No entiendo cómo la mujer me genera tantas cosas en la boca del estómago. Nada tan extraño como un “te quiero” después del beso. Sabe a jugo de mora a las tres de la tarde de un día de verano, a carcasa de mujer para mi clavo sin soldadura, a segundos de placer por semanas de cortejo.

La mujer imaginaria es delgada, con senos grandes y buen trasero. Pero la mujer que quiero no coincide con la mujer imaginaria. Mi primer contrario evidente. Lo único claro del asunto es que el amor es un tema inquietante que no puedo resolver. Por ello, casi odio a la mujer que quiero. Error de contrarios.

Al teorizar el amor se corre el riesgo de juzgar antes de amar porque se ignora que gusta lo contrario. Ejemplo: se entrega si hay resistencia y se resiste cuando hay entrega. Un juego agotador, de intereses truncados.

Todo parte de la convivencia. Problema que aún sigue sin resolver. Aunque el hombre en masa, como lo analizan los humanistas, es predecible. Ejemplo, se dice que los hombres se interesan más por lo abstracto y las mujeres por la manufactura. De ahí que la mujer sea la inventora de la agricultura y el hombre el inventor de la filosofía. Pero el hombre como individuo es impredecible e inclasificable. Nadie sabe cómo actúa en él el inconsciente. El que cree tener alguna luz de sus impulsos luego se inmoviliza al saber que, como lo expresaba Oscar Wilde, solo se es consciente de los impulsos más débiles. Una fuerza aterradora es la que gobierna.

El amor parece que se despierta cuando la esperanza va perdiendo el brillo. Quería hacer un experimento cuando me di cuenta de que la posibilidad de envejecer junto a la mujer que quiero era una estupidez. Ella estaba enojada conmigo porque yo no discutía. Le molestaba mi presencia porque no era un hombre para admirar. Apliqué un contrario. Antes de dormirme la miré y le dije que dejara de sentir culpa, que me largaba, ¿no se qué le vi? Ella se quedó mirándome y me pidió un abrazo. Lloró. Esa noche pude abrazarla.

En el amor, si hay amor, no hay olvido. Si no hay amor, entonces hay olvido. Luego, lo que más duele del desamor es el olvido. La esperanza de ser feliz expandió mis temores. Pero cuando dejé de esperar a la mujer que quiero dejé de temerla. El temor conduce al vacío y éste destruye. El vacío es como una mancha dentro de uno que se expande por todo el cuerpo. El vacío de estar incompleto, de que las cosas no funcionen, de estar solo.

El amor: un juego de contrarios, de dos soledades distintas, de dos soledades que se acompañan sin invadirse. El amor: un juego de sombras y luces.

Me duele el pito porque me masturbé pensando en una mujer y qué dolor . Intento escribir varios poemas. Tengo algunas ideas, pero... el dolor de pito. Es inevitable no sentir el pito después de sentirlo.

Me duele el pito y no me arrepiento de que me duela. Entendí que después de eyacular la mujer no desapareció del deseo. Eso sucedió porque hay magia. Es porque ella está más allá de la piel. Es porque nos soñamos. Entonces no todo es tan transgresor y duele menos el pito.
Hace unos días recibí un mail de un gran amigo, un pedazo mío que extraño, Alejandro González. Me decía que era bueno. Lo leí era más que bueno. Era un texto para dedicar a todas las mujeres que creí ciertas en un momento y ahora son sino aire, impresencia indolora, costra sin herida. Lamenté enterarme que ninguna había sido la “única” que busco. Aunque el texto sea conocido y citarlo en este blog sea pecar de ingenuo, no importa, soy ingenuo y asumo todas las consecuencias.

El texto titulaba “Puedo escribir los versos más tristes ésta noche”. Era una carta que le escribía el subcomandante insurgente Marcos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional al cantautor Joaquín Sabina el 18 de octubre de 1996. La carta la escribía desde las montañas del suroeste mexica
no, Chipas. A continuación el texto:

Don Sabina:

Yo sé que le parecerá extraño que le escriba, pero resulta que me duele la muela y, según acabo de leer, usted camina ahora por estas tierras que, mientras no acaben por venderlas también, siguen siendo mexicanas. Entonces pensé yo que, aprovechando que me duele la muela y que usted camina ahora bajo estos cielos, pudiera yo escribirle y saludarlo e invitarlo a echarse un "palomazo" con el Sup (a larga distancia, se entiende).

¿Qué dice usted? ¿Cómo? ¿Que qué tiene que ver el dolor de muelas con el "palomazo"? Bueno, tiene usted razón, debo explicarle entonces la muy extraña relación entre el dolor de muelas, el que usted camine por estas tierras, la larga distancia y una muchacha. No, no se sorprenda usted de que ahora haya aparecido una muchacha. Siempre aparece una, vos lo sabés Sabina.

Bien, resulta que cuando yo pasaba por esa etapa difícil en que uno descubre que ya no es más un niño y tampoco alcanza a ser un hombre (esa etapa, vos lo sabés Sabina, en que las féminas se transmutan de molestas a interesantes y hay que ver la de problemas que esto provoca), conocí a un viejo que, sin que se lo pidiera, decidió que tenía que darme un consejo sobre esos seres incomprensibles pero tan amables que eran, y son, las mujeres. "Mira muchacho" me dijo, "la vida de un hombre no es más que la búsqueda de una mujer. Fíjate que digo 'una mujer' y no 'cualquier mujer'. Y por 'una mujer', muchacho, me estoy refiriendo a una de 'única'. El problema está en que el hombre siempre queda con la duda de si la mujer que encontró, si es que encuentra alguna, es esa 'una mujer' que estaba buscando. Yo ya estoy viejo y he descubierto una fórmula infalible para saber si la mujer que uno encontró es la 'una mujer' que estaba uno buscando." El viejo carraspeó y me confió: "Si tu le dices a una mujer que te duele una muela y ella, en lugar de mandarte al dentista o darte un analgésico, te abraza y deja que recuestes la mejilla en sus pechos, entonces, muchacho, esa mujer es la 'una mujer' que andabas buscando". Yo me quedé perplejo, pero como quiera tomé nota de la fórmula. A mí nunca se me había ocurrido que debía pasarme la vida buscando una mujer. A mí se me ocurrían cosas más concretas y factibles, como ser bombero, conquistar el mundo o construir un avión que se controlara solo con el pensamiento. Respecto a las mujeres, yo me tenía en muy alta estima y estaba más propenso a que esa "una mujer" me encontrara a mí, que a buscarla yo. A mí ni se me ocurrió que la fórmula estuviera mal. Así que achaqué mis primeros fracasos a la falta de autenticidad en mi dolor de muelas. Con clips y palillos, después de una paciente labor de meses, logré picarme dos muelas con tanto éxito que tuve que acompañar la estrategia con una fuerte dosis de antibióticos. Repetí la fórmula, ahora con la confianza de saberme auténtico, y los resultados siguieron siendo magros. Así hubiera seguido adelante, acabando con mis muelas, si no es porque, ya adolescente, encontré a otro viejo que, cruel, me dijo: "Tu problema está en la cara. Más bien en tu nariz. A los feos, las muchachas no les hacen caso, a menos que sean cantantes".

"¿Cantantes?" Bueno, esta nueva fórmula les daría reposo a mis muelas (que por lo demás ya estaban definitivamente destrozadas). Claro que el problema entonces era saber qué se necesitaba para ser cantante. Después, escuchando canciones, me di cuenta de que el problema era mayor, ya que una cosa era ser "cantante" y otra más difícil era ser "cantautor" o "canta-autor" (vos lo sabés Sabina). Entonces hice trampa, es decir, escribí algunos poemas (o como se llamara lo que escribía) y dejaba siempre pendiente la música.

Resulta que (vos lo sabés, Sabina) hay ahora una muchacha que está demasiado lejos y entonces pensé que usted, Don Sabina, podría echarme una mano y una tonadita (mire que no es lo mismo pero pudiera ser igual). Y usted podría echarme una mano si me permitiera tutearlo y, cómplice como ha sido antes sin saberlo, fingiera usted que nos conocemos desde hace mucho tiempo y que, por tanto, es perfectamente natural que usted reciba una carta del Sub redactada en los siguientes términos:

"Sabina (sí, ya sé que te desconcierta este inicial e irreverente tuteo, pero tú compórtate como si tal cosa): He trabajado arduamente en los últimos días en la letra que me encargaste para tu nueva canción (Vamos, quita ya esa cara de espanto! Ya sé que no me has encargado ninguna letra para ninguna canción, pero sígueme la corriente para despistar al enemigo) pero ha sido inútil. No me sale nada original. Así las cosas, busqué en el cofre del pirata y solo encontré un viejo y mohoso poema, que no es tan viejo y tal vez ni a poema llegue, que te puede servir si le das un poco de aliño. Es ideal para ponerle música y escalar con velocidad el "hit parade" internacional (no me preguntes si para arriba o para abajo), pero tú ya sabes que a nosotros los artistas (sigue fingiendo demencia, no denotes la menor sorpresa) no nos importa la fama (bueno, no mucho). En este caso particular, a mí solo me interesa una muchacha que está demasiado lejos para que pueda yo musitarle al oído este poema y arrancarle así, vos lo sabés Sabina, una sonrisa o una lágrima. El poema dice, más o menos, así:

"Como si llegaran a buen puerto mis ansias,
como si hubiera donde hacerse fuerte,
como si hubiera por fin destino para mis pasos,
como si encontrara mi verdad primera,
como traerse al hoy cada mañana,
como un suspiro profundo y quedo,
como un dolor de muelas aliviado,
como lo imposible por fin hecho,
como si alguien de veras me quisiera,
como si, al fin, un buen poema me saliera.
Llegar a ti."

La tonadita puede ir más o menos así: tara-tarara-tararira-etcétera, vos lo sabés Sabina. El título de la canción podría ser "Canción para una muchacha que está demasiado lejos", o "Un dolor de muelas para ella", o "Un dolor de muelas, Sabina, la larga distancia, una muchacha y el Sub". En fin, ya se te ocurrirá algo. El crédito puede ser "Letra: el Sub. Música: Joaquín Sabina", o "Letra y música: Joaquín Sabina (a petición del Sub)" o como quieras. Vale.
Salud y ojalá ella entienda... El Sub."

Esa podría ser la carta que usted recibiera y aceptara, Don Sabina. Y todo esto viene a cuento porque estaba yo solo, con mi dolor de muela y leyendo que usted camina por estas tierras. Entonces pensaba yo que usted, tal vez, estaría de buen humor y magnánimo y que podría contarle yo la historia de los dolores de muelas, mi frustrada carrera como cantautor y una muchacha que está demasiado lejos.

Vale. Salud y ya sabe usted, si le sobran por ahí un analgésico o una tonadita, no dude en mandármelos. Ambas cosas se agradecen en este asfixiado pecho que le escribe...


De: Joaquín Sabina.
Desde las montañas del sureste mexicano.
México, octubre de 1996.

Al Subcomandante Marcos

"¿ Dónde encontrar una excusa para tan terca mudez? Sucede que, cada vez con mayor saña, las musas se vengan de quien abusa del ripio y el do, re, mi. Qué puedo contarte a ti, que no sepas de memoria, si andas cambiando la historia con la tinta y el fusil? Bastaría con que en las actas chiapanecas del dolor, conste que mi corazón es una ciencia inexacta, que a regañadientes pacta, con la razón militante. Ojalá, subcomandante, al cabo de este pregón merezca tu absolución, este afónico cantante. Pero, elige con cuidado a quién diriges tus cartas, porque hay leyendas que infartan al ánimo más templado. ¿ Cómo puede merecer corresponsal tan bragado quien desde el mejor hotel de Cancún o de Sevilla oye hablar de la guerrilla como quien oye llover? Y, sin embargo excluido de partidos y banderas, me conmueve tu manera de no darte por vencido, de disputarle al olvido la hoguera del porvenir, de desempolvar la crin del caballo de Zapata, de matar a los que matan, de enseñarnos a vivir".

Me encargaste una canción y por décimas te salgo, hace meses que cabalgo sobre la contradicción de restaurar la emoción, en tiempos tan iscariotes, con la mano en el escote del verso a la antigua usanza. Así hablaba Sancho Panza con mi señor Don Quijote. Por lo demás, cuídate, cuando vengan por las malas, que no te rocen las balas, que no te falte papel, ni frijoles, ni mujer, que la virgen lacandona te esconda bajo su lona. Te lo pide un gachupín que se despierta en Madrid soñando con tu persona".

AL FINAL ASÍ SE FIRMO LA CANCIÓN ESCRITA POR EL SUBCOMANDANTE MARCOS

*Como un dolor de muelas
(Letra: Subcomandante Marcos, Joaquín Sabina / Música: Pancho Varona)

Como si llegaran a buen puerto mis ansias,
como si hubiera donde hacerse fuerte,
como si hubiera por fin destino para mis pasos,
como si encontrara mi verdad primera,
como traerse al hoy cada mañana,
como un suspiro profundo y quedo,
como un dolor de muelas aliviado,
como lo imposible por fin hecho,
como si alguien de veras me quisiera,
como si al fin un buen poema me saliera...
una oración.

Como si la arena cantara en el desierto
los cantos de sirena del mar Muerto,
como si para crecer sobraran las escaleras,
como si escribiera un ciego un libro abierto.
Ven a poblar el zócalo de ojos,
siembra de migas de pan caliente
mis canas de alcanfor adolescente.
Ponle al sordo voz y alas al cojo,
bendice nuestro arroz, nuestro minuto,
como si no fuéramos cómplices del luto...
del corazón.

*Al pie de Sabina escribió a mano: "Querido subcomandante, mal y tarde, aquí te adelanto la letra de la canción que saldrá en el febrero. Con ganas de verte pronto. Todos los abrazos” Joaquín Sabina.

Cuando llueve el cuerpo es más íntimo. Lo saben aquellos que se abisman en el asiento del bus, al margen del paisaje, contenidos en un arrebato de frio y desconsuelo. Medio ven el agua como aliento de la tarde empañando los cristales y con las manos hacen un círculo. Aceptan la fragilidad. Ante la lluvia no pueden fingir.
Lo saben aquellos que se escampan bajo la carpa de una panadería con los hombros caídos y las manos en los bolsillos, sin postura. Así no defienden idea alguna y se dan el tiempo suficiente para observar los matices fluorescentes reflejados en las charcas de las calles que siempre caminan. Las calles vacías con uno que otro transeúnte.

Lo saben aquellos que leen y son devotos del ocio contemplativo, del ocio que concibe la estética de la vida digna. Porque cuando se dispone de tiempo para respirar se puede ver, de pronto, a través de la ventana, en el intermedio de una lectura, los tajados bajo la lluvia cobijados por una aureola blancuzca y pequeños arcoíris.

Lo saben aquellos que llevan paraguas y escuchan el impacto de las gotas de agua y se conmueven con el tamborileo grave de múltiples dedos.
Lo saben aquellos que aún se desgastan en empresas sin causa y huelen la ciudad después de llover. La ciudad que huele a naranja madura empezando a podrir, a desagüe estancado, a plomo y amoniaco. Entonces el regocijo y las ganas de un café amargo y negro, caliente y dulce, espeso y fuerte.