Cuando me callo. Cuando por fin me callo. No me encuentro con tanto ruido, con tanto ruido en mi interior. Mi corazón ya no es como una radio mal sintonizada, un ruido blanco, molesto. Me calmo. Respiro. Y un silencio se asoma en lo indecible. Se deja observar. Le gusta que lo mire, solo que lo mire. 

 


La niebla subía del río Cauca y una capa blanca impedía que se viera a más de un metro, por lo que se me dificultaba el camino. Había ido a la plaza de mercado a conseguir un queso, un pan y una botella de vino porque había escuchado que era lo que le gustaba al monje que vivía en la montaña. 

Del pueblo a la casa hay zonas muy pantanosas, específicamente en el último tramo. La primera parte es una carretera rodeada de potreros. A lado y lado de la carretera hay eucaliptos que dan la sensación de estar andando bajo un túnel vegetal. Luego se toma un desvío por un camino precolombino en muy mal estado.  

Juan estaba sentado en una silla mecedora como si estuviera esperándome. Por eso, me sorprendí al verlo. Lo curioso era que llevaba más de diez años sin recibir visita porque afirmaba que desde que el pueblo había olvidado el cuidado de sus vidas espirituales había dejado de ser su pueblo. Por ello le pregunté, en son de burla, si llevaba mucho tiempo esperándome. Él sonrió y me contestó que sí. Además, me ordenó que me quitara los zapatos y me pusiera una bata blanca. Quedé muy inquieto, pero no le pedí explicaciones. 

En la sala había sobre la mesa una canasta con frutas y semillas. Al lado Juan dejó el paquete. 

—Sígueme que ya empezó tu trabajo. Después nos sentaremos a descansar —dijo Juan y continuó— en la mañana vi un colibrí tigre dando vueltas por la casa. Esa era la señal de que vendría alguien con un camino espiritual trazado y que era necesario empezar con su iniciación. 

Caminamos juntos hasta el altar ubicado en un cuartucho al costado derecho de la casa, lugar en el que Juan pasaba días encerrado meditando. Era un cuarto pequeño con una alfombra y cojines. En la mitad había un candelabro de siete puestos y algunos cuarzos de diversos tamaños. Él se sentó cerca de la entrada indicándome que cerrara los ojos y tratara de pensar en un propósito mayor. 

No habían transcurrido más de diez minutos cuando escuché la voz de un hombre diciéndome que era requerido en la alcaldía municipal. Sin abrir los ojos respondí que lamentaba no poder acompañarlo. Al día siguiente, llegaron dos hombres con un papel firmado por el Alcalde. Juan sonrió y con un movimiento de cabeza aprobó mi partida. A los días fui nombrado alcalde. Misteriosamente a mi despacho llegó una carta de Juan con una lista de libros, estatuillas, esencias, collares, camándulas, entre otra infinidad de cosas. Al mes, Juan escribió otra carta donde incrementó el pedido. 

Una mañana me comunicaron que había sido nombrado el mejor alcalde del país. Entonces Juan me escribió otra carta con la solicitud de una casa y un sueldo fijo de por vida. Respondí que esa petición era imposible. Incluso sentí que Juan estaba abusando de mi generosidad y dudé de su espiritualidad por lo que le dije de manera tajante y grosera que ya había pagado sus enseñanzas. 

Ya era de noche cuando abrí los ojos y vi las velas casi consumidas en el candelabro. Estaba solo en el altar. Estiré las piernas y al salir me sorprendí al ver a Juan sentado en la silla mecedora con una manzana en la mano. 

—El que desea gobernar debe poner toda su fuerza interior en dominar las emociones y evitar que las emociones lo dominen. Cuando las emociones son las que dominan el espíritu se turba y el gobernante mira pero no ve. Sin control de las emociones es muy difícil gobernarse a sí mismo y casi imposible gobernar a un pueblo. 

Recibí la manzana que el monje me había obsequiado para el camino. Cabizbajo, con la bata blanca, di la vuelta y desaparecí entre la niebla.

 08 de septiembre 2020

Por Juan Camilo Betancur E.

Yo sé muy pocas cosas, es  verdad. Pero me han dormido con todos los cuentos... Y sé todos los cuentos.”

León Felipe 

Volvemos con el programa “Me revientan los adultos”, que estuvo sin hacerse por la pandemia. Sin embargo, volvemos. Sobre todo ahora que recibimos un estímulo del Ministerio de Cultura, Comparte lo que somos, a procesos educativos y artísticos afectados por la pandemia. 
Para realizar este programa fue necesario un mes de ensayo de lecturas de diferentes cuentos infantiles para que los niños identificaran los signos de puntuación y los signos de pregunta y admiración. Trabajo que se había iniciado antes de la pandemia. Luego, por petición de los niños, nos reunimos, con los debidos cuidados de bioseguridad. En estos encuentros ensayamos, en la lectura, varios tonos de voz y sonidos de animales para que los infantes vieran otras posibilidades de la lectura en voz alta. 
Al principio les fue complejo cambiar la voz, pero cuando lograron entonar, bajar y subir la voz disfrutaron de leer así como se disfruta comer de un helado. Después de varios cuentos eligieron leer: “El pequeño topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza”. 
En la lectura los niños conectaron con el relato. Se relajaron y leyeron por su propio disfrute, más que por demostrar que leían bien. Esto es de valorar ya que empiezan, desde muy temprana edad, a entender pautas de la lectura en voz alta:
1. Hacer una lectura previa de los textos en un ambiente propicio, sin ruidos y en un lugar cómodo.
2. Leer pausadamente, con voz clara y utilizando diferentes tonos de voz. Así sentir un poco la textura de las palabras, sus sentidos.
De esta forma, entender la lectura como un juego divertido y lleno de aprendizajes para la vida, pues quien lee encuentra en los libros una compañía, a veces difícil, pero otras veces una compañía que brinda información para tomar mejores decisiones en la vida. Información que se puede transformar en sabiduría para frenar el impulso juvenil, tener consuelo en la vejez y riqueza inmaterial en la pobreza.





En Colombia, más que el Covid-19 y el cambio social que ha generado esta pandemia, tal vez lo más preocupante son las matanzas que están ocurriendo a nivel nacional en los últimos dos meses. Por ejemplo: 
La matanza de nueve universitarios este fin de semana en Samaniego, en el departamento de Nariño, en el suroeste del país. Hace una semana, en Cali, cinco adolescentes de entre 14 y 15 años fueron encontrados muertos y con marcas de tortura. El 10 de agosto dos estudiantes, de 12 y 17 años de edad, fueron asesinados en la localidad de Leiva (Nariño) en momentos en que se dirigían a su escuela a entregar unas tareas. El 27 de julio asesinan a tres personas de una misma familia en la aldea de Versalles, en el departamento caribeño de Córdoba. Dos días después asesinan tres personas en Puerto Colombia, ambos caseríos del municipio de San José de Uré. En la zona de frontera con Venezuela, el 19 de julio, mueren seis personas en el caserío Totumito, un área rural ubicada entre los municipios de Tibú y Cúcuta, capital del departamento de Norte de Santander. 
Por lo tanto, es necesario pronunciarse. Como una novela es una zambullida en lo hondo de la realidad es el sentido de un escritor rendir la más alta justicia posible al universo que habita. Es decir, reflexionar sobre la sociedad mortecina que se desmorona día a día. Es por ello, que ante la rabia, la desolación, el odio que se respira en Colombia, les comparto el capítulo 54 de la novela “La mujer agapanto. El despertar del jardinero”. Es una reflexión de la violencia que le muerde el corazón a los colombianos. Tal vez así despertemos de esta horrible noche de la violencia. Noche impuesta por un organigrama criminal estructurado en forma vertical, donde los campesinos, los indígenas, los civiles y ahora los jóvenes están en último lugar. 

                                              “54 
Nací en un país violento. Mi familia es vio­lenta. El medio es violento. La muerte es cotidiana desde hace más de medio siglo. Los homicidios suceden sin que nadie se escandalice. El país está dividido por ideas sexuales, religiosas, políticas y eso hace que nadie tenga el corazón en calma, porque cuando el corazón está en paz no se está ni a favor ni en contra de nada. Sin embargo en Colombia somos violentos porque estamos en contra del sexo y felicidad orgásmica. Como no hay libertad para sentirse en cada encuentro sexual se genera más culpa y preocupación, hasta el punto de que el sexo se convierte en un pensamiento recurrente y se transforma en una obsesión o enfermedad. Y esa es la primera división, la del cuerpo y la mente, la que origina el primer conflicto que justifica cualquier tipo de violencia. Entonces, los líderes divididos dividen más cuando empiezan a afirmar que la religión es correcta y el sexo erróneo. Sobre todo a establecer juicios de valor que abren cada vez más la brecha entre el cuerpo y la mente para seguir alimentando la culpa y el remordimiento, que a fin de cuentas genera más violencia. Por consiguiente, son los reprimidos los más sexuales y los que están en contra del sexo. Por esto, crean un objetivo opuesto de las cosas. Por ejemplo, el más violento crea la idea de la no violencia para ocultar su violencia. No obstante, será violento contra sí mismo, su cuerpo y se reprime y se preocupa. En esa medida, surge esta pregunta: ¿Cómo puede ser no violento si es violento? En conclusión, no se puede suprimir algo si no se entra en ello, porque de lo contrario la violencia consume la no violencia. Por tanto, el meollo de la violencia es la división, así que si uno quiere aportar a la paz que tanto necesita el país hay que partir de no hacer divisiones para no estar dividido. Pues, alguien dividido no puede ser natural porque la naturaleza existe en unidad y por ello está exenta de conflicto ya que lo acepta todo. De ahí que una clave sea no elegir ni estar en contra de algo. Si dado el caso se siente la violencia, entonces tener la sensatez de estar iracundo y luego dejar marchar la violencia. Sin embargo, cuando llega la ira el colombiano se vuelve más iracundo y codicioso. 
Ahora bien, ante un país tan dividido no se me ocurre como aportar a la unidad para poder cambiar un poco las cosas. Partiendo de que no soy un orador y soy incapaz de sostener una idea en un debate. Además, ni siquiera converso con más de dos personas sin intimidarme. Saber eso no quiere decir que deba quedarme quieto ante el mundo que se desmo­rona. La solución, lo digo de manera intuitiva, es alejarse un poco y volver a la unidad interior. Es decir, buscar un lugar tranquilo para enfrentar la violencia que corre por las venas y aceptarla de manera individual. Para ello, el lugar más propicio es la monta­Ã±a porque uno puede encarar sus fantasmas sin necesidad de enlodar al vecino; pues la montaña permite una mirada panorámica de la situación. Asimismo, desde la cima se puede respirar mejor y aquietar los pensamientos. Por eso, creo intuitivamente que para llegar a un cambio importante en la sociedad es preciso invertir el proceso de migración a las ciudades. Es decir, en lugar de buscar la urbe volver a la montaña. De seguro habrá más en qué ocuparse porque en el campo está todo por hacerse y sobre todo para no hacerse. Pues, ante la ardua tarea que representa la tierra se hace más y se piensa me­nos y se empieza a reducir la brecha entre la mente y el cuerpo. Prueba de ello es que se evita la mal sana costumbre de solucionar primero la vida de los otros. También, asumir alguna responsabi­lidad porque es muy cómodo decir que la culpa es del otro. Luego, cuando el corazón esté en unidad, ninguna división podrá imponernos un modelo de vida y los políticos, los pastores y otros líderes de la división se encontraran sin oficio porque ya no serán necesarios. 
Al fin de cuentas, en el campo uno acepta esa parte de ciudad que también es. Entonces si uno es esa costra gris llena de auto­pistas puede oxigenarse con flores, pájaros, árboles… Quizás, volver a la mon­taña ayude a que seamos unos mejores ciudadanos capaces de construir unidad, mejor dicho, montaña.”
17 de julio 2020
Por Juan Camilo Betancur E.




Con la novela, su ópera prima, “Las vidas posibles” el escritor y antropólogo antioqueño Jacobo Cardona Echeverri, ganó el Bienal Internacional de Novela José Eustasio Rivera, en el 2014. Esta novela cuenta con una trama abundante en digresiones, protagonizada por un historiador que es profesor de Ciencias Sociales. 

En la novela se recrea muy bien la sensación de realidad. Por lo tanto, Heriberto, el personaje principal, parece un profesor de carne y hueso que dejó un texto autobiográfico de su experiencia como docente en la Comuna 13, en Medellín. Esto gracias a que el autor, Jacobo Cardona, trabajó como docente unos cinco años. Entonces, el autor pasó por su cuerpo, su sangre, la vivencia de docente para darle vida a su personaje. Luego, llegaría el trabajo de la escritura: “Después de tomar bastantes notas. Bastantes apuntes, se hizo un trabajo de sistematización y luego de redacción de la novela que tardó unos 18 meses”, dice Jacobo. 

Lo que llama la atención es como Heriberto logra meterse en los nervios del lector. Es un personaje vivo y creíble. Tal vez se deba a que el autor utilizó la herramienta de las impresiones que consiste en acudir a los sentimientos de los personajes para crear un aire de realidad. Es así, que las impresiones de Heriberto son la ilación de detalles, sucesos y conflictos que al unirse dan una idea de verdad. Esta sensación de ilusión es manifiesta desde las emociones de Heriberto generadas a partir de su incapacidad de interactuar con el mundo circundante. Ejemplos: La frustración de trabajar en un colegio, la relación con su ex-mujer, el conflicto con los alumnos, el conflicto con la monja por ser ateo, su afición al whisky y la ropa de mujer... 

Por ello, el fracaso se plantea en la novela como una acción limitante, excluyente, como una barrera que deja a Heriberto sumido en la incertidumbre. Como sucede en las escenas en que los alumnos no lo escuchan y el personaje dice en el capítulo V: “Me sentí humillado y frustrado. Poseía algo valioso para decirles, pero a esos pequeños roedores no les interesaba escucharlo. Es más, tenía las respuestas de las preguntas que a ellos nunca se les ocurrirían; involuntariamente, yo estaba siendo desaprovechado.” O en el capítulo IX, cuando se encuentra con una ex-alumna de la universidad y salen a tomarse unas copas. Luego, en el apartamento de ella, Heriberto tiene la oportunidad de tener sexo con una mujer atractiva y: “Se me acercó, visiblemente achispada. Moví la cabeza afirmativamente, de forma automática, y le di un beso en la mejilla. Me fui sin decir nada”. Posteriormente, en capítulo XI, otro docente, Oscar, invita a Heriberto a unas copas. Entonces Heriberto confiesa que lo echaron por plagiador cuando trabajaba en un proyecto de investigación para el Ministerio de Cultura. Después, en el capítulo XIV, en una discusión, Sofía, su ex-mujer lo ve con medias veladas y le dice: “—Das pena —dijo, y salió cerrando de un portazo. Me senté en el suelo y agaché la cabeza, avergonzado”, concluye el personaje. Entre otras escenas donde el fracaso, como Jonathan Smith, el gato, es su fiel compañero. Por algo, el personaje se la pasa rumiando ideas, bebiendo y vistiéndose de mujer. 

En esta novela el fracaso es un elemento importante porque platea una reflexión profunda de que ante la vida se puede pasar más fácil a la acción al aprender de las adversidades, más que evadirlas. Sobre todo en este tiempo, el de las sociedades contemporáneas, de las redes sociales, que están obsesionadas en alcanzar el éxito, como si fuera un mandato a obedecer decretado por no se sabe quién, que tampoco advirtió que el umbral del éxito es una infinitud de fracasos. Por lo tanto, es ahí, donde “Las vidas posibles” tiene un lugar muy importante, porque muestra el fracaso como un compañero de vida, no como una enfermedad. Aunque es un compañero implacable y dramático, también enseña que cuando se acepta la vida con las adversidades, la vida empieza a ser una existencia robusta, llena de conflictos y sufrimientos, como le ocurre a Heriberto al aceptarse femenino de manera inesperada, exhibicionista y valiente. 

En Heriberto es más evidente su metamorfosis cuando vive su sexualidad. Pues, en la novela el personaje evoluciona, cambia, a causa de lo que vive. Y cuando el personaje cambia es vulnerable y puede ver el mundo que habita de otra forma. Por ende, ante cada evento difícil, como la distancia de su hijo o la posibilidad de perder su empleo por ateo, Heriberto quiere probarse más lencería femenina. Aunque el personaje le gustan las mujeres, como lo dice en el capítulo XIX: “…no quería ser mujer, pero tampoco trans ni travesti ni lesbiana ni perrito de la reina. Yo era un hombre al que le gustaba vestirse de mujer y punto. Adoraba mi voz, mis huesos, mis pelos de hombre”. Esta declaración plantea un conflicto de fondo, el de estar dividido, el de ser dos personas distintas bajo un mismo cuerpo: un hombre y una mujer. De modo que tiene dentro de sí mitad mujer y hombre. Entonces es mitad mujer y mitad hombre. Por lo tanto, este personaje plantea algo más complejo que el limitado juicio moral de ver las acciones desde la óptica del bien y el mal. Es las dos cosas, pues no siempre los hechos son como parecen. 

Para finalizar, es de celebrar que la novela sea la posibilidad de pensar el mundo, de transgredirlo, de cuestionarlo para que el lector se confronte de manera frontal. En tal medida, los novelistas plantean grandes preguntas para crear su universo literario. Preguntas que son obsesiones. Tal vez Jacobo, en “Las vidas posibles” deja estas preguntas: ¿Cómo asumir el dolor y llevarlo a una experiencia vital?, ¿cuál es el sentido del dolor en la vida? y ¿por qué existimos? 

Ta vez no haya respuesta. No importa. Pero esas preguntas y otras que cada lector encontrará, permiten ver a Heriberto como un personaje que tal vez pueda ser un amigo o uno mismo. Esto gracias a que la novela representa escenas sencillas y naturales. Tan verosímiles que engañan al hacer creer que todo es real (mientras se lee) y afecta porque sumergen a lo hondo de una realidad posible. 




Fernando durante años anheló un maestro para aprender a vivir. Estuvo en varias religiones y movimientos espirituales. Incluso hizo un ayuno de siete días y se trastornó a tal punto que creyó que estaba muerto. Decepcionado empezó a caminar sin rumbo. Cada vez más silencioso. 

Amanda, la hermana menor de Fernando, tenía una finca a las afueras de la ciudad. Allí vivía un anciano que cultivaba yuca y plátano. Ella, cierta vez que vino Fernando a visitarla, le propuso quedarse. Él aceptó. 

Al principio, Fernando no determinó al anciano. Durante el día se sentaba en el corredor, inútil. El anciano fue a un tanque, sacó agua en un balde y se la arrojó a Fernando. Fernando como un toro decidió atacar a su agresor. De manera asombrosa el viejo saltó por encima de Fernando. Luego realizó un giro inesperado y le dio con el balde en la cabeza. Fernando se sentó con los ojos incendiados. 

El anciano soltó una carcajada. Fernando llenó otro balde de agua. El anciano apenas se sostenía en pie de reírse. Fernando le arrojó el agua, con balde incluido. Sin embargo, aunque el agua y balde impactaron, el anciano seguía riéndose sin ningún enojo, exclamación de dolor o rastro de humedad.    


02 de mayo 2020
Por Juan Camilo Betancur E.


Leí un poemario, Informe sobre la belleza de un gran amigo, el poeta Edwin Rendón. Aunque muchas veces he escuchado que uno no debe opinar sobre la obra de un cercano porque está condicionado y esto no permite ser objetivo. No estoy del todo de acuerdo porque es precisamente ese condicionamiento, el que brinda la cercanía, lo que posibilita ir más allá de la obra y darle una mirada más profunda. Por eso, celebro este poemario porque me conmovió, comentario poco objetivo, sobre todo si agrego que lo encontré dos veces bello, por ser de un amigo. 

El libro de Edwin se divide en tres partes: “La belleza y el amanecer”, “La belleza y el atardecer” y “La belleza y el anochecer”. Esta división da la impresión de que la belleza es un día con sus ciclos (mañana, tarde y noche). Esto le aporta al poemario una idea cíclica. Como si en el trasfondo del poemario, en los espacios entre líneas, en lo que apenas insinúan los poemas, se manifestara el misterio de la belleza como en un día que se repite a diario. Es decir, como si el poemario contara con la magia del día que vuelve al amanecer y de nuevo inicia la vida con su incertidumbre. Si es así, entonces en el poemario, como en un día, pasan muchas cosas que poco se recuerda. No obstante, en este poemario los eventos no escapan de la memoria porque está lleno de momentos decisivos de relevancia. Veamos: “En la mañana,/ la ventana abierta/ gotea claridad”, del poema Un estudio sobre la luz, “Disfrutar la tarde, el amor, el café,/ la hegemonía de la tristeza”, del poema Plan de vida, “Después de la tempestad/ la noche abre sus carnes/ y se entrega al poeta/ que hunde sus colmillos/ y se nutre de su savia”, del poema Fragmento de la noche

Al leer el poemario se manifiesta la belleza de lo cotidiano desde la infancia, la creación literaria y el paisaje. Está la belleza presente por lo que es inevitable que también se asomen en el poemario sensaciones como la melancolía y la nostalgia. Esto, porque todo encuentro con lo bello, si es bello, genera perplejidad ya que requiere más atención y esto provoca algo muy similar al vacío. De ahí que la melancolía sea un registro de lo bello o lo sagrado cuando se ve algo conmovedor como un amanecer, un camino o el brote de una flor. Ante esto uno se conmueve. Otra cosa es cuando se lee. No obstante, en el poemario se manifiesta constantemente la naturaleza y eso también conmueve. Se evidencia en poemas como: El nacimiento, Lista de agradecimientos, Juego de la canica, entre otros, que generan un estremecimiento interior porque invita a estar en silencio, sin pensamiento, mirando en un estado de estupor. Luego, no siempre, llegan reflexiones trascendentales con el vapor de un chocolate caliente, con el abrigo de un fogón de leña o con el recuerdo de la casa de la infancia del poeta. Cito uno de los muchos episodios que conmueven dentro del poemario. “Ahora viene el poema/ recoge leña del monte,/ la belleza en astillas”, del poema Fotografías de la infancia

Ahora, el término “luz” y belleza” en el poemario son como lámparas que alumbran el paisaje y hace que lo cotidiano se perciba con otra sensibilidad. Entonces, se requiere ojos nuevos para el nuevo paisaje que muestra lo oculto de lo cotidiano. De esta manera, la visión, que es más que una función de los ojos, transmite la sensibilidad de lo observable. Y en esa medida los términos “luz” y “belleza”pintan de nuevo el paisaje. Por lo tanto, se pueden ver las cosas sencillas que escapan de la superficialidad. Cosas que se ven con mirada fresca. Cosas donde la naturaleza se manifiesta y genera un clima interior, como si se caminara por un pueblo lleno de flores, abejas y árboles. Así, al menos se percibe en poemas como: El día retrata asombros, Naturaleza del poema o Juego de luces. Este último poema lo cito entero porque en él la “luz” y la “belleza” resignifican el trascurso del camino: 

“Poema de la noche 
y los días nublados. 

Poema se concentra 
en el origen de la luz. 

Responde con destellos 
y partículas incandescentes. 

Dialoga con luces 
brillantes y cenicientas. 

Estudia el color y la sombra, 
enciende velas y lámparas. 

Le prende fuego al camino 
para iluminar el paso." 

Desde una mirada general el poemario Informe sobre la belleza cuenta con versos donde se evidencia una preocupación por los ancestros, como se ve en el poema Posibilidades de la nostalgia: “El poema/ puede volver a tocar,/ con manos de niño,/ el rostro viejo de mamá./ Su aroma, su voz”. También hay modelos y metalenguaje en versos que se referencian así mismos o nombran el camino con un simbolismo propio, como aparece en el poema El poema es un camino a casa: “El poema calla/ cuando más lo necesito,/ suele llegar a deshoras”. Tal vez por ello, existe en este poemario una presencia sensorial que genera cierta tensión que empuja hacia adelante la música impersonal del silencio en los paisajes recreados por el poeta. Y esto es vital para que el instante siempre permanezca pasajero, es decir, que pase sin irse, como el viento y le dé la frescura, la sencillez e incluso la ingenuidad que posibilita la ilusión de tocar lo eterno, y por eso mismo fugaz, para que prevalezca en el tiempo. Gracias a ese instante Edwin puede, con este poemario, rozar el misterio de la creación con los dedos y su peculiar mirada del mundo que lo circunda. 


A penas se decretó la pandemia su familia se hospedó en su casa. Nunca antes había tenido que estar las 24 horas del día, con sus dos hijos y sus cuatro nietos. Al principio era lindo porque se podía compartir con los niños. Pero después de unos días esa alegría fue mutando a una ofuscación en el ánimo ya que persistía en la casa un ruido constante que empezó a desesperarlo y hacerlo necesitar un poco de soledad, de silencio y sobre todo del verde de la naturaleza. Pero debido a su edad, sus hijos y nietos lo sobreprotegían y no lo dejaban salir de casa. Incluso cuando se asomaba al balcón para respirar debía utilizar tapabocas porque ese virus del covid19 podía sostenerse en el aire unos minutos para visualizar mejor la víctima, preferiblemente un anciano bonachón como él, al que todos querían. Podía vivir con esos afectos con la distancia prudente, pero los niños no entienden del espacio individual y de que a cierta edad se necesita de espacios de silencio para descansar. A los niños solo les interesa jugar y ven la vida como un desafío donde cada día se cambia las reglas del juego. Entonces el abuelo para conservar su espacio individual a salvo de sus nietos, esos niños silvestres que al despertarse gritaban su nombre como una declaración de guerra de brazos abiertos y besos chillones, empezó a utilizar un bastón, así no lo necesitara, de cuando tenía un problema en la rodilla. Los nietos se acercaron, conservando cierta distancia, y alzaron sus espadas imaginarias, hicieron piruetas asombrosas y le dibujaron sonrisas al anciano hasta que el bastón se convirtió en una lanza poderosa para quitar las telas de araña del techo.
Yo fui de los pocos que se quedó en la ciudad. La gente emigró al campo para salvarse de la pandemia y de peligros insospechados. Entonces salí a buscar provisiones. Las calles desiertas, silenciosas y sin transeúntes. De pronto, entre las sombras escuché murmullos de personas que no veía. Al tiempo las ratas gigantes se asomaron. Empecé a temer por mi vida y cuando estaba dispuesto a huir en cualquier dirección la vi a ella envuelta en una capa negra. Su palidez casi alumbraba y contrastaba con el cabello. Accedí a tomar su mano para salvarme. Caminamos juntos por calles que ya no conocía, calles que se despintaban del paisaje, calles que conducían a un futuro incierto. Ahora, mi palidez es igual a la de ella.
26 de marzo 2020
Por Juan Camilo Betancur E.


Los patos salvajes siguen al líder de su parvada por la forma de su vuelo y no por la fuerza de su graznido
Proverbio chino

El sueño

Desde su casa, sentada en un piso de madera, sin electricidad, sin juguetes, sin más entretención que mirar el techo, las ramas de los árboles o el cielo para que su imaginación recreara fantasías o leyendas de hombres que se convertían en tigres o animales que podían comunicarse desde el espíritu, ella esperaba que llegara la noche para acostarse a dormir. Hasta que cierta tarde, después de formar figuras con las nubes, vio un gallinazo que cruzaba el firmamento y daba círculos en el cielo. Luego, como una flecha se precipitó al vacío en línea recta cortando el aire. La acrobacia la dejó perpleja, sobre todo después de que el ave volvió a recuperar altura para retornar su vuelo en círculos.A sus cinco años, recostada en el corredor de tabla, sin importarle la molestia de los mosquitos que parecían proyectiles en miniatura que impactaban en su cuerpo, Agripina Garreta, imaginaba que era un ave de la comunidad indígena Inga que podía cruzar el cielo del Putumayo-Colombia, un ave que podía posarse sobre la rama de cualquier árbol y observar cómo vivían las personas de comunidades cercanas, que ella no conocía. Por consiguiente, sin pensarlo, al día siguiente se dirigió al gallinero para recolectar plumas y construirse un par de alas con el fin de realizar su primera aventura área. A las 4:30 de la mañana, Basilio Garreta, el papá de Agripina, con camándula en mano despertó a la familia para rezar el rosario. Persistía en este ritual porque de esa forma salvaba a la familia al re-significar sus creencias. Ya que para él no había más credo que el del Dios cristiano. Y ya no le interesaba el Dios Sol que con un soplo dorado le daba vida a las semillas o la Diosa Luna que hacía que las cosechas fueran abundantes. Aunque conocía esas historias prefería estar de rodillas y repetir las mismas oraciones todos los días.

A veces, Agripina olvidaba el sentido de las palabras y solo las repetía como un trabalenguas de sonoridad limitada. Pero esta característica no era solo de Basilio sino de muchos indígenas que habían renunciado a sus tradiciones de taitas y mamas del yagé para convertirse en seguidores del credo católico. De mujeres y hombres que encontraron en la evangelización cristiana otra forma de relacionarse con la espiritualidad, dejando el legado ancestral de hechizos contra el mal aire, rituales para escuchar a los ancestros, secretos para las picaduras de serpientes, ungüetos de hierbas para las infecciones... Por eso no es extraño que un indígena apostólico romano recite algunas oraciones en latín para que nadie dude de su fe, cuando sería más sensato que evocara los cantos en su dialecto indígena que le enseñaron sus ancestros, donde hay más divinidad y sabiduría. Pero lo sensato dejó de ser lo importante y empezó a primar lo urgente y lo urgente era que las tierras del Putumayo fueran evangelizadas por colonos influenciados por franciscanos, porque para ellos esta tierra era el patio de la casa del Dios cristiano. Un dios que prohibía cualquier ritual, tradición o manifestación de la cosmovisión indígena, ya que era una ofensa a la fe cristiana, por lo tanto, los indígenas que persistían en sus tradiciones eran considerados infieles porque atentaban contra el orden universal que implantaba la Iglesia y los organismos gubernamentales. 

Después del rosario, Laura, la madre de Agripina, como es tradición en las mujeres indígenas, se dirigía a sembrar a la chagra (lugar donde cultivaban) con sus hijos. En la chagra Agripina aprovechó un descuido de su madre. Hizo ventajosa su baja estatura para escabullirse hasta unas plataneras. Allí verificó que no la siguieran. Luego, con sus manitas arrancó tiras de guasca para amarrarse las plumas en los antebrazos. Durante varios minutos estuvo ajustando las plumas. Las amarró bien. Realizó varios movimientos para verificar que no se le desprendieran cuando estuviera volando. Posteriormente, se subió a un árbol seco que estaba diagonal a las plataneras. Se acomodó en una rama, a más de metro y medio del suelo. Acto seguido, después de mantener el equilibrio en una horqueta, empezó a mover las manos y se lanzó al vacío.

Cuando la niña despertó lo primero que escuchó fue la voz de Laura, su madre, precedida del rumor del río Caquetá que se mezclaba con el ruido blanco del radio de pilas que estaba en una tabla clavada en la pared: “El balance del gobierno del presidente Alberto Lleras Camargo es bueno. Es el primer presidente del Frente Nacional que ha logrado la paz momentánea entre los liberales y conservadores…” Agripina pensó, aún con un fuerte dolor de cabeza, cómo sería el hombre que vivía dentro del radio. 


La escuela 

La escuela, ubicada en la vereda Condawa en Mocoa-Putumayo, era la única construcción de concreto que había en la zona. El resto de construcciones eran en tabla, levantadas de la tierra con pilares para que no entraran serpientes o animales peligrosos. En la parte inferior de la casa, muchas veces la utilizaban para las gallinas o animales domésticos que podían ser perros y hasta cerdos. Por tanto, la escuela, por ser la primera edificación en concreto era una novedad para la zona. La construcción contaba con un salón donde enseñaba una maestra hasta el grado tercero. 

Todos los niños estaban en el mismo salón. A Agripina le gustaba el lugar porque podía ver a otros niños. Para asistir a la escuela, con mucho esfuerzo, sus padres le compraron un cuaderno de doble línea de hojas amarillas para que cursara primero de primaria. Pues, los cuadernos, para ese entonces, eran un privilegio para muchos niños que utilizaban pizarrones con tizas porque debían memorizar lo que habían copiado cuando la profesora borraba el tablero. Así que el niño que no memorizara lo que se había copiado en el pizarrón se encontraba en dificultades a la hora de los exámenes. Por lo que los que tenían cuadernos contaban con la ventaja de poder estudiar luego las lecciones. 

Por otro lado, los grados se diferenciaban por filas. Una fila para niños que cursaban primero, otra para los niños de segundo y la última para los de tercero. Agripina, con su gran tesoro: el cuaderno de doble línea, estaba sentada en la fila de los de primero y después de varias semanas, cuando comprendía mejor la dinámica de la escuela, creyó que si se sentaba en la fila de los niños de segundo sería una niña más grande y podía aprender cosas nuevas. Pese a su motivación, la profesora al verla en el lugar que no le correspondía, la devolvió a la fila de los de primero. Fila que volvió a ocupar el año siguiente. 

En tercero, después de diferenciar las letras, armar palabras y frases, de sumar y restar, la profesora introdujo el credo cristiano y empezó a prepararlos para realizar la primera comunión y así recibir el cuerpo de Cristo. La docente expuso con detalles el ritual. Concepto complejo de asimilar, sobre todo para niños, porque da la idea de que el cuerpo del hijo de Dios se puede comprimir en un pan ácimo (sin levadura) de harina de trigo con forma circular; además que se recibe el cuerpo de Cristo al unísono en un pedazo de pan redondo, pequeño y omnipresente. Por lo tanto, para evitar cualquier especulación la docente decidió ir a la acción y preparó sus alumnos para la eucaristía con rodajas de plátano maduro. Con la rodaja cortada de forma circular, con un sabor dulce y de más humedad, los niños debían intentar no morder el plátano que representaba la hostia que a la vez representaba el cuerpo de Cristo. De esta manera, estarían listos para recibir la verdadera hostia. Así, sus alumnos estarían preparados para cuando la hostia se deshiciera en el paladar sin morderla, sin tragar saliva y sin mover la lengua para que fueran habitados por Cristo. 

Al final todos pasaron la prueba y estaban listos para la última fase que determinaba si los niños podían continuar con sus estudios. La prueba consistía en pararse frente al corregidor, la profesora y el sacerdote del pueblo para responder de memoria las preguntas que ellos, el jurado evaluador, le hicieran. Agripina fue una de las niñas más elogiadas por su memoria y capacidad de reproducir las lecciones al pie de la letra. 

Fue así que a los días, en medio de las luces undívagas de las mechas sostenidas en las botellas con petróleo que se iban encendiendo paulatinamente en las casas, Agripina y su padre Basilio marcharon rumbo a Mocoa. Iban a un lugar donde la niña pudiera continuar sus estudios. Así que Basilio había conseguido un cupo en el internado María Auxiliadora en el corregimiento de Santiago, hoy municipio. 

Agripina y su padre caminaron un día desde Condawa hasta Mocoa. Pasaron por pantanos, rastrojos, arroyos... La caminata era exigente para Agripina, pero si quería estudiar debía llegar hasta Mocoa. Luego, en Mocoa tomaron una chiva que rugía como un animal rabioso hasta Santiago. 

Después de eso la niña estuvo, gracias a su buen desempeño académico, en varias instituciones hasta conseguir su título de primera indígena Inga bachiller, graduada en 1976, en la segunda promoción de bachilleres del Colegio Goretti de Mocoa. 


El trabajo 

Agripina se capacitó en pedagogía en el Bajo Cauca antes de llegar como docente a una escuela en la vereda Las Delicias del municipio de Caicedo donde trabajó sólo seis meses por inconvenientes con el sueldo. 

Como pagaban cada dos o tres meses, Agripina se unió al paro de docentes en Mocoa que reclamaban por el respeto a sus derechos y por cumplimiento de una labor digna. El paro era una causa justa y no una sublevación por capricho. Por ello, si era necesario enfrentarse cuerpo a cuerpo con la fuerza pública irían hasta las últimas consecuencias sin importar que los policías estuvieran armados. Los docentes, que custodiaban el palacio de la gobernación de Mocoa, protestaban a distancia. Ella observaba con asombro. Era la primera vez que participaba en un paro y aprendía a hacer respetar sus derechos como trabajadora y a exigir, más que a pedir un favor, por las garantías laborales. Con el paro, hecho que recordaría por siempre, se logró el pago de los honorarios. 

Después de renunciar a la escuela en la vereda Las Delicias se trasladó a la escuela de la vereda de Buenos Aires-Mocoa donde conoció a Aníbal Hernández, un joven callado, trigueño, alto y misterioso. Bastó una mirada de aquel joven para que se diera entre ambos el primer y definitivo contacto que los uniría para el resto de sus vidas. 

La profe, embrujada por el idilio del amor, pidió licencia en el trabajo y se escapó con Aníbal para Popayán porque quería un lugar tranquilo para el nacimiento de su primer hijo (luego nacerían sus otros cinco hijos). 

De regreso a Mocoa, por intermedio del padre Tamayo, consiguió trabajo con la comunidad indígena Awá en la vereda Playa Larga del municipio Villagarzón. Para ese entonces los nombramientos indígenas estaban en gran parte del país bajo la tutela de la Iglesia. 

Los Awá era una comunidad indígena proveniente de Nariño que había llegado al Putumayo en busca de tierra para el cultivo. Una comunidad extraña que no sabían hablar en español y lo poco que conocían lo utilizaban de manera rudimentaria. Además parecían que solo conocían la vocal “e” que combinaban con todas las otras consonantes. Por ello, Agripina se sorprendió cuando en su nuevo trabajo la primera frase que escuchó fue la siguiente: “Profe nosotre somes paisas… e… le guste e uste el chontadure madure.” 

Esta comunidad no gustaba del trabajo porque no buscaban conseguir más de lo que necesitaban para vivir. Por eso, la mayor parte del día la pasaban en hamacas durmiendo o mirando el cielo sin saber en qué día estaban o cuántos años tenían, aunque, paradójicamente, eran puntuales. 

Agripina estuvo hasta 1987 con los Awá. Durante su estadía los organizó en cabildo y les enseñó a leer y a escribir. 

Años después, al territorio donde habitaban comunidades como los Awá llegaron actores armados como las Farc, el Eln, Los Rastrojos y otros grupos que nacieron tras la desmovilización de las Auc en 2005. Desde entonces fueron sometidos a toda clase de crímenes. Por consiguiente en el 2012 se presentó un informe en Barcelona, España, con el fin de que las autoridades internacionales ayudaran a evitar que el pueblo Awá fuera exterminado por el conflicto armado. Además, varias empresas entraron a estos territorios a realizar explotación aurífera y no consultaron las autoridades indígenas. Otro factor que afrontan estas comunidades son los cultivos de coca que provocan la deforestación acelerada y el insumo de químicos, abonos, fungicidas e insecticidas que contaminan y degradan la biodiversidad. También las comunidades indígenas prefieren los cultivos de coca porque son más rentables. Más tarde, en abril de 2016, la Unidad de Víctimas y el antiguo Incoder asignaron un predio de 239 hectáreas en la vereda La Paz, en Villagarzón (Putumayo) con el fin de restablecer los derechos territoriales a los pueblos indígenas desplazados por el conflicto armado. Sin embargo, no hubo una reparación integral colectiva por lo que para los indígenas el Estado los olvidó ya que no los ayudó en la adecuación de servicios básicos como agua potable y luz; tampoco estuvo el Estado en la construcción de sus viviendas. Cuando hay 15 pueblos indígenas registrados en el departamento del Putumayo según la Organización Zonal Indígena del Putumayo (Ozip). Hay 7 pueblos de la zona: los Inga, Kamentsá, Siona, Kichwa, Coreguaje, Murui y Kofan. Los otros 8 pueblos llegaron desplazados: los Nasa, Awá, Yanakona, Quillasinga, Pasto, Embera Chamí y Pijao. 

Posteriormente Agripina estuvo un corto tiempo en Guayuyaco antes de volver a la Escuela Bilingüe Inga Kamesa de Mocoa que, después de la reorganización del cabildo Inga-Kamtsa en 1986, buscaba el rescate de la identidad Inga. 

En los inicios la escuela empezó con un aula múltiple y 14 alumnos bajo la dirección de Agripina Garreta. Luego, esta institución, que se construyó peldaño a peldaño, hasta la jubilación de Agripina, se convirtió en un espacio donde los indígenas cuentan como indígenas. Es quizás, por ello, que el centro educativo es un modelo en la zona. 


Mocoa 

Mocoa es una ciudad pequeña con toda la arquitectura de un pueblo grande. Una ciudad golpeada por la fiebre de la coca. Sobre todo, Mocoa es una ciudad de motos. 

En Mocoa Agripina se estableció con su familia. Volvió a la tierra de sus ancestros. Pues, Agripina es descendiente de la comunidad Inga. Comunidad descendiente de los Incas de Perú. En la época de Kapak Yupanqui, 1230 al 1250, la tribu Mitimak (Ingas) era considerada una de las tribus más valientes. Tanto que en lengua quechua Mitimak significa (Mitikuy) irse y (Makay) pelear. Pasaron por Quito y por otros pueblos indígenas como Collas, Quillacingas y Pastos. Llegaron al Valle del Sibundoy. Cruzaron los ríos Coca y Aguarico, pertenecientes al territorio de las tribus Kafanes y Quijos. Luego se establecieron en el Putumayo donde resguardaron las fronteras en el bajo y medio Putumayo, en el oriente de Nariño, la Bota Caucana y en el sur del Caquetá. Después se organizaron en Mocoa, fundada en 1562 por don Pedro de Agreda, general de la provincia de Popayán. 

En Mocoa Agripina afrontó dos hechos que todavía la requerían como líder de su comunidad. El primero fue la fiebre de las pirámides (DMG y DRF). Sobre todo DMG que en 2007 tenía oficinas en las ciudades capitales, como Mocoa. Entonces la gente creyó que esta empresa era la multiplicación de los billetes e invirtieron su patrimonio. Sin embargo, en el 2008 se decretó Estado de Emergencia Social y en noviembre de ese mismo año capturan a David Murcia, el creador de DMG. Murcia fue condenado a 22 años de prisión y en enero del 2010 lo extraditan a Estados Unidos. Así lo vieron irse las más de 187.000 víctimas que se quedaron sin sus bienes. Entre esas víctimas había padres de familia y docentes de la Escuela Bilingüe Inga Kamesa, que se endeudaron por el idilio de volverse millonarios y que al final, muchos de ellos, como varios docentes, sobrevivieron con 150 mil pesos mensuales porque tenían el sueldo embargado por los bancos. En ese momento el requisito para acceder a un préstamo bancario era una copia del contrato laboral y de la cédula de ciudadanía y a los dos días estaba el dinero en las manos. Por tanto, el acompañamiento como líder de Escuela Bilingüe Inga Kamesa fue vital para salir de ese mal momento. 

El otro episodio, ya siendo jubilada, fue la avalancha ocurrida el 31 de marzo del 2017, producto del desbordamiento de los ríos Mocoa, Mulato y Sangoyaco y las quebradas Taruca y Taruquita, dejando un saldo de 335 personas muertas, 400 heridas y cerca de 22 mil damnificados. Además, quedaron 17 barrios del municipio afectados. Ante tal evento, Agripina, al conocer a muchas de las damnificados, ya fueran alumnos, hijos de sus alumnos, amigos, padres de familia, docentes, que lo perdieron todo, los acompañó como pudo, desde su papel civil.

Ahora, dos años después de la tragedia en Mocoa los a avances de reconstrucción son lentos. Se han realizado obras como la construcción de un puente vehicular sobre el río Mulato, a la altura de la avenida 17 de Julio, y otro puente en el río Sangoyaco en el sector de la Avenida Colombia, también se hicieron la construcción de viviendas, en el proyecto Villa Aurora, entre otras obras. Pero el panorama sigue siendo desolador. Todavía se siente la pérdida de muchas vidas. 

Aun así, Agripina sigue imaginando con agitar sus brazos y levantar sus 1,45 metros de estatura entre los escombros y las agrietadas calles de Mocoa con el fin de ayudar a sus vecinos.
27 de febrero 2020
Por Juan Camilo Betancur E.


La anciana indígena estaba sentada en su maloca con una corona de plumas, un tambor pequeño sostenido entre sus piernas y algunos cascabeles en el cuello. Tenía una especie de ruana de varios colores. Llevaba una vara en la mano que tenía talladas algunas figuras de animales. En la mano llevaba unas manillas con figuras precolombinas y fractales. Al lado estaba una joven de unos 20 años con un vestido enterizo, azul oscuro, con una cinta naranja en la cintura y unos collares diminutos en el cuello. La anciana con movimientos suaves tocaba el tambor y le hablaba a su aprendiz sobre sus antepasados, como si anticipara que esa era la última lección. 


—Nosotras vivimos apartadas de la civilización porque solo así podemos encargarnos de la vida espiritual de nuestro pueblo Inga. Nuestro pueblo es descendiente de los Incas de Perú. Y desde la época de Kapak Yupanqui, la tribu Mitimak (Ingas) era considerada una de las tribus más valientes. Tanto que en lengua quechua Mitimak significa (Mitikuy) irse y (Makay) pelear. Por eso, para el peregrinaje de nuestros antepasados, las mujeres chamanes se encargaron de cuidarlos. De esta forma el viaje por Quito-Ecuador hasta Valle del Sibundoy-Colombia, tendría éxito. Y eran necesarias las mujeres chamanes porque eran temidas y respetadas porque podían comunicarse con "Sué", el dios sol y con "Chía", la diosa luna. Por esto, podían utilizar sus poderes para derrotar a los enemigos porque podían maldecir y provocar accidentes. 

La muchacha interrumpió a la anciana para hablar. La anciana dejó de tocar su tambor y se quedó en silencio. Entonces la muchacha dijo: 

—Llevo mucho tiempo aislada en la selva y he aprendido hechizos contra el mal aire, rituales para escuchar a los ancestros, secretos para las picaduras de serpientes, ungüetos de hierbas para las infecciones, facultades para anticipar el futuro y así saber cuándo habrá buenas cosechas o tiempos malos. Creo que he aprendido todo lo necesario para ser una mujer chamán, sin embargo siento que todavía hay algo que me falta. Aunque sé todos los misterios me siento triste e incompleta. 

—Lo que falta —le dijo la maestra— ya no depende de mí. La magia, la verdadera, es imposible de aprender en los libros y en los rituales heredados de nuestras ancestras chamanes. Así que ha llegado tu momento, el de emprender tu propio camino y entender que la magia, la verdadera, depende es de la óptica de la maga y de su capacidad de encontrar el poder de su corazón. Ese poder es el amor. Sin ese poder, todo lo que has aprendido carece de sentido. Así que es hora de que marches y lo busques. 

24 de febrero 2020
Por Juan Camilo Betancur E.



Lleva mucho tiempo llegar a ser joven 
Pablo Picasso


El problema en Girardota y en la educación en general es pensar la educación por estancos: la familia, el jardín, la escuela. Y por un tiempo, la educación de los niños está a cargo de familia hasta que llegan a los jardines infantiles. A partir de ese momento los papás, desde que los niños están en los centros infantiles, paulatinamente empiezan a asistir menos a las reuniones de sus hijos, hasta que en la escuela muchos de los padres no vuelven a asistir a las reuniones y se desvinculan del proceso educativo de sus hijos. Cuando el proceso educativo es un proceso de transmisión porque todos: padres, agentes educativos y comunidad en general construimos el tejido social y podemos trasmitir lo mejor de nuestra cultura a los infantes para que tengan más herramientas para integrarse en la sociedad. Por tanto, la educación no es solo inicial ni por estancos sino para toda la vida e integral y por eso es de vital importancia pensarse la familia en los procesos de educación con la primera infancia. Por ello, “Me revientan los adultos, proyecto de promoción de lectura, de iniciación de yoga y de micro-crónicas radiales con la primera infancia”, busca por medio de la lectura de cuentos, de ejercicios básicos del yoga, manualidades, juegos y micro-crónicas radiales vincular a los padres en el proceso educativo de sus hijos. Esto gracias a un blog donde se publican las micro-crónicas radiales y los trabajos de creación literaria y que al ser consultado por los padres y familiares de los niños este blog se convierte en un medio de comunicación entre los padres de familia y un grupo cercano a los infantes. Y gracias a un formato tan grato como la radio, en este espacio comunicativo que posibilita el blog, se le puede dar voz a aquellas voces que para muchos no han sido tomadas en cuenta y que como todas las voces tienen el derecho a expresar y decir lo que piensan, sobre todo si el que habla es un niño. De tal manera, este espacio enfocado en un grupo focal: los infantes, pero que impacta a la familia ya que pueden escuchar a los niños hablar sobre temas como la amistad, las estrellas… y en este caso, preguntar a sus padres sobre las emociones, potencia las posibilidades de la infancia en el entorno familiar y así evitar que en el futuro sean actores del consumo de sustancias psicoactivas o de grupos armados. 

Además, en esta segunda fase, de programa de “Me revientan los adultos”, los niños saldrán de sus casas a buscar personajes, como pequeños periodistas. Para esto, se trabajará en las clases las preguntas, se establecerá un guión y luego los niños entrevistarán al personaje. Claro, todo con la autorización de los padres. Por tanto, este programa inicia con la entrevistas a los papás. Así que escucharán a los adultos respondiendo a los niños. De igual modo, aprovecho este espacio para invitar a los padres que se quieran vincular en esta iniciativa educativa con la primera infancia, me pueden contactar por correo electrónico: camirgo@gmail.com o al teléfono 3127959300 y así hacer partícipes a sus hijos de esta experiencia, que también estará en la Casa Cultural Talpa, un lugar soñado para la cultura en Girardota. 

Para esto, se parte de la comunicación como un proceso complejo de construcción colectiva de sentidos, por tanto, un proyecto como “Me revientan los adultos…” es interesante porque plantea un proceso complejo de construcción colectiva de sentidos, desde la mirada de los niños, con los padres de familia y los actores culturales del municipio de Girardota. Para ello se aprovechan las nuevas tecnologías de la comunicación, por medio de la internet y las micro-crónicas radiales para fomentar la cultura digital. De manera que un proyecto como estos se articula a las transformaciones culturales que ha generado la era digital en beneficio de la primera infancia. Por consiguiente, se supera la comprensión generalizada de la comunicación que está asociada a un proceso técnico de entrega y recepción de mensajes porque se reconoce al niño como un individuo de derecho, democrático, con actitudes y habilidades manifestadas desde el pensamiento y el lenguaje que le permitirá ser emocionalmente seguro, autónomo y capaz de establecer relaciones con él mismo, con las personas y el entorno. En tal medida, este proyecto es novedoso, porque no existe una experiencia que dinamice tanto la voz de los niños en el municipio y que esta voz, pueda ser tenida en cuenta por los adultos. 

Para ir concluyendo, este programa lo dedicamos a las emociones porque es importante la educación emocional en las familias para que los niños empiecen a darse cuenta de lo que sienten y aprendan, de esta manera, a descubrir las causas de sus rabias, tristezas, frustraciones, alegrías. Esto como un factor importante para que los niños puedan afrontar los problemas de nuestro tiempo como el estrés, la ansiedad, la depresión, el fracaso escolar, entre otros. Ya que desde un bienestar emocional se puede construir un mundo tangible, posible. Para esto estamos trabajando las cinco características de las emociones:

1. Autoconocimiento emocional: Se refiere al conocimiento de nuestros propios sentimientos y emociones y cómo nos influyen. 

2. Autocontrol emocional: El autocontrol emocional nos permite reflexionar y dominar nuestros sentimientos o emociones para no actuar ciegamente. 

3. Automotivación: Enfocar las emociones hacia objetivos y metas que nos permita mantener la motivación y establecer nuestra atención en objetivos realizables.

4. Reconocimiento de emociones en los demás: Las relaciones interpersonales se basan en el lenguaje no verbal que sirve para detectar emociones ajenas y los posibles sentimientos que transmite un gesto, un tic… que ayudan a establecer vínculos cercanos con el otro. Además, el reconocer las emociones y sentimientos de los demás es el primer paso para comprender e identificarnos con ellos. 

5. Relaciones interpersonales: Una buena relación con los demás es la fuente imprescindible para nuestra felicidad. Esto pasa por saber tratar y comunicarse con aquellas personas que nos resultan simpáticas o cercanas, pero también con personas que no nos sugieran muy buenas vibraciones; una de las claves de la Inteligencia Emocional.



08 de febrero 2020
Por Juan Camilo Betancur E.
Hace poco llegó a mis manos un libro de poemas, sin autor, titulado Enjambre. Me inquietó que no estuviera firmado. Este detalle me interesó porque el autor no quiere recibir los créditos. Cuando esta época está plagada de poetas que frecuentan los escenarios, las lecturas, las charlas y esos eventos que algunos escritores anhelamos, a veces, más que la misma literatura. Pero no, aquí no es el caso y hay que celebrarlo.

Enjambre remite a las abejas. Título sugestivo, sobre todo por la triste situación de las abejas en la actualidad. Sin embargo, el libro es una colmena pequeña de 14 poemas-abejas, sin reina, que intentan vengarse de una sociedad liderada por políticos sin voluntad política que aman las ciudades, la deforestación y a la extinción masiva de especies. Ante esto, el autor se pronuncia en su poema Cállate tus ideas revolucionarias: “qué es la sociedad?/ hormigueros y más hormigueros/ produciendo desierto”. 

Por otro lado, el poemario, así no esté firmado, deja ver a su autor, como si se tratara de un personaje de cuento. Esto porque tiene los tres elementos de la creación literaria: el personaje, el ambiente y la voz. En el primero se personifica, en el segundo crea un ambiente para moverse y en el tercero establece una forma de expresarse. Así que trataré mostrar al autor, así no tenga idea de quién es, por medio de estos tres elementos.

El personaje: es escritor joven, de 33 años, citadino, andariego, incendiario y ebrio por la emoción. Estos detalles en conjunto dejan al poeta en la superficie de los sentidos y esto hace que a veces se distorsione la mirada revolucionaria (que desea trasmitir el personaje) en un dolor de vida ante el mundo. Por ejemplo, el poema Niño en busca de forma dice: “recuerdo que vagaba y no había nadie/ a quien quisiera ver y me entretenía/ tan fácil dando vueltas alrededor”. Estos versos evocan al solitario de largas caminatas que habla consigo mismo para acompañarse. No hay nada más deprimente e importante. Así también se ve en el poema Advertencia a los enemigos: “cuando escribo con mansedumbre escribo mal/ el signo de nuestros tiempos es la cobardía/ disfrazada de prudencia/ he acumulado 33 años de libertad para nada/ ya nadie arriesga el pellejo”. 

El ambiente: es la ciudad y a la noche. La ciudad se ve claramente en el poema Bloque: “hay algo detenido en las ciudades/ que no es el tráfico de la tarde”. Y la noche en el texto Insurrección: “siempre un nuevo plan en el bolsillo/ para batirse en la noche”. En ambos escenarios hay iglesias y parques. También calles con semáforos, policías, papas bombas y esquinas. Así se ve en el poema Soy el que vaga en la noche: “de vez en cuando me paro en una esquina/ afilada por la angustia y aúllo aúllo aúllo”. Y es en la ciudad, donde el personaje poeta deja ver sus obsesiones y delirios. 

La voz: es la tensión o tono que crea una atmósfera de intimidad. En este caso la voz está en el terreno de lo ilusorio ya que nace de un impulso incendiario, intrascendente y necesario que afirma la posibilidad de lo inaudito de un espíritu juvenil que abraza el dolor y la soledad. Por ejemplo, el poema Niño en busca de forma dice: “sombra estremecida por un viento nocturno/ en busca de su cuerpo”, como si el cuerpo del poeta fuera la misma noche, pero el cuerpo del poeta padece el dolor y le gusta. Así se evidencia en el poema Soy el que vaga en la noche: “una música de agujas cayendo/ me obliga a seguir andando”. Y anda solo. Y no hay nada más desgarrador que la soledad de un poeta joven porque tiene la mística de lo terrible, que le impide estar quieto. Tal vez, por ello busca silencio en la noche ya que no hay tanto ruido en la ciudad. Tal vez, necesita la soledad para escuchar la voz interior, la fundamental, como lo dice en el poema Mi voz: “como una canoa que se desliza velozmente/ sobre un agua tranquila/ sobre una agua turbia/ mi voz se derrama sobre las cosas”.


Alfredo desde pequeño se sintió atraído por los colores resplandecientes. Jugaba con muñecas y una máquina oxidada en la que imaginaba confeccionar los vestidos que se pondría. Sin embargo, se cuidada de no ser descubierto. Apreciaba tanto a su padre que no quería decepcionarlo. Su padre era rudo, amoroso y muy exigente. Su forma de educarlo era enseñarle a ser hombre, y para ser hombre había que hablar ronco, buscar problema, coleccionar amores furtivos, beber sin importar el dinero invertido y gustarle hasta el fanatismo el fútbol. A pesar de su ineptitud para cualquiera de estas actividades necesarias para ser un hombre, Alfredo aceptó que su padre lo matriculara en un club. Así que cierta mañana, su padre lo llevaba a matricularse en un semillero en las ligas menores del Nacional y se encontraron con dos ladrones. El  padre los enfrentó, como un hombre y como un verdadero hombre fue herido con varias puñaladas. Los ladrones huyeron y Alfredo vio a su padre hombre verdadero morir en sus manos. 

Ese recuerdo de la infancia le agrietó el corazón a Alfredo. Lo endureció como si fuera de roca para que ningún sentimentalismo lo afectara. Por tal motivo enterró sus sueños de infancia bajo la piedra que era su corazón. Incluso, pese a su naturaleza de chico sensible, se mostraba fuerte, varonil, brutal, violento… como un verdadero hombre, como le había enseñado su padre

Cierto día, cuando ya era adulto y trabajaba de administrador en una sucursal bancaria, cuando era cortejado por varias mujeres por su físico y actitud varonil,  dos hombres lo amenazaron. Alfredo los enfrentó, pero uno de los ladrones le puso una navaja en la espalda por lo que Alfredo alzó las manos. Luego, uno de los rufianes más que requisarlo lo tocó. Recorrió todo su cuerpo con cierta violencia y sensualidad. Alfredo recordó las muñecas, los colores resplandecientes, los vestidos que él fabricaría para sus muñecas… y aparecieron algunas lágrimas que ablandaron la roca que tenía al lado izquierdo de su pecho. El ladrón al verlo llorar le gritó: ¡Marica! y huyó, después de quitarle el efectivo y el celular, con su compañero. Alfredo no estaba del todo ofendido ni tampoco tranquilo. Más bien desconcertado porque había un impulso interior de renunciar a su idea de gran hombre, era como un impulso que había surgido desde su interior y ahora que flotaba en la superficie de su ser no podía ignorarlo. Así que lo único que sabía con certeza era que no volvería a su trabajo. Así que se dirigió a su casa, buscó efectivo, luego fue a un almacén y compró varios calzones y encajes de mujer. 



10 de enero 2020
Por Juan Camilo Betancur E.

Los libros también son una compañía a veces difícil porque te mueven el piso, te cuestionan. Y cuando uno se encuentra con los buenos libros sale distinto. 
Pablo Montoya 

Era el año 2004 y cursaba el tercer o cuarto semestre del pregrado de Periodismo en la Universidad de Antioquia. En los momentos en los que no había clase acudía a la biblioteca en busca de un libro. Estaba en el tercer piso leyendo unos cuentos de Cortázar. Fantaseaba con el libro “Bestiario”. Leía en ese momento el cuento “Carta a una señorita en parís”. Imaginaba al personaje del relato rodeado de los conejos que vomitaba y trataba de esconder en un armario. En esas, llegó un amigo, tal vez el amigo más lector que tengo, Mauricio Hoyos, y me dijo que había, en unos minutos, una clase de Pablo Montoya sobre Cortázar, pues se rememoraba al escritor argentino, en sus 20 años de muerte. Mauro acentuó que Pablo era un escritor que hacía poco había llegado de Paris. Además, Mauricio dijo que había tenido el privilegio de conocer a Pablo, un escritor muy erudito, pero que a la hora de leerlo se justificaba su erudición por la trama de sus historias. Así que fuimos al bloque 9, la Facultad de Humanidades, y nos infiltramos en la clase. Pablo nos vio y saludó a Mauricio. Luego continúo. Ese día hablaba sobre, “El perseguidor”, para Pablo, el mejor cuento de Cortázar. Pablo comentó el relato inspirado en Charlie Parker, el saxofonista de jazz creador del Bepop. También referenció la película “Bird” dirigida por Clint Eastwood, donde se ve el virtuosismo de Parker y su adicción al alcohol y las drogas. Pablo, con su discurso viajaba en el tiempo cuando hacía referencias sobre el jazz, sobre la literatura, sobre Cortázar. Su clase fue un bombardeo. Era tanta la información que uno tenía que bostezar para oxigenar el cerebro y así, poder atrapar algún otro dato. No obstante, salí con muchas ganas de saber más de Pablo. Así que me leí el libro de cuentos “Habitantes” (1999) con el que ganó en el 2000 el premio Autores Antioqueños. También el libro de prosas poéticas: “Viajeros” (1999) y su primer novela “La Sed del ojo” (2004), luego reeditada por Random House. En ese tiempo, las obras de Pablo eran pocas. Después de estas lecturas, quedé de acuerdo con Mauricio, que la erudición de Pablo no incomodaba en sus relatos. Más bien los embellecía. Por ese mismo año, en el 2004, Pablo también dictó un curso magistral en el Instituto de Filosofía llamado “Cuento largo o novela corta” donde leyó con sus alumnos un promedio de 16 relatos, entre los textos escogidos estuvo el magnífico relato de “Mario y el mago” de Thomas Mann. Se leían un texto por clase. Un ritmo vertiginoso y posible en un profesor como Pablo. 

Tiempo después, quise acercarme a Pablo, pero no supe que decirle. No me sentía preparado para hablar con alguien tan estudioso. Sin embargo, Mauricio se había convertido en una especie de alumno privilegiado de Pablo, por lo que pudo invitarlo a participar, sin que le pagaran por ello, como jurado en un concurso de cuento en Girardota organizado en un bar pequeño, cultural, llamado Debluss Bar. Claro, mandé un cuento y no pasó nada. No obstante, asistí a la premiación y Pablo, un hombre delgado, con un poco de barba, chaqueta y jean, habló de los cuentos y nos motivó, a los jóvenes, a seguir escribiendo. Por ello, habló de la importancia de leer para escribir bien. Dijo que el escritor escribe para sí mismo. Por ello debe incentivar la curiosidad y no temer a relectura. Por tal motivo, es necesario volver a los clásicos porque con ellos se aprenden cosas que apenas se pueden intuir. Pues para innovar es necesario conocer la tradición. Años después, esas reflexiones, las vi condensadas en un texto hermoso de Pablo “Otro Decálogo” donde habla sobre el arte de escribir. 

Posteriormente, ya graduado de la universidad, hice una serie de entrevistas alrededor de la lectura y escritura y tuve la oportunidad de tener esa conversación a profundidad que tanto anhelé con Pablo Montoya. Para abordarlo durante varios meses estudié su obra. Esta vez ya no era un escritor anónimo sino uno de los autores vivos más importantes del habla Hispana. Había publicado muchos más libros. Tenía las novelas: “Lejos de Roma”, “Los derrotados”, “Tríptico de la infamia”, estaba por publicar “La Escuela de Música”. “Tríptico de la infamia” le valió el premio internacional de novela Rómulo Gallegos en el 2015. También había escrito los libros de cuentos: “La sinfonía y otros cuentos musicales”, “Razia”, “Réquiem por un fantasma”, “El beso de la noche” y “Adiós a los próceres”. Además, ya contaba con reconocimientos como el primer premio del concurso nacional de cuento Germán Vargas en 1993. En 1999 el Centro Nacional del libro de Francia le otorgó una beca para escritores extranjeros por su libro “Viajeros”. “Requiem por un fantasma” fue premiado por la Alcaldía de Medellín en el 2005. También recibió el premio José Donoso en el 2016 y el premio Casa de las Américas, Premio de narrativa José María Arguedas en el 2017. Ante estos reconocimientos pensé que sería muy difícil acordar una conversación, por sus múltiples ocupaciones. Meses después, en respuesta a una carta que le escribí por email afirmó que “eso que llaman fama es lo más terrible que hay, sobre todo porque te quita toda la calma y el tiempo para sentarte a escribir. Ese es el problema de los grandes premios literarios: te honran y te joden al mismo tiempo”. Bueno, al menos me dijo esto después de entrevistarlo. Si hubiese conocido este detalle de la fama en Pablo, tal vez no le hubiese escrito ese email con la invitación a conversar sobre su obra. Luego, él respondió y acordamos conversar en la Biblioteca de la Universidad de Antioquia. Llegamos los dos a la hora acordada. Al principio estuve un poco prevenido, pero a medida que íbamos conversando quedé gratamente sorprendido por la generosidad de Pablo, el escritor que nació en Barrancabermeja en 1963. Así que amable lector, espero disfrutes esta entrevista así como yo disfruté hacerla. 

Si no me equivoco Pablo es el noveno de once hijos. Tu papá se llamaba Don José y era médico. En las noches él te contaba historias para dormir. ¿Es partir de ese momento que te nace la fascinación por la historia y por recrearla en tus libros? 
Es muy posible que venga de ahí. Bueno mi padre en realidad no me contaba historias para hacerme dormir, sino que mi papá, que era un hombre que le gustaba mucho el aguardiente, encontró en mí un oyente a sus delirios alcohólicos, digámoslo así. Recuerdo que él insistía mucho en “Los doce Cesares” de Roma, entonces él me hablaba mucho de Julio César, Augusto, Marco Aurelio. Me acuerdo que yo a los 10 años ya me sabía la lista de esos cesares. Yo creo que de ahí puede venir. No lo había pensado, mi interés por la historia. Bueno, yo ya en la adolescencia empecé a enterarme en realidad quiénes eran esos cesares. Mi padre los elogiaba a todos y casi todos eran terribles o fueron terribles como buenos poderosos que eran. Pero de eso me di cuenta después, pero mi padre incentivó, de algún modo, ese interés mío por la historia y mi madre por la lectura.

Más tarde, por esa época, tu hermana te enseña a leer como una especie de juego. Luego, tu mamá te despierta ese amor por la lectura, pues cuando llegabas del colegio la veías leyendo. De alguna manera, también tu madre te elegía la lectura, como condicionándote un poco. Eso lo cuentas en el texto que escribes en la revista “Leer y Releer” de la Universidad de Antioquia. En ese texto, además afirmas que la literatura te llegó por medio de las mujeres. ¿Podrías ampliarme más esa relación de la literatura y las mujeres? 
Bueno, yo siempre he estado rodeado de mujeres. Eh, tengo dos hijas, mi mamá y mi hermana mayor. Mi relación con mis hermanas es muchísimo mejor que con mis hermanos. Mis hermanas en la familia son más cultas que mis hermanos. Siempre he pensado que si el mundo estuviese en manos de las mujeres estaríamos muchísimo mejor. Lo que no descarta el horizonte de que muchas mujeres están en situaciones complicadas, alienadas, aplastadas, apabiladas, etcétera. Pero sí, la relación con mi madre en particular fue muy fuerte. Eh, mi madre me consoló mucho en los momentos de crisis que yo tuve cuando era niño y adolescente. Digo crisis porque mira, por ejemplo, cuando mi madre me llevó por primera vez a la escuela Juan María Céspedes de Belén, el primer día, para mí fue una tragedia separarme de ella y de la casa. Y yo me volé. Es decir, mi madre me dejó en la escuela y ella se fue para misa. Y yo me devolví para la casa y la esperé en la puerta. Cuando mi madre me vio allí me preguntó: ¿qué pasaba? Yo tenía siete años, quizás, le dije que estaba muy angustiado, que yo no era capaz de ir a la escuela solo, todo ese montón de muchachos y niños, los profesores… y todo eso me producía demasiado miedo. Ella me convenció, con su suavidad de siempre, y me llevó nuevamente. Y así comencé, de alguna manera, a habituarme a la escuela. Bueno, y esa censura que tú dices que ella produjo en mí en esas primeras lecturas, pues eran obligatorias. Las mamás no pueden dejar que el niño, voraz lector, que yo era, leyera todo. Ella escogía los textos. Generalmente eran cuentos para niños o clásicos de la literatura. Siempre he dicho que fui hijo… eh, cuando comencé a leer, de una mujer mayor, madura. Mi madre me tuvo a los 43 años. Cuando yo tenía siete ella tenía 50 años. Entonces mi madre entró a la menopausia y era una mujer que madrugaba mucho para atender a su batallón de hijos. ¡Imagínate todo ese trabajo para 11 hijos y su esposo! Eh, mi madre perdió la facultad de dormir a los medios días, la famosa siesta. Entonces en vez de hacer siestas se ponía a leer. Ahí era cuando yo llegaba de la escuela a la una de la tarde y encontraba a esa mujer leyendo. Esa imagen, con el tiempo, me ha parecido muy reveladora. Entonces sí, agradezco mucho a las mujeres que me enseñaron a leer, como el caso de mi hermana y mi madre. Bueno mi madre se asustó mucho cuando empecé a leer libros prohibidos como: “El manifiesto del partido comunista”, “El extranjero” de Camus, “El lobo estepario” de Hermann Hesse… cuando supo que estaba leyendo “El lobo estepario” mi mamá inmediatamente asoció la estepa con Rusia y Rusia con el comunismo y creyó que “El lobo estepario” era un libro comunista. Inmediatamente se dispararon todas las alarmas, pero bueno, todos sabemos que Hermann Hesse y “El lobo estepario” es un libro completamente individualista, anticomunista en su esencia, y yo explicándole a mi mamá que no se angustiara, que ese libro finalmente era un libro, no inofensivo, y que nada tenía que ver con el comunismo.

Ustedes viven en Barrancabermeja 16 años. Luego se trasladan para Medellín. Allí estudias cuatro semestres de Medicina en la Universidad de Antioquia. También estudias flauta. Después te vas a vivir a Tunja y abandonas la carrera. Entonces te ganas la vida como músico. Mientras tanto estudias Filosofía y Letras a distancia. Más tarde, en París continúas con tus estudios, tus lecturas. En conclusión, desde siempre te atrajo el conocimiento. Ahora ¿de dónde nace esa “Sed del ojo”, parodiando un poco tu novela, que te mantiene con esa permanente búsqueda del conocimiento? 
Creo que surge de esas lecturas que me acompañan desde niño. Pero es curioso, yo no sé, voy a decir algo que puede ser polémico, creo que muchas veces esos lectores, esos artistas, esas personas que están destinadas a ejercer las artes… se dan en medios inhóspitos. Bueno, no quiero decir que mi casa era inhóspita frente al estímulo de la cultura, pero no era un hogar como otros, donde se estaba hablando de cultura, literatura o música. Yo soy miembro de una familia de 11 hermanos y el único que salió escritor o con esta avidez de conocimiento, fui yo. ¿Por qué no los otros que también tuvieron las mismas oportunidades? Tal vez porqué yo le paré bolas el consejo de mi padre de que había que estudiar y mantener la curiosidad por el conocimiento. Bueno, era un conocimiento que mis padres consideraban con cierta reserva. Mi madre me decía: “hay que leer, pero no hay que leer mucho porque uno se podría enloquecer”. Tú sabes, el viejo mito que nos llegó con la contrarreforma de Felipe II, quien prohíbe justamente la entrada de libros a las cortes en América. Todo ese mito de que leer enloquece está claramente reflejado en el “Quijote”. Y eso yo lo tuve en mi casa por parte de mi madre. Está ese fantasma de que si uno lee demasiado se puede enloquecer, se puede confundir, cuando es lo contrario. Pues, si uno lee bastante uno va estar mejor informado y va a estar menos sometido a las manipulaciones que ejercen los poderes. No sé, también pienso en ese privilegio que tuve de haber accedido a la cultura, el conocimiento y de tener siempre esa curiosidad, esa sed por aprender. Pienso que hay una especie de característica individual, algo que viene con la persona, no es que uno esté predestinado, quizás sí, no sabemos. Pues todo daba para que yo fuera un médico o un sacerdote, que eran los oficios a los que yo estaba destinado. Y los médicos de entonces no eran considerados como unos intelectuales lectores. Había que ocuparse de la ciencia médica y curar enfermos. Entonces creo que hay algo de situación particular, como una especie de privilegio innato, sé que esto es polémico, pero bueno, me atrevo a decirlo. Porque te lo repito, en mi casa todos mis hermanos tuvieron las condiciones que yo tuve. Es verdad que mi padre y mi madre al ver que yo les paraba bolas, evidentemente me tomaron mucho cariño. 

Es evidente que la lectura es como una apertura a verdades, a hechos, a situaciones que le ayudan a uno a encontrarse consigo mismo. Es decir, hay libros que son como referentes estrechos hacia uno mismo. En esa medida: ¿cómo los libros han referenciado ese camino a ti mismo, a ese ser que eres y a ese conocimiento de vos que te hace tan universal y tan buen conversador? 
Los libros son una compañía. En principio son una compañía, pero los libros también son una compañía a veces difícil porque te mueven el piso, te cuestionan. Y cuando uno se encuentra con los buenos libros sale distinto. Yo me acuerdo cuando empecé a leer “Demian” de Hermann Hesse. Yo tenía 14 ó 15 años, quizás, no sé. Tenía en la cabeza, por mandato familiar, que iba a ser médico. Y cuando leí ese libro era otro. Yo quería ser eso, que estaba haciendo ese escritor. Entonces los libros y otras lecturas, que me angustiaron, angustias que tienen que ver con ese período la adolescencia, cuando uno tiene unas supuestas verdades establecidas, las verdades de la familia, las verdades de la sociedad, las verdades de la educación que recibí. Y de pronto cuando uno lee autores como Dostoevsky, Tolstói, Nietzsche, Schopenhauer, Camus, entre otros, a uno definitivamente se le cambia completamente el panorama. Las lecturas, a veces, son realmente estimulantes, en la medida en que son muy conflictivas. Ahora, en la medida en que uno se forma como lector, el nivel de impresión no es el mismo porque tú ya tienes todo un cúmulo de lecturas y ya no eres un ingenuo, ya no eres cándido, ya te han quitado la virginidad como lector. Cuando sucede eso, evidentemente uno sigue gozando el rito de la lectura, pero ya tiene demasiados, no sé si prejuicios, quizás, y ya lee textos y dice: “bueno eso no funciona, esto está mal hecho, esto va por una dirección que yo no comparto, etcétera”. Por eso, los últimos libros que leí, que me hayan cuestionado, se remontan a 10 años. De ahí para acá, cada vez estoy más convencido que es necesario volver a leer. Cada vez estoy más consciente, como decía Borges, de que hay un momento en la vida del hombre en que relee. Bueno, yo he sido un lector desordenado, adultero, como lo digo en el ensayo “Sobre la lectura”. No doy consejos para que los lectores lean determinados textos, ordenadamente. Pues, cuando he abordado ciertos autores que me han interesado, sí los he leído desde el principio hasta el final. Eso lo hacía cuando era joven. Leí a Tolstói, Dostoevsky, Camus, entre otros, en orden cronológico. Pero era porque tenía intereses particulares en esos autores que me ayudaron y me ayudan a conocerme y a conocer mejor a los otros y así comprender la sociedad en la que vivo, de dónde vengo. Creo que los libros sirven fundamentalmente para eso. No sé si los libros necesariamente sirvan para transformar el mundo, pero creo que sí transforman al lector. Eso es lo que espero de un buen libro, que me transforme, que ayude a comprender cierto fenómeno, pero yo no creo que los libros transformen raramente la sociedad. Bueno, de pronto algunos libros como “El capital” de Marx, quizás, pero no “La vorágine”, “María” o “Cien años de soledad”. 

En esas lecturas, Pablo, tengo entendido, eres un gran subrayador. Buscas en el universo de las páginas las ideas que te interesan. Esto sucede en el silencio. Por lo tanto, el silencio es importante para la lectura. Ahora, ¿cómo hacer para leer en la sociedad antioqueña que admira al mafioso que dispara al aire cuando hace gol el Nacional o el Medellín, cuando sucede el bullicio atronador de La feria de las flores, cuando la gente grita constantemente por cualquier cosa. Es decir, cómo leer en esta suciedad que parece que le asusta el silencio? 
Ha sido muy difícil para mí. Desde que regresé a Medellín en el 2002 ha sido una verdadera tortura acostumbrarme a la condición ruidosa de los antioqueños, de los colombianos en realidad. Aunque yo viví en Tunja nueve años y no tuve tanto problema con el ruido. Era músico en Tunja y en París tuve una experiencia del silencio. En París porque casi todas las casas tienen vidrios anti ruidos. No es que en París haya menos ruido que acá, es que los ciudadanos tienen esa posibilidad de poner vidrios anti ruidos. Aquí poner un vidrio anti ruidos es costosísimo. Entonces yo llegué aquí en el 2002 y hasta 2016 me he pasado casi 14 veces de casa por el ruido de los vecinos, por la intransigencia de la gente. Sufrí mucho con la Universidad de Antioquia porque me tocó desafortunadamente una oficina que da a un parqueadero, al conservatorio de la universidad que está hacinado y los músicos tocan afuera, y la Regional. Entonces el ruido es una constante. Yo me he acostumbrado un poco. En un tiempo usaba tampones, aún los uso para dormir cuando triunfa el Nacional o el Medellín, o cuando se le da la serenata mariachi a la quinceañera, o cuando la gente le da por emborracharse y… bueno, hay una falta de respeto en esta sociedad. Es decir, la universidad es bulliciosa y los estudiantes no siguen la clausura del silencio para la lectura. Además, están las redes sociales, los computadores, los teléfonos celulares… todo eso impide que haya silencio. Creo que ese es uno de los grandes problemas del hombre moderno, o al menos de los hombres de las sociedades occidentales modernas. Yo no sé cómo luchar contra el ruido. Sería aislarse, irse para el campo aunque en el campo están los perros, las guadañas, las vacas… claro, son otros ruidos, por supuesto, son naturales. Pero evidentemente yo no podría vivir a lado de un gallo que empieza a cantar a las cuatro de la mañana. 

Hay algo que me inquieta mucho y es que tu biblioteca es muy universal. En ella hay libros de historia del arte, historia de la música, literatura universal, entre otros. Y hago un paralelo con tu obra que aborda personajes históricos. Tus novelas generan ritmos y estructuras narrativas. Además los temas que abordas hacen tu obra muy universal. Entonces ¿tu obra universal por qué no está en tu biblioteca que también es universal? 
Mis libros están en la biblioteca de mi esposa, Alejandra. En un estante tiene todos los libros míos, casi todos. Bueno y mi biblioteca está organizada por orden alfabético. La parte de literatura colombiana empieza por la “A” y termina por la “Z”. En la parte de la “M”, Pablo Montoya, se encuentra en la biblioteca de mi esposa, que está en otro estudio. Durante mucho tiempo, casi 20 años, desde que me fui de mi casa, a los 19, a enfrentar el mundo del arte, que en mi caso fue muy difícil porque tuve que abrirme un espacio en un ambiente muy precario... no tuve el soporte ni la ayuda económica por parte de mi padre. Él no tenía cómo, era un médico en bancarrota. Además él me dijo que si yo me dedicaba a la música que no contara con su apoyo. Y todo el tiempo que estuve en Tunja, en París, en realidad no tenía plata para comprar libros. Eran libros regalados o los compraba de segunda. Pero desde que empecé a trabajar en la universidad, sí me desquité, como se dice y he podido hacer una biblioteca. Me gustan mucho los libros. Compro bastantes libros. Son mi compañía. Tengo una biblioteca de más o menos tres mil volúmenes, contando pues con la biblioteca de mi esposa. Ella también es literata. Casi todos los libros son de literatura, pero hay muchos que se ocupan de la historia, la música, el cine, la fotografía, la pintura. Hay mucha parte dedicada al ensayo. El ensayo es un género más de la literatura.

Tienes fama de escritor erudito. Se dice que el escritor erudito utiliza lo enciclopédico para esconderse porque es incapaz de interactuar con el mundo que lo rodea, ya sea porque es tímido o introspectivo. Por tal motivo siente la urgencia de exhibir sus conocimientos ante los lectores para sentirse validado y admirado por su inteligencia superior. Esto se ve en escritores como Ernesto Sábato, Germán Arciniegas, Giovanni Papini, entre otros. ¿En pablo Montoya lo enciclopédico o la erudición es una máscara de su personalidad o no tiene nada que ver? 
Bueno, yo hice una tesis de doctorado en la Sorbona. Y a partir de ahí, creo que entendí la noción de enciclopedia. Tal como la manejan los franceses, que es un concepto que se fortalece mucho con la Ilustración, pero qué sabemos tiene sus raíces en el Renacimiento, en el Medioevo y hasta en esos libros como la “Historia natural” de Plinio. Entiende uno que son grandes compendios del conocimiento antiguo. Creo que esa experiencia académica de hacer una tesis doctoral al modo francés y de asimilar hasta lo máximo, en la medida de mis posibilidades, esa noción de Ilustración, de erudición, fue muy importante para mi obra literaria. Yo antes de terminar la tesis de doctorado, que se la dediqué a la música y la literatura en Carpentier y en América Latina, ya había abordado el tema histórico. Había escrito unos cuentos sobre música, esos pequeños cuentos de “Viajeros” o prosas poéticas. Tenía un interés en este asunto del conocimiento. Lo que pasa es que en los libros que he escrito, todo ese montón de lecturas, las he pasado por el filtro de la imaginación literaria. Y lo que es “Viajeros”, “Trazos”, “Programa de mano”, que son pequeñas historias de la música, la pintura y el viaje, están alimentadas en un afán de conocer la historia de cada uno de estos dominios. Pero el reflejo literario es breve. Es cómo condensar ese montón de lecturas, de experiencias eruditas, digámoslo así, en pequeños textos poéticos. Además, creo que la erudición, sino hasta el servicio de la poesía, la literatura, no me interesa. Mejor dicho, mi erudición no es para asombrar incautos. Simplemente obedece a unos criterios literarios, como a unos principios, a unos postulados personales, que yo he debido, por supuesto, a ciertos autores. Creo que ese rótulo que se me ha dado de escritor erudito es porque estoy en un medio en que la literatura, hablo sobre todo en el medio colombiano y antioqueño, se ha convertido en un medio de expresión más popular, más cotidiano y no está muy interesado en indagar en esos aspectos históricos de la Ilustración, del conocimiento y yo pues, me metí por ahí. Evidentemente hago parte de una tradición, como tú dices, a esa lista que mencionaste, habría que agregar el caso de Germán Espinosa, que es otro autor que se la jugó mucho por la erudición y cuyos libros son mucho más eruditos que los míos. Igualmente hay un escritor que le ha apuntado mucho a ese juego de la erudición, es Enrique Serrano, en un libro que aprecio mucho que se llama “La marca de España”. Creo que la relación de la literatura con esa erudición histórica o con ese conocimiento artístico, nos viene a los colombianos del Modernismo y a los modernistas latinoamericanos les viene de Francia, particularmente. Y a los franceses, bueno hay una vieja tradición europea que se hunde en los griegos y los romanos.

A los 30 años decidís viajar a Rusia con unos amigos músicos, pero llegan a Francia. En París estudias Literatura, tocas flauta en el Metro, en las calles, das clase de español, entre otros oficios. En ese entonces escribes una postal donde dices esto: “Vivir en la ciudad ansiada es difícil. El precio es el desarraigo. Una suerte de marginalidad, que en algunos momentos aplasta. La nostalgia que duele como una pena de amor”, ese desarraigo, me corriges si me equivoco, aparece como desamparo en el texto: “En Colombia la violencia cayó sobre nosotros como un animal hambriento”, un texto agudo, donde afirmas que el desamparo es como una constante desde los tiempos antiguos, es como una marca, es como un exilio, un abandono. Este desamparo es evidente en tu obra, por ejemplo “Tríptico de la infamia”, con el que ganaste el Rómulo Gallegos. La pregunta: ¿es el desamparo la fuente de tu obra, la que te pone en el podio de los escritores más importantes vivos del habla hispana? 
No sé en realidad si el desamparo es la marca o el perfil que provocó que se me diera este premio, que lo que ha hecho es como descubrirme frente a los lectores. Lo que siento es que las literaturas que carecen de desgarramientos, de heridas existenciales, son literaturas que pueden convertirse en algo frívolo. Creo que las grandes literaturas son turbias, sombrías, estremecedoras, en crisis. La gran literatura es la que muestra la crisis porque somos una especie que vive en permanente crisis. Una de esas crisis es que aspiramos a la eternidad, a la permanencia como criaturas y somos efímeras, fugaces, corruptas. El cuerpo se va corroyendo, pudiendo hasta morirse. Y hay algo en nosotros que quiere permanecer, que no quiere dejar la vida, que quiere estar siempre gozando de los grandes privilegios de la existencia y de la vida. Creo que esta doble condición es tremenda y eso se lo pillaron desde hace mucho tiempo los seres humanos. Esto ha determinado que haya grandes obras. Yo no quiero decir, con esto, que la literatura no sea también el espacio de la fraternidad, el diálogo amoroso, de la cópula, del encuentro, de la concordia. Es evidente que una gran obra literaria debe tener también esos espacios. Y en mis libros también me he ocupado de esas cosas. Del erotismo, el amor, la perplejidad que provocan los desplazamientos, los viajes… de esos pequeños instantes epifánicos en los que uno se siente verdaderamente feliz de estar existiendo. Bueno, no sé, no sabría decirte si es esa marca del desamparo es lo que ha hecho que mis libros hayan trascendido, o que este “Tríptico de la infamia” haya trascendido, porque con respecto a los otros libros, te puedo asegurar que en ese momento, casi todos solo circulan en Medellín y en Colombia. Algunos ya se agotaron. Frente al caso preciso, de “Tríptico de la infamia”, creo que el jurado qué premió esa novela, por lo que me he enterado, fue por su factura literaria, por la manera en que la novela recrea el viejo asunto de la conquista de América, que todo se hace a través de lo pictórico y artístico. Creo que esos fueron los criterios fundamentales. 

Hay una frase hermosa que me gusta mucho de vos y dice: “El arte es una de las maneras que existen para dignificar al hombre en su capacidad de resistencia, y la más paradigmática para mostrar su deterioro. La labor del artista es necesaria: iluminar algún pedazo de ese territorio en brumas que siempre, a toda hora, está circundándonos”. La pregunta es, vos como artista, ¿cuál crees que sería esa labor para dignificar la mirada del hombre en tus libros? 
La mayor parte de mis personajes son artistas o escritores, fotógrafos o pintores o poetas o personas que están tocadas por una sensibilidad onírica, que sé yo, son personas que están confrontándose con el medio en el que viven. Eso es lo que pasa en general con los artistas y conmigo. Esa confrontación continúa entre las dos instancias. Me baso en ese tipo de experiencias para poder construir estos mundos. Me parece que en este momento, en el mundo en que vivimos, es fundamental la presencia del artista. Platón expulsó a los poetas de la “República” porque le parecía que los poetas eran falsos imitadores, por un lado y porque eran irracionales. Evidentemente ese concepto platónico ha evolucionado, pero hoy por ejemplo, hemos visto que los grandes, entre comillas, economistas o columnistas de los periódicos, de nuestro mundo actual, consideran que nuestras sociedades deben producir más técnicos, economistas, científicos que humanistas. Creo que sí le hacemos caso a esos criterios este mundo va ir de culos para el estanco. Por eso, creo que es fundamental que las sociedades están nutridas por el poeta, por el artista, por el pintor, por el cineasta, por el fotógrafo… por esas conciencias que nos enseñan a hacer críticos con la sociedad en que vivimos. Concibo así al artista, como ser crítico, como una especie de conciencia que está diciendo, no a dónde vamos o por dónde debemos ir, pero que sí está criticando lo que está pasando en el mundo en que vivimos, que es altamente criticable. Los modelos económicos y sociales que hemos seguido desde Aristóteles hasta nuestros días han sido bastante perniciosos al considerar que somos nosotros el centro del universo, que esta criatura humana, frágil, este bípedo implume, es el centro del universo. ¡Te imaginas la imbecilidad de ese concepto!, que lo propuso Descartes, Kant, Hegel, Aristóteles, Marx, y muchos otros. Y nosotros no somos el centro del universo, somos parte del universo. Creo que el artista, como lo concibo, como he tratado de serlo, debe erigirse como una conciencia crítica.

Hay un libro tuyo, “Viajeros”, que es como un libro puente donde algunos personajes tuyos saltan a otros libros. Por ejemplo aparece Ovidio y luego es el personaje en tu libro “Lejos de Roma”, también el prócer Caldas que está en “Los derrotados”, entre otros. Es como si “Viajeros” fuera una obra matriz de tus obras futuras, como una referencia que se amplía en otros libros. Como si el pasado se recreara constantemente. Esto permite una mirada más aguda de los hechos históricos. Ahora ¿cómo esa mirada del pasado, en la que te has especializado, te da un mejor panorama o perspectiva del presente? 
Yo pienso que ir al pasado es progresar un poco. Creo que era Walter Scott el que decía eso, o uno de esos personajes que escribió novelas históricas. Pues siempre está la idea o la noción de progreso que nos hace creer que siempre vamos hacia delante, a partir de una especie de confort material. En muchos momentos en la historia del arte ir al pasado ha sido como un motor para rejuvenecer y oxigenar el mismo arte. Ahora, evidentemente ir al pasado es mirar cómo voy a proponer ese pasado en el texto literario, que es lo que he tratado de hacer en “Lejos de Roma”, “Los derrotados”, “Tríptico de la infamia”... Me apoyo de información del pretérito, pero la gran pregunta de la literatura es la forma, no tanto el contenido, es ¿cómo contar lo que ya tantas veces ha sido contado, lo que ya ha sucedido? Me planteo: ¿cómo nutrirme de eso que ya pasó, de eso que ha sido narrado en diferentes partes? El caso de Caldas o el descubrimiento de América y la conquista, las guerras de religión, el problema del exilio, de los poetas… eso ya se ha contado mucho, entonces ¿cómo volverlo a narrar, cómo renovar? No creo que una buena historia sea suficiente para ser un gran libro. ¿Cómo contar esa historia? Puedo tener la gran historia: el hombre que se casa con su madre, que mata a su papá… es el caso de “Edipo”. ¿Cómo lo cuenta Sófocles? Lo hace maravillosamente. Por eso, considero que es fundamental ir al pasado. No sé si siga haciéndolo. Tengo algunos planes para obras futuras, pero también necesito ocuparme del presente porque mis libros están en ese vaivén. Has señalado algo muy interesante, que fui construyendo a largo de los años y es “Viajeros” como un libro cantera. De ahí vienen muchos de los personajes o temas que voy a trabajar en mis novelas. Es que uno tiene que ayudarse un poco en sí mismo para poder seguir adelante.

Pablo, para terminar, ¿podrías darnos algunos consejos a los escritores que estamos empezando para persistir en la literatura? 
Lo fundamental para el escritor es tener siempre prendida la llama de la lectura. Pues las lecturas y por supuesto la realidad en que vivimos, son lo que estimula el ejercicio de la escritura. Jamás me hubiese encontrado en este momento si no hubiese sido ese lector que fui desde niño. Constato ahora que la lectura es como una especie de vela prendida para que no se apague el recinto de la escritura. Lo otro que aconsejo a los jóvenes escritores es que sean humildes. En el sentido en que reconozcan que están en un proceso de aprendizaje y que la literatura y la escritura siempre son un proceso de aprendizaje. Por lo tanto, reciban, con el mejor de los ánimos las críticas, vengan de donde vengan, si tienen razón. Esto lo digo porque generalmente el gremio de los escritores está invadido por un cáncer, el de la vanidad, es decir el cáncer de que yo soy el mejor, el escritor grande. Y pienso que en los terrenos del arte siempre estamos aprendiendo y debemos ser humildes frente a las críticas. Yo he aceptado críticas de estudiantes míos que a veces les muestro mis textos y me señalan o de gente mucho más joven, que tengo algunos lectores de este tipo, y en absoluto me pongo de mal genio. Si yo muestro el texto es para que hagan críticas. También, que estén rodeados, en este proceso de aprendizaje, de un grupo de personas críticas, para que sean flexibles a sus comentarios porque ahí está el verdadero aprendizaje. Si yo no hubiera encontrado, cuando tenía 20 años, un amigo lector que me redujo un cuento de 20 páginas a una página, pues creo que yo no hubiera sido lo que fui después. Cuando uno recibe ese tipo de críticas y las acepta, uno se da cuenta que, en la labor de la escritura, lo que hay es una labor de reescritura y corrección permanente. Hay que leer y volver a leer hasta que el texto diga las cosas que debe decir y esté, digamos, en su sitio. Muchas veces escribimos y publicamos tal como salió la cosa y no, pues lo esencial en la escritura es la reescritura.