Desde hace un tiempo decidí acercarme a las personas desde otra perspectiva, una más tranquila, que permita conversar un poco más. Pues, han sido muchos los encuentros donde lo importante se ha disipado por lo urgente y después de unos días de lo mismo solo queda el agotamiento. Sin embargo, al tomar esta determinación se me acercó una mujer comprometida, dispuesta a todo conmigo. Me dije: "Enrique ahora que no quieres una relación te llega una oportunidad inimaginable e irracional". Ella argumentó que veníamos de otras vidas, que recordaba muchas cosas conmigo, que me había demorado mucho en encontrarla, que podía separarse y dedicarse a mí el resto de la vida, que esto, que aquello... Ante esa oferta me sentí abrumado. No me interesó en que las cosas me llegaran tan fácil. 
En mi casa, después de muchos mensajes sin responder, sin ganas de explicar por qué no quería salir con ella, con varias excusas para evitar un encuentro... ella se apareció. Abrí la puerta y estaba con un hombre que resultó ser su compañero.
Se sentaron en el mueble y más que incomodo estaba asustado. Él hombre me miraba de pies a cabeza. Yo sudaba. Ella me preguntó sin anestesia, ¿estás de acuerdo en que mi esposo nos dé el visto bueno? Estuve en silencio. El hombre no dejaba de mirarme. Parecía que estaba más por ella que por él mismo. Yo no quería estar con ninguno. Ella volvió a preguntar. Tragué saliva. Estaba aterrado. Era como si de pronto me cayera sobre la cabeza un ladrillo. Abrí la boca y respondí que "no". Argumenté que estaba comprometido con otra persona. Ella se quedó con la boca abierta y después de vociferar algunas palabras de fuerte calibre, salió de la casa cerrando la puerta con violencia. El hombre me dio la mano y dijo que agradecía mi sinceridad. Pues fue él quien le habló de nuestro encuentro en vidas pasadas. Era un último entusiasmo antes de que se viera recluida en una cama. Ella tenía una enfermedad terminal y viviría unos meses. No supe qué responder. Estreché la mano del hombre y lo vi partir a paso lento y seguro. 

Hay un momento en la historia de todo hombre que el instinto deja de primar, por el hecho de que el fruto de los encuentros se basa más en los enredos emocionales que en la posibilidad de estar bien consigo mismo. Eso lo entendió José cuando vio por ultima vez  a Julia. Ellos se  habían aferrado a la idea de un imposible que les ayudaba a soportar la cotidianidad con sus parejas. Sin embargo, en el último encuentro José se sintió distinto. Era como si por las grietas que había hecho de sus relaciones entrara por fin la luz de la cordura y se sintió algo incómodo al saber que en casa lo esperaba su esposa. Intentó dialogar con Julia y ella, desconcertada, con el rostro descompuesto, como si los gestos no encontraran una expresión, le dijo que ese era el último encuentro. Él quiso detenerla, como en otras ocasiones, sin embargo, esta vez, la dejó ir. No sabía muy bien porqué, pero se sentía tranquilo  y sin culpa.   

A veces anhelas tanto estar en silencio, que cuando por fin estás solo, callado y asilado, sientes un silencio tan aturdidor que te asustas y te duele el espacio y le haces el quite a la soledad.

Desde hace unos años, en el arte de escribir poemas, he encontrado que no hay método ni métrica. A veces, es una imposibilidad, una ruptura al lenguaje, una rebeldía de la moral y del sistema. Es decir, hay tal libertad en algunos versos que es imposible que fueran gestados más allá de un arrebato divino. Al menos, a esos versos, los imperfectos e impredecibles, son los que vuelvo una y otra vez a leer. 

Algunos ejemplos de esos versos son: “Un día en que discurren vientos ineluctables / ¡un día en que ya nadie nos puede retener! Porfirio Barba Jacob. “E hizo Dios la expansión,/ y separó los sonetos/ de la versificación libre. Y fue así./ Y llamó Dios a la inspiración.” José María Zonta. “He llorado al hombre, frágil cosa, y a la vez mirada y voz del Universo. He llorado el corazón del hombre, capaz de tanta dicha. He llorado la extraña dicha de estas lágrimas.” Carlos Framb. “Siento lo que escribo al ponerse el sol,/ o cuando una nube pasa la mano sobre la luz/ y un silencio corre por toda la hierba.” Alberto Caeiro, “Un hombre se me viene cayendo por la sangre/ con una copa rota entre los dientes…” Jorge Boccanera.  Son solo un puñado de versos. Quedan faltando los indispensables. 

En fin, hay una espontaneidad en esos versos que no la da el estudio del lenguaje. Tal vez la embriaguez. Pienso esto sentado en un bar. Frente a mí hay algunos envases de cerveza y la libreta de apuntes sin una línea memorable. De fondo se escucha Soda Stereo. La luz está difuminada y el poema, el imposible, tal vez se manifieste. Tal vez. ¡Más cerveza!