Estas flores se ven en todas las calles
                                   Fotografías Estefanía Carvajal


Decidí viajar a Guatapé con el fin de pasar una tarde tranquila y almorzar en una de las mangas cercanas a la represa en compañía de Estefanía. Ella y yo tenemos la idea de visitar algunos municipios y narrar, de manera muy personal, sin desconocer el rigor periodístico, el viaje. Queremos filtrar la información adquirida por la sangre. Hecho que olvidaron los cronistas de viaje. Pues, las crónicas de viaje deben transcender el paquete turístico de hotel y los datos históricos que son como etiquetas en camisetas sin estrenar. 

 Llegamos a la Terminal de Transporte del Norte y compramos dos tiquetes. Cada uno valió 12 mil pesos. El viajé duró dos horas y media. 

 En la entrada a la piedra del Peñol decidimos continuar y no entrar a este lugar tan necesario para las cámaras fotográficas. Pues, en los viajes, últimamente, son las cámaras las que disfrutan el viaje y el foto-aficionado, por su incapacidad de ver el paisaje fuera de la pantalla del artefacto, se limita y se convierte en la mascota de buenos modales que lleva la cámara a todos partes. 

 Sabíamos que por temporada de vacaciones llegan un promedio de mil quinientos personas por día, a diez mil la entrada por persona, un negocio próspero, como la seguridad social en Colombia. Por eso pasamos de largo. 

 Subir a la piedra es bonito por la vista, por los más de 600 escalones, por el temblor de piernas; pero uno puede disfrutar de la misma libertad que venden en los avisos publicitarios sí se acuesta en una manga a mirar el cielo y a conversar con la muchacha que te gusta. Por ejemplo, los ojos de Estefanía tienen más de doscientos metros de hondura porque al miraros fijamente debo sonreír para no darme de cara ante el abismo de la belleza. Así como los indígenas en los tiempos prehistóricos adoraron la piedra yo miro los ojos de Estefanía. 

 Para los que quieran ir a la piedra que vayan y se unan a los planes turísticos que ofrecen información elemental como: “Señor turista la GI que se observa en el costado occidental era una iniciativa para escribir GUATAPÉ pero como una norma prohibía intervenir estos lugares el trabajo quedó iniciado. Por eso solo se lee la GI. Señor turista es importante que recuerde que el 16 de julio de 1954 esta piedra fue escalada por primera vez por Luis Villegas, un campesino de la zona”. Pero no cuentan que este campesino en la actualidad está moribundo y que fue o es un devoto Krisna y esto da otra referencia a su viaje. 

 Llegamos a Guatapé a medio día, el municipio de mejor disponibilidad de cabañas, hoteles, hosterías, finca hoteles y apartamentos para alquiler de la zona, con excelentes planes especiales en días de sol y paseos en barco. Pero un viernes a medio día, con el cielo gris, estas espectaculares ofertas son estrategia de mercadeo. Por ello, decidimos alejarnos del caserío, de lo que aparece en las imágenes de los fascículos. 

 Aunque muy lindos los zócalos, los balcones, las flores, Guatapé también es la periferia. La periferia de Guatapé está ubicada en la subregión Oriente del departamento de Antioquia. Esta periferia limita por el norte con la periferia del municipio de Alejandría, por el este con la periferia del municipio de San Rafael, por el sur con las periferias de los municipios de Granada y El Peñol y por el Oeste con la periferia de El Peñol: el municipio sin pasado cuyo origen son las 2.262 hectáreas de tierra inundadas a las que los peces se les comieron los cimientos y raíces. 

 La periferia de Guatapé está a 79 kilómetros de Medellín, la cuidad de las luces artificiales, las luces EPM, las luces que atraen turistas, moscas y bichos. 

La periferia del de cacique Guatapé quien debe estar echando humo por las orejas porque saquearon los lugares sagrados como el cementerio. Pero así es nuestra historia, les debemos a los saqueadores el progreso del que ahora nos sentimos orgullosos. 

Pasamos el puente y nos dirigimos hacía unas cascadas que están unos quinientos metros después del Parque Lineal, parque cercado donde los aventureros pagan 10 mil pesos para armar sus carpas y pasar la noche. 

 Llegamos a unas mangas, con un charco. Nos encontramos un señor de unos cincuenta años, rechoncho, con rostro de conejo. Nos contó que iba a visitar a su primo para negociar una novillona de un millón de pesos, pero pensaba ofrecerle, por ser familiar, unos 400 mil pesos. El hombre con rostro de conejo se fue y a los minutos llegó su primo, don Marcos. 

 Don Marcos iba con un sombrero, un bastón metálico, una mochila, botas de caucho y tres perros (mariposa, yaco y guardián). Bajaba por las vacas a las que unos instantes después se llevó. Don Marcos nació en la vereda el Biscocho del municipio San Rafael. Llevaba años administrando una finca, en la que desde que lo atracaron, dejó de habitar. Se casó con una mujer 24 años mayor que él. Cuando él tenía 21 años ella tenía 45. Dice que a sus 66 años sigue enamorado de ella. Habla y cierra los ojos como si estuviera saboreando un postre de leche o un recuerdo remoto. Es el amor el que le activa las papilas gustativas. 

 Anochecía cuando salimos de las mangas y antes de llegar al puente nos encontramos con un señor golpeado por las fiestas decembrinas. Nos saludó en inglés y nos ofreció marihuana. Nos confundió con extranjeros que pululan desde que Medellín se ganó el reconocimiento a la cuidad más innovadora. Lo miramos y al darse cuenta de que éramos más antioqueños que la arepa, se disculpó ofreciéndonos, así porque sí, una habitación gratis para pasar la noche. Él llevaba varios días bebiendo. Cuando hablaba sus palabras se pegaban una a la otra, como si jugaran a enredarse, a no soltarse. Estaba bajo el influjo de la música de las montañas, que no es otra cosa que la malicia mal intencionada y el regionalismo radicalista tan de “el paisa es el putas”, tan de noches alicorados y depresiones explosivas. Nos despedimos agradeciendo su hospitalidad tan desbordada. 

 Llegamos a la flota y negociamos con el chofer el pasaje. Por 20 mil pesos nos llevaron de vuelta a la ciudad. Me recosté en los brazos de Estefanía y cerré los ojos. Recordé sus besos que con el almuerzo y la manga de don Marcos, fue lo mejor de Guatapé.

Me toca el sacerdocio, el rito supremo, un silencio impuesto. Estoy siempre mascando una palabra. La siento en la boca. Paso la lengua por cada una de sus letras. Dejo pasar un poco de oxígeno para potenciar el sabor y sentir un juego pirotécnico en el paladar. Cerrar los ojos y olvidarse de todo. Todo puede esperar cuando empiezas a creer. Es cuando te concentras en tu respiración. Exhalas lento, sin prisa y descubres que en cada bocanada se deletrea la palabra: "amor". No lo puedes evitar. Sucede. Así como un día soleado. No importa la hondura de tus preguntas igual el sol alumbra todo. No falta viento. Decidís abrir los ojos y te quedas absorto de cara al cielo.

Cilmoa Turbanec nació en un pueblito ubicado en el suroeste antioqueño. Su edad es un misterio. Es hijo de campesinos, de recolectores de café. Ellos lo único que dicen de él es que era un niño muy silencioso y que no los miraba a los ojos. Por eso los asustaba. Creían que tenía el diablo por dentro. Pero más que el diablo lo que tenía era la poesía que más que mirar hacia afuera lo llevaba a mirar hacia adentro. 

Desde pequeño se negó a quedarse en su casa. A los 14 años abandona a sus padres y se va a vivir al casco urbano de Fredonia. Allí termina sus estudios y por un tiempo trabaja en supermercados con el único fin de ahorrar e irse para la ciudad a abrirse un espacio con su poesía. 

La primera vez que lo vi trabajaba como empacador en un supermercado. Era un chico delgado, de cabello ondulado, piel blanca, que pocas veces miraba a los ojos. Descubrí, la única vez que hablé con él, que solo miraba a los ojos a aquellos que consideraba sus iguales. Al resto, dice, no vale la pena ni escucharlos. 

Cuando lo vi me sorprendí de su delgadez y de su fuerza. Como ninguno podía alzarse un costal de unos 70 kilos sin quejarse. Era un empleado eficiente y silencioso. Yo había entrado a trabajar en ese supermercado porque mi madre había movido algunas fichas con sus amigos. Durante meses intenté hablarle y él sin mirarme contestaba monosílabos. Después, no volvió al supermercado y desapareció del paisaje del pueblo. 

Años después, ya me había graduado de periodismo de la universidad, me encontré a Cilmoa en el centro de Medellín, el café Versalles, por pasaje Junín. Seguía igual de flaco, pero con barba. Estaba en una mesa tomándose un café. Me senté frente a él y sin mirarme me dijo “¿Qué quiere?” le dije: “Entrevistarlo”. Él sonrío y por primera vez me miró a los ojos. 

Esa tarde hablé con él por primera vez. Hablé, puedo decirlo, con un verdadero poeta. Lo sorprendente fue que habló de él como si hablara de mí mismo. Ese misterio de la palabra que define todo lo soterrado y silencioso me ronda. Esa palabra que acude a la pregunta más que a la respuesta. Esa palabra es la que comparto en esta entrevista. 

¿Quién es Cilmoa Turbanec? ¿Qué costumbres tiene y en que planeta vive? 
Cilmoa es un hombre que es muchas cosas. En su infancia fue un niño tímido, creció en el campo. Estudió en un colegio mixto y hablaba poco. Desde entonces vive solo. Le gusta caminar en las tardes. Le gusta el vino tinto. Le gusta su soledad así como le gusta la guanábana o el jugo de mango. Le gusta enamorar muchachas. Le gusta encarar el amor. Le gustan los boleros. Su gran frustración es no haber aprendido a tocar guitarra. Cilmoa vive en el planeta tierra a pocos años luz del asombro. 

 Dicen que cada poeta que nace tiene la compleja función de inventar el mundo, el lenguaje. Reinventarse a sí mismo siempre que sea necesario. ¿Cómo ha sido ese proceso en usted? 
Cada poeta está en la obligación de inventarse así mismo, escudriñarse y dejar en el verso un pedazo de piel. Lo que no sé es si lo mismo deba hacerse con el mundo. Creo que la invención del mundo viene por añadidura. Uno mismo es un mundo y en la medida que lo interrogue, lo sufra, lo otro será otra pregunta. No sé si esa pregunta se responda o si valga la pena responderla, pero atreverse a preguntar es tener otras posibilidades. Llamemos a esas posibilidades caminos. Entonces es gratificante caminar en uno, en los amigos, en las mujeres, en el lugar donde se vive y sacarle provecho a los pies. 

 Te escuché decir alguna vez que es lamentable la situación en la que se encuentra el escritor, de lo difícil que es ser escritor. Para ser más especifico, si es tan difícil escribir ¿Por qué escribe? ¿Podría simplemente, como ya lo ha hecho, dedicarse toda la vida a trabajar en una empresa? 
Considero que cualquier opinión que dé sobre el escritor es prematura. No sé si a mí mismo se me pueda llamar así. Ese apelativo hay que dejárselo al tiempo. Pero si creo que se debe ser fiel a sí mismo, a sus cuestionamientos. Luego, esperar que sean los hechos los que den las certezas de lo que uno dice que es uno. De esta manera, el recuerdo, la medida del tiempo en nosotros, será lo único que pueda afirmar sí uno de verdad es un escritor. Se preguntará entonces ¿Si está inseguro, por qué sigue escribiendo? la cuestión es elemental, estoy incompleto. Por ello escribo, para descubrirme, para inventarme, para indagar todo aquello que apenas sospecho que soy. Escribo para evitar que lo que desconozco de mí, que es un 90% me convierta en un hombre peligroso. Me explico, soy, como todo colombiano consciente de su historia, un tipo violento. De ahí que la escritura, en ese sentido, mengue las ganas de golpear y agredir al prójimo. Lo del trabajo es electivo. Como en este país todavía es una utopía elegir un trabajo, es necesario soñar. Es la única manera de diferenciarse del obrero, que a causa de sacrificar su vida a un sistema que no lo necesita, se vuelve un catedrático de la queja. De ahí que muchos de ellos sean homicidas en potencia. 

 Esta es una pregunta muy común, se la hace siempre a un escritor ¿Cómo aborda usted la escritura de un libro de poemas? 
La forma en que abordo la escritura es a través de las preguntas y las vivencias que me haga en determinado momento. En síntesis, cada libro de poemas responde a un episodio de mi vida. Primero escribía por disciplina un promedio de tres poemas diarios. Lo único que hice fue escribir el mismo texto tres veces. Ahora me planteo una pregunta, por ejemplo, la causa de mi incertidumbre. Y descubro que me gusta la incertidumbre y disfruto estar en ella. Entonces me escribo, cuento lo que vivo, mis manías, mis caprichos, mis perversiones. Porque lo único que quiero, más que contestarme, es ser sincero conmigo mismo. Es decir, concibo todos los poemas como si fueran uno solo. Parto de mí hacia el mundo. Sí, salen muchos textos desastrosos, pero esos textos son necesarios para que los otros, los definitivos, florezcan y merezcan quedarse como testimonio. 

 Ante un mundo en constante crisis, ante un mundo que se desploma hacia un desconocido abismo ¿cree que tiene sentido andarse escribiendo versitos? 
Disgrego de esa pregunta. Es muy pesimista como para responderla igual. Pero, precisamente, porque hay mucha gente que piensa así, es que es necesario escribir versos. No sé si los míos puedan acolchonar la caída al abismo. Espero que no. No soportaría la culpa de saberme salvador, sobre todo cuando ni yo mismo me he salvado. Pero, y de una cosa si tengo sospechas, es que por la fuerza inevitable de ese abismo hay que aferrarse a algo, así ese algo sea la misma caída. Quizás, y es probable, uno descubra que eligió el camino equivocado. Pero esa elección es ya una certeza de fe. Y por esa ilusión creo que vale la pena atreverse. Además, cuando se elige creer en algo puedes descarriarte del rebaño o de la gente que pasa por la vida como si fueran de paseo a un centro comercial. Si es así, entonces vale la pena escribir versitos porque se aprendió a ser pastor de sí mismo.

¿Qué piensa usted de los escritores inéditos, esos que como usted no saben que será de lo que escribe? ¿Lo acosa a usted la incertidumbre de no ser todavía nadie para la literatura? ¿Cree que algún día será alguien? Y si ha de ser alguien ¿Qué tipo de alguien será o qué tipo de nadie? 
 Creo que el desconocimiento es la mejor escuela para afianzar un estilo. Y cuando más truncado mejor. Entre más enmarañada parezca la esperanza de inscribir tu nombre en la literatura, más ingenio se requiere para conseguirlo. Entre más inteligente más dificultades y sufrimientos. A mayor exigencia mayor sufrimiento. Por ello, una vez más lo digo, lo importante es ser fiel a un deseo íntimo, el que en verdad te mueve el espíritu. Porque son más los que abandonan una empresa a los que la consiguen. 

 Puede que usted escriba poemas, pero a veces pasa que un poeta no sabe que diablos es la poesía (Si acaso es algo) ¿Tiene usted idea de que es la poesía? ¿Cree que le compete a un poeta pensar esas cosas? 
Ese es un debate vigente. Definir las cosas no es más que definirlas. Pessoa, el poeta portugués, se jactaba de ver con los ojos y no con las páginas leídas. Claro, para Pessoa decir eso tuvo que haber visto mucho con las páginas leídas. Bueno, en nuestro caso, si creo que se deba tener nociones de la poesía. Estas nociones permiten descubrir el ejercicio de escribir y leer. Estas nociones son: 1: No teorizar la poesía, más bien sentirla porque la poesía es la vida misma. 2: Ser sincero y decirse a sí mismo sí sus versos son pura incapacidad de escribir en prosa. Esto le da valor poético a lo poco que se pueda escribir desde el corazón. Además, se quita uno esa molestia de utilizar el poema para contar lo que solo se puede narrar en prosa. 3: No utilizar ni una palabra superflua en el poema porque esa palabra es como una segunda intensión. Al final siempre se descubre y decepciona. 4: Evitar el ritmo y la musicalidad de los poetas que se admira. Hay que matar en uno toda influencia para empezar a escuchar su verdadera voz. 5: Esquivar temas trascendentales como el amor y la muerte, como lo decía Rilke, habría que luchar contra una tradición que lo ha hecho brillantemente. 6: Si se hace bien todo lo anterior el poema que se escriba es un poema que muestra y representa. 7: Escribir superfluo es como un golpe en el pecho, corta la respiración. 8: Escribir si no se puede hacer otra cosa. Si es así, la poesía es todos los días. Escuché decir que la poesía el día festivo de la semana. Pero también es los otros días. 

Si el mundo se fuera a acabar dentro de 24 horas y usted quisiera habitar lo más poéticamente el mundo, es decir, siendo lo más usted posible, sin restricciones de ningún tipo ¿Qué haría en sus últimas 24 horas? No se salga por la tangente. Responda seriamente. 
La verdad es que haría lo mismo que venía haciendo. Un amigo decía que escribía en su cuaderno, cuando estaba en el colegio, todos los días: Hoy es un buen día para morir. Sería bello repetirlo ese día. Pero si hay cositas que he pensado y me contengo por cortesía. Pero si las he pensado es porque de alguna manera las he anhelado. La primera: tirar una serpiente venenosa en el concejo municipal y cerrar la puerta con llave. Segunda: desnudarme y hacer las mismas cosas que hago vestido. Tercera: tirar un pedo químico en una de las oficinas de apuestas o chance y decir desafiante que fui yo. Cuarta: no escribir ese día porque eso me quitaría tiempo. Quinta: orinar la puerta de un centro comercial. 

Usted es un poeta inédito, mándele a todos los poetas inéditos, como usted, un mensaje. Algo que se diría a usted mismo si ya no lo fuera? 
Ah, que no pidan perdón por sus textos. Si el texto no se defiende por si solo es una inocentada del autor. Es dañino escribir para que otro te apruebe. Lo importante es sentir lo que se hace. Escribir o no escribir no es la cuestión. Si puede abandonar la escritura ¡adelante! Se habrá librado de una carga de abismos, pero, si no puede huir entonces sumérjase y encárese. Descubrirá, con los días, así no lo acepte, que la tristeza seca la carne, pero que, como decía el escritor español Luis Bonilla, es preferible ser flaco que famoso.
Pongo en tus manos
el amor.

Cuídalo como un hijo.

Podría morir de infarto
si lo sostienes 
y te limitas dejarlo
en el baúl de tus cosas preciadas.

Podría secarse como 
           una fruta al sol
si te pones a pensar 
en lo que pudieras ser
si fueras menos tú.

Llévalo al aire
al beso primero del cosmos.

Si llega un pájaro
abre las manos
y permite al amor volar.

Si llega una mariposa
abre los ojos
y deja al amor aletear.

Si llega el viento
suspira profundo
y déjate por las estrellas llevar.

Si llego yo
abre el amor
y al cielo vamos a navegar.
Cuando ella nació el astrónomo más viejo de la aldea predijo que ella podría entender todas sus vidas pasadas si encontraba el hombre adecuado. Veinte años después, ella, en el furor de la juventud, en un evento público, miró el cielo y vio una estrella fugaz. Al instante un hombre delgado, de sombrero y lentes la saludó. Conversaron un rato. Mientras hablaban, ella recordó un sueño de la noche anterior. Un hombre le entregaba en el sueño un caja de madera sellada. Él, mientras miraba el cuello de ella recordó que su abuelo le había encargado entregarle una caja de madera, cuyo contenido le era desconocido, a aquella mujer que lo hiciera suspirar y sentir ese cosquilleo en el estómago que todavía asusta a la mayoría de los mortales.

Es una flor extraña que pocos jardineros conocen. Dicen que su aparición se debe a que en el cosmos dos estrellas colisionan en una danza perfecta anunciando el encuentro de dos seres que al versen saben que caminaran juntos porque así lo quiere el universo. Como dato curioso, esta flor se llama sonriflor porque sus pétalos forman una especie de sonrisa y en las noches de luna nueva sube el agua hasta sus pistilos simulando el efecto en miniatura de las fuentes de agua. Al acercarse a ella uno siente que toda ella se derrama en los dedos. Basta con olerla para que a uno se hinchen los labios.