Cuando te vi te imaginé tan cerca, que ahora, que estamos juntos, me sorprendo. Vamos con los días profundizando en nuestro encuentro, como una cita de antaño. Ahora que te veo, le quito a la distancia el recuerdo y al recuerdo el pasado para verte entre entre jazmines y rosas. Te beso la piel y mi boca, cual abeja, saborea el sudor y el perfume del deseo. Cierro los ojos para sonreír un poco más íntimo. 


La escritura es como un viento que mueve las ramas de los árboles. No se sabe en qué dirección. Y si hay una dirección no siempre es la misma. No se sabe de dónde viene ese viento y a dónde va. Se siente y los árboles doblan sus ramajes y se dejan llevar por ese movimiento. Así, a veces, sucede cuando te sientas a escribir. A veces, ese viento llega  y trae palabras que mueven las manos y las manos, como en una danza antigua, van gestando un sentido o un concepto de algo que era inimaginado. En ese sentido, son las manos como árboles que se inclinan ante ese viento antiguo, que en cada que sopla renueva la palabra.