Estaba sentada en la mesa del fondo. Llevaba más de una hora, sola, con una cerveza a medio tomar y con el vaso manchado de labial rojo. Tenía un vestido blanco que le cubría la mitad de la rodilla. Ella miraba el ventilador de una forma eroticamente autista. Parecía que esperaba a alguien o que interrogaba al ventilador o soñaba ser bailarina. Pensé que necesitaba compañía. La palabra indicada con un poco de ingenio proporcionaría una posible aventura. Miré sus rodillas y me senté al frente y le dije que era electricista y reparaba ventiladores. Ella sonrió y me miró a los ojos. Un escalosfrío, desde la columna vertebral hasta la coronilla me produjo su mirada. Sus ojos café oscuros paralizaron los labios. No supe que decir. Ella esperaba alguna palabra, el inicio de una conversacion, como era de esperarse, como siempre había hecho y era infalible. Las palabras se quebraron en la garganta, se trituraron. El silencio se hizo pesado y ajeno. Ella volvió a mirar el ventilador. Por un impulso electro-idiota de autista me quedé mirando sus rodillas saliendo y entrando en el vestido blanco, efecto producido por el aire del ventilador. Había cicatrices en sus rodillas, en especial una que tenía forma de media luna.

Lo mejor de todo viaje es el retorno, la llegada al mismo inicio pero con más herramientas. Es decir, volver a mirar con otros ojos por la ventana el paisaje que ya conocías.

Has atravesado Latinoamérica, algo te dice que eres más propio y más alto piel adentro.

No eres mejor que antes, ni más bueno ni más malo, solo más tú. Tal vez no des muchos detalles del viaje, porque el viaje fue un encuentro con Dios y con tu propio ritmo. Porque ese agujero que eras, que caminaba en blanco y negro, ahora acepta que puede morir de infarto e irse feliz porque ya no está solo.

Ahora tienes una patria de muchos países, pero con cedula colombiana. Eres una nota musical sin fronteras que quiere ser cielo en una tarde con amigos entre copas de vino.

Eres, y lo sabes, el protagonista de una historia por ocho días. Luego, la novedad de tu llegada dejará de importar. Por eso, porque es volátil la magia, es que disfrutas ahora. Después, cuando pase de moda, podrás presenciar la procesión de deseos y tirarles maíz.

Piensas en el viaje y sabes que fueron seis meses y que te van a preguntar y preguntar y preguntar y te vas a cansar y cansar y cansar de decir lo mismo, entonces distorsionas la historia, así haces otro viaje con tu viaje. Estás en todo el derecho. No hay nadie que te contradiga y testifique en tu contra.

Pero sabes, así no lo admitas, que de Argentina trajiste dos bolsas de hierba mate, un deseo reprimido en el cuerpo de Luciana porque es amor de hermano el que sientes por Luciana, un cds con varios tangos, fotos del otoño, el pito de los trenes… De Chile, nada, bueno, si, la tarjeta andina y el pasaporte con el sello. Ahh… y el saludo que no te respondieron al comprar la botella de agua que no te vendieron en Santiago. De Perú varios clientes del negocio de las cartas de amor, caminatas por el centro de Lima, el recuerdo de Jimena con sueño y con ganas de besarte, el arroz chaufa en todas sus posibilidades. De Ecuador la estafa por un denuncio en una comisaria, el ardor en las orejas de ser colombiano y saberse afectado por el gobierno de Uribe en un país ajeno. De Colombia los ríos del Putumayo, el sabor del caldo de gallina, la mirada de un indígena que es la mirada más antigua de nuestra historia atropellada…

En fin, te reservas la historia del viaje, al menos por ahora. En tu condición de recién llegado quieres darte el lujo de ser egoísta. Es que eres como una buena canción, que por estos días está en el top de las más sonadas.

Es la última vez que veo este cuarto. Las hendiduras del colchón dejarán de tallar en la espalda. No volveré a escuchar los torrenciales de agua en la madrugada que ahogan el ladrido de los perros. Suspenderé las abdominales con traquidito de cama. La mañana huele a pantano, a pan con mermelada de piña, a autopista sin automóviles, a chocolate servido hace dos días, a recuerdo triturado en la libreta de apuntes, a no te quiero pero me faltas. Tal vez no te llame. Tal vez te llame. Tal vez cuando escampe no te necesite.
Prendí la tv y daban porno. Intenté no excitarme. Dominarme. Pero la desnudez y los gemidos de la puta de la tv. me hizo pensar en vos y en mil formas de penetrarte. Apreté el miembro porque la de la tv era más alta, más tetona, más blanca, más ajena, más irreal, más fingida… No era justo compararte con ella. Cambié de canal. Daban los Picapiedras. Vilma conversaba con Betty y quise subirle el vestido blanco a Vilma y hurgar con mi apetito su delgadez de panterita prehistórica. Sonreí.



Estoy alegre, como el que amanece con color y se peina y se hace el tuerto ante la vecina y le saca la lengua a las colegialas… Bin bon bau…

Qué florezca el abrazo. Empiezo a extrañar un recuerdo en presente, una salida sin entrada a un juego donde siempre se pierde… Dun din dau…

Qué de mis labios tu nombre temple el aire y llegue al oído sostenido y dulce… Pin pon pao…

Qué se repita el verte, qué se haga necesario el verte, qué se avive la soledad de verte, qué a la cuenta de tres pueda verte, qué me sonroje para disimular la erección de verte… Ali ali li li…

Yo a ti. Tú a mí. En mí tu tú con faltas de mí. En tú mi mí con todas mis perversiones y sueños de astronauta sin orbita… La lau la la…

Qué empiece la compañía solitaria, el juego de azar, la noche que faltas y maldigo tu nombre porque te llamo y no escuchas y con los odios no puedo de escuchar besar tu nombre porque tu nombre sin cuerpo es aire, solo aire… Tun tun tú…

Corazón razón son tun tun tú… Ali bin dun pao estoy alegre y estoy solo. Estoy celebrando con una cucharada de leche en polvo una ausencia que no duele y si duele mejor… más alegre… Bin bon bau…



Como otros municipios del Putumayo y Nariño, Mocoa es un pueblo con historias sin futuro. Historias de familias que lo perdieron todo en las pirámides (DMG y DRF) y que viven con 150 mil pesos mensuales. El sueldo está embargado por los bancos. El requisito para acceder a un préstamo bancario era una copia del contrato laboral y de la cedula. A los dos días estaba el dinero en la mano.

Pero, mirando el meollo del asunto, este golpe financiero restableció las relaciones familiares. Solo así, perdiéndolo todo, la gente vuelve lentamente a la tierra, a la base familiar.

La gente se pellizcó y se bajó de la utopía de que el cielo está en las nubes y las pirámides son San Gabrieles que inflan la barriga de dinero por obra y gracia del Espíritu Santo. Si el cielo está en las nubes es algo sin comprobarse. Ese discurso del cielo posible es para charlatanes de acento brasileño que venden el cielo como una boleta a un partido de Fútbol.

Todo por vivir el hoy en el mañana. Si invierto en una pirámide me compró una casa, invito a Julia, la vieja de mejores tetas, a mi nueva finca y le muestro mi hombría con un fajo de billetes. Si hago un préstamo en el BBVA por 50 millones de pesos, 40 millones para las pirámides y 10 millones para la lipo, me quito las arrugas, soy un deseo con pechos grandes, me consigo un amante, dejo de trabajar y compro una tiketera de hotel para fines de semana.

El futuro es incierto. Del mañana son los supuestos. El mañana es una fotografía de cocodrilo con la boca abierta pegada con alfileres en la ventana para que el asombro no se fugue.

Lo que pasó en el Putumayo es porque la gente de este departamento vive en el mañana, en un idilio empapelado en billetes de 50 mil. Y no solo en el Putumayo, el país en general.

No celebro la pena ajena. Es una tragedia. Pero como las deudas son tan grandes, cosa que no se puede resolver en un día, la gente, sin más alternativa, ha vuelto a hablar, a comunicar sus problemas, a mirarse a sí misma, a ir los fines de semana a bañarse al río, a sembrar yuca, a criar cerdos y gallinas, a lanzar escupitajos al aire. Se han detenido un rato porque su idea de vida fácil y dinero fácil ahora es difícil.

En cada esquina un rumor en banca rota. Escucho como si mirara de reojo. Recuerdo que hace pocos días un amigo muy querido, Julio Cesar Cadavid, estuvo de concierto. Silbo un tango que él canta de maravilla, “Naranjo en Flor”. “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al fin, andar sin pensamientos…” Silbo y tiro la moneda de cien pesos al aire.