Mujer luna llena

  

Hace días la palabra “mujer” se hospedó en mi pecho. En la mañana subió hasta los ojos y apoyó sus manitas finamente delineadas en mis parpados. Le gustaba que el viento la despeinara y el sol le calentara todas las letras. En la noche bajó hasta los riñones y encendió una vela para espantar las pesadillas. 

 Ãšltimamente la palabra “mujer” tiene comportamientos extraños. Es tan ella que ninguna otra palabra se le parece. Tal vez la palabra que más se le aproxima es la palabra “luna”. El misterio de estas dos palabras es mejor observarlo que comprenderlo. Volviendo a su comportamiento, hace cosas muy particulares. Hace una semana, por ejemplo, pegó un montón de papelitos en mi corazón. Cada papelito hacía parte de un dibujo. Al terminar observó, desde la distancia, el rostro del hombre que tenía mirada de fuego. Luego, recogió los papelitos y cuidó de que no se le perdieran. Subió hasta el oído derecho y los echó a volar. 

 Después, la palabra “mujer” se durmió a oscuras y permaneció quieta, en silencio. Su quietud era de anfibio. Pero hace tres días se levantó y se dirigió hasta mi boca. Estiró la letra “m” y aprovechó la primera corriente de aire para emprender vuelo. 

 Hoy, noche de luna llena, recuerdo que hace días hablo con una mujer que siente una relación muy estrecha con la luna. La recuerdo y sonrío. Quiero irme y no puedo. El influjo de una palabra que se encarna es misterioso y profundo. Además, cuando una mujer emerge de la palabra puede vencer todas las distancias y todos los silencios.

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