Contigo, a veces, te engaño.



Estaba sobresaltado. Me soné las fosas nasales. Me esperaba un hombre trigueño, delgado, nariz finamente delineada, ojos saltones, de pelo largo. Mientras llenaba los pulmones recordé que se llamaba Cilmoa Turbanec. Al verlo lo saludé y después de sentarme sin que él me lo pidiera empecé a hablar de la magia del bolígrafo. La verdad quería incomodarlo. Bueno, yo estaba incómodo, alterado, contradictorio. Empezaba a delirar. Cuando no callaba por horas hablaba lo primero que se me ocurriera. Padecía una locura ordenada, un desorden lógico. Era, en definitiva, un impaciente poco civilizado. Así que hablé sobre el escritor de bolígrafo y el escritor de computadora. Dije que no me gustan los nuevos escritores de computadora que se han desbocado hacia la tecnología desconociendo una tradición de años. Expuse que la facilidad para escribir provee a la literatura de banalidad. Y esto se debe a que los escritores han dejado de escribir a mano. Cuando escribir una carta implica empuñar el bolígrafo, sostenerlo entre los dedos índice, pulgar y corazón. Deletrear una palabra, formar una frase, un párrafo. Además, al escribir a mano se descubre que la caligrafía permite hacer otra lectura. Por ejemplo, la letra inclinada a la derecha expresa que la persona es tímida, se baña todos los días y cree en el matrimonio. La letra inclinada a la izquierda dice que la persona es decidida y busca relaciones efímeras. Pero, lo revelador es el palito de la “t”. Si está más arriba de lo habitual, “T”, es porque la persona es atrevida, ambiciosa y sexual. Le dije a mi anfitrión que estaba casi seguro de que él era un escritor de computadora. Le manifesté que ahora los medios para publicar están al alcance del afán de publicar y esto le ha hecho un daño terrible a la poesía porque el poema escrito en computadora es frío, distante y brinda esa peligrosa sensación de que está listo. Cuando el poema no es una anécdota reproducida en serie. El poema no permite escribir más rápido de lo que se siente. Por eso el poema electrónico no tiene música. En cambio, el poema escrito con bolígrafo suena a rumor de quebrada y el de máquina de escribir a tren en marcha. De ahí, que el bolígrafo remita a la provincia y la computadora a la ciudad. Y la ciudad es acelerada, ruidosa, de desconocidos, empapelada de publicidad, con ladronzuelos, mendigos y despertares de pito de busetas. En contraposición de la provincia que es cauta, de saludos improvisados, de balcones, de conversadores y de amaneceres indescriptibles. Y si se hace un análisis de ambos escritores no es muy descabellado afirmar que el escritor de computadora sea un eyaculador precoz porque su aventura es la superficie. Se autodenomina poeta, ensayista, novelista, cuentista, documentalista, periodista y crítico de arte. Mientras que el escritor de bolígrafo vuelve a respirar y mantiene el bajo perfil que le permite estar en todos los espacios. Para este último la vida es una caminata reposada con nubes en el cielo. 

-Muy interesante su discurso, pero no entiendo por qué me lo dice. Su monólogo está descontextualizado. Hay que saber en qué lugar decir las cosas. Es sabio un poco de mesura. No sé. Me divierte escucharlo. Aunque evidencio que en el fondo su perorata busca intimidarme así como se hace con un aprendiz. Creo que me subestimas estimado caballero. 

-Pensé que serviría para iniciar una conversación. Sin embargo, ya que lo menciona, me gustaría saber la razón por la que me hizo llamar –expresé algo apenado y acepté que cuando estoy alterado soy como un timbre, me tocan y sueno. Incluso, un timbre averiado que suena cada tanto sin que nadie lo toque. 

-Bueno, quería discutir con usted sobre su exmujer. Como sabe, el Patrón espera que ella descubra al asesino de Franco para que puedas salir. La verdad, perdona si soy muy directo, no creo que ella lo logré. Es evidente que ninguna mujer es tan inteligente como para resolver tal misterio. 

-Es cierto. Será una eternidad. –Repuse y ya quería estar en silencio. Deseaba quedarme quieto. Pasaba de una sensación a otra con velocidad. Respiré profundo para no perder el control y si era posible, averiguar un poco más sobre la misión de Lucrecia.

-Es extraño, ahora que le planteo un tema de conversación es usted lacónico. Llegó dando catedra y ahora apenas abre la boca. Eres algo contradictorio. Sí, eso eres, una contradicción. Empezaste como narrando un cuento, con decisión. Luego, te perdiste. Yo no empezaría un cuento sino sé cómo acaba porque se va uno para cualquier lugar, como un cucarrón en la oscuridad. Los buenos finales están escritos en las primeras líneas. Pensé que tu discurso tendría un final ejemplar, pero quedó en la nebulosa. Creo que eso mismo le sucederá a tu excompañera. En esa investigación empezó sin imaginar el final. Cada razonamiento puede tener la profundidad de un pentagrama. Depende del talento del intérprete. Para mí, disculpa si reitero en lo mismo, no sé cómo su exmujer desenmarañe este asunto si empezó empapelando la ciudad con retratos tuyos. En vez de encontrar el asesino de Franco busca a su excompañero. Es muy incoherente todo esto. Por eso deseaba hablar con usted para entender un poco este asunto –manifestó Cilmoa quien percibió mi desequilibrio emocional. Deseé levantarme y volver a la celda. Pero vi en el rostro de mi interlocutor una sonrisa apenas perceptible, como la de un niño al ver la trampa e imaginarse la caída de su víctima. Estuve en silencio unos segundos. Al final decidí, hasta donde lo soportara, seguir conversando:

-Ahora que menciona la literatura debería saber que la primera versión de un texto es un mal necesario. Suele estar muy lejos de lo imaginado. Pero por algún lado se debe empezar. Luego, la reescritura. Ese es otro tema. En cada escritor sucede de manera particular porque no hay reglas universales para este oficio. Lo mismo para la vida. A veces los lugares comunes son muy interesantes y profundos. Tal vez por ello no soy tan pesimista respecto a Lucrecia. Aprendí de las mujeres una cosa: Su amor es la primera y la última línea de la historia de todo hombre. Lo que hay en el medio es un misterio. Por ello, no me aventuraría a dar tales afirmaciones sobre el desenlace de algo que ni sospecho. Ella sabrá cómo hacer sus cosas. Por lo tanto soy el tipo menos indicado para hablar sobre sus métodos de trabajo. Pero, lo intuyo, ella no te importa. Si la nombras es para desestabilizarme emocionalmente y luego sacar a superficie lo que en verdad te interesa. Te recomendaría ser más directo e incisivo –afirmé y vi a Cilmoa acomodarse en la silla.

-Es sorprendente la manera cómo descubrió la segunda intención en mi argumento. También, es evidente que ese amor que define la historia de un hombre ya puso punto final en su historia. Pero veo que ese tema te incomoda. Podemos hablar de otra cosa. Te concederé ese honor ya que insistes en que vaya al grano. Te diré la verdad. Cuando no puedes conversar fluidamente con un pesado mejor decirle la verdad o dale un laxante. Contigo usaré la verdad porque no traje laxante. Hay algo que me inquieta y es sobre tu literatura. De verdad que no la entiendo. Es más bien leve. Está llena de lugares comunes. En muchas líneas no pasa nada. Sin embargo, es lo curioso, se lee y gusta –Cilmoa sonrió porque tropecé en su trampa. Respiré profundo. Tal vez era el momento de irme. Era lo más prudente. Pero deseaba dar la batalla. Al menos, permitirme la satisfacción de incomodarlo un poco. Moverlo de su trono y embarrarlo. Para conseguirlo debía calmarme, conservar la cordura y fingir el dominio de las emociones. Entre más cortés más desagradable. Era indispensable insinuar algunas veces y otras tocar directo la llaga. Jugar con las palabras como dardos.

-Ah… entiendo su enfado. Espero que después se disipe la discordia. Ahora que pregunta por algo específico procederé a responderle. No me centro en lo profundo, en lo que la literatura ha tratado desde el inicio de los tiempos. Me limito a contar lo que imagino y llevarlo al papel así como un director de cine lleva a la pantalla una idea. Luego, en el fondo, esos temas trascendentales aparecen sin importar lo que haga. Entonces descubro que utilizo los mismos conceptos que muchos han utilizado. Escribo sobre lo que ya muchos han escrito. Considero que los conceptos son de todos. Sin embargo, no sucede lo mismo con el estilo. El estilo es otra cosa, es una manifestación interior –agregué y Cilmoa estaba más atento. Buscaba mi punto débil para derrumbarme. Sabía que horas antes estuve gritando incoherencias en la celda. De pronto soltó una declaración mordaz:

-Creo que perteneces a la “Generación de la Superficie”, así la llamo. Son aquellos escritores que se entregaron al desgaste de las palabras, al abuso de la repetición, los lugares comunes, a la trivialidad del momento y por eso, para generar un poco de misterio donde no hay hablan del estilo, la inspiración y esas babosadas del interior –repuso con tono solemne. Lo miré un rato. En vez de meditar una respuesta, como se hace en los debates serios, acudí a la improvisación. Es decir, abrí la boca y permití que las palabras agolpadas en la garganta se atropellaran unas a otras en aire con el riesgo de producir una distorsión o, era mi anhelo, lograran una armonía celestial. No tenía otra alternativa. Era una medida desesperada. Afortunadamente las palabras fluyeron:

-Lamento que piense en esa forma. Pues, esas babosadas me han hecho lo que soy. Para mí el estilo es vital porque nace de adentro y te da una manera singular de narrar lo que sientes. En cada ser es diferente. Es como el aire al caminar. Cada persona tiene sus propios movimientos, los naturales, así como cada escritor tiene su estilo. Por ello, se puede copiar las ideas y los conceptos, pero el estilo no. Intentarlo no está mal. Se puede escribir bajo el influjo del estilo de un escritor que se admire. El caso es que al cabo del tiempo el propio estilo se anula. Se convierte uno en la sombra de un muerto y me interesa la vida. Para aterrizar más el concepto, el estilo es una particularidad individual e irrepetible que te permite fluir en el mundo interior, el de cada escritor. Ese fluir otorga espontaneidad a sus palabras. Esa espontaneidad permite que la prosa fluya –dije sorprendido. Cilmoa tampoco esperaba un diálogo tan elevado. Se rascó el mentón. Sonrió, esta vez con la risa del impotente, el que ríe para sí y busca la ofensa como última alternativa. Claro, la ofensa civilizada, en la que se adiestran los letrados: 

-Eso es puro sentimentalismo. He leído mucho y sé que entre más lea más elementos adquiero para escribir. Uno es consecuencia de lo que lee. Dime qué lees y sabré quién eres. Creo que la tarea del escritor es escribir lo que no se ha escrito. Superar a todos los fantasmas. Para eso debe competir con sus autores favoritos y sobrepasarlos. De esa manera supera los lugares comunes y gastados que tanto te gustan. Eso es lo que busco. Eso es lo que me impulsa. El sentimentalismo es un agujero negro en la obra de arte. Eres un sentimentalista, un digno representante de la “Generación de la Superficie” –aseveró satisfecho de envolver lo fétido de sus palabras en un vestido elegante. Entendí que para enlodarlo, como deseaba, debía llevar la conversación a lo más personal. Recordé que la vanidad es el talón de Aquiles de la mayoría de los escritores. La vanidad de habitar un anaquel de la biblioteca de la historia. Entonces redireccioné mis palabras:

-Lo que buscas es otra cosa. Lo que persigues es el éxito. Aunque no me desagrada, trato de evitarlo. El éxito te debilita un poco porque te roba soledad. Para escribir se requiere mucha soledad, más de la imaginada. Y si no puedes estar solo la literatura es un camino tortuoso si te acostumbras a las mieles del éxito. Digo tortuoso porque cuando llega un fracaso te derrumbas. Si persistes al fracaso entonces el éxito es inevitable. Aún en el éxito seguirás escribiendo porque no puedes hacer otra cosa. Si puedes hacer otra cosa, entonces hazla para evitar decepcionarte. Si no puedes vivir con el fracaso y la decepción es mejor buscar otro oficio –Cilmoa no respondió de inmediato, sino que miraba el techo de la choza. Tal vez di en el blanco. Él, más serio, como si tratara de defender una postura personal, tomó un sorbo de vodka. 

-Creo que vemos el mundo de manera muy distinta. Para mí ser escritor es un arte que se ejercita todos los días. Se lucha contra el lenguaje. Se vive el lenguaje. Nada de sentimentalismo. El que escribe desde la emoción es patético. Contamina la belleza del arte. El arte de escribir consiste en eliminar la emoción –afirmó. Me di cuenta de que él estaba enlodado. Así que acudí táctica de la pregunta. Como daba explicaciones de sí mismo, se podía atontar con preguntas directas, sobre todo si iban dirigidas a su espiritualidad. Claro, sin que ninguna palabra descalificadora se filtrara para que hablara hasta enredarse. La idea era llevarlo al callejón sin salida que él era. Bueno, que somos todos.

-¿Qué pasa con los sentimientos de los lectores? Ellos si tienen sentimientos, al menos, eso es lo que creo.

-Me importa un pito los lectores. No escribo para ellos. Es vanidad. Cada texto imagina a su lector. Llega por añadidura. Además, no lo conozco ni me interesa. Eso de darle al lector todo mascado es creer de antemano que el lector es un ignorante. Bueno, muchos si lo son. 

-¿Qué sucede con ese otro, el implacable, el que se lleva dentro y no se puede engañar?, ¿piensas en él cuando escribes?

-Eh… bueno… pienso… bueno… creo, mira, es que ese punto es complicado –Cilmoa llamó a un guardia. Estaba enlodado hasta la coronilla. Para la puntada final formulé una conclusión trascendental y sencilla que hablaba de la persona, su oficio y que enfatizaba su carencia. Era importante enfatizar en la carencia para que Ciloma creyera que me importaba. Y así, llevarlo a su propia trampa.

-Intenta discernir porque es clave. Creo que más que la literatura está la vida, la propia. Si algo no funciona en la conexión con ese otro, el implacable, es difícil concebir una idea clara de lo que se quiere. Trata al menos de apropiarte de tus palabras y definir quién eres y qué necesitas. ¿A qué le inyectas tú energía vital? De ti no puedes huir –concluí. Cilmoa se rascó la cabeza. La sonrisa había desaparecido de su rostro. Un guardia me acompañó a la celda. Antes de irme hice una venia porque comprobé una vez más que la ignorancia de sí mismo era la mayor vanidad del escritor de computadora. 


Efraín sabía que ella era fugaz, como esas actrices que saludan de paso y dejan esa mirada relámpago que vale oro en el recuerdo. Efraín de todas formas, hiciera lo que hiciera, no podría impedir que ella se fuera como las actrices que saludan de paso. Así que cuando ella lo miró, él sonrió y se acercó entre la gente, sigiloso. Antes de que ella sonriera a otro y le dejara su gesto como una herida dulce, Efraín la tomó del brazo y la besó. Cuando ella reaccionó Efraín había partido como un hombre que ya no tiene nada que perder al dejar todo el amor en un beso relámpago. 

Me hago verde con los naranjos florecidos
y gris con el terciopelo de la tarde
                        antes de que la luz
       gota a gota ablande el cuerpo.


No soy feliz
pero me siento  como el bebé que mira
                                el cauce del arroyo.








De niño ves el amor como un jardín sin zancudos
                                               en un castillo lejano.

De joven sientes el desierto, arena en las tripas,
festín de anfibios.
Te crecen cicatrices, vellos y olvidos.


De viejo encontraste que el amor si era un jardín sin castillo,
con zancudos, lagartijas y desierto.


La luz invade el espacio. Poco a poco la montaña se muestra. Los pájaros cantan en sus ni­dos. El sol es una canción dorada en el paisaje. Las mujeres con un gesto dorado besan a sus hijos. Los hombres con una sonrisa dorada beben chocolate y se disponen a arar la tierra. A los ramajes de los árboles, como espadas, los atraviesa varios rayos de luz. Uno que otro anciano ve fibras de luz en sus sueños e intenta agarrarlas con los dedos. Los perros ladran al ver a sus amos con una mochila en la espalda. Algunas gallinas revoletean por la casa en busca de maíz. El día despierta con todas sus cotidianidades. Todo vuelve a la normalidad. La brisa trae fragancias. El olor de las flo­res se expande por todo el jardín, por toda la casa, por toda la vereda.

Para escribir no es suficiente con peinarse con agua lluvia,
perfumarse con ausencias programadas,
acostarse en el césped y descifrar jeroglíficos en las nubes,
esperar mujer con rumor a hoja seca y versos exaltados,
robar algunos gatos a la noche para encarar el misterio,
abrir y abrir la boca para soltar palabras como halcones,
perforar el silencio a gritos…
Basta con sentir desde las tripas, desde la boca del estómago,
empuñar el bolígrafo como espada, ser ángel y demonio,
batalla y desierto, selva y muerte, memoria y olvido, vida y noche…
hasta que ardan las yemas de los dedos.


Digamos que llegaste de una estrella lejana de una constelación que no figura en este sistema solar. Digamos que te lanzaste al vacío y después de viajar hasta dolerte la soledad, me encontrarte sostenido en el aire, como un encantamiento. Abriste los ojos al descubrir mi capa de versos que me hacían levitar. Me rondaste. Tocaste tímidamente mis versos. Digamos que alzaste uno de ellos y éste se hizo más cálido en tus manos. Lo besaste entre la “e” y “r”, donde es más sensible y lo guardaste en tus cosas. Sonreíste. Digamos que llegaste de una estrella lejana de una constelación que no figura en este sistema solar.

Se puede olvidar a alguien en tres días si se quiso de verdad. Basta con contradecirse, hacerse el fuerte, sentir rabia, dolor, fluctuar en los estados de ánimo. Sentir hasta la tripa. Luego, sacudir las sandalias y seguir. El amor es demasiado bueno como para quedarse recordando lo que no fue. Tres días te duelo. Tres días te olvido. Suerte que la vi. 



Antes de enamorarte de un escritor trata de identificar donde lo sientes para que no sea solo una experiencia tormentosa. Pues los escritores son expertos en las relaciones problemáticas. Por ello, antes de embarcarte en uno de estos encuentros trata de identificar donde sientes al escritor y luego decides qué hacer. 

Hay tres formas de reconocerlo. La idea es sentir. Detenerse y mirar si lo sentiste más en el plexo solar, en el corazón o en la cabeza. Después de saber esto es más fácil predecir lo que puede ofrecerte este ser extraño, solitario y sobre todo insoportable. 

Para tratar de dar una idea de lo que representa sentir a un escritor en alguna de estas tres partes (cabeza, corazón y plexo solar) hablemos un poco del tipo de escritores que ubicamos allí. No diré nombres para no herir susceptibilidades, pero si trataré de mostrar algunos de sus comportamientos. 

El escritor que se siente en la cabeza es el que trabaja con las ideas. Es el que todo el tiempo tiene una gran idea, un proyecto que revolucionará el mundo. Habla de ello con entusiasmo. Por lo general, respecto al amor, es el que lo ha teorizado a tal punto que cuando siente se contradice más de lo habitual. Por ello, busca mujeres jóvenes con las que pueda exhibir sus ideas como plumas de pavo real o mujeres mayores, de buena posición, de las que pueda obtener algún beneficio sin grandes compromisos. Pues la idea es escurridiza, volátil y muy atractiva. 

Este escritor lleva todo su potencial discursivo para sembrar un deseo en la idea del otro. Aprovecha que maneja la palabra, sabe qué efectos tiene en el otro y hace crecer una segunda intención hasta que obtiene lo que desea. Cuenta historias donde un personaje actúa como él quiere que procesa el receptor del mensaje. Crea en la psiquis del otro un modo de operar en su beneficio personal. Cuando está satisfecho vuelve a las reuniones sociales donde es un pez en el agua. 

Por lo general este tipo de escritor que va a cócteles, a reuniones sociales; es excelente conversador y se fabrica relaciones como puentes para mostrar su obra, que por lo regular está estancada. Es común que dirija talleres de escritura donde todo se hace a su imagen y semejanza. Es el protagonista de todas las historias y por ello su obra está guardada en un cajón o inconclusa porque no puede resolver la trama. Por ello, se vuelve más un mercader del reflejo que lo impulsó a escribir en un inicio que el escritor que vende de él mismo. En ese juego de la imagen atrae desde la idea, desde lo que puede subvertir en el otro; a veces corromper, con la satisfacción de que aún puede instaurar ideas en el otro. En definitiva, es el peor de los escritores, al menos el que menos escribe. 

El escritor que se siente en el plexo solar por lo regular es el escritor joven, el que está empezando a crear, el que busca temas para escribir en todo lo que vive. A veces, su sistema emocional es un desastre y es dependiente de sus amoríos, casi siempre tormentosos. Vive la herida como materia prima de creación. Hace un nudo de sus relaciones y crea divas de toda mujer que lo abandona. Como si esa sensación de frustración le diera la vitalidad para crear desde el abismo. Muchas veces logra crear páginas hermosas que incomodan al lector, que les refleja sus emociones más oscuras, las más ocultas. Él, por ser un cohete sin dirección vive el instante sin miedo a verse desnudo, indefenso, expuesto, corroído por su propio veneno. Muchas veces encuentra una mujer que lo cuida como un hijo porque le mueve el vientre, su maternidad, su instinto de conservación. Utiliza la victimización para que lo cuiden y le den afecto. Pocas veces se ha visto que uno de estos escritores logre canalizar esta desgarradura en algún proyecto creativo de gran impacto. Tal vez los malditos, algunos dadaístas y uno que otro poeta a lo largo de la historia. Por lo general es un fuego que se apaga con el mismo vigor que encendió. Se le ve en las cloacas, los antros, las plazas; solo, obsesionado con una mujer a la que le escribe como enfermo terminal. 

Por último está el escritor que se siente en el corazón. Éste ya es un hombre adulto y mesurado. Ha entendido muchas cosas de sí mismo y procura hablar poco. Sabe que lo importante es su obra a pesar de él. Va a los eventos que considera importantes. Habla poco de sí porque ya no quiere llamar la atención. Mira profundo como si estuviera extrayendo información para un posible personaje. Es atento si está interesado, si no, no es posible abordarlo porque es un experto en evadir lo que no desea. Pues, ha entendido que primero está él y sus deseos. No es bueno del todo, pero tampoco malo. Sabe que pocas veces un escritor es mejor que su obra y casi siempre es decepcionante conocer al hombre que está al otro lado de las páginas. 

Este tipo de escritor es el silencioso. Sabe que en su escondite es un animal solitario, un rumiador de sonidos, un creador de silencios. Nadie puede interrumpirlo porque ya no será tan encantador. Por eso se aísla, porque él es su propio mundo. Casi siempre es centro porque no teme estar solo. Es odiado por los escritores de la cabeza y admirado por los escritores del plexo solar. 

El escritor del corazón es difícil de encontrar. Pero si te topas con uno de ellos lo sabrás porque te hace creer que los elegiste. Que eres más eficiente que él. Sentirás, más que el registro de los sentidos una sensación fuerte que te crece en el pecho con los días. No sabrás si es amor o amistad, pero sí que es fuerte y de emociones encontradas. Te hará sentir la espontaneidad del instante porque él es más que palabra, es vibración pura. Además, no te escribirá todo el tiempo. Lo hará con la medida adecuada, en el tiempo justo, porque su palabra es su herramienta de trabajo. Se asegura, que el objeto o sujeto sentido se instaure dentro de él, donde les fluye la palabra. Si no sucede no obtendrás de él más que relatos orales y buenas conversaciones. 

Cuando está interesado sabe cómo hacer creer el deseo desde el erotismo. Conversar con él es como leer un buen libro. Descubrirás que cuando te roce con la mano ya te había tocado cada poro con la palabra. 

Si te enamoras de este tipo de escritor y soportas su soledad (que clasifica por color y tamaño), si no te intimida que todo el tiempo te esté observando, si admites que se olvide de ti por temporadas y por otras seas el ser más importante sobre la tierra… habrás encontrado un pedazo de eternidad en su historia. Tu nombre dormirá en una página y despertará con el canto de un poema. Habrás encontrado un rincón en el mundo donde te quedaras por mucho tiempo, así después, te abandone.

A veces sientes que es necesario aquietarse y si los consideras pertinente corregir el camino. Puede ser difícil. En mi caso, por ejemplo, después de dedicarme siete meses a culminar una novela en la que llevaba trabajando varios años me quedé como un barco a la deriva: Averiado y vació. 


Lo sobrellevé de la mejor manera porque sé que casi siempre, al terminar un proceso creativo, el creador queda algo oscuro, desconcertado. Es como si de repente no se sintiera el pulso. Como si te faltara el aire y la fuerza para empezar algo de nuevo. Al menos en los procesos creativos donde la apuesta es cambiar algo, así sea un gesto.

A eso se le sumó que me di cuenta (conscientemente) de que no tenía trabajo y me sentía más inútil de lo acostumbrado. Curiosamente un amigo me facilitó un nuevo empleo. Más sorprendente que conseguir trabajo fue reunir los papeles requeridos. 

Es un camello hacerse apto para un trabajo. Entre los requisitos se pedía un certificado médico. Asistí a una clínica y me atendió una mujer de unos 40 años. Era delgada y reservada. Bajo sus gafas miraba a sus pacientes como cifras en una ecuación matemática. 

Ella me preguntó la edad y le respondí que tenía la edad indicada y que estaba en mi mejor momento. Ella me miró seria. Tal vez creyó que estaba buscando una aventura con ella. Guardé silencio. No quise explicarle que tener la edad indicada era admitir que estar sano es la fuerza más profunda de la atracción. Es la señal de que uno se hace elegible para asegurar la evolución y la postergación de la especie.

Después de un examen exhaustivo, de caminar en puntas de pies, en talones; de abrir la boca, aguantarse las cosquillas, pararse como un exiliado de sí mismo; la doctora admitió que yo estaba bien. Las orejas estaban donde deben ir las orejas. Lo mismo los ojos y la nariz… Al final se alegró de tratar a alguien que no la necesitará. 

Salí del consultorio contento de saberme sano y sentí la posibilidad de lo que era. Sereno y manso, contemporáneo de las flores me hago visible a la semilla que aguarda. Después miré al cielo. Cerré los ojos y me dejé guiar, sin rumbo, por los pies.

Ya te respiro. Sé que estás atrás del suspiro. Tu olor te delata. Digo tu olor porque sé de flores y por ello puedo identificar ciertos aromas, besos, abrazos y caricias. Las flores me han dotado de una sensibilidad que me permite mirar más allá de las cosas. No es que sea clarividente es solo que soy intuitivo. Ese no sé cómo que me hace percibir cosas en el otro es lo que me permite sentir que a ti también el amor te llama. Cuando el amor se nombra en lo más íntimo del ser emerge en una espiral de luz para percibir eso que se aproxima, eso que es a fin a tu campo energético o lumínico.

Ya viste las coordenadas de mi abrazo. Te invito a volar. ¡Abre las alas! Permite que el viento te lleve. Es hora de que confíes en la bondad del universo que todo lo organiza a su antojo. Permítete nadar en la fuente inagotable de luz que te otorga una felicidad a prueba de tristezas e insectos molestos.

En ese amor creceremos como bosque. En este amor florecemos juntos. En mí verás un abrigo para el frío y una hoguera para la noche. En mí podrás desnudarte y al tiempo notarás en ti bombillitas azules que te iluminan. Lo más seguro es que te llenes de flores. Entonces respiraré profundo para que mis suspiros, como abejas, se hagan contigo intimidad. 



Aprendo viento a romper las cadenas que fabrican los que se proclaman “buenos ciudadanos”. Estas personas en su idea de “buenos ciudadanos”, los ejemplares e incorruptibles atentan, con la rigidez de sus actos, contra lo espontaneo. Son ellos los que han reducido notablemente la fascinación de caminar sin rumbo. Son, gracias a su idea del bien y del mal, los conserjes de baratijas en desuso, las buenas costumbres echadas a perder. 

Rompo las cadenas. Rompo con las ideas que tienen de mí. Rompo con las esperanzas puestas en mí. Rompo con lo que creo de mí. Rompo con lo que no he sido de mí. Voy terrible y vital. Voy sin rumbo hacia la selva frondosa de lo nuevo.


Se sabe que las personas que no leen ni escriben no tienen las mismas oportunidades. Pues no cuentan con palabras para nombrar sus fluctuaciones emocionales, laborales o espirituales. Por algo decía Santa Teresa: “Lee y conducirás, no leas y serás conducido". Por ello, si el mundo es tan grande según las palabras que tengamos para nombrarlo, la lectura permite abrir un abanico de posibilidades para interactuar con ese mundo que a veces nos abruma. 

Pero no solo leer para llenarse de información sin uso práctico. Mejor leer para intentar entender lo que ocurre con uno y con el pedazo de mundo que habita. Pues, la palabra cargada de sentido, la que está atravesada por la experiencia, se filtra en la sangre. Entra a rincones insospechados. Es un canal por el que pasa información que queda, como una semilla, germinando. 

Además, la lectura no debe ser un deber. De ser un deber, de hacerse por obligación, se perdería el goce y la opción de que sea un derecho. Por ello, para revindicar ese derecho tan desvirtuado por muchos, recordaré Los diez derechos del lector de Daniel Pennac: “El derecho a no leer; el derecho a saltarse páginas; el derecho a no terminar un libro; el derecho a releer; el derecho a leer cualquier cosa; el derecho al bovarismo (Término alusivo a Madame Bovary, la protagonista de la novela homónima de Flaubert, lectora compulsiva y apasionada de novelas románticas); el derecho a leer en cualquier sitio, el derecho a hojear; el derecho a leer en voz alta; el derecho a callarnos.

De esta forma, devolverle el poder al lector para que afirme su vínculo con los procesos de lectura y así asuma la lectura como un regalo del universo. La lectura que despierta las propias palabras. Las palabras que nos habitan, nos mueven y luego dan testimonio de vida. Palabras que muchas veces desembocan en la escritura, en la construcción de un mundo donde el lector se decubre. Ojala siempre fuera así para que la pluma, como decía Cervantes, sea la lengua de nuestra alma. 

¿Quién alza mi mano cuando alzo la mano?
Muchas veces no soy yo el que empuña el lápiz
deletrea palabras
y da sentido a una idea.
Tampoco son mías las imágenes que me atribuyo.

Soy más de lo que imagino
más de lo que soporto
más de lo que nombro
para fijar un poco mis límites.

A veces, perturba admitirlo,
no soy el que soy cuando escribo.
Otro alza mi mano
La desliza sin titubear, segura y firme
                                  sobre la página.
Las palabras brotan como agua.

Esa imagen frágil que tanto me gusta de mí
                                        se quita del medio

y comprendo que entre menos sea
más soy el que soy cuando alzo la mano
que empuña el bolígrafo.





Son muchos los esfuerzos para mostrar a Medellín como una ciudad moderna. Esto ha llevado a grandes transformaciones que la perfilan como una metrópolis en pequeño formato, pero al final metrópolis. Por algo se leen noticias asombrosas como la reestructuración del sistema de transporte público, cuando en el momento, debido a las obras de infraestructura que se construyen simultáneamente, Medellín es un caos vial. 

Se dice que llegarán a la ciudad nuevos buses a gas y entrarán a operar a finales de este año. Incluso, una empresa, Transmedellín, firmó el primer convenio para darle inicio al proyecto de Transporte Público de Medellín (TPM). 

Los buses tendrán internet gratis. Los usuarios podrán ver en sus celulares la ruta, los asientos disponibles y los minutos que tardará en llegar a la parada. Ante esta iniciativa saldrán 1.068 buses de circulación. Quedarían 1.898 buses de los cuales 618 llegarían al centro. 

Se afirma que esto descongestionará la ciudad. También que ayudará con el cuidado del medio ambiente. Sin embargo, es sabido, no comentado, que con la construcción del metro el rio se redujo y con los días se erosiona. Antes, en tiempos de los padres de nuestros padres, la Villa de la Candelaria era un parque natural donde la gente se podía bañar. Otro factor preocupante es la tala de árboles para los proyectos de infraestructura, pero no solo en la ciudad, sino en todo el departamento. Asusta que en Antioquia se tale un promedio de 25 mil hectáreas de árboles al año. Y sin árboles ¿cómo se puede cuidar el medio ambiente?

Respecto al impacto de estas iniciativas recordemos que hace algún tiempo se publicitó los alimentadores del Metro como una alternativa inmejorable para el usuario. Pero, los alimentadores del sector Belén y Aranjuez generaron un descontento en la población y ocasionó que aumentará el transporte informal al retirar los buses de la zona. 

Ante este panorama desconsolador por un lado y prometedor por otro, decidí hacer un recorrido en bus porque crecí viajando en buses, y pese a los malos ratos que a veces generan los conductores cuando conducen como en una pista de carreras o te obligan a escuchar reggaetón o peor aún, a Don ebrio y a Olímpica; considero que muchas de nuestras historias están ligadas a los buses. 

Los buses

Los buses son esos animales urbanos que recorren la selva de concreto y sus bocinas nos recuerdan que ellos son los dueños de las vías. Su ruido es el grito metálico que pide que no los olviden cuando Medellín pase de ser un pueblo grande a una metrópolis. Pero, en ese afán desaforado de la ciudad futuro desaparecen los espacios socializados. Es decir, se pierde la identificación del ciudadano con el espacio que habita. Por ello, al desaparecer los buses se pierde parte de la identidad. Aunque, hay ciertos buses que parecen trenes de carga tosiendo monóxido de carbono y son una amenaza pública. 

La ciudad que no quiere los buses al final termina pareciéndose a todas las ciudades del futuro. Las ciudades descongestionadas, en las que abundan los puestos de comida rápida, los museos, los bares, los semáforos, los hoteles… que con las reformas arquitectónicas y los avances tecnológicos buscan situar, tanto al citadino como al visitante, en lugares transitorios donde el tiempo sea fugaz, donde se pueda concebir una idea general y vaga del espacio, donde se permanezca poco y se frecuente mucho, donde la sensación se constituya desde lo abstracto, donde los aeropuertos y las terminales de transporte sean un mercado fructífero. La gran ciudad de avenidas y lugares estratégicos de paso. Esa ciudad no necesita los buses.

En la 92 con la 35, Belén, abordo un bus B. Cristobal, un mastodonte al que le suena la pintura. Es de esos buses que rugen y dejan una línea de ruido en el aire y es un peligro para el pasajero.

Para el ejercicio de reportería dispongo el oído. Se sorprende uno con los diálogos. Podría hacerse una radiografía de la naturaleza humana. Por ejemplo, en San Juan se suben dos señoras robustas y empiezan una conversación en la que otros pasajeros participan. Las señoras afirman que los hombres son materia. A ellos les interesa la carcasa. Es decir, piernas, tetas y culos. Desde esa perspectiva construyen todas sus relaciones. Ellos no son sensibles y lo hacen creer. Pues, los hombres dicen piropos sin pensar ni involucrar el corazón. En cambio la mujer siente. Otro pasajero agrega que los hombres si sienten, pero después de cierta edad, cuando se ven viejos y solos. La conversación toma otros matices. Me bajo en el centro. Camino hasta la Oriental, frente al Éxito San Antonio. Pienso en las palabras de esas señoras. De un momento a otro veo más senos de lo normal. Hermosos y ocultos. Piernas que paralizan el tráfico. Respiro profundo. 

Pocas veces se encuentra pasajeros con la filosofía de esas dos señoras. Pero los hay. A esos pasajeros se les conoce como los “transgresores”. Son el tipo de personas que rompen con la rutina del bus, que muchas veces es aplastante debido al cúmulo de cansancios. Hablan para todos así se dirijan a una persona. Entre ellos el campesino que grita por celular como si eso sirviera para recortar la distancia, el negro con audífonos que canta creyendo que nadie lo escucha, el jubilado que recuerda las calles cuando era joven, la pareja de novios que se empalagan de besos y caricias, las señoras o señores que por un motivo cualquiera amanecieron de buen humor y hablan de manera espontánea. 

Hay otro tipo de pasajeros, los “automáticos”. Son los que viajan a diario como si fueran a una condena. Establecen una rutina de lunes a viernes y aprovechan el bus para dormir, olvidarse del trabajo, de las responsabilidades, de la mirada de los hijos que los esperan con la boca abierta. Estos son los más comunes, los que contestan con monosílabos porque desconfían de su suerte. Creen que los días son el mismo día repitiéndose a diario, como una pesadilla. Van sin brillo en los ojos, esperando el día de pago. Se habitúan a sus preocupaciones en un vehículo en movimiento. En su quietud móvil aprovechan para no ser y se desconectan de su realidad. Entran en una especie de neblina que los envuelve. Sin embargo, son los clientes de los venteros ambulantes. 

Los venteros 

Utilizan sus artimañas para ganarse la vida. Pues los “automáticos” pertenecen a la clase social trabajadora, la que se gana la vida honradamente con el sudor de la frente. Y los vendedores buscan la forma de desviar las monedas del bolsillo de los “automáticos”. Lamentablemente son poco ingeniosos. La mayoría se aprenden un discurso y lo repiten. Ponen voz de payaso retirado y ofrecen sus productos. Utilizan frases como: “Perdone que lo incomode señor pasajero…”, según el sentido de la frase, si quieren que los disculpen entonces no deberían incomodar y así no tendrían que pedir perdón. Otra: “Recibir no es comprar”, y si no recibes dicen que recibir muestra nuestra cultura y decencia. Atribuyen a la palabra “cultura” un compromiso mercantil que repele con la palabra “decencia”. Otra: “Quien desee colaborarme Dios le ha de pagar”, como si Dios fuera el director financiero de los venteros asociados o el dueño de una cadena de baratijas de todo a 5 mil. Cuando el discurso de Dios no funciona dejan entredicho que si no compras tal vez los encuentres en una esquina delinquiendo y es culpa tuya. 

Con el discurso de Dios cuentan sus historias de vida, muchas de ellas inventadas. Ejemplo, cierto día un vendedor contó que salió de las drogas gracias a Dios. Repartió salmos en fotocopias y recogió algunas monedas. Después, otro día, dijo que nunca había estado en las drogas y se subía a los buses como una persona de bien para ayudar a muchas personas que si estaban en las drogas. Otro recitaba el salmo 91. La voz se le quebraba y se le olvidaba algunas líneas. Nadie le colaboró. Enojado confesó que le faltaba 2 mil para el cuarto de ron, cuando afirmó que educaba a sus hijos. Uno más, en Niquia, vende maní y chocolatinas. Dice que necesita dinero para estudiar y ayudar a su hermano que se prepara para ser sacerdote. Una tarde lo encontré en un centro comercial. Entró con una mujer joven al almacén en el que yo estaba. El vendedor gastó una suma considerable. 

No todo es desconcertante con los venteros. También existe otra minoría, los “artistas de la calle”, los que revindican el viaje en bus. Estos asombran por su recursividad. A ellos se les recuerda porque te sacan del aturdimiento de la rutina. Una vez, en un Circular Coonatra, el bus que más vueltas da, un hombre se subió y con un par de cucharas en su cuerpo tocó el himno nacional. El himno que, en particular no me identifica como colombiano, en el cuerpo de ese hombre me despertó cierto patriotismo tardío. 

Con el recuerdo del hombre de las cucharas abordo un bus de Buenos Aires. Una mujer discapacitada se sube. Dice que canta feo, pero eso no le importa porque ella quiere trabajar para educar a su hijo. Su voz quebrada, averiada, aturde. Ella cierra los ojos. Al final agradece. En una silla cuenta las monedas. Cambia con el conductor 12 mil pesos. Le pregunto por su hijo. Ella afirma que tuvo una aventura con un hombre adinerado porque deseaba ser madre. Luego se fue. Concluye que ser discapacitada no la hace menos mujer. 

De regreso a casa abordo el último bus después de atravesar la ciudad donde la primavera se envuelve en papel celofán y el bochorno se arrastra por el pavimento buscando un poco de sombra. Cansado, desde la silla, observo un señor de bozo espeso, trigueño y distinguido. Él lee el periódico mientras chupa una paleta. Un indigente se ubica frente a él. A través de la ventana le señala la paleta. El hombre lo ignora. El indigente toca de nuevo el vidrio y señala la paleta. El hombre se enoja y lo mira a los ojos. El indigente sonríe y señala la paleta. El hombre se ríe y se la pasa por la ventanilla. El bus arranca. La última escena me conmueve. La determinación es, a veces, insolente, pero satisfactoria. Miro la ciudad y los buses que la recorren e imagino el sinnúmero de historias que se olvidaran al finalizar el día.

Al caer el sol el viento recoge las palabras que no pronunciamos y debieron decirse. Cada tarde los pájaros vuelven a los árboles y nosotros, los entendidos, en letargo, en vano abrimos la boca. Cada noche al salir las estrellas el instinto se mira al espejo, se acicala y se perfuma cuerpo entero. Sonríe al encontrar en nosotros las palabras gastadas y disfruta al vernos indefensos, a merced de lo más básico. Cada tanto al caer el sol, cada día al caer la tarde, cada tarde al llegar la noche, cada noche con sus grillos callo y abrazo al instinto, callo y dejo ir al instinto, callo y trituro con los dientes las palabras gastadas, callo para escuchar la palabra justa, la que calibra el corazón en silencio.

Alfredo desde pequeño se sintió atraído por los colores resplandecientes. Jugaba con muñecas y una máquina oxidada en la que imaginaba confeccionar los vestidos que se pondría. Sin embargo, se cuidada de no ser descubierto. Apreciaba tanto a su padre que no quería decepcionarlo.


Su padre era rudo, amoroso, y muy exigente. Era a la vez madre porque la progenitora de Alfredo se fue de casa y jamás regresó. En las tardes jugaban a la pelota. A pesar de su ineptitud para el futbol su padre imaginaba verlo jugar en algún club. Una mañana en que lo llevaba a matricularse en un semillero en las ligas menores del colegio se encontraron con dos ladrones quienes hirieron de muerte al padre. Alfredo lo vio morir.

Ese recuerdo de la infancia le agrietó el corazón. Lo endureció como si fuera de roca. Enterró las muñecas. Creció sin admitir lo que anhelaba en sus tripas. Cada que intentaba hacer lo que deseaba llegaba de pronto la imagen de su padre y se paralizaba.

Cierto día, cuando ya era adulto, tenía 28 años y trabajaba de administrador en un supermercado, se encontró con dos hombres que lo amenazaron. Él alzó las manos. Uno de los rufianes más que requisarlo lo palpó, lo tocó. Luego sonrió y marchó con el otro rufián. Alfredo lloró y recordó a su padre, las muñecas, los colores resplandecientes… Sus lágrimas ablandaron la roca que tenía al lado izquierdo de su pecho. Sintió una mezcla de sentimientos encontrados al recordar las manos del ladrón. No estaba del todo ofendido. Tampoco tranquilo. No entendió lo que le ocurría. Lo único que sabía con certeza era que no volvería a su trabajo ni a su apartamento. Así que se dirigió a un cajero y retiró sus ahorros. Antes de dirigirse a la terminal de transporte entró en un almacén y compró varios calzones y encajes de mujer. 


Remuevo la tierra. La desmenuzo hasta dejar una superficie arenosa y suave. Con las manos voy formando los surcos. Luego, busco en los bolsillos las semillas de girasol que voy depositando en los montoncitos de tierra. A cada semilla le pongo una intención. Si la intención es fuerte los pájaros darán la señal, de lo contrario la tierra hará su trabajo. De esta manera por cada brote recibo algunas palabras que me ayudan a vivir en armonía con mis seres queridos. Después, remojo y me siento a observar el huerto, donde la posibilidad es una flor que espera ser polinizada.


 Aprovecho ahora que estamos aquí sentados, en esta mañana fría, con estas dos tazas de café para contarte algo que me aflige.

  Si, dime.

   Resulta que hace unos días discutí con mi compañera y por orgullo no quise conciliar porque a veces uno es terco y prefiere sostenerse en el error por miedo a demostrar que es débil. Sé que fui muy testarudo, claro, ella también fue grosera.

   Ahora que mencionas lo de tu mujer, estimado colega, reconozco que en pareja uno es otra persona. Me explico, con los conocidos uno es más fuerte, hace chistes y aparenta que es el que maneja la relación; pero con los amigos, los verdaderos, uno entiende la intimidad como un voto de confianza donde se puede contar los secretos más dolorosos sin sentirte juzgado. De ahí que solo a los amigos uno les confiese que en casa la mujer es la que gobierna. En definitiva, nos mentimos al creer que entendemos la naturaleza de las mujeres: ellas  son extensas y profundas como el mar y por más que uno se sumerja solo alcanza a conocer unos cuantos metros. Llegamos solo a columbrar sus emociones, como corales, donde sus pasiones y deseos se alimentan como pececillos de colores.  Hasta ese punto puedo hablar de ellas, pues las veces que he intentado zambullirme a fondo ese mar sufre fluctuaciones que originan grandes olas y me obligan a buscar la costa.  

   Es cierto. Por lo que dices, has vivido lo mismo y creo que entiendes el significado de la crisis. Durante años de relaciones he formulado una teoría: la crisis es como un crisol donde se funden los desencuentros y los resabios personales, luego del crisol la crisis pasa a convertirse en una espacie de flor de cristal con hojas de vidrio donde se evidencia el cambio y llega la luz del sol que es Cristo. Cuando eso sucede la relación muta casi siempre para algo mejor, es decir, se da un paso adelante y no atrás. Pero esta vez fue al contrario. Sí, como lo oyes, después de la discusión ella en la madrugada se introdujo bajo las cobijas y ya sabes: la voluntad es frágil cuando la piel es seducida. 

   Entiendo, es complicado, espera asimilo las cosas. ¡Ah! por lo que observo ella te demostró que su inteligencia emocional es más eficaz que la tuya y se aprovecha de que no eres consecuente. No arrugues el ceño compadre, eso nos pasa a todos, a lo que voy es que te contradices al pensar y decir lo que no haces.

   Es precisamente eso lo que me atormenta porque no puedo resistirme a ella. Y no te sientas superior porque sé que tú tampoco te negarías al sentir el cuerpo desnudo de la mujer amada, sus senos del tamaño de los duraznos presionando tu estómago, sus labios húmedos sobre tus tetillas, sus manos insolentes buscando tu cetro de poder...

   Perdona te interrumpo, reconozco tu situación y creo saber qué fue lo que falló. Después de darle tantas vueltas a este asunto tengo la certeza de que te faltó carácter para decirle “no”. Por consiguiente es que ella con su sensualidad puede coartar tu discurso y hacer lo que se le antoje contigo...

   Eh, bueno, no creo que sea del todo así, eh, puede ser que también yo quiera que ella me busque y de esa forma sentirla más cerquita…

  No te justifiques querido hermano porque de nada sirve esta conversación. Estamos tratando de entender lo que sucede, para eso debemos sincerarnos. Por ello, en mi humilde opinión, con tu historia he mirado la mía en retrospectiva y he visto que también yo digo y pienso lo que no hago. Duele aceptarlo, me tiembla la voz, pero es necesario reconocer que tanto tu mujer como la mía han descubierto nuestros lados débiles y en su insondable misterio ellas han entendido nuestro “no”, tal vez en su acepción más acertada, como una invitación urgente a hurgar bajo la bragueta.




   Martín, ahora que tienes el filo de mi machete sobre tu garganta ¿Cómo escaparás?

   Soñaré otra cosa.




Las calles se llenaron de edificios y dejaron de ser espacios para el transeúnte y se convirtieron en espacios para el tránsito. De un momento a otro se perdió la costumbre de caminar por ellas y detenerse porque sí, porque un balcón te llamó la atención, porque una mujer bonita estaba sentada en una acera con alguna amiga, porque había vida en cada esquina. Ahora eso se esfumó porque cada vez son más pequeñas las aceras y hay menos balcones. Por tal motivo, es un hecho lamentable, se podría afirmar que tanto los balcones como caminar sin rumbo fijo son costumbres del pasado. Por lo que mirar hacia arriba es otra costumbre en desuso. Al alzar la mirada solo se ven ventanas cerradas o avisos de “Se vende apartamento”. Por algo ya el transeúnte no se detiene en las calles y solo las transita para ir de un punto A. a un punto B.. Camina sin detenerse porque el progreso le robó el asombro y la posibilidad de sentirse parte de un lugar. Lo que se busca es que cada vez las calles sean de nadie y que nadie pregunte por qué de un momento a otro dejó de importarle conversar sobre la vida del otro: Costumbre insana, pero fascinante que nos mantenía en contacto con el otro. 

A esas calles les robaron las historias. Muchos como yo las patrullamos de niños con trompos o canicas en los bolsillos. En algunas cuadras se jugaba partidos de futbol o se recreaban historias asombrosas con carritos de plástico y superhéroes inventados. También se hacían zancochos. De adolescente, con muchos otros insomnes, las caminé buscando parajes inimaginables. ¡Cuántas noches caminé esas calles! ¡Cuánto las disfruté! ¡Ah, esas calles y sus enigmáticos trasnochadores! ¿Puede haber algo más fantástico que un caminante nocturno? ¿Qué busca? ¿Por qué prefiere el misterio de las calles al confortable lecho? ¿Qué lo agobia? ¿Qué piensa mientras camina una y otra vez las mismas calles? Estas preguntas ya no tienen sentido. Al menos en estos días. Pues esas calles que constituyen las rutas de mi historia solo permanecen intactas en el recuerdo. En la actualidad esas casas coloniales se remplazaron por enormes estructuras que se alzan como celdas muy bien amuebladas. Calles perdidas en la memoria de los que alguna vez se sintieron parte de un pueblo. Calles de comerciantes y empresarios que necesitan clientes y ruido y más clientes y mucho más olvido. Calles que conducen a ninguna parte y para llegar a ese azaroso destino se debe ir rápido y con la mirada al frente. No olvide, con la mirada en frente para que no te des cuenta de cómo nos roban el pasado.




Mi barba es rojiza cuando crece
En sueños tengo mechones rojos
Soy hijo de un volcán
lava en ebullición.

Puedo encender el deseo con solo enfocarme
y también apagarlo si es necesario
Soy luz y sombra
Un remolino de luz o un cuarto oscuro.
Así como cuernos tengo alas de ángel.

Soy muy emocional para ser solo hombre
Soy muy emocional para ser solo espíritu
Soy hijo del sol
Puedo caminar en la noche sin temor a caer
                   en el caldero de la inconsciencia
Nací también noche.



El amor es una palabra escurridiza. Aunque se sabe que está en un lugar pocos la ven, aunque muchos la sienten. Aunque muchos dejaron de sentirla porque esta palabra abandonó esta tierra. Dejo a su amiga la “ilusión” a cargo debido a la necedad de algunos estúpidos que aman en la medida en que poseen. 


Se dice que la palabra “amor” caminaba por el campo y se encontró una trampa para osos. Estas trampas las fabricaron los fanáticos y los dependientes de la emoción que deseaban tener al “amor” en una jaula y cobrar por verlo. Estos seres minaron el camino de segundas intenciones y el amor, un ser espontaneo, que siente el camino más que mirarlo, se hirió en una de las extremidades de la letra “m”. Por tal motivo dejó de hacer sus paseos matutinos y se refugió en su casa. Su amiga lejana, pero amiga a fin y al cabo, la palabra “ilusión” fue por el médico de las palabras, la palabra “Sol”. La palabra “Sol”, con su túnica dorada, al ver el estado de la palabra “amor” decidió hacer de inmediato un examen exhaustivo. Extrajo de su maletín una especie de lupa. Observó. Identificó que la letra “a” parecía una mujer en embarazo y estaba bien. Es decir, la parte femenina de la palabra que se relacionaba con la luna funcionaba y no presentaba anomalías. Caso contrario sucedía con la letra “m” que si se gira un poco simboliza el movimiento de un río en la montaña. Esta letra representa el fluir, el agua en movimiento. El agua es la emoción y si está no fluye llega la duda y la autocompasión. El médico con unas pinzas extrajo un diente de metal. El diente había hecho un agujero por el que el agua de la emoción se había derramado. El médico cosió la herida y vertió sobre la letra un líquido azul. De inmediato la letra “m” empezó a sonar como arroyo. Para terminar el examen observó la letra “o” que parecía un gimnasta que se tocaba la punta de los pies con las puntas de las manos. Representaba el círculo, que si estaba ben hecho significaba que se estaba dispuesto iniciar nuevos procesos. En caso de que no, el trabajo sería más delicado. Curar esta letra, lo sabía el médico, requería de más tiempo. La “r” era un hombre que señalaba con la mano izquierda el cielo y la derecha, en arco, la apoyaba en la cintura. Pero el dedo índice apuntaba a la tierra. En esencia significa que como es arriba es abajo. La “r” da el equilibrio a la palabra “amor”. Aporta lo espiritual y lo material en la medida justa. Casi siempre es la letra “r” la que se cansa de tener el brazo alzado y el médico debe recurrir a terapias especializadas. Finalizó el examen. Por último, la palabra “Sol” le dijo a la palabra “ilusión” que estuviera unos minutos y luego se fuera. Pues no era conveniente que la viera cuando abriera los ojos. De hacerlo se animaría a salir antes de tiempo y la herida podría empeorar. El médico marchó. La palabra “ilusión” observó cómo su palabra amiga dormía y al respirar inflaba y desinflaba las letras. En la “m” escuchó el cauce de un arroyo. Antes de irse dejó en el suelo algunos pétalos de rosa para perfumar el recinto. Al despertar, la palabra “amor” miró la letra “m” y la vio remendada con hilos dorados. Supo que la había visitado el médico “Sol”. Agradeció. Luego, al ver los pétalos en el suelo susurró un viento de menta que dibujó con los pétalos el rostro de la palabra “ilusión”. La palabra “amor” identificó las trampas de oso y decidió marchar a un lugar más seguro donde pudiera fluir. En esta tierra, se dijo, la “ilusión” era suficiente para los que no quieren ver. 

Luis le argumentaba a su abuelo que ya había entendido el misterio de las mujeres. Decía que a ellas se las conquista con la palabra. Por eso había estado leyendo para poder ampliar su léxico. Además, con un poco de determinación y autodominio sería un hombre irresistible. El viejo, ya curtido en experiencia y amores, sonrió al mirar la prisa del nieto, la necedad bien argumentada, la incapacidad de jugar a ser espontaneo y los sentimientos juveniles. Con ternura le tocó el hombro y le dijo a Luis lo siguiente: “Sabrás que comprendiste el misterio del amor cuando tu corazón sea la casa en la que duermes profundo, sin anhelo y despiertas con una sonrisa al escuchar el canto de los pájaros”.

Imagen de cuerpo semidesnudo de mujer que vibra en el miembro. Crece en carne y decrece al satisfacerse.

El hombre estaba en el lecho mirando la ventana. Recordaba el aroma de aquella mujer que lo hizo sentir vivo. En ese instante el viento abre las ventanas. Imagina que un augurio, un presagio, la posibilidad de que la mujer amada vuelva a sus brazos. Sin embargo, se acomoda en el sombrío y reconfortante lecho. Bosteza. Se arropa sin percatarse de que justo en ese momento, afuera, ella espera que él se asome a la ventana, como antaño y con una mirada la detenga. Cansada de esperar se marcha meneando las caderas.





Hay noches en que un vino lleva a otro vino, a otro cigarrillo, a otro bar, a otra calle, a otro ron, a otro cigarrillo, a otro bar, a otra casa, a otra nostalgia, a otra noche sin aventura, a otra noche de amigos, a otra vez lo mismo, a otro vino, a otra noche con el mismo cansancio y la misma sensación de haber vivido hace muchas noches la misma noche, otra vez el mismo poema, otra vez el cansancio de saberse un poco más viejo y obstinado. 

Hay noches en que en la boca del estómago hay una sensación de efervescencia. Es como si fueras más atractivo y solitario, como un sarcasmo en medio de aforismos y refranes sin brillo, un sarcasmo que saltando en un solo pie y le dice al idiota “te alcancé”. En esas noches quieres vivirlo todo y necesitas otro vino, otro cigarrillo… Encuentras otro bar cerrado, otro transeúnte a la deriva, otro sueño esfumado antes de ser soñado, otra mujer lamentándose no haberte conocido antes de que la noche la llevara a otros brazos, otra historia que te saluda y pasa de largo, otra calle iluminada con lámparas opacas, otro establecimiento clandestino que abre para los caminantes de la noche, otra cerveza, otro impulso para arder en la sombra.

Hay noches, casi todas, cuando se arde con mucho fuego, en que terminas hecho un fiasco y la ebriedad se torna pesadez o náusea. Entonces se vuelve a casa un poco más triste, más solo. Miras al techo y todo da vueltas. Te sientes otro suspiro perdido en el lecho, otro entusiasmo con la cabeza abombada, otro cuerpo que duerme como animal herido, otro mamífero reposando en el recuerdo de los días sin memoria, otro más que ve otra mujer que pasa de largo con otro hombre, otra mujer que es mejor que sea otra para que no ensanche la soledad de los días de existencialismo alargado, los días en que vivir es una cita incumplida, los días en los que una fémina apacible te consuela, los días en que una canción ambienta las cotidianidades que no se pueden postergar, los días que se repiten y de tanto repetirse te convierten en una flor marchita en etílico que necesita un retiro al campo, un amanecer donde al abrir los ojos el paisaje no te duela dentro de la cabeza. 


Hay días como hoy, en el que el sol brilla en el cielo, que te pienso y me duelen los ojos de imaginarte. Y más que tu presencia, que es entre las flores una, es tu corazón que emana una luz dulce, aterciopelada con  matices del arcoíris. Y los ojos se abren y observo sin sed, sin ansias, pero sí admirado. En el fondo del encantamiento somos deseo que respira. Entonces miro para estirar un poco y engrasar los huesos. Miro con la respiración lenta, como el que ve siluetas en el viento que bailan con las fibras de tus cabellos cuando respiro. Respiro en días como hoy, cuando el sol brilla en el cielo, y te pienso y duelen los ojos de imaginarte.


La flecha que atravesó el corazón de Juan no fue lanzada por su enemigo, sino por su hijastro o mejor dicho, el hijo del hombre que Juan odiaba.

Querido mío, apreciado por siempre, te escribo porque de vez en vez me gusta hacer una grieta en el silencio, como una especie de agujero, por donde digo tu nombre para abrigar en mi corazón el recuerdo que tengo de vos. Lo hago porque te considero una presencia importante y vital en la historia de mis ausencias, las mías, por supuesto.

Sé que con el transcurso de los días son más los lapsos de tiempo entre los encuentros. Esto porque cada día tiene su propio afán y en ese movimiento ya no compartimos proyectos e intereses que nos sirvan de pretexto para una conversación o alguna cerveza. Es natural la distancia. Sucede en todos los ámbitos. Incluso, es saludable.

Además, cada quien empieza a construir su mundo, al menos su idea, para buscar la estabilidad emocional, económica y aún si se quiere, la espiritual. Para ello estudia, trabaja, consolida familia… Cada paso que da es necesario para satisfacer sus deseos más profundos, casi siempre, el hallazgo de la mujer con la que se suspirará bajo las cobijas muchos años.

Sin embargo, la vida en su sabiduría o paradoja nos otorga el beneficio de la amistad. Digo que nos otorga porque también nos quita. Nos da los amigos y nos quita la soledad. Nos da la complicidad e intimidad y nos mengua la ausencia familiar. Nos da un cuarto en el corazón para hospedar el recuerdo del amigo y nos quita las coordenadas del encuentro. Nos da la fiebre del amor y nos quita a los amigos. Nos da la familia y matiza el amor y vuelven los amigos.

El amigo, cuando lo es de siempre, cada tanto aparece como un espejismo, como un sueño y asimismo se esfuma. Es un animal solitario que nos acompaña.

Hoy te escribo porque me da la gana de arrugar está línea del tiempo que me tumba el cabello para evocar tu presencia. Brindo porque a pesar de los días que creen entre nosotros como una selva espesa, siempre hay un sendero que me permite verte. Mientras pueda escribirte habrá un puente. Brindo porque hace mucho ya sabíamos de este silencio tan bello y tan melancólico. Silencio que muta cada tanto a nuevas promesas que al final se marchan para que aparezcan otras. Es decir, cuando un amigo se va aparecen otras personas. Al final, alguna de ellas te sorprende con alguna virtud. Entonces, es extraño, nunca estamos solos así estemos en constante mutación, en continuos atajos a la soledad del hombre creador, el que en su cuarto busca esa vibración estelar que lo ayude a seguir.

Tal vez el tiempo con su pincel de punta diamantina nos dibuje en el rostro el gesto del olvido entre arrugas. Ese es su trabajo. Se acepta y se deja ir a todos aquellos que pasaron por nuestras vidas como un evento. Se sacude de la memoria la eventualidad que tanto nos gusta. Luego, el amigo que siempre retorna, cada vez otro, y más cercano. Por eso, el trabajo de la amistad es el rencuentro porque es el único amor que no está subordinado a las fechas.

Te escribo, querido de siempre, para abrigarte con mi palabra y desear que el universo siga confabulando para que se te siga dando esa vibración estelar de hombre de creación en la intimidad de tu cuarto.