Para todos un feliz año. Nos vemos en enero. Mientras, propongo para estos días volver al ritual del café. Disfrutarlo y conjurarnos. Beberlo. Soñarnos. Porque no, vernos.



El café debe ser negro como las plumas del cuervo, amargo como una mala noticia, caliente como el aliento del fuego y dulce como un beso con los ojos cerrados para que sea una bebida espiritual. Debe beberse en cantidades reducidas, en un pocillo pequeño a medio llenar y en dosis controladas. El vapor debe ser una flor gris azulosa que se abre en el aire y perfuma.

El café es la contra a la prisa. Por ello, se recomienda tomarlo sentado, con música a no muy alto volumen. Ya que el café trae preocupaciones trascendentales como el desequilibrio ambiental y climático que enloquece las emociones. También temas más cotidianos: la camisa que vi en el centro comercial y quiero comprar, el jefe que quisiera desaparecer con decir “Hada cadabra”, las páginas verdes azules de algún clásico ruso.

El café es una bebida del espíritu cuando se siente en la garganta, en el estómago, en las tripas, en las venas, en la sangre. Entonces te habita todo el cuerpo y se puede meditar, leer a Rimbaud y Whitman, escuchar Mazzy Star, confesar los miedos más íntimos, contemplar el paisaje solo y acompañado, escribir cartas a los amigos y derramar unas gotas en la hoja.

El café se disfruta o de lo contrario es un desperdicio de bebida que se toma en oficinas o en calles atestadas de termos y vendedores ambulantes.  Por eso hay que entregarse al ritual, a la quietud. Es decir,  a la conversación y olvidarse del ritmo acelerado de estos días donde no es permitido sentarse, respirar, mirar el cielo, soñar, suspirar, robarle al viento un aroma. Días donde se necesita hacer para pagar el arriendo, el teléfono, los pasajes, las cervezas. Hacer para que el amor nos mire y se quede un ratico. Hacer para ser digno de respeto. Pero el que hace sin reposo pierde el privilegio de contemplar, sentirse, conversar, aprender, creer.

Es necesario volver a mirarse a los ojos. Volver a conversar. Volver al hechizo de las tardes de lluvia, de las ventanas empañadas, de las noticas a desconocidas, de las velas encendidas en la noche, de los abrazos compartidos, de los proyectos fecundos de cafetín, de los regalos, de las cenas. Volver a sonreír. Volver aprender a tomar café.

Aposté con un amigo quien de los dos conseguía primero novia. Visualizamos las dos niñas más lindas del curso: Él a... ya no recuerdo a quién y yo a Sandra, una niña de pequitas, ojos café miel, delgada y con un coeficiente intelectual que podría… Dios mío… solventar mi vagancia en la adultez. La elegí por sus pecas, sus puntos revueltos en el cuerpo. Pero el problema era encontrar las palabras indicadas. No ser muy directo pero tampoco muy aburrido.
Ay Sandrita, tú con tus pequitas en las mejillas me dijiste “no” sin siquiera preguntarte el cómo conseguí dinero para comprarte los caramelos y los chicles Arcoíris. Ay Sandrita, tú con tus pequitas no te enteraste de que perdí una apuesta y tuve que invitar durante un mes a mi amigo a pan con gaseosa.
Recuerdo que en mi habitación apoyaba la cabeza en las manos y fabricaba discursos: “Soy un chico educado. Me gusta jugar a la gallina ciega y al escondidijo. Además, ya tengo mis primeros cuatro pelos en las axilas y ha empezado a cambiarme la voz. Lo más importante es que no digo groserías, me baño todos los días y llevo la camisa del uniforme dentro del pantalón. Ahhh… esto si te derretirá: obedezco a mamá sin discutirle”. Es poco convincente. De seguro pensará que soy bobo. Mejor le dijo la verdad: “Sandra aposté con un amigo a que sería tu novio. Pero, como ves, voy perdiendo. Te preguntaras el por qué. Pues lo que comenzó como una apuesta trascendió y me enamoré.” Si. ¡Eso es! Mañana será el día.
En el descanso compré una chocolatina en la tienda del colegio. Vi a Sandra sentada con dos amigas desayunando. Le obsequié la chocolatina y le dije que necesitaba hablarle. Ella me dijo que al finalizar las clases.
Matemáticas con el profesor Mondri. Le decíamos Mondri por su aliento a pescado, a herida infectada, a no me hables cerca, a masacre en la autopista… Trabajamos las ecuaciones de despeje. Lo más interesante era como un número cambiaba de signo al pasar al otro lado del igual. Entonces pensé en Sandra y en nuestra relación de despeje. Ella, claro, estaba al otro lado del igual. Pero ¿Cómo pasarla? ¿Cómo restarla de mí? Dios ¿Dónde estabas cuando Sandra con sus pequitas me dijo no?
Los gritos se escucharon cuando sonó el timbre que anunciaba el fin de las clases. Fui el último en salir porque ya no quería confesarle mis sentimientos. Me asusté cuando la vi frente al portón metálico.

—Florentino, ¿qué eso tan urgente que tienes que decirme?
—Eehhh... heee... eeh... lo... que... que... yo... yo... te-te-tengo que-que de-de-cirle es...
—Florentino no decís nada. Mi mamá piensa que estas enamorado de mí. Y no quiero que te enamores de mí porque yo no estoy enamorada de ti. Si quiere, seamos amigos.

No tuve el valor de tomarle una mano, mirarla a los ojos y darle un beso. Ella se despidió y me quedé inmóvil. Desde ese episodio no volví a dirigirle la palabra.
No volví a hablar. Me sentía mal conmigo mismo. Odiaba a todas las mujeres y los hombres. Odiaba cualquier defensa sobre la humanidad. Odiaba sin remedio, sin medida, sin razón, sin mí, sin Sandra, sin pequitas, sin compañía. Odiaba porque era un puñetero cobarde incapaz de abrir la boca y morder. Odiaba el aire, la tierra, los pájaros. Odiaba los profes y por eso exploté en clase de Ética cuando la profesora arremetió en contra del machismo. Ella habló sobre el sometimiento cultural de la mujer en occidente. Criticaba que fuera valorada por sus tareas domésticas. La profesora me parecía una mujer muy extraña. Su juventud y su discurso eran extraños. Ella aseguraba que el machismo era un invento del hombre para ocultar su inferioridad. Porque la mujer es una fuerza oscura e indomable, una energía abismal que lo descontrola todo. El machismo, entonces, es un mecanismo de control regido por el miedo. El machismo sirve para que el hombre niegue públicamente las virtudes de la mujer que podrían direccionar por mejor el destino de los hombres. El machismo es la doctrina del miedo por el miedo. De ahí que el hombre necesite más de la mujer que la mujer del hombre. Pero el hombre no lo admite ante otro hombre porque parece menos hombre. Cuando es sabido que el hombre mero-macho-de-pelotas-de-toro es vencido por una gripe. Se queja porque si, porque no, porque si y no, porque no sabe que hacer consigo mismo sin una mujer a su lado.
Sentí en el estómago un ardor y olvidé que era un joven con dificultades de comunicación y alcé la mano. Era la primera vez que hablaba en clase.

—Comparto su idea pro-pro-fe. Pe-pe-ro, no creo que el machismo sea sólo por parte del hombre. La mujer también es machista. Ella es más más-más débil. Como sufre más lento sufre menos. Nunca se tarjará en segundos co-co-mo le sucede al hombre. Ella no sabrá del vacío de olvidar en pocos días una mujer de pe-pe-cas mági-gicas. La mujer se que-queda viviendo en el pa-pasado. Por eso huye de las preguntas fundamentales. Si a ella se le pregunta el por qué está tan tan sola ella pre-prefiere organizar la ropa o hacer el almuerzo. El hombre no la conoce, es va-valido, pero ella tampoco se-se conoce. Na-nadie se conoce. Pero lo pe-peor es que la mujer hace dependiente al hombre de su se-sexo y por eso él…

—¡Florentino! ¡Se calla! Acompáñame a coordinación.


Juan, un turista interesado en el arte visual, viajó a Santa Fe de Antioquia, un pueblo colonial conquistado por el Mariscal Jorge Robledo en 1541, a presenciar entre el 8 y 12 de diciembre la XI versión Festival de Cine y Video de Santa Fe de Antioquia. Lo que más le gustó fue que ese pueblo parece haberse convertido en una fotografía estática donde no pasa el tiempo.

Juan estaba contento porque podía ver películas como: Los 400 golpes (1959), Jules y Jim (1961), La piel suave (1964), Besos robados (1968), El amor en fuga (1979)… del director Fancois Truffaut. Lo interesante es que sus proyecciones, pensaba Juan, aún son vigentes. La magia radica en que sus películas hablan de la condición humana. Es decir, sus emociones. Por algo, en cada film aparece un hombre que revive episodios biográficos, sobre todo de su infancia, preocupado por la búsqueda del padre y por entender a la mujer como un ser tangible y no como un ser de porcelana que se quiebra y no suda.

Juan acudió una conferencia sobre Truffaut. Mientras escuchaba al ponente sintió que era hora de hacer un cortometraje. Olvidó lo que estaba escuchando y visualizó los momentos, que creyó, eran importantes para el corto. Ya tenía el título: Les parents. Quería algo autobiográfico, de su adolescencia, cuando su padre no estaba para decirle que las mujeres no eran creaturas de otro planeta que hablaban otro idioma. Sospechaba que al revivir un episodio de su pasado en una de las calles de Santa Fe de Antioquia podría dar la impresión de que las preocupaciones humanas son atemporales. Por eso, en su posible corto, debía aparecer una pared de estilo colonial, blanca, iluminada por el reflejo amarilloso de un farol. La pared en plano general y con sonido ambiente. De pronto, sin dejar de enfocar la pared, se escucha el taconeo de una mujer y su silueta atraviesa la pared. Cuando cruza, la pared se funde a negro y surge una mujer de perfil, en plano de busto, en una conferencia sobre Truffaut, sentada en una silla plástica con la mirada perdida y los hombros descubiertos. Atrás, de fondo, se ve al director de cine antioqueño, Víctor Gaviria, el hombre que internacionalizó las historias barriales de Medellín, rodeado de un puñado de personas que le ofrecen licor y le piden un autógrafo, una entrevista o una fotografía. Se desenfoca el fondo y en plano de detalle surgen los hombros de la mujer que sigue sentada, con la mirada perdida. Juan, en un primer plano, mira a la mujer y sacude la cabeza. Luego, aparecen sucesivos planos de detalles de pechos, traseros, rostros de mujeres abismadas, hombros y espaldas descubiertas, piernas... Los planos pasan rápidamente durante cinco segundos hasta que después de un fundido a negro aparece el padre de Juan recostado en el pared de estilo colonial, blanca, iluminada por el reflejo del farol, mirando una mujer en tacones, la madre de Juan, y la ve pasar quedándose con el eco de sus tacones martillándole en la cabeza.


Uno
Vos
Tres suspiros


El invierno hace estragos y los pobres representan el índice más alto de damnificados y los medios se aprovechan de la situación para registrar el dolor y ganar en rating y amarillismo. Por ejemplo, buscan los primeros planos de madres que lloran sus perdidas o ancianos navegando en colchones en busca de un familiar o un electrodoméstico.


Millones de pobres más pobres sin vivienda, sin dinero, sin ayudas estatales porque las catástrofes naturales no pueden atribuirse como atentados terroristas. O tal vez si: “el invierno es una peligrosa arma biológica del frente Escarcha de las FARC que opera entre las nubes”. Podría decir un comunicado de prensa gubernamental.

Millones de ilusiones bajo la tierra en tiempos de tristeza. Millones de sonrisas borradas en el lodo en tiempos de no importarnos el vecino. Millones de sueños sepultados en tiempos de usura y de escombros por todas partes. Millones de inocencias robadas por fusiles en tiempos donde la infancia es despintada de la historia patria, y es por ello, que con el nacimiento de cada niño mueren todos los colombianos. Millones de pesos en unos pocos bolsillos mientras millones de estómagos chirrean como una puerta con las bisagras mal aceitadas. Millones de lágrimas en tiempos de zombis que miran los alumbrados navideños.

En Colombia no somos dignos de la tierra porque no la escuchamos, no la cultivamos, no nos importa. En Colombia los colombianos son todo menos colombianos y esa es la razón de que no seamos un país autentico con un gobierno autosuficiente para las necesidades nacionales. En Colombia parecemos que no somos un pueblo de la tierra sino un pueblo del aire, sin raíces, que sale a la calle sin arrepentimiento porque es navidad y estamos de fiesta. Siempre estamos de fiesta. Las luces intentan alumbrar la oscuridad que nos circunda desde hace siglos y hay más luces en la ciudad, pero más oscuridad en los ciudadanos. Millones de velitas encendidas con millones de chapolas volando cerca. Millones de oportunidades para invocar la indiferencia y opacar los gritos de nuestra historia con los equipos de sonido de última tecnología. Y sin embargo, podemos beber porque es tiempo de lujuria, de noches bebidas y fumadas, de asesinatos, de fornicaciones desmedidas, de embarazos en tiempos sin padres, sin guías, sin caminos.

Millones de colombianos engañados todos los días y aún así millones de colombianos esperan el milagro en tiempos de tragedias. Y lo único que queda es bailar sobre el pantano porque el Santos de devoción nos dio la espalda.

Una cerveza. Un cigarrillo. Otra cerveza. Una mujer cruza la calle y su olor a rosa con desodorante deja burbujas violetas en el aire. Otra cerveza. Otro cigarrillo. Los senos se multiplican en una línea undívaga y distante. Los traseros conversan sobre el movimiento oculto de las miradas. La luna se sumerge entre las nubes y su imagen borrosa es un espectáculo para ciegos
Lo que más le asusta son las madres comunitarias. Son de su misma edad, incluso menores y lo miran, le dan café, galletas, gaseosa o pasteles de guayaba con un vaso de leche. Para ellas es el hombre perfecto, sensible, amable, con sueldo y que debe acariciar como una mujer con barba. Aunque él sabe de los cortejos, sonríe y les hace creer que es demasiado educado para ellas. Pero, lo que ellas no saben es que él apenas puede contenerse. Cuando él les mira los labios con ganas de besarlas, estar entre sus piernas, respirando, chupando, mordiendo, lamiendo, gimiendo, suspirando… También se las imagina en minifalda restregándole su miembro en sus traseros. Por eso, él sacude la cabeza tantas veces para pensar en otras cosas y no sentirse tan mundano. Pero, si una madre comunitaria lo saluda y le pregunta si es casado él responde que es divorciado porque así se siente más interesante. Y ella le dice que no parece mientras camina hacia la cocina. Él sonríe y se queda viendo como su trasero se mueve y se contornea, se mueve y se aleja, se mueve y deja en el aire una quejido de cremallera.
Escribo sin esfuerzo
como si las palabras me encontraran
como si hubiera algo que me mueve.
Una fuerza superior que me llama
me hace sostener el bolígrafo
hasta donde me sea posible.
No puedo hacer otra cosa que escribir
no idolatro a nadie
no extraño a nadie.
Puedo estar solo muchas horas
sin anhelar un encuentro.
Me encierro a sentir lo insoportable
a respirar y escuchar la quebrada
a olvidar tanta cosa que deseo
a fumar mariguana y estar.
Tirarme a la nada
verle la cara al abismo
a estar conmigo
a afilar los colmillos...
y estiro las manos
y atrapo palabras
como si danzara
una canción cósmica.
Una noche sin lluvia de noviembre
siento que he escrito toneladas de poemas
y puedo escribir otras toneladas.
Tengo que contarlo todo: la chica que esta lejos y no quiere conmigo, la chica que no me gusta y quiere conmigo, la soledad que está conmigo, la falta de sexo y licor que pueden conmigo… Por ello, a veces, parece que no vivo para mí sino para aquellos que me leen. No es que me queje, es que siento que he perdido intimidad y no puedo callarme. Me explico, si me rompo un tobillo escribo un post, si mamá no entiende que ya estoy grandecito y me quiero ir por quinta vez de la casa escribo otro post, si una chica me guiña el ojo escribo varios post… y entro al blog varias veces al día y leo mis post y me agradan. Veo los comentarios y hago clic en quien me comenta para dejarle otro comentario. Intento escribirle algo ingenioso para asegurarme que vuelva a comentarme. Y si no vuelve a comentar me siento algo frustrado porque perdí un posible amigo post. Sobre todo busco chicas post. Por eso, me alegro como un niño cuando me comentan. Si es un chico post respondo con halagos post, pero, si es una chica post respondo con cortejos post. En resumen, la comunidad post es lo último. Porque es allí donde están los escritores post que escribirán libros post para público post con ideas post. Y el público post piensa corto porque en el mundo post todo es breve y vertiginoso, rápido y distante, olvidadizo y fugaz. Y los verdaderos post son lacónicos y no dicen mucho porque sobre abundan. Por eso, al público post le gusta el sexo post, sexo sin tacto, sexo post-ergado. Me di cuenta que era un chico post cuando le puse un contador al blog y empezó a importarme más las visitas que los post. Esa es la razón de que haya más chicos post. Chicos que sino miran el blog se angustian y sufren depresiones post, desconexiones post, soledades post. Chicos que van con el portátil a todas partes para escribir de todo. Y para ser un chico post hay que cumplir dos requisitos básicos. Primero, ser un personaje post para lectores desconocidos post. Segundo, evitar relacionarse con personas que no hayan creado un blog porque son los arcaicos, los que ocultan sus pensamientos. Y la onda en el tiempo de la prisa post es decir hasta lo que no se piensa.

En fin, creo que el siquiatra, el que me da los calmantes, dice que debo volver a integrarme a la sociedad, interactuar con mis amigos, conseguirme una novia, olvidarme de la Internet por unos días, caminar por el campo… Y la verdad es que no entiendo al siquiatra cuando me habla de la sociedad. No sé a que sociedad se refiere. Lo que creo, es que él no entiende esto de la comunidad post.
El mar atraviesa la noche con furia.
Beso a mi chica y no la puedo coger.
Tiene una infección urinaria.
La arena de la sábana se pega al cuerpo.
Las moscas rondan.
Beso a mi chica en los ojos
labios
orejas
cuello
hombros
senos
vientre…


La impotencia atraviesa la noche con furia.
Me subí al sub en la estación Olleros. Ella me esperaba dos estaciones después. Cuando la vi estaba fumando y nos dimos un abrazo distante, pero tranquilo. Tomamos un taxi rumbo a la casa de su hermana. Cuando llegamos vi sobre una mesa una bolsa con galletas, pan tajado, fresco Tan sabor naranja, dulce de leche, atún y una botella de agua. Fuera de la bolsa había un mate de plástico con la bombilla. También había unas fotos y una carta de despedida. Yo le dije que no me arrepentía de nada, mientras ella se lamentaba de no haber estado juntos mi última noche en Buenos Aires. Sonreí. Sabía que se nos había muerto el amor de tanta inclemencia, de tanto dolor de panza, de tanta ausencia y silencio. Muerto el anhelo, el deseo se llena de tierra y distancia. El gran error fue haberle suplicado y el amor no debe acostumbrarse a las suplicas o a la necesidad de afecto porque se deja de alimentarlo con dulcísimas miradas. Y nosotros habíamos hecho todo lo necesario para que el amor nos fuera tormento. De un momento a otro cada uno hacía lo propio, sin importarle lo del otro. Como si cada uno empezara a recorrer un camino opuesto. Ya nuestros ritmos no eran compatibles. Así lo quisiéramos, no éramos los que necesitábamos ser para estar juntos. Y si una mujer no es la que debe estar contigo, la que te dejará recostar en su vientre, por más que intentes no podrás estar con ella. Siempre se presentará algo que impida el encuentro. Eso quiere decir que ella no es la que debe estar a tu lado. Porque cuando una mujer es la indicada, la que te acompañará, llegará en donde quiera que estés, en el instante preciso. El peligro es quedarse detrás de una mujer no indicada mucho tiempo negándose a la posibilidad de dejarse encontrar. No imaginaba eso con Ella. Además, nosotros ya no éramos encuentro, no éramos compatibles y nuestros movimientos habían dejado de ser armoniosos hace mucho tiempo. Nos quedaba cierto recuerdo lejano que apenas llegaba a la gratitud y no al deseo de sentir que se puede tocar la eternidad con las manos. Y la eternidad es el instante del instante, el beso que te genera mareo, la respuesta orgánica a ese beso, como una calada de cigarrillo en ayunas o un sobresalto al corazón.
—Lamentamos decirle que prescindimos de sus servicios.
—Bueno, las cosas no son como uno las imagina —contesto.

Miro la jefa de personal y quiero abofetearla porque por su culpa soy un desempleado más.
“Nancy la gente está acostumbrada a ser pisoteada. Si un jefe de personal dice lústrame los zapatos, lustran los zapatos. Yo soy distinto porque defiendo la dignidad del individuo. Por ello… eh… ya sabes… renuncié”. No, parezco muy heroico. “Nancy es hora de cambiar de vida y conseguir un mejor trabajo”. Tampoco. “Mira… eh… voy a montar un negocio con un amigo que será una mina de oro”. Ni yo lo creo. “Mientras surtía los aceites una voz interna me dijo que algo grande estaría por ocurrir y ya sabes… eh…”.

—Hola ¿Cómo te fue?
—Bien querida… eh… lo novedoso… eh… es que perdí el trabajo.
—¡Cómo! ¿Hablas en serio?
—Si, pero hay solución.
—¡Solución! Lo mismo dijiste cuando te despidieron de la fotocopiadora. ¡Siempre lo mismo! ¡Tu puta inestabilidad!
—Nancy no te enojes, las cosas volverán a ser como antes, confía en mí.
—¡Cómo antes! ¿Cuándo aprenderás a asumir responsabilidades? ¡Estoy harta de mantenerte!
—Pero Nancy...
—¡Pero nada! ¡Te vas!
—Nancy…
—Ya me sé tus excusas. Eres diferente a otros tipos, eres orgulloso, eres libre, eres el que escucha una voz interna que nos hará millonarios.
—Nancy, me duelen tus palabras.
—¡Ahora te duele!
—Ehhh...
—¡Lárgate!

En la calle soy otro desempleado sin mujer y sin casa. A unas cuadras adelante veo un bar.

—Señorita, una cerveza.

Pongo la maleta en el piso. Una cerveza y otra y otra. Una mujer se acerca:

—Te ves mal.
—¿Te parece?
—Si, pero yo te puedo… sabes… rehabilitar.
—¿Qué harías?
—Tienes que descubrirlo.
—No estoy de ánimo para las adivinanzas.
—Pareces un adolescente.
—Y si eso te parezco ¿por qué no te vas?


Otra cerveza. ¿Cuánto le debo? Gracias. Al querer tomar la maleta descubro que ésta no está ni tampoco la mujer que antes me había saludado. Así que en la calle soy otro ebrio sin empleo, sin mujer, sin casa y sin maleta. Voy cabizbajo y en una esquina tres jóvenes me detienen. El mas chico se lleva las manos al bolsillo del pulóver.

—Viejo, danos la billetera.
—¡Qué!
—¡Maricón la billetera! ¡Yaaaaaaaaaaa..!
—¡Qué!

De un puñetazo en la oreja me arroja al piso. Siento, sin poderme defender, como sacan la billetera del pantalón. Intento reponerme del golpe cuando de nuevo me toman de la camisa y me levantan de un tirón.

—¡Borracho la calle no es dormitorio público! Búscate otro lugar o...
—O ¿Qué? ¿Me golpearas?
—Muy bravo ¡Toma!

Con la cacha del revolver el policía me rompe la frente. Recuerdo la jefe de personal, a Nancy, a la mujer del bar, a los tres atracadores y de un golpe le hundo un pómulo al policía. Otros policías acuden a la escena.

— ¡Quieto, manos arriba! —grita un oficial.

Alzo las manos y TRÁCATE. Un cachazo en el rostro. De nuevo al piso y los polizontes empiezan a patearme. Minutos después un gato pasa y saca las uñas.
Todo lo que piense puede alterar el orden de las cosas.
Cada acción es como un bumerán:
Una mala intención coarta el aliento del otro,
un deseo perverso oxida el abrazo,
una queja tras otra queja evocan el invierno.
Hay que aprender a agradecer para afirmar el propio peso,
estar sobrio para aceptar la soledad,
respirar para arar el espíritu en Dios,
la multiplicidad del instante,
el fuego que mueve todos los cuerpos.
Cada cosa es una pieza fundamental de la existencia.
La flor es más antigua que el hombre
y apenas huele.
La roca es el origen del oxígeno
y no se mueve.
El amor florece y apenas es una vibración.
Pero, el pájaro canta
y se prefiere el ruido de los automóviles en la autopista.
Todo es imagen mientras se toque
en estos tiempos donde nadie ama
y el cuerpo es el altar del olvido.
¡Oh fuerzas invisibles!
¡Oh vibraciones intangibles!
¡Oh manifestaciones divinas!
Los hilos los cortaron hace mucho.
La rebolusion
avita el hip hot
consiente.

Medeyin 2010
Muaaaaaaaaa
mua
muaaaaaaaaaaa
mua
muaaaaaaaaaaa
más cerca
mua
muaaaaaaaaaa


Porque se me rompen los dientes
de querer...
ya sabes...
reina de todas las distancias
muaaaaaaaa
mua
muaaaaaaa












Volví a escribirle a Y. porque no quería acertar que las cosas terminaran sin haber empezado. Claro que desde hace unas relaciones para acá esa ha sido la constante. Todo empieza sin empezar. Y. optó por la indiferencia y yo no hice nada para remediarlo. Me hice el fuerte. Me dije a mi mismo que no debía perseguir mujeres como si se fueran a extinguir. Así que dejé de escribirle. Pero, la vi sentada en una cafetería, con su delgadez, sus hombros descubiertos, sus gafas de lentes gruesos, sus ojos distantes y saltarines. Me senté frente a ella para que supiera que como ella yo también podía ignorar. A los veinte minutos le escribí un versito y se lo entregué. Y. sonrió y ya, no más, fin de la historia. No logré que Y. se abalanzara sobre mí y me dijera que por mis líneas sería mía para siempre y nos iríamos a vivir juntos. Maldije su nombre con un trago de cerveza y una calada de cigarrillo. Con Y. las cosas van para ningún lado. La siento lejos. Está lejos. Mierda. Lejos. Tanto que ni los versos de los grandes poetas que leo la tocan.

Creo que algo está mal en mí respecto al amor. No quiero admitir, pero como que mendigo amor. Quiero que me den caricias, besos, palabras, abrazos, entrepiernas, entradas y salidas en la madrugada después de unas copas de vino. Como que no aprendo a estar solo. Esa tarde me encontré con O. y la besé sin que me gustara. Le dije que metiera una de sus manos al bolsillo del jean para que sintiera mi gran pluma de tinta espesa y húmeda. No me arrepentí. La verdad fue delicioso, aunque para muchos sea un suceso enfermo y triste. Bueno O., lo que más me gustó fue ver tus gestos que no sabían como acomodarse a tu rostro. Luego llamé a S. y le escribí a B. No me sorprendió que S. me dijera infantil y me colgara. Pero lo que le escribí a B. lo reproduje y se lo envié a C., M., A., y N. Como ninguna se reportó le dije a la luna que si quería que durmiéramos juntos y la luna me mostró su lado oscuro. Entonces me dormí solo. Desesperado y solo. Triste y solo. Borracho y solo. Entendí que necesito estar solo. Cuando ya iba a cerrar los ojos apareció de la nada una mujer vestida de negro y con tez blanca. Una mujer en extremo delgada y con el rostro cubierto con un velo. Me asusté y le dije que no la necesitaba, que me llamara para asignarle una cita. La mujer sonrió y dio varias volteretas, como la mujer maravilla y se sumergió en la tierra como un taladro. Pero las baldosas estaban intactas.
Para vencer, ceder.
Capitulo 1
El Hombre estaba apoyado en la baranda de la cama intentando no pensar en que tenía hambre. Miraba el techo casi sin parpadear mientras apretaba a su panza una biblia de pasta dura. Llevaba horas esperando a La Vida y empezaba a desesperarse. Así que abrió las manos representando una cruz (la biblia cayó al suelo) y gritó: “tengo sed”.

Miércoles
Miércoles mató a su abuelo justo el día en que despertó de su estado de coma. Al abrir los ojos lo primero que hizo fue buscar un espejo. Se miró y no se reconocía a sí mismo. Le parecían extrañas las alas que le habían salido en la espalda, abajo de los omoplatos. Intentó moverlas y el movimiento le produjo un ardor que le aguo los ojos. En ese instante abrieron la puerta, era su abuelo. Miércoles abrió las alas y le clavó los dedos índices en los ojos. El viejo produjo un ronquido seco. Luego, Miércoles introdujo la mano derecha en el pecho de su abuelo y extrajo el corazón. Agitó las alas y salió por la ventana.

Capitulo 2
La Vida se sentaba en los parques a observar la fila india de hormigas que cruzaba el césped. Con una ramita seca extraía una hormiguita y la dejaba caer en un charco. Cuando la hormiguita intentaba escapar La Vida la hundía una y otra vez . Luego, La Vida de un sobresalto, sin importarle la coordinación de sus movimientos, su hombro derecho más caído que el izquierdo, atravesaba el parque hasta llegar a su casa. Subía a su habitación y mordía un muñeco de yeso colgado que El Hombre le había construido hace años.

El Hombre
El Hombre bajó las manos y caminó hasta la ventana. Frente había otra ventana en la vio el forcejeo de dos personas. Se estregó los ojos para enfocar bien y vio como los cristales se rompieron en pedazos en el pavimento. A la vez vio un individuo con alas elevándose en el aire. Todo fue tan rápido que cuando volvió a parpadear solo quedaba la ventana con el vidrio roto.


Capitulo 2.5
La Vida cruzó, casi sin darse cuenta, el espacio que había entre dos vehículos en movimiento. Uno de los vehículos frenó en seco. Al otro lado de la calle La Vida se detuvo y vio trozos de vidrio en el pavimento. ¡Sorpresa! entre el vidrio y la tierra había un pedazo de carne dando brinquitos. La Vida continúo su camino a casa sin detenerse.

Capitulo 3
Miércoles atravesó el cristal de la ventana con el corazón de su abuelo entre las manos. No había dado diez aletazos cuando sintió un escalofrío en el cuello. Para no perder el equilibrio dejó caer el corazón. Miércoles vio una niña que lo miraba y se intimidó con las sombras que la rodeaban. Sombras de distintos tamaños. Sombras que lo amenazaban. Sombras que parecían buscarlo.


Muerte
Muerte tenía la orden de matar a La Vida, El Hombre y Miércoles. Su plan consistía en alterar el curso de los hechos. Necesitaba que los tres seres se reunieran en un mismo lugar. Así que hizo sentir culpa a La Vida y ésta huyó camino a su casa, la misma de El Hombre. Miércoles vería las sombras que rodeaban a La Vida y se intimidaría, pero, volvería a buscarla.

Capitulo 4
La Vida vio a El Hombre si camisa frente a la ventana. Sin saludarlo continúo a su cuarto. Mordió un muñeco de yeso durante quince minutos. Cuando se tranquilizó bajó unas escalas en caracol. Sus pasos discontinuos retumbaban en los maderos. La Vida llegó a la sala y caminó hacia El Hombre, su padre. Tomó la mano de El Hombre y lo condujo hasta la mesa. Cenaron en silencio. El arroz se mezclaba con los granos de alverja en la boca.

Muerte 5 capitulo
Muerte se recogió el cabello. Caminó como una mujer madura, sin esperanza en los ojos. Subió el edificio. Introdujo las llaves en la cerradura y abrió la puerta. Muerte entró y se sentó en la mesa. En la mesa había tres platos con arroz, alverjas, tajadas de maduro y pollo. Muerte no determinó La Vida ni a El Hombre. En silencio mordió una tajada. Tocaron a la puerta. El Hombre giró la chapa y Miércoles tomó la boca de El Hombre y la abrió de tal manera que se introdujo por ella. El Hombre-Miércoles volvió a sentarse en la mesa. Muerte sintió la energía de Miércoles dentro de El Hombre y se abalanzó sobre él. Como aves de rapiña levitaron hasta el techo. Pelearon. Las lámparas rebotaban. Muerte y El Hombre-Miércoles intentaban devorarse. Lucharon hasta que la luz los envolvió en un enorme manto aural que los cubrió y los hizo incoloros, fantasmagóricos, ecos de burbuja de jabón.

Capitulo 6
Los cuerpos de El Hombre-Miércoles y Muerte se convirtieron en luz. La Vida estuvo mirando la luz con sus ojos inexpresivos. Aunque estaba aterrada no se movió del comedor. Mientras, nosotras vimos a La Vida sentada, inmóvil, sin reaccionar. Entonces salimos de nuestro escondite atraídas por la luz. Pero justo cuando nos dirigíamos al techo La Vida nos distrajo. Empezó a dar gritos y a quitarse la ropa. Abrió las piernas y con la mano derecha humedeció su sexo. En ese momento dejó de gritar y cerró los ojos mientras se mordía los labios. De entre las piernas una abertura con una luz violeta mucho más suculenta que la propia luz. Entramos y nos encontramos con su hijo, el que ahora cuidamos con esmero.
Tiene 27 años y es un poeta aficionado. Desde los diecisiete intenta escribir metáforas, pero sin nada relevante que lo inmortalice. Muchas veces se ha enamorado y unas cuantas ha sido correspondido. Claro que ahora contempla las mujeres sin ver ninguna en específico. Últimamente es un cazador que no sabe utilizar la lanza. Dizque porque no quiere alejarse de la belleza. Por eso, no deja que la belleza lo entristezca porque no puede tocar a la mujer que ve ni alzarle la falda, recitarle un versito húmedo y esas cosas que tanto imaginan los poetas inéditos, que a nadie importa y que se suele creer tienen pelotas de plástico. Lo único que sabe es que morirá un día. Por ello, la fecha es un artificio de la memoria y se recuerda los hechos más que la cifra en que ocurrieron. Por ejemplo, un veinte de octubre será veinte de octubre en el año 3000, a no ser que a los días les pongan ruedas en el futuro y para nombrarlos se necesite perseguirlos con ataúd.

Ella estaba frente a mí hablando, con el envase de la cerveza en la mano. Sus gestos me eran deseables, sus senos deseables, sus piernas deseables, sus muñecas deseables… Era un regalo de la estética, parecía una reproducción del cuadro La Rochelle del pintor William Adolphe Bouguereau (Francia, 1825-1905). Claro, la modelo que yo veía estaba con ropa y no tenía el mar de fondo. De tanto verla en tanto en tanto la necesité cerquita, calientita para besarla toda la noche y decirle mía hasta el amanecer. Pero de tanto verla, de tanto pensarla, de tanto tanto tantotanto imaginarla en mi lecho se me hizo necesaria.

- ¡Qué haces!, dijo ella
- Sospechaba que ibas a huir del beso.
- Entonces no lo hubieras intentado y nos hubiéramos evitado el mal rato.

Sonreí. Con más determinación me conduje de nuevo a sus labios. Esta vez me dejó sentir la humedad de sus besos. Pero algo había sucedido. Ya no la veía tan maravillosa. De su rostro destilaba una gota de piel como si le faltara todavía un último detalle, una pincelada final. Y de súbito llevó la mano a la mejilla. Se incorporó. Caminó hasta el extremo del parque. Cruzó la calle y abordó el Circular ruta 301. Frente a mí quedó una mancha grisácea que olía a sexo húmedo, a cruasán, a bostezo de bebé y a empanada de mil con guacamole.

Algún día los textos como hormigas treparán por las paredes con ideas tres veces mayores que su peso.  En fila india ascenderán a los árboles y hurtaran de la intimidad del verde, del centro del oxigeno, algunas líneas  de Stevenson o versos de Pound. Entonces, cuando eso suceda, el mercado del papel y el carboncillo se irá a pique, al igual que las futilidades del erudito que sacrifica el instante por las normas áridas de la escritura que se envenena de amor frígido.  Lo más seguro, ocurrirá que serán llamados genios aquellos que no escriban.
Si todo por estos días da lo mismo: la Universidad cada vez tiende más a la privatización, la indiferencia es el nuevo gobernante de los colombianos, la muerte es el rating en los noticieros, la vergüenza denigra la política…nada nos satisface, entonces, da lo mismo estar alegre. Porque el que se atreve a sonreír se atreve a creer. Y los niños creen al 120% cada día. Si, estas creaturas de orejas grandes, voces alteradas por gas helio, discursos impecables de lo indecible, manitas de ratón gigante, dientes inestables y amarillos, piernas torpes… me enseñaron reír todos los días. Porque si la vida es un acto de fé ellos son los monjes que enseñan el cómo creer. Pero, reconciliarse con la infancia puede ser aterrador. Porque al volver a la época en que no existen los rencores se vuelve a necesitar de un guía, de un soporte que brinde seguridad y pautas en el camino. La independencia entonces es una niña recostada en la cama, con pijama de boleros, esperando a que le narren un cuento para conciliar el sueño.

El edificio del frente, justo a doce metros de la oficina, una mujer lee en ropa interior. Con una mano recorre el borde del corpiño hasta encontrar el pezón y ensalivarlo.
Atrapados como ciegos los habitantes del pueblo en que vivo memorizan rutas sin horizonte. Caminan sin imaginar que arriba de ellos está la luz. Para ellos la  vida fue la encrucijada de ciertas cosas que se repitieron una y otra vez sin que se dieran cuenta que pasaban.  De viejos, cuando sintieron el dolor de espalda y el temblor en las manos, se enteraron de que las cosas que los asustaron de jóvenes siguen siendo las mismas. Y los jóvenes que ven repiten sus historias y caminan por las mismas calles sin horizonte.  En esta tierra de ciegos en la que vivo alquilan recuerdos y promocionan el olvido todos los domingos después de misa.
No puedo cuadricular el cielo
en su derrier
mi muy querida, pero, inabordable dama
y soltar mis turpiales
que no entienden de espacios limitados.
El deseo es un caballo brioso que recorre las tierras más oscuras del corazón y arrastra a su jinete a aquellas sombras que se tragan sin compasión a los más valientes. Luego, regresa el jinete con la ropa andrajosa y como mendigo se sienta en una esquina a implorar que alguna chica lo salve de sí mismo. Pero nadie lo socorre y en casa se sienta frente al teléfono a esperar que lo llame un amigo y lo invite a fumarse un porrito y fantasear sexos lejanos. Así espera a reencontrarse de nuevo con el caballo que lo observa desde afuera de la casa. El jinete mira al caballo con rabia y tentación de ensillarlo de nuevo. Pero sabe que para cabalgar debe curarse las heridas y dejar de temer para no hacerse esclavo de su miedo. Porque cuando cabalga casi siempre se siente más solo. Aún se asusta con su propia sombra y asusta a muerte al corcel que lo arrastra por paraderas sin rumbo fijo. La pasión del caballo invade y aterroriza al jinete. Pasión desbocada al encuentro de lo desconocido. Pasión que consume el misticismo de inmediato y principia la ruptura que maldice a los amantes. Y sin embargo, el jinete vuelve a casa día tras día, noche tras noche y se acuesta en la cama y coquetea con el deseo que lo mira desde afuera implorándole un paseo juntos por el campo.

Ir con tu hermanita a comprar unas botas de cuero, imitación de las Brama. Al medírtelas te das cuenta de que las medias están impresentables y sacas provecho de la situación porque negociar con un olor fuerte puede ser un instante de suerte.
Agosto fue el mes de las cometas. Estuvieron las cometas coleadoras, las desequilibradas, las que no se dejaron elevar por nadie. Estas cometas se parecen a aquellas mujeres escépticas, desconfiadas, que leen en el metro y arrugan el ceño si alguien las mira. Son las mujeres que pagan la cuenta y defienden con fervor el feminismo. Estuvieron las cometas pasivas, las manufacturadas, las que se elevaron a determinada altura y no pidieron pita porque no les interesaron las nubes. Estas cometas tienen la actitud de aquellas mujeres que sonríen todo el tiempo y en la cama permanecen quietas, esperando que les digan que hacer. También estuvieron las cometas libertarias, las que pidieron altura todo el tiempo y quisieron el viento más que la tierra. De estas cometas voy a hablar, porque son las que más se parecen a las mujeres que me gustan, aquellas libertarias que no se niegan al placer, a la necesidad de sentir.

El hombre que sostiene el carrete de una cometa libertaria debe buscar un lugar propicio, el viento adecuado, para maniobrar con el carrete y la pita. Ese primer ritual del vuelo es muy parecido al ritual del cortejo. Veamos: El hombre ve esa mujer libertaria que le interesa, medio bruja y coqueta, pregunta por ella. Espera el momento preciso para invitarla a un café. Entonces empieza a maniobrar con palabras gentiles para poder ser simpático y darle libertad a su lengua tan hábil en promesas.

La cometa libertaria se eleva y cuando tiene altura suficiente, sin razón alguna, se precipita al vacío. El fin es que el hombre se olvide del carrete, se preocupe por ella y recoja con agilidad un buen tramo de pita. Ocurre también, cuando la mujer libertaria hace creer al hombre que esta jugando el mismo juego, que, sin razón alguna, sufre una depresión sin referente y él se ve sin saber que hacer. Entonces, él se preocupa y le dice palabras lisonjeras.

Llega un momento en que la mujer libertaria posa su cabeza en el pecho del hombre y le cuenta sus secretos más ocultos. Es cuando ella es más del viento que de la tierra y sabe que él puede ser el compañero que entienda sin juzgarla su manía de culpar a todo el mundo de sus inseguridades.

Entonces sucede el momento más emocionante y crítico de elevar una cometa libertaria o establecer una relación con una mujer libertaria, es cuando se establece un nuevo diálogo y se aclara hasta que punto la firmeza es también dejar que la cometa libertaria se vaya con el viento. Lo mismo si la mujer libertaria necesita tiempo para hacer ciertas cosas, sus cosas. Porque lo más aconsejable es no impedir su vuelo, su necesidad de libertad. Debe primar, para todo hombre interesado en mujeres libertarias, que cada quien es libre de irse cuando lo sienta necesario.
Desde que te vi sabía que iba a tocarte. Algo me decía que eras una presa fácil para mi sed insaciable de damiselas desprevenidas. Te vi sentada en una mesa del bar y sin decirte una palabra empecé a llamarte con la mirada. Instantes después estábamos frente el uno del otro, y la siguiente oración que presidió el saludo fue que quería pasear contigo y besarte. Fui directo porque no eras una mujer que me importaras para salir de día. Lo percibiste porque sin importar lo que te había dicho, te quedaste esperando a que se iniciara una conversación. Necesitabas sentir que estabas sintiendo también. Pero, me alejé porque no me interesaba hablar contigo y lo sabías.

Pasaron cuarenta minutos antes de que te decidieras a sentarte en la silla al lado de la mía. Apenas te habías acomodado en la silla llevé mi mano sobre tus piernas, alcé la falda y le hice presión con los dedos a tu entrepierna. Me bajé la cremallera y conduje tu mano a que estrangulara al animal que estaba ansioso por envestirte. Tus dedos en vez de calmar la furia más la endureció. Me humedecí de ti. Charquitos de ti atestiguaban el movimiento de los dedos. Tu olor de pintura a base de aceite en madera húmeda invadió la noche.

Salimos del bar a dar un paseo por los alrededores. Entramos a un parque abandonado y me aferré a ti. Llevé mi pelvis a tus caderas y te besé frenéticamente, como un animal.

Algo demoniaco había dentro. Se había despertado porque en los últimos días había controlado el deseo. Pero como un preso el deseo huyó de su cárcel y se encontraba libre de culpas y moralismos. Sentía la perversión del santo, el que busca motivos para perdonarse. Por ello, ante ti, ante tu cuerpo disponible no pude negarme y te lamí el cuello hasta hacerte caer un arete. Te envestí con violencia. Te maldije contra un muro. Te mordí los labios. Te corté la respiración. Te culpé por mi debilidad. Te asusté e intentaste huir diciéndome que te estaba maltratando y no querías que así pasaran las cosas. Pero tus peticiones fueron como leña a la llama. Con más rabia te besé. Volví a llevar mi mano a tu entrepierna. Te volví a besar casi hasta morderte los dientes. Mi respiración y la tuya un ventarrón sin rumbo, arrítmico y delirante. Volví a frotar mi miembro en una de tus piernas. Tu olor caía a goteras de los tejados y las ventanas. Tu olor era vapor en los adobes contra los que te empujaba.

Lloré por ti y por mí, por la herida que ensanchábamos, por la terrible soledad que se avecinaba. Así que mis dedos huyeron de tu cuerpo después de haber llorado de lujuria, hastío, ausencia y rencor.

Huí de ti porque me permitiste satisfacer el deseo y eso me dejó más triste y solo. Huí porque podía irme tranquilo, con la certeza de que no amanecerías en mi lecho, con la agonía de que no eras la que debía amanecer en mi cuarto. Huí porque ya no te necesitaba y estaba aterrado porque ya no te odiaba y feliz porque llamarás mañana a las cuatro de la tarde y no te contestaré el teléfono.




Como enfermedad terminal
el gris se expande en la montaña
engendrando sonámbulos

Más de cuatro millones de cuerpos
temen a sus sombras que afilan en la noche
más de cuatro millones de cuchillos.
Al caer la tarde salen a ser observadas
Desfilan para ser buscadas por las miradas
El deseo se despierta
como si hubiera estado muerto por mucho tiempo
El amor se tapa los ojos
porque el instinto es más fuerte
y necesita más de las periferias
de las mujeres que pasan
una y otra vez
conscientes de las miradas que las tocan
Muchos sueñan con procrear con solo mirar
con estirar las manos y atrapar
como frutas
aquellas ninfas de senos grandes
cinturas ceñidas a los vestidos
piernas alargadas y desequilibrantes
Al caer la tarde incontables miradas
aferradas a cuerpos eléctricos
como insectos
desgarran los vestidos.
Hice el ejercicio de imaginar cómo ibas vestida y te vestí con atuendos algo livianos, insinuantes, como me gustaría verte. Imaginé que ibas con ligueros negros, tacones rojos y un corpiño trasparente. En mi imaginación me mirabas y te tocabas porque sabías que eso generaba mucho efecto en mí. Aunque sabía con certeza que irías al encuentro con un atuendo discreto y serio, como suelen vestirse las mujeres comprometidas que trabajan y han luchado por su independencia económica. Llegarías con la imagen de aquellas mujeres que a pesar de su ropaje poseen una mirada incendiaria que delata la urgencia del deseo que altera el curso de sus días. Solo así, renovar energías, gemir y suspirar. Pero, es precisamente por eso, por lo que hay en sus miradas, que se visten cómo si quisieran ser miradas sólo por la sospecha de la imaginación que busca el cuerpo insinuado en sus vestidos. Parecen que visten para que el hombre que las mira sólo pueda obtener de ellas una cita a tomarse un café en un lugar público. Necesitan mostrase a ellas mismas que son mujeres inabordables porque ya sus actos están subordinados según la imagen que proyectan: El pliegue del pantalón, el doblez de la camisa, los zapatos bien lustrados, el peinado intacto, el maquillaje milimétrico y abundante, la dieta programada, los hijos, las responsabilidades, las obligaciones maritales y domésticas. Pero si se les ve detenidamente a los ojos es evidente el deseo ardiendo. Lo que pasa es que estas mujeres ven de lejos los lazos que pueden desestabilizarlas (los que anhelan) y prefieren que esos lazos las sorprendan; incluso, las violente. Necesitan del beso robado, el comentario atrevido, porque solo dan lo que desean dar si se los arrebatan.

Cuando llegaste sonreí. Pedí dos cafés y con una mano en tu mano escuché tu larga anécdota del trabajo y el cansancio que manifestaba tu marido.

En los últimos meses ha tratado de respirar bien para no ofuscarse y perder el control ante los hechos. Para dormir adquirió la costumbre de hacer una serie de ejercicios que le den la fuerza para dormir bien y no cansarse tanto al día siguiente. Luego, rezar un padre nuestro y encender una vela para ofrecerle una luz a las victimas de la violencia. Sabe que Colombia se desangra mientras él trabaja leyendo cuentos infantiles en una institución para niños menores de cinco años. Incluso, hay semanas en que ignora en que país vive y no se siente mal por lo que a diario acontece y se ve en los noticieros. La historia del país es la misma hace décadas. Los mismos hechos que eran titulares en los periódicos hace veinte años son los mismos de hoy. Claro, exceptuando la desintegración social y los desastres ambientales que ahora son más atroces.

Esa mañana leyó en los titulares del periódico una noticia que le dio escalofrío. Hablaban de las más de dos mil ochocientas fosas que han encontrado a causa de las muertes seriales ocasionadas por el paramilitarismo. Pasa las hojas del periódico e intenta olvidar aquel acontecimiento que aún le carcome la conciencia. No puede ignorar, así quiera, que los paramilitares aún militan en el país.

En el jardín no puede ocultar su indignación y llora ante los niños. Les dice que les espera un país que prohíbe la libertad y la tolerancia. Los niños no lo escuchan porque son libres y deciden que es mejor jugar a lamentarse sin proponer una alternativa para enfrentar la situación. Él se para frente a los niños y alza la voz. Les ordena sentarse, hacer silencio y estar quietos sin razón alguna. Les enseña a aceptar el grito en ráfagas de impotencia.
El nombre y la imagen del personaje no han sido reveladas por petición de la fuente.

No es un hombre atractivo aunque su actitud podría posar en un comercial de maquinas de afeitar y vender más que los modelos varoniles y casi irreales que aparecen allí. Pero, su rostro, más bien de anfibio, intimidante, no clasifica para avisos publicitarios.

Es un hombre bravo, como un vaquero de la vieja usanza que puede desafiarlo todo, incluso, el miedo a morir. Quizás, por ello, se la pasa desde hace algún tiempo de fiesta en fiesta, entre pistolas y drogas. No importa si muere intoxicado o baleado con tal de que siga siendo respetado o temido. Por ningún motivo aceptará, aunque ya nada pueda hacer para evitarlo, convertirse en el extra de su propia película, en el suplente del jugador que alguna vez por sus gambetas y sus goles fue un ídolo en las canchas, en el espejismo de una promesa para los más entendidos de futbol del país… Pero después de aquel fatídico accidente automovilístico donde se fracturó la columna y quedó en silla de ruedas algunos meses, es todo aquello que se niega a ser: el extra de sí mismo.

En las tardes en que recuerda el pasado, que procura sean pocas porque no soporta la nostalgia, se ve en la cancha corriendo con el balón delante de sus pies como una flecha en dirección del arco del equipo enemigo. Enfrenta las defensas y patea el balón que como un proyectil es inalcanzable para el portero. Después de ese recuerdo, de esa sensación de frustración que se despierta, sale de casa dispuesto a ahogar el pasado en licor.

En su época dorada estuvo en Buenos Aires, en la Bombonera, en un partido entre San Lorenzo Vs River. Ese fue uno de los recuerdos más preciados que lo atormenta en igual medida. El otro fue el encuentro con Maradona donde ambos se metieron varios pases de cocaína. Por ese entonces podía viajar en carros lujosos, con escoltas, intimar con las mujeres más atractivas que el dinero pudiera seducir, meter la droga que el cuerpo soportara, porque era un hombre que nació para no estar pintado en la pared. Además, Faustino Asprilla había afirmado que ese muchacho iba camino a convertirse en el mejor delantero del país. Así lo veían también los comentaristas deportivos, las aves de rapiña del fútbol.

Después de que le informaron que no podría volver a jugar, paradójicamente, el dinero desapareció igual que la mayoría de los amigos. Aquellos que después de un partido lo esperaban en carros blindados y le pagaban cantidades exorbitantes por gol anotado. Quedó solo arrastrándose en una silla de ruedas.

Cuando se hubo recuperado recibió llamadas de Higuita, Aristizabal, el Totono… entre otros, invitándolo a jugar en partidos amistosos en honor de lo que pudo haber sido. Pero para él no era suficiente. Necesitaba demostrar que era un hombre rudo que había nacido para ser grande. Apenas pudo caminar, salir de la terapia, jugar uno que otro partido con los amigos, empuñó un revolver y se dedicó a otros trabajos con los que ha mandado a más de uno al otro mundo.

Vive de lo que pudo haber sido. Se rodea de amigos que lo admiran y lo invitan a beber hasta que el mareo y la nausea le dicen que no es un superhombre. Aún así, como si fuera un hombre superior, advierte a todos los que lo conocen que no deben decir su nombre porque hay personas que lo buscan. En caso tal de que un soplón diga su nombre en público, entonces… bueno, mejor no imaginarlo. Pero, así diga una y otra vez su nombre a desconocidos y advierta que nadie puede decirlo, no es capaz de no hablar de sí mismo, de alimentar un mito que fue y ahora es una imagen de un hombre cansado que se opaca con los días.
Andan, ahora más que nunca, preocupados por habitar la ciudad y sus múltiples distracciones para pasar en vela la noche. Se hacen viejos y no quieren asimilar que ya pasaron de moda. Sentados en la sala de la casa de uno de ellos se niegan a renunciar al ron, los cigarrillos, la música y la marihuana. Hablan sobre películas que han visto, sobre fiestas en las que cada vez se cansan más rápido, sobre mujeres en común que tergiversan y desvirtúan sin mesura, pero de las que no pueden alejarse. No les gusta admitir entre ellos que les gusta más estar ante ellos que entre ellas. Necesitan recordar, con menos agilidad, los días de corto circuito de cuando creían que podían hacerlo todo. Las mujeres de sus íntimos son como sus rivales. Parecen, a veces, señoras que toman aromática en una tarde de verano y hablan del prójimo con la morbosidad placentera que sienten los tristes sin época.

Borrachos marchan, cada uno, a su casa. Ya trabajan, leen menos, escriben con formulas y estructuras predeterminadas y buscan un rincón para fugarse definitivamente a ninguna parte
Desde hace algunos meses, con el rompimiento de su última pareja, un escritor de baja categoría que la había atormentado los últimos cinco años, ella se dispuso a viajar por el país. Creía que entre más movimiento de cuerpo, menos posibilidad de recordar el lugar de origen.
Conoció variedad de climas, de comidas, de culturas, de distracciones. Pero en las noches, siempre, a la misma hora, sentía un deseo incontenible de llamarlo o mandarlo de una buena vez a la mierda, pero sobre todo llamarlo. No soportaba ver en su celular mensajitos como: "A pesar de todo eres la mujer de mis sombras" "Me desangro de amor y no puedo ya encontrarte". Aunque también, no quería aceptar, esperaba encontrar esos mensajes en el trascurso del día. Quería olvidarlo y no olvidarlo. Quería decirse así misma que podía olvidar en pocos días a ese fantasma que más de una vez la tarjó de muerte, le hizo el amor con escupitajos y veladoras, le escribió las peores cartas de amor y le leyó capitulos aburridos de una historia que ella no entendía. Quería mentirse y volver a llamarlo. Quería que se repitiera la historia: el infierno, los reclamos, las peleas, el sexo de los ahorcados.
Miraba a través de la ventana el cielo. No había estrellas. En su cabeza las ideas eran automoviles chocones sin rumbo determinado. Otro mensajito en el celular. "Recuerdo la humedad de tu cuerpo en mitad de la noche". ¡Puta madre!, piensa. Enciende un cigarrillo y tira el celular por la ventana.
Afuera, tras el rompimiento de un aparato pequeño, un Huawei de servicio limitado, surgen sombras que empiezan a desfilar y a susurrar cosas que ella no entiende.

Un títere está muy preocupado porque no sabe que se celebra el 20 de Julio. Se encuentra por casualidad con un amigo y lo saluda.

Criollo: Hola Antonelo N quería preguntarte el por qué hay tantos niños hoy, sábado, en el colegio. Dicen que es por el 20 de Julio, pero no sé que pasó ese día.

Antonelo N: ¡Cómo! ¿No sabes? Bueno, estos niños están aquí porque están celebrando el grito de independencia del país en que están parados y ven el hombre araña. ¿Cierto que sí niños?

Criollo: y ¿cómo sucedió? Es que quiero saber cómo se dio el grito de independencia.

Antonelo N: haber… gritemos todos… ¡ahhhh…! No, así no… ¡más duro! Ahhhh… Eso es… ese es un grito de independencia.

Criollo: Mentiroso. ¿Cierto niños que ese no es un grito de independencia? Son gritos y ya. ¿Qué es la independencia?

Antonelo N: La independencia es ser libre y poder hacer las cosas por si solo. Por ejemplo, si uno tiene hambre abrir la nevera y tomarse un yogur y no esperar a que la mamá se lo de a uno. Eso les pasaba hace más de 200 años a los colombianos con los españoles.

Criollo: No entiendo que tiene que ver el yogur en esto.

Antonelo N: Usted si es bobo. Muy bobo. Vea, desde la llegada de Cristóbal Colón, el que vino en barco y descubrió a América, nosotros quedamos bajo en mandato de los españoles. Por algo hablamos español. Por eso dependíamos de ellos. Es decir, nosotros hacíamos todo lo que ellos decían. Por ejemplo, si teníamos ganas de hacer chichí y ellos no nos dejaban ir al baño nos orinábamos en la ropa y olíamos a ombligo sin limpiar.

Criollo: Ehhh... ¿entonces el 20 de Julio logramos ir al baño sin pedir permiso a los españoles y pudimos hacer chichi solos?

Antonelo N: bueno, algo así. Ese día pudimos ir al baño solos porque los españoles se fueron.

Criollo: ¿Por qué se fueron?

Antonelo N: Porque ese día, el 20 de Julio, los colombianos se pelearon con los Españoles.

Ciollo: ¿Por qué se pelearon?

Antonelo N: porque los colombianos le prestaron un florero a los Españoles. Entonces los españoles se pusieron a jugar con el florero y lo dejaron caer y se quebró. La mamá de los colombianos se puso muy enojada porque quería mucho el florero y les dijo que tenían que traer otro nuevo y los encerró en un cuarto oscuro a ver televisor sin cerrar los ojos.

Criollo: ¿y los colombianos y los españoles se dieron puñetazos?

Antonelo N: Claro, un colombiano le arrancó a un español un dedo de un mordisco. Estaba enojado porque no podía jugar a las escondidas porque estaba encerrado en su cuarto. Por eso, los colombianos cascaron a los españoles del país. Además, los españoles no pagaron el florero. Desde entonces los colombianos pueden sacar el yogur de la nevera y van al baño solos. Y para que la mamá de los colombianos los perdone y se entere que ya pueden ir al baño solos ponen banderas en las ventanas.