Hay libros escritos con tal fuerza que a pesar del tiempo siguen diciendo. Como que con la fuerza que se escribe, también se lee. El es caso de la Mujer Agapanto. Diario de un Jardinero, que regresa renovado, mejor dicho, nuevo. Pues es un libro que tiene vida propia. Es como si fuera un mundo independiente de mí, su autor. Cuando lo escribí, hace ya varios años, no imaginé que fuera tan querido por los lectores. Argumentaba en ese entonces, cosa que no ha cambiado, que no se puede escribir de lo que no se conoce. Solo cuando se tiene algo para contar, que parta de la experiencia, la prosa fluye. Por algo decía Eduardo Galeano: “Sea señor escritor, por una vez al menos sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma”. Se refiere a esa autenticidad que se lleva dentro y que uno se pasa buscando en bares, mujeres, libros… Yo la encontré en las flores y entendí que la clave de toda buena escritura, al menos una responsable y espontánea, es sentir lo que se dice para que no haya simulacros. De ahí que el gran reto de La mujer agapanto. Diario de un jardinero, fuera y sea que los textos se conciban desde un razonamiento sencillo y natural. Ahora, es esta nueva edición, que es tal vez la primera porque encontró una historia dentro de un relato novelado que se alimenta del formato del diario. Y un diario personal da la dimensión de que es un subgénero de la autobiografía, data de la narración que hace una persona de las experiencias personales que vive. Normalmente los diarios personales son leídos únicamente por su autor, en especial, por las cuestiones privadas e íntimas. Precisamente es esa intimidad la que pretende compartir el personaje, El Hortalero, el narrador. Y lleva lo personal al plano literario. 



Él estaba sentado en su casa mirando las nubes. Una figura extraña se le manifestaba hace días. Aunque mirar las nubes para muchos era acto cursi más que poético, para él no importaba. Quería mirar las nubes y lo que los otros opinaran lo tenía sin cuidado. Casi siempre el otro es una distracción que deja un ruido molesto en el interior. Eso pensaba de todos, menos de ella, la que lo visitaba y sin hablarle lo miraba a distancia o se quedaba en un lugar cercano. Mientras, él preparaba su corazón. No quería que algún fantasma le impidiera acercarse, como le había ocurrido antes. Al cabo de una semana, cuando quiso buscar a la mujer, se encontró que no estaba. Tal vez nunca estuvo. Tal vez.