Como enfermedad terminal
el gris se expande en la montaña
engendrando sonámbulos

Más de cuatro millones de cuerpos
temen a sus sombras que afilan en la noche
más de cuatro millones de cuchillos.
Al caer la tarde salen a ser observadas
Desfilan para ser buscadas por las miradas
El deseo se despierta
como si hubiera estado muerto por mucho tiempo
El amor se tapa los ojos
porque el instinto es más fuerte
y necesita más de las periferias
de las mujeres que pasan
una y otra vez
conscientes de las miradas que las tocan
Muchos sueñan con procrear con solo mirar
con estirar las manos y atrapar
como frutas
aquellas ninfas de senos grandes
cinturas ceñidas a los vestidos
piernas alargadas y desequilibrantes
Al caer la tarde incontables miradas
aferradas a cuerpos eléctricos
como insectos
desgarran los vestidos.
Hice el ejercicio de imaginar cómo ibas vestida y te vestí con atuendos algo livianos, insinuantes, como me gustaría verte. Imaginé que ibas con ligueros negros, tacones rojos y un corpiño trasparente. En mi imaginación me mirabas y te tocabas porque sabías que eso generaba mucho efecto en mí. Aunque sabía con certeza que irías al encuentro con un atuendo discreto y serio, como suelen vestirse las mujeres comprometidas que trabajan y han luchado por su independencia económica. Llegarías con la imagen de aquellas mujeres que a pesar de su ropaje poseen una mirada incendiaria que delata la urgencia del deseo que altera el curso de sus días. Solo así, renovar energías, gemir y suspirar. Pero, es precisamente por eso, por lo que hay en sus miradas, que se visten cómo si quisieran ser miradas sólo por la sospecha de la imaginación que busca el cuerpo insinuado en sus vestidos. Parecen que visten para que el hombre que las mira sólo pueda obtener de ellas una cita a tomarse un café en un lugar público. Necesitan mostrase a ellas mismas que son mujeres inabordables porque ya sus actos están subordinados según la imagen que proyectan: El pliegue del pantalón, el doblez de la camisa, los zapatos bien lustrados, el peinado intacto, el maquillaje milimétrico y abundante, la dieta programada, los hijos, las responsabilidades, las obligaciones maritales y domésticas. Pero si se les ve detenidamente a los ojos es evidente el deseo ardiendo. Lo que pasa es que estas mujeres ven de lejos los lazos que pueden desestabilizarlas (los que anhelan) y prefieren que esos lazos las sorprendan; incluso, las violente. Necesitan del beso robado, el comentario atrevido, porque solo dan lo que desean dar si se los arrebatan.

Cuando llegaste sonreí. Pedí dos cafés y con una mano en tu mano escuché tu larga anécdota del trabajo y el cansancio que manifestaba tu marido.

En los últimos meses ha tratado de respirar bien para no ofuscarse y perder el control ante los hechos. Para dormir adquirió la costumbre de hacer una serie de ejercicios que le den la fuerza para dormir bien y no cansarse tanto al día siguiente. Luego, rezar un padre nuestro y encender una vela para ofrecerle una luz a las victimas de la violencia. Sabe que Colombia se desangra mientras él trabaja leyendo cuentos infantiles en una institución para niños menores de cinco años. Incluso, hay semanas en que ignora en que país vive y no se siente mal por lo que a diario acontece y se ve en los noticieros. La historia del país es la misma hace décadas. Los mismos hechos que eran titulares en los periódicos hace veinte años son los mismos de hoy. Claro, exceptuando la desintegración social y los desastres ambientales que ahora son más atroces.

Esa mañana leyó en los titulares del periódico una noticia que le dio escalofrío. Hablaban de las más de dos mil ochocientas fosas que han encontrado a causa de las muertes seriales ocasionadas por el paramilitarismo. Pasa las hojas del periódico e intenta olvidar aquel acontecimiento que aún le carcome la conciencia. No puede ignorar, así quiera, que los paramilitares aún militan en el país.

En el jardín no puede ocultar su indignación y llora ante los niños. Les dice que les espera un país que prohíbe la libertad y la tolerancia. Los niños no lo escuchan porque son libres y deciden que es mejor jugar a lamentarse sin proponer una alternativa para enfrentar la situación. Él se para frente a los niños y alza la voz. Les ordena sentarse, hacer silencio y estar quietos sin razón alguna. Les enseña a aceptar el grito en ráfagas de impotencia.
El nombre y la imagen del personaje no han sido reveladas por petición de la fuente.

No es un hombre atractivo aunque su actitud podría posar en un comercial de maquinas de afeitar y vender más que los modelos varoniles y casi irreales que aparecen allí. Pero, su rostro, más bien de anfibio, intimidante, no clasifica para avisos publicitarios.

Es un hombre bravo, como un vaquero de la vieja usanza que puede desafiarlo todo, incluso, el miedo a morir. Quizás, por ello, se la pasa desde hace algún tiempo de fiesta en fiesta, entre pistolas y drogas. No importa si muere intoxicado o baleado con tal de que siga siendo respetado o temido. Por ningún motivo aceptará, aunque ya nada pueda hacer para evitarlo, convertirse en el extra de su propia película, en el suplente del jugador que alguna vez por sus gambetas y sus goles fue un ídolo en las canchas, en el espejismo de una promesa para los más entendidos de futbol del país… Pero después de aquel fatídico accidente automovilístico donde se fracturó la columna y quedó en silla de ruedas algunos meses, es todo aquello que se niega a ser: el extra de sí mismo.

En las tardes en que recuerda el pasado, que procura sean pocas porque no soporta la nostalgia, se ve en la cancha corriendo con el balón delante de sus pies como una flecha en dirección del arco del equipo enemigo. Enfrenta las defensas y patea el balón que como un proyectil es inalcanzable para el portero. Después de ese recuerdo, de esa sensación de frustración que se despierta, sale de casa dispuesto a ahogar el pasado en licor.

En su época dorada estuvo en Buenos Aires, en la Bombonera, en un partido entre San Lorenzo Vs River. Ese fue uno de los recuerdos más preciados que lo atormenta en igual medida. El otro fue el encuentro con Maradona donde ambos se metieron varios pases de cocaína. Por ese entonces podía viajar en carros lujosos, con escoltas, intimar con las mujeres más atractivas que el dinero pudiera seducir, meter la droga que el cuerpo soportara, porque era un hombre que nació para no estar pintado en la pared. Además, Faustino Asprilla había afirmado que ese muchacho iba camino a convertirse en el mejor delantero del país. Así lo veían también los comentaristas deportivos, las aves de rapiña del fútbol.

Después de que le informaron que no podría volver a jugar, paradójicamente, el dinero desapareció igual que la mayoría de los amigos. Aquellos que después de un partido lo esperaban en carros blindados y le pagaban cantidades exorbitantes por gol anotado. Quedó solo arrastrándose en una silla de ruedas.

Cuando se hubo recuperado recibió llamadas de Higuita, Aristizabal, el Totono… entre otros, invitándolo a jugar en partidos amistosos en honor de lo que pudo haber sido. Pero para él no era suficiente. Necesitaba demostrar que era un hombre rudo que había nacido para ser grande. Apenas pudo caminar, salir de la terapia, jugar uno que otro partido con los amigos, empuñó un revolver y se dedicó a otros trabajos con los que ha mandado a más de uno al otro mundo.

Vive de lo que pudo haber sido. Se rodea de amigos que lo admiran y lo invitan a beber hasta que el mareo y la nausea le dicen que no es un superhombre. Aún así, como si fuera un hombre superior, advierte a todos los que lo conocen que no deben decir su nombre porque hay personas que lo buscan. En caso tal de que un soplón diga su nombre en público, entonces… bueno, mejor no imaginarlo. Pero, así diga una y otra vez su nombre a desconocidos y advierta que nadie puede decirlo, no es capaz de no hablar de sí mismo, de alimentar un mito que fue y ahora es una imagen de un hombre cansado que se opaca con los días.