrez:

“Juan es un hombre de convicciones fuertes. Yo he conversado con él y me he dado cuenta de que él hace lo que le gusta. Cuando él va a trabajar con sus estudiantes y habla de cosas intangibles como es la filosofía, le pone alma corazón y vida. Él está en su salsa.  Juan se fue hace dos años del Emiliano. Estuvo conmigo en esta institución como 12 años.  Es un gran amigo. Desde que nos vimos hubo una empatía. Es un hombre muy interesante. Además, le gustaban las cosas que me gustaban a mí: la lectura, la poesía, el futbol, la buena comida, el buen vino, y sobre todo es un excelente conversador.

Con Juan confirmé algo que he considerado hace mucho tiempo para conmigo y es que un verdadero matemático tiene honduras filosóficas. Por lo tanto, las matemáticas y la filosofía van de la mano. En la antigüedad filosofía y matemáticas eran un par de novias y con ellas se juntaba la poesía”.

Juan transforma la escuela. Hace de ella un lugar para la palabra y la reflexión. Descifró que los saberes escolares no son repetitivos y que el hecho de que un profesor repita el mismo discurso cada año impide recrear y reinventar esos  saberes. Pues, el propósito de la escuela es darles herramientas a sus alumnos para que se puedan incorporar en una cultura, pensamiento y lenguaje.  De esta manera, ayuda que un individuo se desarrolle en el interior de una sociedad. También, propicia encuentros con el otro porque las relaciones sociales son la base de la construcción de una cultura.

Por ello, Juan, por decirlo de alguna forma, es un emisor de saberes a los que le preceden. Sobre todo, porque ha logrado un alto grado de conocimiento de sí mismo. Esto, y es lo sorprendente, le permite efectuar elecciones distintas de las de la bandada y expresarse de una manera que es la propia. Le da autenticidad y magnetismo. Por lo tanto, es capaz de examinar las costumbres sociales, asimismo las ideas, y  adoptarlas o no según su elección.

Para concluir y evocar ese saber trasmitido que sigue siendo en el terreno amistad, evoco un texto de Julián Ospina donde expresa de manera bella y contundente al maestro de la palabra:

“Saber y amistad
El recuerdo de un “maestro de escuela” uno lo va desovillando a lo largo de la vida. La impronta más viva marcada en nosotros uno la identifica más honda a medida que atardece la vida. Nunca se olvida un buen profesor o un buen amigo. Más que a estos hay más probabilidad de olvidar una “buena” mujer.

Un ser humano que ausculta la armonía en medio de la desconfiguración de las familias deja una huella y una seña, en-seña a peregrinar, a buscar,  a soñar, a encontrar el propio camino. Judap —de quien hablo en este texto— en la escuela como en la canción Luis Eduardo Aute reivindica “el espejismo de intentar ser uno mismo”, sin que esto connote egoísmo mezquino sino, precisamente, encuentro de co-construcción del conocimiento, espacio abierto de la palabra, Ágora, como se llamó el periódico que tuvo a bien fundar y jalonar en lo que era la antigua idea de “varones”, la misma donde Emiliano García moriría en plena clase. La misma a la que un día llevaron a los “hombre de acero” de los que el profesor en cuestión se gozó mientras jugaba ajedrez porque era esos los hombre que caían por la cabeza, como los clavos de acero.

En cualidad de docente a ninguno otro profesor en el colegio le escuché hablar del ocio, de la argumentación y de la desnudez. La humanidad y el pensamiento crítico de este tipo de profesores, dicho sea sin ánimo de adulación, despierta una nostalgia, incluso amando uno ya la lectura, de quedarse niño y escuchar a Judap leer en voz alta o encararlo a uno con el abismo silencioso de la escritura.

Atribuyo a su labor la inclinación por las humanidades de decenas de sus estudiantes, lo que no es desdeñable si se tiene en cuenta la orientación que tiene la “institución educativa” a la empresa, o sea a las máquinas que salen a trabajar a ellas, bien formaditas por los profesores que siempre dictaron: Dictadores.

Judap nunca dictó, insinuó libertad, era descontento e inconforme y sabía ver danza en la turbulencia. Tampoco se está vendiendo acá como modelo. Este ligero testimonio y el alcance que pretenda es como querer describir exactamente uno de los rostros de Perseo. Justo porque son múltiples los modos de ser con que Judap propiciaba saber y amistad. Quizá y según verso de Cernuda quiera todavía “arrancar una sombra/ olvidar un olvido”.