De niño ves el amor como un jardín sin zancudos
                                               en un castillo lejano.

De joven sientes el desierto, arena en las tripas,
festín de anfibios.
Te crecen cicatrices, vellos y olvidos.


De viejo encontraste que el amor si era un jardín sin castillo,
con zancudos, lagartijas y desierto.


La luz invade el espacio. Poco a poco la montaña se muestra. Los pájaros cantan en sus ni­dos. El sol es una canción dorada en el paisaje. Las mujeres con un gesto dorado besan a sus hijos. Los hombres con una sonrisa dorada beben chocolate y se disponen a arar la tierra. A los ramajes de los árboles, como espadas, los atraviesa varios rayos de luz. Uno que otro anciano ve fibras de luz en sus sueños e intenta agarrarlas con los dedos. Los perros ladran al ver a sus amos con una mochila en la espalda. Algunas gallinas revoletean por la casa en busca de maíz. El día despierta con todas sus cotidianidades. Todo vuelve a la normalidad. La brisa trae fragancias. El olor de las flo­res se expande por todo el jardín, por toda la casa, por toda la vereda.

Para escribir no es suficiente con peinarse con agua lluvia,
perfumarse con ausencias programadas,
acostarse en el césped y descifrar jeroglíficos en las nubes,
esperar mujer con rumor a hoja seca y versos exaltados,
robar algunos gatos a la noche para encarar el misterio,
abrir y abrir la boca para soltar palabras como halcones,
perforar el silencio a gritos…
Basta con sentir desde las tripas, desde la boca del estómago,
empuñar el bolígrafo como espada, ser ángel y demonio,
batalla y desierto, selva y muerte, memoria y olvido, vida y noche…
hasta que ardan las yemas de los dedos.


Digamos que llegaste de una estrella lejana de una constelación que no figura en este sistema solar. Digamos que te lanzaste al vacío y después de viajar hasta dolerte la soledad, me encontrarte sostenido en el aire, como un encantamiento. Abriste los ojos al descubrir mi capa de versos que me hacían levitar. Me rondaste. Tocaste tímidamente mis versos. Digamos que alzaste uno de ellos y éste se hizo más cálido en tus manos. Lo besaste entre la “e” y “r”, donde es más sensible y lo guardaste en tus cosas. Sonreíste. Digamos que llegaste de una estrella lejana de una constelación que no figura en este sistema solar.

Se puede olvidar a alguien en tres días si se quiso de verdad. Basta con contradecirse, hacerse el fuerte, sentir rabia, dolor, fluctuar en los estados de ánimo. Sentir hasta la tripa. Luego, sacudir las sandalias y seguir. El amor es demasiado bueno como para quedarse recordando lo que no fue. Tres días te duelo. Tres días te olvido. Suerte que la vi. 



Antes de enamorarte de un escritor trata de identificar donde lo sientes para que no sea solo una experiencia tormentosa. Pues los escritores son expertos en las relaciones problemáticas. Por ello, antes de embarcarte en uno de estos encuentros trata de identificar donde sientes al escritor y luego decides qué hacer. 

Hay tres formas de reconocerlo. La idea es sentir. Detenerse y mirar si lo sentiste más en el plexo solar, en el corazón o en la cabeza. Después de saber esto es más fácil predecir lo que puede ofrecerte este ser extraño, solitario y sobre todo insoportable. 

Para tratar de dar una idea de lo que representa sentir a un escritor en alguna de estas tres partes (cabeza, corazón y plexo solar) hablemos un poco del tipo de escritores que ubicamos allí. No diré nombres para no herir susceptibilidades, pero si trataré de mostrar algunos de sus comportamientos. 

El escritor que se siente en la cabeza es el que trabaja con las ideas. Es el que todo el tiempo tiene una gran idea, un proyecto que revolucionará el mundo. Habla de ello con entusiasmo. Por lo general, respecto al amor, es el que lo ha teorizado a tal punto que cuando siente se contradice más de lo habitual. Por ello, busca mujeres jóvenes con las que pueda exhibir sus ideas como plumas de pavo real o mujeres mayores, de buena posición, de las que pueda obtener algún beneficio sin grandes compromisos. Pues la idea es escurridiza, volátil y muy atractiva. 

Este escritor lleva todo su potencial discursivo para sembrar un deseo en la idea del otro. Aprovecha que maneja la palabra, sabe qué efectos tiene en el otro y hace crecer una segunda intención hasta que obtiene lo que desea. Cuenta historias donde un personaje actúa como él quiere que procesa el receptor del mensaje. Crea en la psiquis del otro un modo de operar en su beneficio personal. Cuando está satisfecho vuelve a las reuniones sociales donde es un pez en el agua. 

Por lo general este tipo de escritor que va a cócteles, a reuniones sociales; es excelente conversador y se fabrica relaciones como puentes para mostrar su obra, que por lo regular está estancada. Es común que dirija talleres de escritura donde todo se hace a su imagen y semejanza. Es el protagonista de todas las historias y por ello su obra está guardada en un cajón o inconclusa porque no puede resolver la trama. Por ello, se vuelve más un mercader del reflejo que lo impulsó a escribir en un inicio que el escritor que vende de él mismo. En ese juego de la imagen atrae desde la idea, desde lo que puede subvertir en el otro; a veces corromper, con la satisfacción de que aún puede instaurar ideas en el otro. En definitiva, es el peor de los escritores, al menos el que menos escribe. 

El escritor que se siente en el plexo solar por lo regular es el escritor joven, el que está empezando a crear, el que busca temas para escribir en todo lo que vive. A veces, su sistema emocional es un desastre y es dependiente de sus amoríos, casi siempre tormentosos. Vive la herida como materia prima de creación. Hace un nudo de sus relaciones y crea divas de toda mujer que lo abandona. Como si esa sensación de frustración le diera la vitalidad para crear desde el abismo. Muchas veces logra crear páginas hermosas que incomodan al lector, que les refleja sus emociones más oscuras, las más ocultas. Él, por ser un cohete sin dirección vive el instante sin miedo a verse desnudo, indefenso, expuesto, corroído por su propio veneno. Muchas veces encuentra una mujer que lo cuida como un hijo porque le mueve el vientre, su maternidad, su instinto de conservación. Utiliza la victimización para que lo cuiden y le den afecto. Pocas veces se ha visto que uno de estos escritores logre canalizar esta desgarradura en algún proyecto creativo de gran impacto. Tal vez los malditos, algunos dadaístas y uno que otro poeta a lo largo de la historia. Por lo general es un fuego que se apaga con el mismo vigor que encendió. Se le ve en las cloacas, los antros, las plazas; solo, obsesionado con una mujer a la que le escribe como enfermo terminal. 

Por último está el escritor que se siente en el corazón. Éste ya es un hombre adulto y mesurado. Ha entendido muchas cosas de sí mismo y procura hablar poco. Sabe que lo importante es su obra a pesar de él. Va a los eventos que considera importantes. Habla poco de sí porque ya no quiere llamar la atención. Mira profundo como si estuviera extrayendo información para un posible personaje. Es atento si está interesado, si no, no es posible abordarlo porque es un experto en evadir lo que no desea. Pues, ha entendido que primero está él y sus deseos. No es bueno del todo, pero tampoco malo. Sabe que pocas veces un escritor es mejor que su obra y casi siempre es decepcionante conocer al hombre que está al otro lado de las páginas. 

Este tipo de escritor es el silencioso. Sabe que en su escondite es un animal solitario, un rumiador de sonidos, un creador de silencios. Nadie puede interrumpirlo porque ya no será tan encantador. Por eso se aísla, porque él es su propio mundo. Casi siempre es centro porque no teme estar solo. Es odiado por los escritores de la cabeza y admirado por los escritores del plexo solar. 

El escritor del corazón es difícil de encontrar. Pero si te topas con uno de ellos lo sabrás porque te hace creer que los elegiste. Que eres más eficiente que él. Sentirás, más que el registro de los sentidos una sensación fuerte que te crece en el pecho con los días. No sabrás si es amor o amistad, pero sí que es fuerte y de emociones encontradas. Te hará sentir la espontaneidad del instante porque él es más que palabra, es vibración pura. Además, no te escribirá todo el tiempo. Lo hará con la medida adecuada, en el tiempo justo, porque su palabra es su herramienta de trabajo. Se asegura, que el objeto o sujeto sentido se instaure dentro de él, donde les fluye la palabra. Si no sucede no obtendrás de él más que relatos orales y buenas conversaciones. 

Cuando está interesado sabe cómo hacer creer el deseo desde el erotismo. Conversar con él es como leer un buen libro. Descubrirás que cuando te roce con la mano ya te había tocado cada poro con la palabra. 

Si te enamoras de este tipo de escritor y soportas su soledad (que clasifica por color y tamaño), si no te intimida que todo el tiempo te esté observando, si admites que se olvide de ti por temporadas y por otras seas el ser más importante sobre la tierra… habrás encontrado un pedazo de eternidad en su historia. Tu nombre dormirá en una página y despertará con el canto de un poema. Habrás encontrado un rincón en el mundo donde te quedaras por mucho tiempo, así después, te abandone.