Escribir para mí, es simplemente pensar con mis dedos.
Isaac Asimov

Una de las razones por las que uno se aventura a la incertidumbre de escribir es para ordenar un poco el mundo que observa. Pues la vida no entiende de líneas de tiempo, transiciones lógicas o estructuras temáticas. Nada de eso sirve cuando la vida —que es un accidente— ocurre como una borrasca de acontecimientos simultáneos e imposible de registrar.

Si partimos de que la literatura es un mundo imaginado que recrea el mundo que se observa; el mundo imaginario del escritor es inestable porque se construye de palabras. Y no hay nada más endeble que la palabra porque la palabra si mucho es gaseosa, apela al argumento y se vale de símbolos para bordear el sentido. La palabra es el viento que busca armar casas de arena para que la ficción viva en la imaginación. Y para esa fugacidad, tan de ayer como el aroma de una flor, el escritor sabe que es indispensable la libreta de apuntes. Aunque en este tiempo se puede suplantar por apps en el celular. Igual, no importa el formato, lo que se necesita es registrar esos brotes de creatividad, tan ariscos como la buena poesía. En mi caso, hablaré de la libreta de papel porque es la que utilizo y conozco.

En esencia, la literatura es lenta, al menos en su gestación. En tal medida, la libreta de apuntes permite dimensionar —desde una acción orgánica— la gestación de cada letra, palabra, frase. No sucede igual con el computador porque se presionan teclas para escribir y por lo general se escribe más rápido de lo que se piensa. En cambio, en la libreta de apuntes hay que dibujar cada letra. Cada letra es un signo o una huella de una idea, una cadencia, una emoción que se manifiesta en palabra, frase o verso que después se integra en un poema o relato.

La libreta de apuntes es también un arma para vérselas con la nada. Y la nada es uno de los grandes tormentos del escritor: nada qué decir, nada qué indagar, nada qué estructurar. A veces hay nada entre las manos para darle sentido al abstracto de la idea creativa. Basta con analizar la idea fijada en el papel: casi siempre contraria al pensamiento inicial. En primera instancia, al procesar una idea, llevarla del pensamiento a la página, puede terminar en un jeroglífico hasta para el mismo autor. Por ello, se requiere de mucho garabateo, trazos y ejercicios de escritura para acercarse a la claridad de la idea que se quiere expresar. Y el estilo es la capacidad de dar un mensaje conciso. En esa medida, la libreta de apuntes es al escritor lo que el gimnasio al deportista. Entre más entrenamiento mejor desempeño.

La librera de apuntes se basa en la escritura orgánica, manual. Una escritura que involucra sentidos: oído, habla, tacto, vista, gusto que son ventanas por la que entra información del mundo circundante. Pero hay otros dos. Un sexto: la intuición que es un registro de alerta del cuerpo ante una situación incómoda o peligrosa. Con la intuición se anticipa desde el cuerpo, por segundos, el futuro. Y en la medida que se escriba y se convierta la libreta de apuntes en un catalizador de la pulsión que puede ser la vida; de manera automática la intuición aflorará en la escritura como advertencia a emociones o ideas que, a veces, escapan a la reflexión.

Y hay un séptimo sentido que se manifiesta a través de la actividad cerebral. El cerebro, más allá de las funciones conocidas, regula las condiciones ambientales para la adaptación del contexto natural y cultural; asimila la información que llega de las calles, del barrio, la casa; además, atiende el diálogo interno que cada individuo tiene consigo mismo. Entre otras funciones que suceden, incluso cuando se duerme. Ahora —lo saben mejor aquellos que tienen un diario— la manera que una persona se nombra en el papel es el testimonio palpable del diálogo que tiene en su interior. Al nombrarse puede verse como un personaje más e identificar de qué manera se trata. Y desde el discernimiento, con cierta precisión, logra hacerse una idea de cómo lo perciben los demás. Me explico, el cuerpo reacciona al diálogo interior que cada persona realiza. Esa palabra que es onda o vibración cerebral, es una orden que llega al cuerpo. De ahí, que algunos caminen erguidos y otros encorvados; unos vivan con frecuencia la confrontación y otros sean bien recibidos. Es que cada uno lleva la banderita del “yo” para interactuar con el otro y el espacio. Y el “yo” no es más que un constructo social que se fundamenta de la palabra para poder vender una historia. Esa historia inicia en el diálogo interno de cada persona. Ese diálogo le dice al cuerpo cómo debe moverse en el espacio. El cuerpo que es energía en movimiento da señales que percibe el otro o lo otro. En palabras más simples, la manera cómo me defino en el diálogo interno crea una sensación que se percibe por medio del cuerpo y genera una especie de diálogo, sin palabras, con aquel o aquello que me percibe. Por lo tanto, al escribir sobre uno mismo se dispone de un ser humano al alcance de las manos. Un individuo que se puede estudiar y es materia prima para el bienestar y la literatura.

Resumamos las bondades de la libreta de apuntes: hay mejor retención a largo plazo de la información al hacer anotaciones, sinopsis de lecturas, resúmenes; se concibe estructuras mentales sobre proyectos e ideas creativas por medio de mapas mentales, cuadros sinópticos, líneas de tiempo; se genera la capacidad de nuevos aprendizajes a través de esquemas de estudio, reescritura de nuevos conceptos y palabras; se filtra el mundo observable; se potencia la intuición y se proyecta un aura que percibe el otro o lo otro. Por algo, la escritura existe desde hace cinco mil años y en Egipto los niños tenían, entre sus deberes, la práctica juiciosa de la caligrafía.

Si todavía persiste la pregunta: ¿para qué sirve la libreta de apuntes?, insistiría en responder que para encarar la creatividad que es un caos insondable. De ahí, que una buena libreta de apuntes esté llena de tachones; anotaciones en diagonal, vertical, horizontal; ideas al principio o al final; temáticas sin conexión alguna. Y es porque en el acto creativo no hay un orden establecido. Las ideas no llegan dadas o con una estructura lógica. Las ideas llegan de repente, en los tiempos de descanso, observando una pintura, leyendo un libro, conversando con un amigo, viajando en transporte público, caminando. Además, en los instantes de duermevela, entre el sueño y la vigilia, aparecen esquemas y sonoridades muy singulares. Y es ahí donde es indispensable la libreta para anotar ese brote de espontáneo porque de seguro, es tal vez lo único seguro, después se olvida.

La libreta de apuntes, para concluir, es una especie de estado sólido de la mente porque se plasma en ella ideas creativas y pensamientos. Es como la vitrina en la que el escritor puede observar sus procesos mentales que, de por sí, son irracionales. En la libreta el escritor deja reposar las ideas y pensamientos. Luego las ordena, clasifica y las integra en poemas o relatos. Así, él asume la creatividad como una jornada laboral continua y está preparado para los chispazos de inspiración que lo asaltan en cualquier momento, sea domingos o festivos.