Con este micro salgo a vacaciones este año. Para todos los que pasaron por este espacio les deseo salud y sabiduría para el nuevo ciclo que empieza.

Desde pequeño quiso ser un hombre importante. Soñaba con ser diferente a sus hermanos. Por ello, dedicó toda su fuerza vital en capacitarse y acumular diplomas para certificar sus conocimientos. En pocos años enmarcó sus sueños y los colgó en la sala de su casa, agregó varios ceros a su patrimonio y viajó por todo el mundo,  figuró en la lista de los hombres ilustres, lideró proyectos humanistas... En fin, se ubicó en el púlpito de los hombres respetados.
Sin embargo, a sus sesenta años, en las noches, acostado en su cama, con las cobijas hasta el pecho y los ojos abiertos, se siente intranquilo. Es incapaz de confesar a la jovencita, que podría ser su nieta, que solo la quiere unos segundos, cuando se desnuda y la besa y le hace el amor. En ese frenesí le dice te amo como si eso fuera suficiente para ocultar su desazón. Mientras tanto, en esos segundos, su compañera lo desconoce y responde con desgano a su declaración de amor. Para evitar que él la vea llorando cierra los ojos y recuerda su infancia. Se ve de niña con sus hermanas ayudando a su mamá en el cuidado de las gallinas.
Él siente un estremecimiento. Gime. Luego vuelve al rincón de la cama y apaga las luces. Ella organiza su pijama, busca sus calzones que estaban en el borde de la cama y se los pone. Trata de decirle algo, pero él ya no la determina. Ella, con lágrimas en los ojos, sigue recordando la casa donde fue feliz. Él la escucha llorar y disfruta. El llanto lo arrulla y lo sumerge en el sueño. A veces ha considerado la idea de terminar con ella para no hacerle más daño. Aunque es incapaz de dejarla ir porque con ella ensancha la herida insondable que lo hace sentir sesenta años más solo, sesenta años más triste, sesenta años más lejos de la mujer que ya no llegará porque es una ausencia tan fuerte que  ha empezado a averiar los resortes del colchón. 




Fragmento del capitulo 10 de la novela que por estos días está circulando. Buen provecho.

Solía sentarme en la cama con una taza de café y un cigarrillo para intentar ordenar las ideas. Algunos días mi cabeza era un cuarto desordenado. Los pensamientos, cosas tiradas en el piso, unos sobre otros. Si buscaba alguno era imposible y esto me sumergía en la tristeza. Logré identificar que ese caos lo originaba el miedo. Intenté buscar el temor. Recuerdo que mi primer miedo, del que no me libro por completo, era enamorarme. Me aterraba y lo anhelaba. Imaginaba la compañera que me hiciera sentir menos triste y a los minutos me aburría sin remedio. Sin embargo, fantaseaba con besarla en un acto religioso. Claro que en un lugar para los dos, porque no me atraía la idea de sentarme en un parque y exhibir el amor como una prenda de vestir de última moda. Me indisponía ver a aquellas parejas que se besaban con las manos y las piernas como si les faltara aire. ¡Ah, a lo que hemos reducido el arte de besar! Pues el beso debe ser pausado y tranquilo para que exprese lo que las palabras insinúan. Debe ser un ritual y no un espectáculo de circo barato. Debe ser un acontecimiento estético que erotice el espíritu y produzca ese mareo comparado a la ebriedad del vino. Pero no, las parejas en los parques se besan como si tuvieran hambre y quisieran comerse el banquete del cortejo de un bocado. Como si ese beso fuera el único y el último de sus vidas. Como si se les fuera la vida y con ella la oportunidad de volver a besar. Si es así, estamos perdidos porque eso evidencia la incapacidad de sentir a conciencia. Y si no podemos vibrar con la magia de un beso porque nos puede el instinto… ¿Qué será del amor? Tal vez un recuerdo de algunos o una moda en desuso para los más civilizados, los que se creen avanzados. Cuando hablo de civilizados me refiero a los que aman la tecnología, pero sin parecen cavernícolas: jauría de tristes devorándose los unos a los otros. Quisiera no reflexionar sobre el asunto, y cuando veo esos espectáculos siento repudio... 

A los que nos gusta escribir versos nos encontramos que no siempre podemos hacerlo. Sea porque repetimos un verso anterior, sea porque no llegan las palabras, sea porque estemos muy apacibles o lo contrario. Sin embargo, cuando llega un verso, uno que atrapa una sensación profunda, el gozo es incomparable. Es como una experiencia con la divinidad, si me permite tal comparación. Lo digo, porque algo de eso queda entre líneas, como un ritmo interno que brota como agua fresca con cada lectura. Por esa luz del verso que nos redime, invoco la luz para siga apareciendo entre líneas. Llamo esa llama cálida y tenue para que alumbre el verso. Para que surja del vacío, nido de la creación, un poema del aliento interior para que susurre en verso aquellas letras que dibujan signos en la hoja en blanco. 


Andan preocupados por habitar la ciudad. Se hacen viejos y no quieren aceptar que ya pasaron de moda. Se niegan a renunciar al ron, los cigarrillos, la música y la marihuana. Hablan sobre películas proyectadas en el recuerdo, sobre fiestas de las que se cansan rápido, sobre mujeres que nunca han visto. Necesitan inventar historias que coincidan con los recuerdos de aquellos días joviales cuando creían que podían hacerlo todo. Se sientan en los bares a ver pasar transeúntes porque sus amigos se casaron o emigraron. Vuelven, en la madrugada, a la soledad de sus cuartos y cansados se resignan a cerrar los ojos dispuestos a despertarse religiosamente para acudir a sus trabajos.


Antes de ser el que soy, el escritor, el andariego, el prospecto de buen ciudadano, fui muchas veces mujer. En sueños me llegan retazos o imágenes sueltas. Soy otro ser, en otro cuerpo. Y al despertar quedo con la sensación de haber estado con tantos amantes como dolores. También, que amé tanto la carne que encerré al espíritu  en el retrete. Pues, mi único interés era saciar el deseo del cuerpo, el que se agota con el tacto. 


Ahora,  con lo que soy y con esos vagos recuerdos, he sido una especie de don Juan, no por el éxito con las mujeres, más bien por el enredo con ellas. Pues he amado mujeres menores, predecibles, que me aburren y me agobian. Asimismo, mujeres mayores, indómitas, que me asustan y huyo. A todas, les he otorgado el poder de organizar mi intimidad por colores, por formas y días. 

Ellas, con sus cuidados, han formado la imagen de mi madre. Cada fémina una línea del rostro de la progenitora. Por ello, he sido su hijo contemporáneo. Pero los hijos crecen y en gratitud a lo recibido, abandonan a su madre.


Cuando te vi te imaginé tan cerca, que ahora, que estamos juntos, me sorprendo. Vamos con los días profundizando en nuestro encuentro, como una cita de antaño. Ahora que te veo, le quito a la distancia el recuerdo y al recuerdo el pasado para verte entre entre jazmines y rosas. Te beso la piel y mi boca, cual abeja, saborea el sudor y el perfume del deseo. Cierro los ojos para sonreír un poco más íntimo. 


La escritura es como un viento que mueve las ramas de los árboles. No se sabe en qué dirección. Y si hay una dirección no siempre es la misma. No se sabe de dónde viene ese viento y a dónde va. Se siente y los árboles doblan sus ramajes y se dejan llevar por ese movimiento. Así, a veces, sucede cuando te sientas a escribir. A veces, ese viento llega  y trae palabras que mueven las manos y las manos, como en una danza antigua, van gestando un sentido o un concepto de algo que era inimaginado. En ese sentido, son las manos como árboles que se inclinan ante ese viento antiguo, que en cada que sopla renueva la palabra. 

En el momento circula por un blog algunos textos de la producción personal que esta semana quiero compartir con los lectores. 

Para ver de que se trata con un solo clic aquí .

Jugamos a detener el tiempo. Te encargas de los minutos. Me ocupo de los segundos. En minutos me olvidas y en segundos ni te recuerdo. En minutos te detengo y en segundos me ocupas. Tic tac suena el beso como un rumor en la distancia. Tic tac... 

No te besaría más, pero tus besos, lentos y seductores. Sobre todo dulces, los resto de mis labios. Por el bien de ambos, no quiero ser solo el tahúr con partida prometedora. Hoy lo entiendo. No quiero asumir una deuda que estoy cansado de pagar.

Se me van de las manos, como las hojas de los árboles, el recuerdo de tu sonrisa y el calor de tus abrazos. Desde que te olvidé la vida me sonríe y el amor me llega igual que siempre. Hoy, se me van de las manos el pasado en hojarasca.

En tus labios derramo el vino tinto del beso. La copa está servida.

Sueños estériles: 1
Desamores:          agotada la existencia
Equivocaciones:   3
Miedos:                sin señal
Dependencias:     fuera de circulación

Total: 32 olvidos sin clasificar. 



Cuando manso dominas la pasión, esperas la pasión.

Alguien trota en las mañanas,
se ejercita para estudiar el Kama-sutra ilustrado.

Hace poco recibió una mención de honor
en deseo derramado por los dedos. 

Le gusta comer arroz con yuca y papa,
ver el noticiero de Caracol que es menos nocivo
y cada mes rasurarse las axilas. 

Quiere estar.

Miente. 

Amanece y quiere ser Alguien
pero el cansancio lo agobia.



Como fuego atizado por el viento
el placer humo denso sin dirección
Pienso en el pasado más cercano
La última caricia
el último lecho donde hizo
acrobacias el corazón
Y el deseo emerge como llama
antorcha encendida
impulso incontenible
Entonces te veo.



Carlos llegó muy tarde y puso sobre la mesa una caja blanca. Esa noche, como muchas otras, yo lo esperaba sentada en la silla mecedora. Pensaba servirle la comida, los frijoles que tanto le gustaban. Éramos un buen matrimonio y habíamos basado nuestra relación en el respeto. Ambos creímos que una relación funciona cuando el otro le despierta a uno lo mejor y no lo peor. Conozco muchos matrimonios infelices porque perdieron el respeto y se tratan mal. Lo de nosotros fue diferente porque era un amor verdadero. Así al menos lo creía hasta aquella noche en que Carlos después de dejar la caja sobre la mesa empezó a llorar por algo que yo desconocía y todavía no entiendo. Recuerdo que era la primera vez que lo veía llorar. Ante una dificultad decía que no había que preocuparse porque todo problema tenía solución y si no tenía solución entonces no era problema. Por eso, cuando lo vi llorando, por solidaridad lloré con él. Él miraba la caja y pensé que si la tiraba a la basura todo iba a ser como antes. Al contrario, cuando vio mis intenciones me alzó la voz, hecho que me asustó. Al cabo de unos minutos me atreví a preguntarle por lo que había en el interior de la caja. Carlos se limpió las lágrimas con un pañuelo y mirándome sonrió sin explicarme el misterio que me devanaba los sesos. No insistí en la pregunta y me quedé con él. Estuvimos en silencio hasta que él con su mano derecha limpió mis lágrimas deslizando la punta de sus dedos por las mejillas hasta el mentón. Me miró a los ojos como si algo terrible le fuera a pasar. En sus ojos la luz era opaca, como si habitara en ellos una tristeza sin precedente. Sonrió y me dijo que se iba a un lugar donde yo no podía acompañarlo. Intenté abrazarlo y pedirle que me llevara. Pero él insistía en que volvería y para que creyera en su palabra me dejaba la caja blanca. Miré la caja con odio porque era la culpable de todo lo que estaba ocurriendo. Como si intuyera que iba a echarla a la basura, me hizo jurar que la conservaría hasta su regreso. Después dio media vuelta y salió de la casa. Inmediatamente me dirigí a la caja y despegué una cinta gruesa para alzar las dos alas de cartón. Cuál fue la sorpresa al ver que en el interior había mariposas blancas que al ser liberadas dieron vueltas por la sala y se posaron en el techo, las cortinas y las paredes. Eso fue hace veinte años y Carlos no ha cumplido su promesa. Llevo todo este tiempo como una idiota conservando una caja vacía. Ya perdí la esperanza. Tal vez todo lo que me dijo fue un invento para abandonarme con mis dos hijas. Son veinte años, querido nieto, imaginando el regreso de un hombre que amé con toda mi alma. Ya estoy vieja y cansada. De no ser por ti, mi bello Rogelio, mi niñito, hace años hubiera enloquecido.



Esa noche, hace ya varios años, la abuela lloraba sin consuelo porque se le acababan las fuerzas y decía que se iba a morir sin ver de nuevo a su esposo. Me abrazó y lloré porque me dolía verla así. Pensaba que era injusto que un ser tan bueno tuviera que sufrir de esa manera. Lo único que se me ocurrió fue llevar mi mano derecha a su rostro. Justo en ese instante vi una mariposa blanca aleteando en círculos sobre nosotros. La abuela se limpió las lágrimas y me mostró las mariposas que volaban sobre las cortinas y toda la habitación. El corazón palpitaba muy rápido por lo que cerré los ojos con la ilusión de que al abrirlos las mariposas se multiplicaran. Pero ocurrió lo contario. Al abrir los ojos tanto las mariposas como la abuela habían desaparecido. Busqué por todos los rincones y lo único que encontré fue la caja blanca sellada con una cinta gruesa. Escuché que adentro algo se movía. Sin pensarlo la abrí y del interior volaron mariposas blancas. Dieron varios círculos sobre mí. Incluso, puedo jurar que escuché un susurro de voces de una anciana y un anciano antes de que salieran por la ventana. 


La soledad lo inmoviliza.
Por dentro, temblores y derrumbes.
Invierno crónico.
Ni los ojos, las fosas nasales,
las orejas, la boca,
el ombligo y el culo
sirven para evacuar el llanto.
Se inunda de abismos.







La chica camaleón-calzado visitó a F. Ella se sentó en la cama y puso cara de “chica quiere fuego”, “derrite suelas”, “camíname con zapatos nuevos”, “calzado cómodo de amar”. F empezaba a aburrirse. La chica acarició sus cabellos cordones negros abundantes e hizo con los dedos un peine improvisado.

Ella se despojó del vestido. Dos senos señalaron la boca de F, pero F le dijo que no quería. La chica puso cara de 43 Reebok nuevos, cara de botas Brahma indiana future boots y le pidió a F que la acompañara hasta su casa. F dijo que no porque estaba muy cansado, pero, en su condición de caballero le pedía al espíritu de él que la acompañara. “Espíritu acompaña a care-botas-Brahma indiana future boots hasta la puerta.” La chica hizo un gesto de All Star 5 ½ y se fue sin despedirse cerrando la puerta con furia. F verificó que la chica no la hubiese averiado. Luego se sirvió una copa de vino y asombrado miraba en las baldosas huellas de zapato derretidas, humeantes. Se tomó un trago y celebró que una vez más había hecho mejor el olvido que el amor.

Alguien tiene una alergia en la piel llamada sexo.
Brota y pica.
Hace tiempo quiere curarse.
Lee libros de poesía amorosa,
ensayos sobre el control del deseo
y cree mejorar.
Pero ve una mujer
y la piel hierve.
Es una alergia,
una roncha gigante.
Se rasca,
infecta la herida,
desespera,
tritura la palabra paciencia
y sobre sus residuos
se lanza al contagio.


Por ventiscas llega el deseo y te deleitas con las mujeres que te debilitan. Te gustan las que saben cómo robarte una mirada. Las que huelen a camino cercado por flores y alzas las fosas nasales. Respiras profundo hasta que aparezca un brote de ilusión en el instinto. Hueles y deseas. Deseas. De pronto, aparece una chica y con movimientos sutiles deja claro que no acortará la distancia, así te mire. Otra se escuda entre sus amigas y se inquieta contigo, sobre todo, por tu manera de sostenerle la mirada. Una tercera juega a hacerte creer que no existes para ella. Se esfuerza por dejarte en el gris civilizado del “¡no me importas!, aunque a veces se avergüenza al admitir que te observa con discreción. 

Con ninguna concretas. Tal vez no quieres. Quizá te aburres. Prefieres estar quieto. Respiras un poco. Con calma coincides en que todas son la misma mujer. El mismo espejismo maravilloso, el mismo filo de la navaja. Al final, lo aceptas, ellas son ninguna. Son la respuesta a tus impulsos primitivos. Los originales. Pura biología aplicada, puro reflejo y una gran posibilidad antes de echarse a perder.


Palabrería pus.
Pus pus pus.
Siempre está de más hablar.
Alguien es culpable de tener una boca
llena de palabrería pus.
Pus para una incertidumbre miope
pus para espantar la noche y sus adeptos
pus para que el amor no sea idilio
pus para asustar a las mujeres que quieren poesía y no hombre.

Pus pus pus.
La lengua
madre de signos pus
de palabrería pus
tristeza pus
despedida pus
alegría pus.
Un circo pus de gira por la vida pus
lleno de espectáculos pus
leones dormidos
y palabrería pus

¡Bienvenidos!
Podrán presenciar una boca sin dientes
que lustra zapatos
y escupe elefantes.
¡Señoras y señores!
¡Lo que esperaban!
Palabrería pus
para público pus.





Alguien guarda las frutas de ciruelas en los bolsillos,
son balas para rescatar la voz de su madre
                                 atrapada en un charco.
Alguien rodea el charco con sus muñecos de yupi.
Ve su rostro en el agua.
Dispara.
No hay señal de la voz de su madre.
Vuelve a disparar.
El agua le mancha los pantalones.
Alguien brinca y se arroja al suelo.
Los muñecos flotan.
Antes de que pueda rescatarlos el grito de su madre:

- ¡Alguien hora de bañarse!

Alguien abre los ojos, infla el pecho, mira el cielo y sonríe.
Misión cumplida.


Como el hombre que mira de frente los rayos del sol y le quedan manchas en los ojos que se reflejan en lo que observa, Alguien escribe lo que siente.

Se levanta temprano.
No se persigna,
olvidó como es eso.
Va a la cocina.
En una olla
hierve agua
con dos cucharadas de azúcar
y una de café.
Sirve.
Afuera, en la ventana,
ve una hoja de plátano.
Los verdes de la hoja varían con la luz.
Alguien parpadea.
Pone la taza de café en algún lugar.
Vuelve al cuarto.
Busca el cuaderno de apuntes.
Está por concebir
el verso que lo inmortalice.
Escribe:
la hoja de plátano es verde.




La habitación
es quien habita en Alguien.
Le quita las telarañas de los labios
y los ojos.
Se asegura de que Alguien, su ente móvil,
el que la trasporta fuera de casa,
esté bien aseado.
A veces es justa
y deja que Alguien crea que ella es la habitación.
Alguien la desordena un poco
tira un zapato, un bolso o un libro.
Pero esa ilusión se le permite a Alguien
minutos antes de dormir
cuando el desánimo es lo mismo que el ánimo.


Alguien es el ratón que se disfrazó de gato
para cazarse a sí mismo.
Alguien es un principio,
un retorno a lo invisible,
un automóvil en reversa.

Alguien es un hombre con el pecho 
                          inflado de sombras,
un punto que es todos los pánicos,
un cocuyo que anhela ser estrella.




Alguien va al psicólogo.
Sale del consultorio con hojitas de lechuga en la mano.
La calle está llena de conejos.
Un saltito
dos saltitos
tres saltitos.

Malos consejos de consultorio.



Por algunos años fui las sobras de otros.
Consumí fritos y fui altamente grasoso 
                                   y contaminante.
Me nutrí y nutrí de lo menos saludable.
Hasta que empecé a verme como consecuencia
                                                  de los alimentos. 

Ahora soy caviar,
un suculento plato.
Ya no me da hambre de compañía
menos, alzo el plato para pedir migajas. 
Al contrario,
consumo lo que fortalece el amor, el propio,
el que te hace dulce, suave,
digerible y exquisito. 


El abuelo sufre de Alzheimer y hace ya tres años que no reconoce a su propia familia y los confunde con sus amigos de la infancia. Parece que se quedó en esa época y a sus ochenta años se le ve en el prado buscando hormigas e inventando figuras con un palo en la arena. Ayer llegué de la cuidad y me senté junto a él a mirar una flor. Durante veinte minutos estuvo en silencio hasta que sorprendentemente me llamó por mi nombre y sin dejar de mirar la rosa dijo que si uno sintiera un poquito el corazón descubriría que muchas veces se vive por nada y puede envejecer sin siquiera haberse detenido a oler una rosa. Sonreí y le pregunté entusiasmado quién era yo. Él se quedó mirándome unos minutos. Luego, sonrió y me dijo que el tiempo era una escalera que conducía a una torre donde estaba atrapada la juventud, una princesa hermosa con senos grandes de pezones rosados. Él hablaba sin dejar de mirar la rosa, estaba en el último peldaño y sentía que estaba llegando al final. En ese instante se levantó con el bastón y empezó a caminar. Salió de la casa y no tuve la fuerza para detenerlo. En las huellas de sus pasos brotaron algunas rosas de un rojo intenso.






Lo conocí en el primer semestre en la Universidad. En ese entonces fumábamos Piel Roja sin filtro, escribíamos a mujeres desconocidas, bebíamos vino hasta la inconsciencia porque en nuestra juventud nos era permitido el agravio. Fundamos “El club de la serpiente” donde leíamos nuestros textos y maldecíamos cuanto se pudiera nombrar. Pero, cuesta creerlo, éramos inofensivos. Quizás, el único hecho relevante fue cuando entramos a un supermercado armados con flores de plástico en los bolsillos. Habíamos conseguido un ramo de girasoles en un almacén de antigüedades. La cajera, cuando le dijimos: “¡Alto, esto es un asombro!” activó la alarma y un vigilante nos encerró en una bodega. Allá nos golpearon en las piernas y brazos. Pasamos varios días en cama reponiéndonos de la golpiza. 

Semanas después, “El zurdo”, como le decíamos por cariño, entró en depresión. Decía que quería irse de la universidad porque era demasiado genio para la academia. Lo escuché y en vez de disuadirlo lo animé a que madurara la idea. Dije que la universidad era una mierda para los adelantados y que yo me iría con él a conquistar Suramérica. Nuestro sueño era darle la vuelta al continente. 

Pasaron tres días y “El zurdo” no fue a clase. Un mes, dos meses… A los seis meses me enteré de que estaba internado en un centro de rehabilitación por consumo de marihuana y sustancias químicas. Después se escapó del centro y no volví a saber nada de él. Seis años más tarde me lo encontré. Estaba sentado en un andén fumándose un porro. Parecía otra persona. Estaba muy flaco y con la mirada perdida. Tenía la misma mirada de los sonámbulos. Le hablé y no me determinó. Me senté a su lado y siguió mirando las nubes. Estuve sentado una hora sin lograr comunicarme. De pronto él me miró y en ese instante llevó una mano a la mochila y extrajo un pedazo de una flor de plástico. Sonrió y se dirigió hasta una vendedora ambulante. Lo seguí. Cuando estuvo frente a la mujer le habló, pero sus palabras eras inentendibles. 



Los rayos de sol se filtran por las rendijas de la ventana hiriendo los ojos de Felipe. Son las siete de la mañana. Hora de levantarse, bañarse, ponerse el pantalón azul oscuro y la camisa blanca, medio desayunar y salir. En la calle la gente va y viene. Felipe camina con la mirada al frente atento a la anciana que cruza la calle, la motocicleta entre dos automóviles, la niebla, el sol que irradia rayos de distintos colores en los espejos, el niño frente a un árbol, el hombre que camina indiferente. En la avenida mira los postes, los transeúntes, las casas... Imágenes mudas, sin resolución. Camina sin mirar, sin ir, sin rumbo al trabajo. 

En la oficina se sienta en el sillón giratorio y presiente que ha estado allí muchas veces, frente a los mismos textos para corregir y entregar en la tarde. El mismo día que avanza con las mismas rutinas. Sobre el escritorio el mismo arrume de textos mal escritos que corrige una y otra vez. No le gusta encontrar los mismos errores ortográficos, como si el mismo texto fuera escrito todos los días por alguien diferente. Se enfurece con los mismos informes mal redactados. En ese momento tira varias hojas al recipiente de la basura. Respira y trata de calmarse pero no encuentra un motivo. Al contrario, cada día se encuentra más afligido. Incluso, llega a imaginar que las paredes empiezan a estrecharse hasta el punto de aplastarlo o el techo se desprende y acaba con su existencia.

Luego, se dirige al restaurante y mira el precio del plato típico. En ese momento se percata de que todas las mesas están copadas y decide no almorzar. Enciende un cigarrillo y se dice a sí mismo que la multitud aburre, pero estar un día sin ella es insoportable. Se necesita de otros cuerpos para alimentar la tristeza. Exhala la última bocanada y arroja la colilla a una charca y produce un sonido semejante al estornudo de un bebé. En la calle, otra vez el azar con su música en escala de grises. Desde alguna parte se escucha There to get ready, Summer song de Dave Brubeck y él camina mientras rompe la última hoja de su currículum vítae.  




La chica camaleón-calzado visitó a F. Ella se sentó en la cama y puso cara de “chica quiere fuego”, “derrite suelas”, “camíname con zapatos nuevos”, “calzado cómodo de amar”. F empezaba a aburrirse. La chica acarició sus cabellos cordones negros abundantes e hizo con los dedos un peine improvisado.


Ella  se despojó del vestido. Dos senos señalaron la boca de F, pero F le dijo que no quería. La chica puso cara de 43 Reebok nuevos, cara de botas Brahma indiana future boots y le pidió a F que la acompañara hasta su casa. F dijo que no porque estaba muy cansado, pero, en su condición de caballero le pedía al espíritu de él que la acompañara. “Espíritu acompaña a care-botas-Brahma indiana future boots hasta la puerta.” La chica hizo un gesto de All Star 5 ½  y se fue sin despedirse cerrando la puerta con furia. F verificó que la chica no la hubiese averiado. Luego se sirvió una copa de vino y asombrado miraba en las baldosas huellas de zapato derretidas, humeantes. Se tomó un trago y celebró que una vez más había hecho mejor el olvido que el amor.

Hace unas lechugas llegó el amor. Ella lo sabe. Sonriente, al sentirse observada, se desnuda con lentitud dolorosa. Una brisa y un poco de neblina es lo que la aleja de su amante. La mirada de él, viento que disipa las nubes, empaña la ventana.

Soy un fabricante de sueños. Bueno, más bien del paisaje en qué ocurren. Es decir, nací con el don de ambientar algunas escenas en el subconsciente del soñante. 
Desde pequeño pintaba paisajes y quienes lo veían afirmaban que después se introducían en ellos al dormir. Por tal motivo, una orden sacerdotal me recluyó en un monasterio para orientar mi don y así, darle a los sacerdotes, un descanso merecido. A cambio, le dieron a mi madre una pensión mensual.
Al crecer me educaron como uno de ellos. Claro, me dieron ciertas libertades: Podía estar en la biblioteca, en las tarde, pintado. 
Amo pintar. Cuando lo hago no hay nada en el mundo que me llame la atención. Todo yo soy paisaje, cada vez más variado. 
Procuro no pintar personas. Ha ocurrido que al pintar a alguien su destino se ve condicionado por el paisaje. Es decir, si hago el primer plano de un caballero y de fondo una tarde sombría, lo más seguro, es que el hombre tenga alguna ruptura, una depresión. También, admito, he hecho cosas milagrosas. Hace unos meses llegó un caballero con la foto de su hijo que fue secuestrado. Pagó una fortuna a los monjes para poder verme. Dibujé a su hijo en casa, alegre. De fondo entraban rayos de sol y una luz celestial que le daba calidez al hogar. Le sugerí al hombre que durmiera con el dibujo bajo la almohada. 
A partir de entonces se complicó mi trabajo. Muchos pagaron un alto precio por aparecer en mis dibujos. Otros, y esto me pesa en el corazón, me convencieron de inducir pesadillas. Por ejemplo, dibujé un señor entre varas de hierro. Después me enteré de que era el hermano de un político importante y lo llevaron preso. Otro, se fue del país huyendo de sus responsabilidades. Debido a esos sucesos, los sacerdotes decidieron encerrarme. Al principio me dejaban estar por el templo. Una vez salí a un jardín cercano y me quedé observando una flor, pues sus colores eran una alucinación. Los monjes creyeron que pensaba fugarme y me encerraron en una celda sin papel ni colores. 
No entendía el porqué me trataban así. Me contó uno de los pocos aliados que tengo en estos calabozos, donde se han podrido todos los rebeldes cristianos, o lideres sindicalistas, que los sacerdotes afirman, a quien pregunta por mí, que desaparecí sin dejar rastro. Al parecer fui secuestrado por un grupo guerrillero. Aunque, la causa de mi encierro, es que uno de esos personajes que me visitaron pagó un precio exorbitante para desaparecerme porque soy una amenaza estatal. Los sacerdotes, por el cariño que me tienen, no me eliminaron, solo me enclaustraron. 
Lamento que teman. ¡Si entendieran el bien que se puede hacer al ambientar un sueño con mis paisajes! Eso hace posible los sueños. Me duele que se les priven a las personas de bien, a los hijos de Dios, la posibilidad de materializar sus sueños más profundos. Es deplorable que se me considere peligroso por mis paisajes sombríos, los cuales fueron por encargo. Sé que esos dibujos conectan con el sufrimiento del soñante e inducen a la culpa y el remordimiento. Cuando son más los dibujos que han dado felicidad y prosperidad.
No entiendo a los sacerdotes. Saben que soy incapaz de hacerle daño a alguien. Podrían enviarme lejos y no privarme la posibilidad de dibujar, mi pulso, lo que sé y amo hacer. Por ello, para pasar el tiempo entre estas paredes, empecé a imaginar en mi cabeza trazos mentales, repetitivos. Con los días, como un director de cine, decoré mis pensamientos. Hice como una especie de cortometraje. De tanto pensar las imágenes empezaron a tener secuencia y trama. Lo más difícil fue introducir algunos personajes. Luego, mostrarles, por imágenes, como fotogramas, el camino al lugar donde estoy encerrado.


Llevo varios días soñando con aquel hombre que me ayudó a encontrar a mi hijo. Quise volver a él y agradecerle, pero los sacerdotes dijeron que había desaparecido. Me dolió profundamente. Hice, desde mi despacho, pues soy juez, una búsqueda exhaustiva y sin resultados. 
Cuando ya me iba a dar por vencido empezaron a llegarme ciertas imágenes en los sueños. Vi una celda, un camino, algunos árboles, y el monasterio. No entendía qué significaban. Así que volví y me sorprendió encontrar en el templo una docena de personas que afirmaban que allí estaba el fabricante de sueños. Los sacerdotes negaron. Logré una orden judicial y al entrar al recinto, me sorprendí al caminar por él como si ya lo conociera. Supe dónde buscar. Bajé, con familiaridad, unas escaleras. Llegué a unos calabozos y allí lo encontré. Estaba demacrado y en un profundo sueño.


Julio está rodeado de muy buenas referencias. En su casa hay Cds y libros indispensables. En la mesa de noche hay biografías de cantautores  como León Gieco, Lenoard Cohen, Bob Dylan, entre otros; poetas como Neruda, Whitman, Pessoa, Borges [musicaliza el soneto La Lluvia]; o discos de Víctor Jara, Quilapayún, Inti Illimani, Violeta Parra, Joaquín Sabina, Javier Krahe, George Brassens [de quien tomó la música de una canción para componer  El amanecer].


Un hombre soñó que una mujer tenía dos mil ojos y los abría. Se despertó sobresaltado y salió de su casa a tomar un poco de aire. Afuera, en la estepa, encontró un ejército de cocuyos.

Cuando un cabello hace parte de la arquitectura del nido de un pájaro, un hombre encuentra en un sueño la respuesta de algo que creía imposible.


Casi siempre se encuentra un decálogo sobre cómo redactar un cuento, conquistar una mujer o descubrir una infidelidad... Se dan pautas, bajo el uno y el cero. Reflexionando sobre el diez se encuentra que diez son los dedos de las manos, diez son los mandamientos. Además, al diez se le atribuye el sentido de la totalidad. En fin, en esta ocasión se acude a las bondades del diez para intentar dar algunos dechados sobre el cuidado del agua, que debería ser tan importante como el proceso de paz o el impacto del dólar en la economía. Pues, sin agua, habría hambruna porque no se puede remojar los alimentos con saliva. Tampoco, respirar sin humedad en los pulmones. 

1. No juegues con el agua: El agua es un recurso insustituible, agotable y no nace en supermercados o almacenes de cadenas. Sin embargo, varias cosas de las que usas necesitan de agua. La bicicleta en la que paseas requirió por lo menos 1. 817 litros para el acero. La lámpara fluorescente que cuelga en la sala tiene solo 0,01 por ciento de su peso en mercurio y puede contaminar 30 mil litros. ¡Imagínate la contaminación de mercurio y cianuro en las fuentes hídricas con la extracción de oro! Esto no es un juego. 

2. No contamines: Lo que tires al suelo devela el nivel educativo que tienes. A mayor educación mayor cuidado del entorno. Por ejemplo, cuando tiras ácidos y disolventes por el inodoro o el drenaje envenenas el agua. 

3. Riega el jardín por la mañana y o en la noche: El horario influye porque con el calor se evapora el agua. Parte de tu alimento depende del agua que derrochas. Estima que para una porción de la lechuga que consumes se necesitan cerca de 23 litros y para una de carme vacuna más de 9 mil litros. 

4. Cierra la llave mientras te cepillas los dientes: Una modificación en tus hábitos puede cambiar al planeta. Pues, una canilla a diario que gotea pierde casi 1.900 litros de agua por mes, la suficiente para bañarte unas 100 veces.

5. No demores en la ducha: A veces, abres la llave y esperas que salga el agua caliente. Si es así, ten un balde cerca para recoger la fría y úsala en otras cosas. También, puedes cantar, vale un pito si eres desafinado, pero cierra la canilla. Si quieres reflexiona y ten presente que en promedio, si eres adulto, quienes cultivan lo que consumes, necesitan unos 24. 400 litros de agua.

6. Lava el carro o la moto con cubeta y no con manguera: Haz el esfuerzo en estregar. Solo imagina que el juego de llantas de tu vehículo requirió, como mínimo, 7.853 litros de agua. Gracias a toda esa agua puedes darte el paseo matutino. ¡Así que agradece cuidándola! 

7. Repara o reporta las fugas de agua: Repara las fugas de agua en tu casa e informa sobre cualquier fuga en la calle a la autoridad correspondiente. Recuerda que hay leyes para aquellos que no cuidan el agua o la contaminan. Por ejemplo, en Antioquia, un departamento hídrico, es alarmante la contaminación de ríos y quebradas gracias a la minería, las hidroeléctricas y la tala de árboles. Cuando la Ley 1333 dice: “Todo el que realice acciones que lesionen, deterioren, degraden, o destruyan el medio ambiente, deberá ser sancionado como lo fija la ley”.

8. Lava los trastes en una bandeja con agua y no con la llave abierta: Cuando dejas la canilla abierta al lavar los platos podes gastar hasta 120 litros cada vez. Con cinco lavadas con la canilla abierta se podría fabricar la edición de un diario que requiere alrededor de 568 litros de agua.

9. Aprovecha el agua de la pileta para lavar todos los alimentos y no los laves uno a uno: Incluso el trigo que consumes, aunque cueste creerlo, para la producción de una tonelada se necesitan mil toneladas de agua. 

10. Cuídate a conciencia y comparte este decálogo: Come, duerme, respira e hidrátate bien. Si estás sano puedes unirte al cuidado del agua. Recuerda que cuando estás deshidratado el desempeño físico se reduce en un 22 por ciento. Además, si tu cuerpo pierde de 3 a 5 por ciento de agua es posible que padezcas nauseas, mareos y dolores de cabeza. Incluso, alucinar y perder la conciencia.


El placer es fuego atizado por el viento.
Pienso en el pasado más cercano.
La última caricia
el último lecho donde hizo acrobacias 
                                       el corazón
y el deseo emerge como llama
antorcha 
impulso incontenible.
Entonces te veo.


“En la pira bautismal del corazón 
Te nombro para la muerte
Para no perder ya
Tu presencia.”
J.O.

Hay libros que uno deja en la memoria. La mayoría son de poesía. Esto, tal vez, porque la fugacidad del poema gusta más a la emoción. Por lo general, esos libros que nos acompañan en el trasteo o se visitan en la biblioteca son de autores muertos. Por algo, los buenos lectores recomiendan aquellos que han sobrevivido al tiempo. Y bueno, abuso de mi condición de mal lector para agregar a mi biblioteca de la memoria una obra de un autor vivo: Radiación y Silencio de Julián Ospina, ganador de Estímulos al Talento Creativo 2014.  

Me refiero a lo memorable porque de entrada es un libro hermoso, pequeño, fácil de cargar. Es de anotar que las ilustraciones de Alejandro Echandía son un poema visual. Parece que nada tienen que ver con el texto y a la vez son el texto mismo. 

Al abrirlo uno se encuentra con que es un libro que desacomoda porque el poeta escribe para sí y no para los demás. Esto permite que sus poemas sean íntimos. Cuando me refiero a íntimos acudo a la valentía de exponerse: “Solo en ti, amor, puedo odiarme.” Es intimidad que incomoda y desnuda. 

También fui testigo de su creación. Julián tenía sobre su escritorio un arrume de libros que leía a la vez. A parte había algunas hojas sueltas, sin ilación, bosquejos de poemas. Por ello, Radiación y Silencio agrupa los ejercicios de varias libretas de apuntes: “El garabateo de lápiz/ De lo que ha mucho tiempo/ Consideraste sentido…”. Es evidente la lectura y las correcciones. Un trabajo constante que permite que la inspiración aparezca como un hecho natural. 

Radiación y Silencio es un libro forjado con la espada de la práctica que supera la práctica. Es decir, llega a lo espontaneo, lo que surge de improvisto, sin forzarse, sin dirigirse. Por algo, el libro no se limita al canto de una musa o temas gastados como el amor, la muerte, la incertidumbre; u objetos decorativos y molestos como el cigarrillo, los bares… Más que musa, temas u objetos en el libro hay silencio “Voz de lejanía/ Sentido secreto de las constelaciones”. Es un silencio que aturde cuando aparece el tigre, la montaña despierta, el águila es mediodía, el poeta está ebrio de vacío y la luna llena es el azabache cráneo del búho.


"No permitir que se despinte el paisaje.
No abandonar a mi soledad entre la multitud.
No alejarme de aquellos libros gastados."
E.R.

El estilo es una manifestación del alma. No se sabe muy bien de dónde nace, a qué se debe, pero está ahí y lo define a uno. Eso más o menos pasa con la poesía de Edwin en su libro Poética del territorio, libro ganador al Talento Creativo 2014, publicado por Pulso & Letra Editores.

Su libro es un territorio donde el abismo y las montañas son paisaje: “Empuño la taza de café/ como quién levanta una espada”. Sin embargo, a mi modo de ver, lo abismal y la continua evocación de la angustia pareciera más un postulado estético del poeta que un sentir profundo. Pues, hay imágenes terribles y bellas que pocos quisieran encarnar: “Esta vida sosa/, ausente, lejos del cuerpo”. Y otras más que son un índice amplio de poetas fatalistas como Baudelaire, Rimbaud, Bukowski, Cesar Vallejo, Artaud, entre otros. Y de pronto, cuando uno está sumergido en la lluvia de sus tristezas aparece un resplandor que emociona: “Quiero hacer las paces con la vida. /Acepto al viento y las arañas”. 

Su peculiar forma de escribir, que uno podría definir como telegráfica, quien lo creyera, es su influencia en quienes lo hemos leído. Confieso que fue él quien me enamoró de la literatura. Tendría yo 17 años y estaba sin saber qué hacer con mi vida. Hasta que una tarde se apareció Edwin y me hizo una invitación. Fui a su casa y me sorprendí al ver en su cuarto una botella de vino tinto Santa Elena, en ese entonces conocida como La Casona. En la botella tenía el poema El alma del vino de Charles Baudelaire pegado en una hoja amarillenta. Ese día, la poesía, quedó en mi corazón como un trago de vino que se filtró en la sangre.

Una de las cosas que se rescata de su poesía es que es directa y pega en las tripas. Tal vez se deba a que el poeta no permite que la emoción esté por encima del poema: “Solo es posible hablar de amor/ en lenguas muertas”. Acude a la emoción con un sentimiento crítico, distante, cosa que le permite, en pocas palabras, manifestar su rebeldía, aullido, fatalismo. 

Un párrafo aparte para las ilustraciones de Omar Ruiz, quien compagina con sus trazos las intenciones de los versos. Sus imágenes permiten ahondar en la esencia del ensueño, esa otra realidad, medio gris, que aparece en Poética del Territorio, donde el lector, estoy seguro, no saldrá igual después de recorrerlas.





“La lluvia sabe escuchar la plegaria de las montañas.
En tiempos de sed
Oro con ellas”.
J.F.O.


Hace unos días Juan Felipe Ospina me obsequió su libro Constitución de los árboles y otros poemas humanos publicado por Sílaba Editores. Lo miré y agradecí al tiempo que me asusté porque la amistad está condicionada por la gratitud y el amor y desde ese punto de vista hasta los poemas cojos caminan bonito. Sin embargo, este libro, ganador de Estímulos al Talento Creativo 2015, me sorprendió por la sutiliza. Hay un viento vivo que sopla entre las páginas y dan ganas de respirar. Cosa pasada de moda en los poetas jóvenes que lo que buscan es romper la respiración. 

En estas breves páginas se ve un poeta que también es prosista. Tiene lo mejor de ambos géneros. En la prosa el escritor se hace bueno en los conectores, en las intercepciones de las ideas o frases y le cuesta esa escritura cortada, telegráfica, fugaz… que es habitual en la poesía. En este libro la escritura es a veces telegráfica, fugaz y cortada y también, apenas deja ver la terminación de un verso y el inicio de otro. Ejemplo, el poema Carbón y alas: “Esta palabra: /Pájaro,/ es en verdad un pájaro./ Viene desde el primer bosque hasta el carbón del lápiz y/ extiende al vuelo sus alas en el aire fósil del papel.”

Este libro, y es algo notorio, no es grotesco ni terrible o sentimental, cosa que buscan muchos escritores jóvenes en su afán desenfrenado de encontrar su voz. En él, la objetividad podría ser extrema, pero no lo es. Hay un lenguaje sutil y prosaico entre lo poético que no es desgarrado ni florido, más bien ascético, y deja ver la voz del autor sin que le dé al lector pautas morales sobre la vida. “Tengo un derrame de petróleo en las retinas”. Cuando se dice lenguaje ascético se refiere a la lucha solitaria del autor en la búsqueda de la palabra indicada, sin guiarla o someterla. Pues lo que busca es alumbrar ciertas zonas sombrías en el alma del poeta que es un bosque creado de su mundo psíquico y emocional dentro de un contexto vegetal, prosaico y sutil. 


Para este libro es vital ese postulado de que la prosa fluye cuando se tiene algo que contar. Acá se cuenta la poesía y crea un mundo posible. Por ello, lector, encontrará pájaros como razonamientos sencillos, naturales e insinuantes en esta constitución de árboles.



Te quiero porque el amor tiene fecha de vencimiento. Vence cuando admites que dura para siempre y te niegas el momento, el instante, el presente que siempre pasa, se va, se esfuma y deja de ser tuyo cuando me recuerdas. Y te recuerdo y sé que me quieres cuando admito en mí la necesidad de ti, de cuerpo de ti, de compañía de ti y creo que el amor es espontaneo, sin arreglos musicales ni cartografías diseñadas. Y las fechas son para todo menos para el amor porque a veces me aferro a un capricho que difumina el fondo, los detalles del paisaje, y visualizo tu rostro que de tanto verlo se me hace amorfo y me asusto porque me eres cotidiana y te asustas porque ya no soy tan simpático… y nos sucede el silencio, las cosas no dichas que no sabemos expresar y que apenas sabemos que sentimos… y nos suceden los fluidos, las palabras descuidadas y mal intencionadas… Y nos aferramos a las tablas de la cama cuando hacemos el amor en un intento desesperado de que suceda lo inevitable. 

Pensándolo mejor, a veces creo que no te quiero porque no sé si te quiera de una manera definida como se quiere un amigo o un libro. Por ello, no sé si cuando te digo te quiero quiera algo de ti que me haga falta y me ayude a estar tranquilo. Es decir, como comer cuando tengo hambre o descansar cuando estoy agotado. Es un querer distinto, una alegría difuminada o una sonrisa fugaz, pero que es alegría y sonrisa. Lo que ocurre es que de tanto quererte me dan unas ganas incontrolables de verte menos. Es que tu cercanía me hace extrañarme para volver a ti renovado. ¡Si supieras cuánto te quiero cuando admito que hay días en que celebro no verte! ¡Si supieras cuánto te quiero cuando miro el vacío y pienso que las nubes se retrasan y con ellas la lluvia, que hace calor y quisiera un poco de viento, que a veces me eres tan ajena como la mujer del prójimo o extraña como si te viera por primera vez y me alegrara de verte y me extrañara de verte! ¡Si supieras cuánto te quiero cuando te quiero con la lentitud del olvido!

En definitiva te quiero los lunes cuando inicia la semana y abrimos los ojos con el letargo de tener que movernos y separarnos. Te quiero los martes cuando no estas y las palabras son palomas mensajeras que llegan a medias. Te quiero los miércoles como si no te quisiera y entonces miro por la ventana como buscando una señal en el cielo mientras tú te arreglas las uñas o charlas con alguien por el celular. Te quiero los jueves cuando me haces un reclamo y no estoy para atenderlo y te duele y te enojas y me quieres menos y arrugas las cejas para fingir una dureza que se desquebraja con una sonrisa. Te quiero los viernes porque los viernes son días verdes para ir tomados de la mano, espontáneos y seguros porque el beso y el abrazo son un alimento sutil y sonriente. Te quiero los sábados cuando me alejo de ti para extrañarte porque quiero escribir, estar sin ti; en cambio, tú quieres estar contigo pero conmigo cerca y te alejas con la tristeza de no entender que yo pueda estar solo sin ti como si impidieras mi intimidad. Te quiero los domingos cuando eres otra que finge no conocerme porque me ve contradictorio e indescifrable, como un solitario innegociable que vuelve a ti con los brazos abiertos, con las ganas renovadas y la determinación de cerrar los ojos antes de que me seas un recuerdo y te sea una imagen lejana. 


A veces soy muy religiosa para evitar mis pensamientos libertinos. Eso me ha funcionado. La idea de un castigo supremo impide que le dé rienda suelta a mis fantasías. Es una medida de control mis rosarios. Sin embargo, desde que encontré a Ricardo me es difícil contenerme. Lo intento, de verdad que lo intento. Incluso me he mordido la lengua hasta el punto de sacarme sangre con tal de no develar mi naturaleza de ninfa, de mujer salvaje y apasionada. Lo he intentado, he hecho mi mejor esfuerzo... Y cedo al encanto de ese hombre que es un toro con astucia de zorro. Incluso, cuando él no está y en el baño veo las marcas de sus uñas sobre mis senos me toco pensado en sus manos, en sus uñas gruesas y duras. Sus uñas que se clavan en mí y no puedo ya pensar en otra cosa. Solo la cama es mi soporte y me agarro a ella como si fuera a caer a un vacío delicioso, esperado. Me agarro de lo que pueda y la cama no es suficiente y se me olvidan las Ave Marías, las oraciones. Ni si quiera puedo rezar cuando él abre mis piernas como Moisés abrió el Mar Rojo y el camino queda para él y su pueblo elegido de suspiros y preceptos lisiados de buenas costumbres. Él me atraviesa y toda yo, hecha sedimento, lo siento subir por mis entrañas hasta la orilla de mi vientre. Entonces el agua vuelve al agua e inundo al pueblo de preceptos lisiados de buenas costumbres que me contienen y grito como una loba y Ricardo grita como un lobo y ambos parecemos flotar en la cama. Ni siquiera la madera nos contiene. En ese momento, lo confieso, ya no quiero rezar. No me hacen falta las oraciones. Me siento mejor que nunca. No sé, pero desde que conocí a Ricardo ya no soy tan religiosa, en cambio, si soy más libre, más yo, más ninfa. Tal vez esto me delate, pero desde que estuve con él por primera vez quiero que me visite siempre. Todos los días. Sin embargo, Ricardo no puede salir de mis sueños.  Viene en la noche inesperada. No avisa, habla poco. A veces, cuando creo que lo olvido me sobresalta en el mundo onírico. Asimismo, padre, no sé como confesar lo que me sucede con este hombre que sueño que ni sé si en verdad se llama Ricardo y que me deja sin fuerza para continuar con mis rosarios y mis oraciones matutinas. 


Las redes sociales están ocasionando una ruptura en el diálogo donde cada vez es más difícil confrontarse, entenderse, manifestarse en intimidad. Pues en la conversación no solo cuenta el mensaje escrito, lo que se dice; sino los gestos, los silencios, la sonoridad de la voz, el lenguaje no verbal… Pues, lo que se dice por un chat representa el 10% del sentido del mensaje que se trasmite. 

Pensaba en esto y encontré en el País, en su portal de internet, una entrevista que le hacen a Zygmunt Bauman, uno de los grandes pensadores más representativos que reflexiona sobre la revolución digital y su impacto. Este polaco se ha ganado con su obra el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades de 2010, junto a su colega Alain Touraine. 

A Bauman lo entrevista el filósofo español Javier Gomá, en el marco del Foro de la Cultura, y responde de manera clara y contundente a la última pregunta de la entrevista, sobre las redes sociales. 

Javier Gomá: Usted es escéptico sobre ese “activismo de sofá” y subraya que Internet también nos adormece con entretenimiento barato. En vez de un instrumento revolucionario como las ven algunos, ¿las redes son el nuevo opio del pueblo?

Bauman: La cuestión de la identidad ha sido transformada de algo que viene dado a una tarea: tú tienes que crear tu propia comunidad. Pero no se crea una comunidad, la tienes o no; lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionadas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales. Estas las desarrollas cuando estás en la calle, o vas a tu centro de trabajo, y te encuentras con gente con la que tienes que tener una interacción razonable. Ahí tienes que enfrentarte a las dificultades, involucrarte en un diálogo. El papa Francisco, que es un gran hombre, al ser elegido dio su primera entrevista a Eugenio Scalfari, un periodista italiano que es un autoproclamado ateísta. Fue una señal: el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia… Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa.

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