Alfredo desde pequeño se sintió atraído por los colores resplandecientes. Jugaba con muñecas y una máquina oxidada en la que imaginaba confeccionar los vestidos que se pondría. Sin embargo, se cuidada de no ser descubierto. Apreciaba tanto a su padre que no quería decepcionarlo.


Su padre era rudo, amoroso, y muy exigente. Era a la vez madre porque la progenitora de Alfredo se fue de casa y jamás regresó. En las tardes jugaban a la pelota. A pesar de su ineptitud para el futbol su padre imaginaba verlo jugar en algún club. Una mañana en que lo llevaba a matricularse en un semillero en las ligas menores del colegio se encontraron con dos ladrones quienes hirieron de muerte al padre. Alfredo lo vio morir.

Ese recuerdo de la infancia le agrietó el corazón. Lo endureció como si fuera de roca. Enterró las muñecas. Creció sin admitir lo que anhelaba en sus tripas. Cada que intentaba hacer lo que deseaba llegaba de pronto la imagen de su padre y se paralizaba.

Cierto día, cuando ya era adulto, tenía 28 años y trabajaba de administrador en un supermercado, se encontró con dos hombres que lo amenazaron. Él alzó las manos. Uno de los rufianes más que requisarlo lo palpó, lo tocó. Luego sonrió y marchó con el otro rufián. Alfredo lloró y recordó a su padre, las muñecas, los colores resplandecientes… Sus lágrimas ablandaron la roca que tenía al lado izquierdo de su pecho. Sintió una mezcla de sentimientos encontrados al recordar las manos del ladrón. No estaba del todo ofendido. Tampoco tranquilo. No entendió lo que le ocurría. Lo único que sabía con certeza era que no volvería a su trabajo ni a su apartamento. Así que se dirigió a un cajero y retiró sus ahorros. Antes de dirigirse a la terminal de transporte entró en un almacén y compró varios calzones y encajes de mujer. 


Remuevo la tierra. La desmenuzo hasta dejar una superficie arenosa y suave. Con las manos voy formando los surcos. Luego, busco en los bolsillos las semillas de girasol que voy depositando en los montoncitos de tierra. A cada semilla le pongo una intención. Si la intención es fuerte los pájaros darán la señal, de lo contrario la tierra hará su trabajo. De esta manera por cada brote recibo algunas palabras que me ayudan a vivir en armonía con mis seres queridos. Después, remojo y me siento a observar el huerto, donde la posibilidad es una flor que espera ser polinizada.


 Aprovecho ahora que estamos aquí sentados, en esta mañana fría, con estas dos tazas de café para contarte algo que me aflige.

  Si, dime.

   Resulta que hace unos días discutí con mi compañera y por orgullo no quise conciliar porque a veces uno es terco y prefiere sostenerse en el error por miedo a demostrar que es débil. Sé que fui muy testarudo, claro, ella también fue grosera.

   Ahora que mencionas lo de tu mujer, estimado colega, reconozco que en pareja uno es otra persona. Me explico, con los conocidos uno es más fuerte, hace chistes y aparenta que es el que maneja la relación; pero con los amigos, los verdaderos, uno entiende la intimidad como un voto de confianza donde se puede contar los secretos más dolorosos sin sentirte juzgado. De ahí que solo a los amigos uno les confiese que en casa la mujer es la que gobierna. En definitiva, nos mentimos al creer que entendemos la naturaleza de las mujeres: ellas  son extensas y profundas como el mar y por más que uno se sumerja solo alcanza a conocer unos cuantos metros. Llegamos solo a columbrar sus emociones, como corales, donde sus pasiones y deseos se alimentan como pececillos de colores.  Hasta ese punto puedo hablar de ellas, pues las veces que he intentado zambullirme a fondo ese mar sufre fluctuaciones que originan grandes olas y me obligan a buscar la costa.  

   Es cierto. Por lo que dices, has vivido lo mismo y creo que entiendes el significado de la crisis. Durante años de relaciones he formulado una teoría: la crisis es como un crisol donde se funden los desencuentros y los resabios personales, luego del crisol la crisis pasa a convertirse en una espacie de flor de cristal con hojas de vidrio donde se evidencia el cambio y llega la luz del sol que es Cristo. Cuando eso sucede la relación muta casi siempre para algo mejor, es decir, se da un paso adelante y no atrás. Pero esta vez fue al contrario. Sí, como lo oyes, después de la discusión ella en la madrugada se introdujo bajo las cobijas y ya sabes: la voluntad es frágil cuando la piel es seducida. 

   Entiendo, es complicado, espera asimilo las cosas. ¡Ah! por lo que observo ella te demostró que su inteligencia emocional es más eficaz que la tuya y se aprovecha de que no eres consecuente. No arrugues el ceño compadre, eso nos pasa a todos, a lo que voy es que te contradices al pensar y decir lo que no haces.

   Es precisamente eso lo que me atormenta porque no puedo resistirme a ella. Y no te sientas superior porque sé que tú tampoco te negarías al sentir el cuerpo desnudo de la mujer amada, sus senos del tamaño de los duraznos presionando tu estómago, sus labios húmedos sobre tus tetillas, sus manos insolentes buscando tu cetro de poder...

   Perdona te interrumpo, reconozco tu situación y creo saber qué fue lo que falló. Después de darle tantas vueltas a este asunto tengo la certeza de que te faltó carácter para decirle “no”. Por consiguiente es que ella con su sensualidad puede coartar tu discurso y hacer lo que se le antoje contigo...

   Eh, bueno, no creo que sea del todo así, eh, puede ser que también yo quiera que ella me busque y de esa forma sentirla más cerquita…

  No te justifiques querido hermano porque de nada sirve esta conversación. Estamos tratando de entender lo que sucede, para eso debemos sincerarnos. Por ello, en mi humilde opinión, con tu historia he mirado la mía en retrospectiva y he visto que también yo digo y pienso lo que no hago. Duele aceptarlo, me tiembla la voz, pero es necesario reconocer que tanto tu mujer como la mía han descubierto nuestros lados débiles y en su insondable misterio ellas han entendido nuestro “no”, tal vez en su acepción más acertada, como una invitación urgente a hurgar bajo la bragueta.




   Martín, ahora que tienes el filo de mi machete sobre tu garganta ¿Cómo escaparás?

   Soñaré otra cosa.




Las calles se llenaron de edificios y dejaron de ser espacios para el transeúnte y se convirtieron en espacios para el tránsito. De un momento a otro se perdió la costumbre de caminar por ellas y detenerse porque sí, porque un balcón te llamó la atención, porque una mujer bonita estaba sentada en una acera con alguna amiga, porque había vida en cada esquina. Ahora eso se esfumó porque cada vez son más pequeñas las aceras y hay menos balcones. Por tal motivo, es un hecho lamentable, se podría afirmar que tanto los balcones como caminar sin rumbo fijo son costumbres del pasado. Por lo que mirar hacia arriba es otra costumbre en desuso. Al alzar la mirada solo se ven ventanas cerradas o avisos de “Se vende apartamento”. Por algo ya el transeúnte no se detiene en las calles y solo las transita para ir de un punto A. a un punto B.. Camina sin detenerse porque el progreso le robó el asombro y la posibilidad de sentirse parte de un lugar. Lo que se busca es que cada vez las calles sean de nadie y que nadie pregunte por qué de un momento a otro dejó de importarle conversar sobre la vida del otro: Costumbre insana, pero fascinante que nos mantenía en contacto con el otro. 

A esas calles les robaron las historias. Muchos como yo las patrullamos de niños con trompos o canicas en los bolsillos. En algunas cuadras se jugaba partidos de futbol o se recreaban historias asombrosas con carritos de plástico y superhéroes inventados. También se hacían zancochos. De adolescente, con muchos otros insomnes, las caminé buscando parajes inimaginables. ¡Cuántas noches caminé esas calles! ¡Cuánto las disfruté! ¡Ah, esas calles y sus enigmáticos trasnochadores! ¿Puede haber algo más fantástico que un caminante nocturno? ¿Qué busca? ¿Por qué prefiere el misterio de las calles al confortable lecho? ¿Qué lo agobia? ¿Qué piensa mientras camina una y otra vez las mismas calles? Estas preguntas ya no tienen sentido. Al menos en estos días. Pues esas calles que constituyen las rutas de mi historia solo permanecen intactas en el recuerdo. En la actualidad esas casas coloniales se remplazaron por enormes estructuras que se alzan como celdas muy bien amuebladas. Calles perdidas en la memoria de los que alguna vez se sintieron parte de un pueblo. Calles de comerciantes y empresarios que necesitan clientes y ruido y más clientes y mucho más olvido. Calles que conducen a ninguna parte y para llegar a ese azaroso destino se debe ir rápido y con la mirada al frente. No olvide, con la mirada en frente para que no te des cuenta de cómo nos roban el pasado.