“De la saliva de las horas
destila el alba”.

J.F.O.

En época de las redes sociales y márquetin literario se volvió cotidiano ver que alguien se nombre poeta y se venda a sí mismo como un producto de éxito en ventas o promocione festivales y bares como pomadas para adelgazar. Se vuelve una figura pública que busca aumentar los likes de sus publicaciones posteado: #poetasamigos, #bardelospoetas, #depoesíaporelmundo”. Y crea redes para exaltarse y evitar la critica que lo muestre como es: mercader de baratijas. Pues los poemas vanguardistas que publica están atiborrados de versos gastados. Es como si los poetas de las redes sociales se pusieran de acuerdo para escribir cada día peor. Afloran frases trilladas como: “Llueve a cantaros”, “fideos de viento”, “lazos de plata”, “corazón de piedra”, “ojos azul cielo”, “sobre una bandeja de plata”. Y apesta lo prosaico y dramático: “Desesperadamente sola”, “frío que pela”.

Por lo tanto, es difícil encontrar un poemario que conserve lo que más se valora de la poesía: viaje a la intimidad. Un libro discreto que contenga la facultad quitarte las telarañas a los ojos para ver de nuevo las cosas. Pues, la poesía, si es algo, es una forma de ver y sentir el mundo. Y se requiere abismo, inmersión en la sombra, locura, desajuste de las etiquetas del buen vivir para bordear la intimidad que se puede sentir en la lectura de un buen poema. Y cuando se encuentra eso que se puede leer sin gastarse, como si se ordeñara el sentido, importa un rábano el like y la aprobación del grupillo que desprestigia la boina y hace festivales para exaltar lo superfluo.

Entonces encontré un poemario discreto, quieto en el olvido. Lo releí. Se llama “Constitución de los árboles y otros poemas humanos” de Juan Felipe Ospina, publicado por Sílaba Editores. Este libro fue ganador de Estímulos al Talento Creativo 2015. Entre los poemas sentí un viento sutil que aviva el espacio sin movimiento que ocupan las palabras “árbol”, “pájaro” y “montaña”. Así, estas palabras se repiten sin desgastarse y están desinfladas de la grandilocuencia de los poetas jóvenes que acuden al estilo barroco para ocultar la incapacidad de hablar con palabras propias. Este viento de sol triturado, que mueve las letras de las palabras “árbol”, “pájaro” y “montaña”, entreabre la ventana de un ambiente silvestre. Del poema “Oficios”: “El maíz crece afuera/ y los árboles/ conversan con el viento”.



La palabra “Árbol”
Celebro cualquier homenaje al árbol porque está íntimamente relacionado con el destino de los hombres. En las literaturas de muchas culturas se habla de: El Árbol Cósmico, El Árbol del Conocimiento y El Árbol de la Vida. Además, es el fundamento de las historias de Buda y Jesús. Buda nació en el jardín de Lumbini, en un bosquecillo sagrado. En su niñez lo atrajo la sombra de un manzano. Luego, se sentó en la ribera del río Nairanjana en un bosque sagrado. Al final obtiene la iluminación bajo un árbol. Jesús tuvo como primer maestro a José, un carpintero. Luego, en su crucifixión, la cruz representa una relación muy singular con el Árbol de la Vida y del Conocimiento. Es por medio de la cruz que Jesús nace por segunda vez.

Y el árbol en el poemario de Juan Felipe es más que un esqueleto mudo. Es una escultura de luz que busca el cielo. En el poema “Constitución de los árboles”: “Nosotros, el Pueblo de los árboles,/ Reconociendo que son nuestras raíces/ las que no dejan derrumbar al mundo/ Celebrando nuestra parte de aire donde cantamos/ nuestra parte de tierra donde maduramos el oro azul/ nuestra parte de agua dulce donde soñamos los bosques”.

La palabra “Montaña”
Cada persona siente en qué ecosistema desarrolla lo mejor de sí. Es decir, en qué clima y lugar se siente como si caminara descalzo en la casa. En mi caso es la montaña porque mi cuerpo respira el monte. Vibro. Escucho el rumor de las sinuosas formas de la roca, percibo la intimidad de los desfiladeros, veo la sombra del tiempo en las grietas, dialogo con la vegetación. Por lo tanto, en la lectura sentí la tarde tibia en la roca y en el árbol. Del poema “Astrolabio”: “Ve hasta la montaña./ Camina de la mano del aire./ Abraza, moreno, el sol./ Al lomo de una piedra percibe sus jinetes/ los de hace siglos”. Y en “Montañas”: “Las montañas son profundidad empinada,/ fondo que se asoma”.

La palabra “pájaro”
Los pájaros están en la mañana y en el atardecer. Sin las aves serían acontecimientos mudos. Sus cantos están ligados al sol. Son como la banda sonora de la transición de la luz a la sombra y viceversa. En los árboles establecen los nidos y cuando cantan no se sabe dónde nace el pájaro o termina la rama. En ese momento, el viento es pájaro. Pero cuando se escribe “pájaro” no se escucha la música que le da color al silencio porque en la escritura la palabra “pájaro” es igual a su ausencia. Sin embargo, es una palabra de vuelo en poetas como: Jacques Prevert: “A veces el pájaro llega rápido/ pero también le puede llevar largos años”, Vicente Huidobro: “el cielo perdido en el pájaro”, Neruda: “Me llamo pájaro Pablo”, Juan Gelman: “Un pájaro vivía en mí”, Alfonsina Storni “y un pájaro te traza unos compases”, Borges: “en el intemporal grito del pájaro”, entre otros que buscan hacer con el pájaro espejo de aire en sus poemas. Y lo logran. Bueno, Juan Felipe también acude a la palabra “pájaro” como un tránsito de la palabra al ave y del papel al árbol. En el poema “Carbón y alas”: “Esta palabra:/ Pájaro,/ es en verdad un Pájaro./ Viene desde el primer bosque hasta el carbón del lápiz y/ extiende al vuelo sus alas en el aire fósil del papel”. Y en “Breve consecuencias de las alas”: “Y el pájaro ¿a qué va hasta la cima?/ A dar gracias/ por el silencio”.

Finalmente, este libro es corto. El lenguaje es sutil, prosaico y ascético. Además, deja ver la voz del autor sin que le dé al lector pautas morales sobre la vida. “Tengo un derrame de petróleo en las retinas”. Y lo más interesante, es sobrio y no se ve la lucha solitaria del autor en la búsqueda de la palabra indicada. No se ve el pliegue del trabajo del prosista que también es Juan Felipe. Aunque tiene de la prosa la urgencia de contar y de la poesía la intimidad de un bosque tanto vegetal como del interior del autor.