Por ventiscas llega el deseo y te deleitas con las mujeres que te debilitan. Te gustan las que saben cómo robarte una mirada. Las que huelen a camino cercado por flores y alzas las fosas nasales. Respiras profundo hasta que aparezca un brote de ilusión en el instinto. Hueles y deseas. Deseas. De pronto, aparece una chica y con movimientos sutiles deja claro que no acortará la distancia, asà te mire. Otra se escuda entre sus amigas y se inquieta contigo, sobre todo, por tu manera de sostenerle la mirada. Una tercera juega a hacerte creer que no existes para ella. Se esfuerza por dejarte en el gris civilizado del “¡no me importas!, aunque a veces se avergüenza al admitir que te observa con discreción.
Con ninguna concretas. Tal vez no quieres. Quizá te aburres. Prefieres estar quieto. Respiras un poco. Con calma coincides en que todas son la misma mujer. El mismo espejismo maravilloso, el mismo filo de la navaja. Al final, lo aceptas, ellas son ninguna. Son la respuesta a tus impulsos primitivos. Los originales. Pura biologÃa aplicada, puro reflejo y una gran posibilidad antes de echarse a perder.