Salió de su casa dispuesto a sentir algo que lo asombre. Pues ha decido dejar de preguntarse por el sentido de las cosas: la necesidad del trabajo, la búsqueda del amor, la posibilidad de hacerse millonario de la noche a la mañana, la utilidad de cada día para hacer de las ganancias un palacio para almacenar medallas y reconocimientos. Ha decidido volver a lo básico, a lo no dicho que se dice y resuena en el aire hasta hacerse inaudible, pero que sigue diciendo hasta perder el mensaje. Hasta encontrar la vibración de las cosas que de pronto, sin buscar, lo encuentran. Porque todo fluye, lo sabe pero no lo ha atestiguado con su ser sino con sus ojos. Por ello, caminó por las calles de la cuidad sin nada extraordinario digno de un asombro. Hasta que se sentó, cansado, algo afligido por no ser capaz de ver más allá de las cosas, es decir, más acá de las cosas, lo evidente, lo que refleja el movimiento del universo. De pronto, cuando desistió de ver el asombro,  vio en el asfalto, en una grieta, una plantita sostenerse como un milagro. Esa imagen lo conmovió. Sintió que todo en el universo está en continuo movimiento. En ese instante varios miles de niños nacen, miles de personas mueren, el agua corre, una estrella alumbra desde un pasado irrecuperable, el cosmos se reorganiza... y él, bueno, espera perder el ocaso ante el espectáculo de lo apenas perceptible.

Hace unos días me encontré con un amigo poeta que me expresaba que estaba viviendo para escribir. Pregunté por sus vivencias. Él me habló de sus excesos y afirmaba que había que vivirlos para llegar a la sabiduría. 

Después, en mi casa, pensé que tan cierta era tal afirmación. Para empezar reconozco que hay un afán de protagonismo en muchos amigos poetas. Hay en sus búsquedas interiores muchas posturas y artificios. Pues han empleado la palabra, la que les dio el universo para alumbrarlos, para fines mundanos que solo buscan satisfacer los placeres de la carne. 

 Esta búsqueda de los excesos es imposible de satisfacer porque el deseo es un barril sin fondo. Los placeres son un atajo a la tristeza y a la enfermedad. A veces, muchos de los poetas más oscuros, cambian su visión del mundo al padecer el dolor de una uña encarnada. Otros, bueno, se quedan en el artificio cantando el mismo poema infinidades de veces. Hacen anécdotas del mismo verso sin darse cuenta de que llevan días dependiendo de sus placeres. 

 Al perder el norte, que es asumir la palabra como un instrumento de luz, muchos se quedan girando alrededor de sí mismos y pierden la posibilidad de elegir, de poder encontrar su propia palabra y se vuelven mulitas de carga de la influencia de poetas que antes de morir ya habían muerto en su obra, pero inmortalizaron su dolor. Las circunstancias de su canto era otra, por lo que no nos compete, al menos en la actualidad, repetir sus historias. 

Hablo de poetas como Rimbaud y Verlaine que se enamoran y vivieron un amor extravagante y violento donde escribieron textos hermosos, pero también se golpearon física y espiritualmente; Charles Baudelaire que escribió sobre la carroña y encontró en Alan Poe su alma gemela, al final terminó pareciéndose físicamente al norteamericano que vivió en la desdicha, en la calle, alcoholizado e inmortalizado con sus cuentos y poemas; François Villon poeta y ladrón, a la vez que empuñaba la pluma también empuñaba el cuchillo y rompió con sus relaciones cercanas y fue vagabundo y prófugo; el conde de Lautréamont de quién se sabe muy poco pero escribió unas páginas aterradoras donde la felicidad es abrazarse a un tiburón en un mar lleno de cadáveres; Antonin Artaud que solo podía escribir si estaba drogado para no sentir el dolor de la cordura; entre otros como Gérard de Nerval, John Keats, Leopoldo María Panero… y los nuestros Porfirio barba Jacob, Raúl Gómez Jattin y Dario Lemos… 

La pregunta es ¿Queremos ser ese tipo de poetas? ¿Estamos dispuestos a ser la herida y expandir la infección a los seres que amamos? ¿En verdad es eso lo que queremos? Admiro sus versos, pero sus vidas no son mi ejemplo a seguir.Yo al menos, no quiero eso. 

 A todos estos personajes los reúne una sombra que paradójicamente los hizo resplandecer. Muchos de sus poemas son referentes en la literatura universal. Pero todos ellos se consideraron incomprendidos y se refugiaron en la bohemia rechazando las normas establecidas, tanto reglas del arte o convencionalismos sociales que los llevaron a concebir un arte libre y provocativo a cambio del sosiego. Asumieron la figura del antisocial porque, a mi modo de ver, se encandilaron con su propia luz y quisieron apagarla con el dolor y la muerte. 

Después de escuchar a mi amigo y reflexionar sobre el papel del poeta, he entendido que el poeta ante todo es un hombre y como hombre está condicionado a su cuerpo, a sus placeres. Y eso es natural. Pero si escribe poesía es porque tiene una sensibilidad superior a otros seres y por eso puede percibir cosas que otros no, es como un mensajero de los Dioses. Pero si utiliza esa palabra para satisfacer sus placeres no enaltece la palabra misma que es luz. Cuando no puede ver más allá de sus placeres se queda atrapado en un malditismo que ni entiende y que no quiere abandonar porque se siente orgulloso de su fragilidad. Es como si se hubiera quedado viviendo en la  Caverna, me valgo de esta metáfora escrita por Platón hace más de 20 siglos para graficar la idea del malditismo. Entonces vive dentro de la Caverna, esa Caverna es la noche y los placeres. Desde allí no se puede imaginar las maravillas del día: el paisaje, la familia, los amigos. Pues desde el milagro de la luz solo concibe la Caverna y su limitado espacio.

 De ante mano, estoy convencido de que el poeta es un guardián de su palabra. Es quien tiene la potestad de usarla para hacer que el resto de la humanidad no esté a oscuras. Por ello, es el poeta quien puede salir de la Caverna y escribir de ese lugar, pero también de lo que hay afuera. 

 Tal vez, y sin que sea consciente, el poeta puede usar su palabra como un mago sus hechizos. Y esto lo logra si escucha e interpreta su luz. Si lo logra puede escribir versos auténticos y con tal pureza que dieran la impresión, en sus lecturas, que fueran el cauce de un arroyo que se oxigena cada tantos metros. 

Algunos ejemplos de versos que se han escrito desde fuera de la Caverna: 

 “Me celebro y me canto, / Y lo que me atribuyo también atribuíoslo vosotros, Pues cada átomo mío también os pertenece a vosotros”. Walt Whitman. 

“Si hablo de la naturaleza no es porque sepa lo que es/ Sino porque la amo, y la amo por eso,/ Porque quien ama nunca sabe lo que ama”. Fernando Pessoa.

 “Aún hoy la vida vivirá. Y seguirá en los seres abriéndose/ caminos a la luz”. Carlos Fram. 

“No es que esté obligando/ a mi hijo/ a trabajos forzados/ en la tierra;/ solamente/ le estoy enseñando/ a consentir a su madre/ desde pequeño”. Hugo Yamioy.

 Estos versos tienen una luz explicita y no son evangelistas. Hablan desde fuera de la Caverna, desde donde nos cuesta aceptar un compromiso con nuestras vidas y con los cercanos. 

 Es tan difícil porque hemos hecho de la poesía un espejo donde la vanidad y el egoísmo son los sirvientes de nuestra palabra. Por lo tanto, creo que no hemos entendido la tarea del poeta y es hacer de su palabra un uso responsable y ver más allá de sus placeres. Alzar la cabeza y escuchar esos mensajes que solo él entiende y puede descifrar al resto de los mortales. Solo él puede entender la magia de la palabra y entregarla como brotes de luz en estos días tan convulsos y violentos. 

Al referirme al poeta como un guardián de la palabra retomo algunos ejemplos de la palabra en la literatura sánscrita. Los rishis, o sabios de la antigua India, tenían extraordinarias habilidades. Una de ellas era la voz. Si un sabio entendía la magia de la palabra podía convertirla en realidad. Algunas veces, sólo con pronunciar una palabra, podía materializar un ejército completo. Por lo tanto, para ellos, la palabra era sagrada. El poder creativo de la voz se expresa claramente en sánscrito, donde vac, voz, es a menudo considerado como sinónimo de Shakti, que es la energía creativa, el poder de manifestación. 

 Ese poder de materialización es el que pocos logran porque se quedan, como mi amigo, en la Caverna, cuando podrían alzar su voz y acercarnos cada vez más a ese lenguaje sagrado que solo el poeta entiende. Y cuando lo logre, sabrá que los excesos no son necesarios. Pues cuando no es el cuerpo el que rige nuestra palabra, la sabiduría no es la experiencia acumulada del dolor y el abismo sino la espontaneidad del corazón.

Hace días conocí un amigo, Tobías. Lo invité a mi casa. Sembramos juntos. Él, por cosas de la tierra, volvió a visitarme y me regaló un dibujo al que le escribí un cuento. El resultado es algo que todavía no alcanzo a agradecer. Con un solo Clic puedes descubrir de qué se trata. Espero, amable lector, lo disfrutes tanto como  yo. 

http://issuu.com/tobiasgallery/docs/transfiguracion_de_la_montana

Ella llegó una noche de luna llena sin que la estuviera esperando. Nos miramos con la ansiedad de encontrar las palabras que revelaran nuestros más profundos deseos de perpetuarnos en el tiempo, pero hablamos de ciertas trivialidades que al final nos aburrieron. Nos miramos de nuevo sin saber qué decirnos sospechando que ese silencio sería un agujero irreparable. Entonces decidimos mirar la luna llena con la intención de entender un poco el por qué lo que queremos al parecer no es lo que necesitamos.

Cuando decidí que podríamos intentar volver a encontrarnos ella se levantó y me dijo que se había equivocado de sueño, que las coordenadas no coincidían. Intenté detenerla pero el sol aparecía en las montañas y era inevitable despertar.

Remuevo la tierra. La desmenuzo hasta dejar una superficie arenosa y suave. Con las manos voy formando los surcos. Luego, busco en los bolsillos las semillas de girasol que voy depositando en los montones de tierra. A cada semilla le pongo una intención. De esta manera por cada brote recibo algunas palabras que me ayudan a vivir en armonía con mis seres queridos. Después, remojo y me siento a observar el huerto, donde la posibilidad es una flor que visitan los pájaros del cielo.

Te sientes como el punto de transición de la tarde a la noche. Para entender ese instante habría que sentir el desgano de haberlo hecho todo. Y lo sientes. Es cuando piensas en tu estructura porque eres como un farol al que le duele el hierro con que fue forjado. Entonces cierras los ojos y te sumerges en ti para buscar la causa de ese estado de ánimo y solo encuentras que nada te satisface ni siquiera la sonrisa. Sin embargo, y lo sabes, no estas de infarto y mucho menos de caída libre al abismo.