Un hombre se despertó sobresaltado. Se levantó de la cama a eso de las tres de la mañana. Tenía una sensación extraña de ser observado. Recordó el sueño. Vio nítida a la mujer onírica que tenía el rostro lleno de ojos. Era como una esfera llena de esferas pequeñas que lo miraban. La imagen lo asustó a tal medida que en la cocina, mientras tomaba un poco de agua, recordaba ese montón de círculos que lo señalaban. Abrió la ventana y miró el césped que había frente a su casa. Afuera, una cantidad innumerable de cocuyos titilaban como pequeños ojos que parpadeaban.
Partiendo de que cada encuentro es necesario sin importar el daño o la alegría ocasionados, creo que el encuentro contigo es la posibilidad de redimirme con todo lo que he entregado sin carácter devolutivo.  Ella al escuchar tal declaración se queda frente al mar observando el atardecer. El sol antes de ocultarse despliega un camino de luz sobre el mar por el que la mirada de ambos ondea con las olas y el viento.