El carácter oculto de cada persona se manifiesta en los viajes. Ante la incertidumbre de no sentirse seguro en el espacio y con sus habitantes el individuo manifiesta su verdadera naturaleza. Así lo demostró Román ante su compañera, a quién le había propuesto matrimonio y para celebrar su unión oficial la invitó a un viaje al mar. 

Durante dos años de noviazgo Román manifestó que nunca le sería infiel y estaría con ella hasta que la muerte los separe. Ella, una mujer en apariencia sumisa y bonachona, sospechaba de que nadie podía hacer promesas porque se condicionaba a ciertos comportamientos. Sin embargo decidió darle una oportunidad. Pero en la playa se decepcionó de Román. 

Después de cuatro días de estar juntos ya no la miraba a los ojos, estaba en silencio y buscaba cualquier excusa para estar solo. Tal vez si le hubiera prometido ser infeliz ella tendría la opción de decidir. Pero este comportamiento de Román no era consecuente con su promesa. Ese es el problema de las promesas, una vez hecha en el corazón de una mujer no hay marcha atrás. Creyó que era algo pasajero hasta que una tarde lo vio diciéndole algo a una española al oído y luego un beso. 

Este hecho fue suficiente para que ella hiciera sus maletas, aprovechando una de las salidas de Román a la playa. Sabía que si se rompe una promesa se rompe la confianza. Así que dejó sobre la cama la argolla de compromiso. Antes de partir, verificó llevar todo el dinero y visualizó el sur. Desde siempre le han gustado estas tierras.
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- Ahora que tienes mi espada en tu cuello, qué harás para defenderte.

- Nada. Moriré como es debido, pero te esperaré en la otra vida. Pues solo has ganado una batalla y no la guerra.

Hace unos días llegó al museo de la universidad una exposición de armas que fueron utilizadas en el bogotazo. Las armas eran exhibidas en vitrinas, pero había dos machetes, con el filo mohoso, puestos en una mesa, en la misma que estaba la lista de asistencia. Pertenecían a Efraín Zuleta, un campesino conservador que había dado de muerte en un duelo a Enrique Suarez, un hacendado liberal. En el duelo ambos se enfrentaron y cuando Enrique dio el último suspiro terminó la pelea. Ambos machetes estaban en los extremos de la mesa. El decano de Comunicaciones, un hombre de unos cincuenta años, con doctorado en Literatura colombiana, no resistió la tentación de empuñar el machete que le perteneció a Enrique Suarez. Cerró los ojos y sintió un escalofrío en la columna vertebral precedido de gritos y zumbidos de machetes. Al instante abrió los ojos y frente a él estaba un fontanero, que acababa de organizar el baño de museo, y empuñaba el machete que le perteneció a Efraín Zuleta. El decano miró al fontanero y empuñó con fuerza el machete.