Salí a caminar porque en las noticias de Perú se anunciaba un paro de transporte público en Lima.

Me interesaba andar por una de las vías, Javier Prado, y presenciar el espectáculo.

Hacía sol, fenómeno raro por estos días. Medio almorcé. Me empieza a gustar el arroz con queso.

Salí de la pensión sin bañarme. No me interesaba bañarme. Además no iba a visitar a nadie. Simplemente no quería bañarme.

Caminé y el cambio fue notorio. Se podía respirar. Una avenida sin buses es una casa con patio o un cuarto con ventana.

Se debería decretar un día al mes sin buses. Un día dedicado al ocio. Un día para hacer nada y no bañarse. Un día en que se prohíba llevar reloj y programar citas. Un día para decirle a un desconocido hola y chao.

Caminé y canté una canción que no me sabía. Inventé la letra. Di algunos saltitos en la calle. Me sentía bien sin tanto automóvil aplastando el paisaje con el ruido.

Llegué a la Plaza Jockey y ya no quise entrar. Cuando quise devolverme no supe donde estaba.

Además no había buses para el retorno. En fin, volví a cantar y caminé sin saber a donde, ajeno y propio del azar.
Aún veo en tus ojos las aulas de clase
y los vestidos de muñeca
Tocarte es como tocar una sobrina

Tu virginidad no es tesoro para piratas
al menos los de mi clase,
los que roban todo lo que brilla
Te dejaría en naufragio

Te mentiría si te digo un te quiero
sería arroparme del frío con una musculosa
Aunque linda te falta abismo
para no hundirte con mis besos,
porque tengo un mordisco de tigre
camuflado en crema dental labios adentro

Es mejor así
luego entenderás que a veces
una aventura no cicatriza
y no quiero ser recordado como herida
sino me desangro un poquito.

Miró a una pareja que se besaba es la base de la estatua del parque del amor en Mira Flores -Lima. La estatua es el símbolo del amor idílico, hombre y mujer petrificados en un gran beso.

Ella envidió a la pareja. A sus 35 años creía, que podía hacer mejor una demostración de afecto que ellos. Se le aguaron los ojos y maldijo el amor. Caminó por el borde de la autopista, rumbo a la playa. Tomó el celular y miró el número de un amor no correspondido, el padre de su hija. Llamó y nadie le contestó. Guardó el celular en el bolsillo de la chaqueta.

El frío le endurecía los labios. Se oficiaba en las noticias el inicio del invierno. El gris opacaba el mar. El gris se parecía a su melancolía. Tenía una melancolía gris. En gris miraba el gris. Era un gris que llevaba dos meses sin trabajo, lejos de su hija, sin chance con su ex-marido, sin dinero para pagar la pensión ni para comer, sin el apoyo de su familia, sin amigos, sin que su ex-marido le conteste el celular. Un gris que lloraba.

La niebla le sonaba a solo de violín en el corazón y las lágrimas llegaron a sus ojos. Volvió a tomar el celular, llamó a su ex-marido. Nada. Su ex-amorcito no la vería más, pensó. Una lágrima rodó por su mejilla y dio en una de sus zapatillas deportivas. Había caminado un kilómetro desde el parque del amor. Nadie la saludó, nadie le dijo adiós. Nadie vio en sus ojos la fatalidad del fin.

Infló el pecho y puso el celular en el seno izquierdo. Miró el abismo, los más de 20 metros de altura. Cerró los ojos y se lanzó al vacío. La última imagen que recordó fue la sonrisa de su hija.
Soñé que mi rostro era un huevo freido. No había ningún rastro humanos más que el recuerdo de lo que alguna vez tuve un rostro. En el sueño hablaba burbujitas. Todo me era amarillo y borroso. Quise despertar. Desperé, me faltó la nariz para respirar y la boca para gritar. Quería mi rostro. Así que intenté verme las manos en el sueño. Pero como no me las podía ver, junte una mano con otra y de golpe abrí los ojos.

Respiré. Fui al baño. Me miré al espejo. Mi cara flaca, mi barba de mafioso acantinflado, mis parpados caídos, mis lagañas. Me comí una lagaña y la sentí saladita. Lo mejor de dormir son las lagañas. Me comí la pesadilla. Me enjuagué el rostro y volví al cuarto. Dormí como un bebe.

Me desperté de nuevo a las 10 de la mañana. Como no hago mayor cosa me despierto a la hora que me da la gana. Fui a hacerme el desayuno. Amanecí con ganas de huevo revuelto con tomate y cebolla. Eché el huevo en el sartén. Y mi rostro se dibujo en la superficie de teflón, entre la clara, la cebolla y el tomate.
Creí que todo había salido bien. Te dejé la notita en la mesa en que estudiabas. Me dijiste que necesitabas estudiar pero agradecías el recado. Sonreí y me senté en otra mesa.

A los minutos me tocaste la espalda. En ese momento meditaba una frase de Séneca que decía que deja de temer el que deja de añorar. Lo curioso era que añoraba que me hablaras.

Nos tomamos un café. Me sorprendí cuando me dijiste que tenías 17 años. Una niña con cuerpo de mujer. Entendí que no debía esperar nada de ti. De nadie. El amor funciona cuando se admite que el otro se puede ir sin que eso te duela. Se toma una mano pero no se ata un alma. Claro que lo nuestro era un encuentro de notitas. Porque me sentía apuesto y me sentaba a que alguna chica se atreviera a romper el hielo. Mi ingenuidad es aprueba de juicios.

Esa tarde me invitaste a un café. Te di mi mail en la notita y me escribiste. Concretamos una cita en la Biblioteca Nacional de Lima en la Hemeroteca. Llegaste un poco tarde. Una hora. En ese tiempo sentí que todo se derrumbaba. Esperar no ha sido mi fuerte y no me concentraba en las cartas de Séneca. Me contradecía. La ansiedad de verte podía contra todos mis principios y solo deseaba que me encontraras distraído.

Me sentí de tu edad y eso que ya paso del cuarto de siglo. Eso que ya no soy un niño, aunque haya prolongado mi adolescencia más del límite. Tal vez por eso mi personalidad a veces es una nota musical fuera de tono, que puede sonar mal a la armonía de todas las cosas que me rodean.

Hablaste de tu viaje a Europa. Te escuché. Soy bueno escuchando. Hablamos unas dos horas.

A la salida, recuerdo que jugaba Perú Colombia, las selecciones más degradantes de las eliminatorias del mundial. Hablaba con el vigilante de la biblioteca (peruano) de que quedaríamos bajo cero en el resultado final.

Cuando salí no estabas. Miré a todos lados y nada. Carajo. Cuando al final de la cuadra te despedías con la mano alzada. Te dije adiós de lejos, prendí un cigarrillo y camine a mi cuarto. Caminé. Aprendí la lección.

- Su identificación.
- Florentino Cólera, señor oficial.
- Señor, necesito una declaración detallada de los hechos sino quiere que lo lleve al calabozo por marica.
- Ehhh..! ¿Es que por eso dan cárcel? Entonces por qué no piden en extradición a Fernando Vallejo.
- ¿A quién?
- Bueno, disculpe, pensé que conocías al primo de García Márquez.
- ¿Márquez? ¿Me está tomando el pelo? Vea… no sabe usted que está cometiendo el delito de desacato al no contestar a una pregunta de un oficial del ejército nacional apostólico romano de la república de Colombia.
- Disculpe oficial, no es mi intención. Bueno, le contestaré y sabrá que no soy marica y esto es un error.

Como verá señor oficial, yo soy un tipo con educación superior, soy apuesto aunque para algunos parezca una trapera que sonríe. En fin, la belleza es relativa y es cuestión de enfoque. Además me gustan las mujeres y espero una demanda por meterme con una menor de edad. Claro, esa demanda es preferible a ser marica. ¡Cierto!. No ponga esa cara. Sin más rodeos. No se impaciente. Le voy a demostrar que no me puede encarcelar por estar en un bar gey. El escándalo público no es mi culpa, como verá.

Vea, todo empezó hoy en la tarde cuando le dije a un amigo que no se atrevía a ir a un bar gey. El amigo me dijo que él ya había ido. Arrugué el ceño porque era yo el que no me había atrevido.

Salimos, entramos al bar que está cerca de la estación de Metro Prado, en toda la curva de la oriental, donde detuviste a ese gorila y a mí.

Entramos al bar. Los tipos bailaban. Eso no lo había visto en vivo y en directo. En la pista de baile se querían comer a besos. Se tocaban, se excitaban. Admito que no estaba ni estoy preparado para eso. Tanto, señor oficial, que le dije a mi amigo que me iba. Él se sonrío y me dijo que hiciera lo que quisiera, era problema mío. Lo miré. Él sonrío y sacó un tipo a bailar. Me quedé solo en la barra viendo a una pareja queriendo arrancarse los jeans con los dientes.

Un tipo empezó a mirarme. Más que un tipo era un gorila. El barman me dio una cerveza y me dijo que me la había enviado le gorila. Le sonreí. Dejé la cerveza en la barra y caminé hasta el baño. Me despeiné. Hice algunas caras de mongólico que no debo forzar mucho. Quería parecer lo más feo posible para no llamar la atención. Volví a la barra. Tomé un trago de cerveza. Incluso para que nadie se me acercara me saqué un moco delante de todos, lo moldeé entre los dedos pulgar el índice y lo pegué al envase.

El gorila que medía como dos metros, era barbado, corpulento, se acercó. No le importó lo del moco. Alcé el moco con la mano. No sirvió de nada. Con su mano que era dos ó tres veces la mía tomó mi brazo y me dijo que si bailábamos.

Oficial, en serio, eso me dijo. No sabe usted el frío que me dio. No sabía que contestarle. Si le decía no, de pronto me aplastaba la cabeza con un puño. Y si le decía si, era indigno a mi hombría. El caso es que le dije al gorila que estaba con mi novio y señalé a mi amigo. El gorila me miró fijo y apretó mi mano con fuerza. Me solté y asustado me metí a la pista, separé a mi amigo de su pareja, le dije que tenía que ayudarme, tenía que bailar conmigo, porque un gorila me quería…

Bailamos un merengue, uno de Ricarena. Recuerdo alguna frase “sacúdelo que tiene arena…” nada más ordinario que esa frase.

El gorila se paró en frente de la pista y le preguntó a mi amigo si era mi novio. Éste contestó que no. El gorila se enfureció. Despicó un envase de cerveza. Algunos tipos empezaron a gritar como locas. Admito que también grité, pero no como loca sino como gallina. Vea, si, tal como le dijo, estiré las manos como un ave, incliné la cabeza y le dije al gorila que yo era cinturón negro. Él se río. Y cuando se reía ¡trácate!, le di un patadón en las pelotas. Luego salí del bar y el gorila detrás con una silla levantada. En ese instante pasaba usted en su patrulla y me sorprendió huyendo. Y doy gracias a Dios que aparecieron, porque sino ese animal me hubiera partido en dos. Esa es la verdad.

- Mejor váyanse los dos. Cada uno a su casa. Y usted, me dijo el oficial, si no puede resolver sus problemas como hombre, es mejor que no salga de su casa.
- Bueno oficial, seguiré su consejo. Es bueno seguir las sugerencias de un oficial del ejército apostólico romano de la república de Colombia. Sin ustedes Colombia ya habría tenido otro novel.
- ¿Qué quiso decir?, eso no me gustó, sea lo que sea, pero no me gustó.
- Nada oficial, solo hablaba de la efectividad y la inteligencia de la fuerza pública.
- Ahhh… bueno, pero lárguese ya y que no lo vuelva a ver porque pasará la noche en un calabozo por desacato y burla a la autoridad.
- Qué la virgen lo acompañe oficial.
Y del recuerdo el olor de tu cuerpo invade el cuarto. Cierro la ventana y los ojos. Abrazo al aire y me sé tu cuerpo, mi cuarto vacío.