Fernando durante años anheló un maestro para aprender a vivir. Estuvo en varias religiones y movimientos espirituales. Incluso hizo un ayuno de siete días y se trastornó a tal punto que creyó que estaba muerto. Decepcionado empezó a caminar sin rumbo. Cada vez más silencioso. 

Amanda, la hermana menor de Fernando, tenía una finca a las afueras de la ciudad. Allí vivía un anciano que cultivaba yuca y plátano. Ella, cierta vez que vino Fernando a visitarla, le propuso quedarse. Él aceptó. 

Al principio, Fernando no determinó al anciano. Durante el día se sentaba en el corredor, inútil. El anciano fue a un tanque, sacó agua en un balde y se la arrojó a Fernando. Fernando como un toro decidió atacar a su agresor. De manera asombrosa el viejo saltó por encima de Fernando. Luego realizó un giro inesperado y le dio con el balde en la cabeza. Fernando se sentó con los ojos incendiados. 

El anciano soltó una carcajada. Fernando llenó otro balde de agua. El anciano apenas se sostenía en pie de reírse. Fernando le arrojó el agua, con balde incluido. Sin embargo, aunque el agua y balde impactaron, el anciano seguía riéndose sin ningún enojo, exclamación de dolor o rastro de humedad.    


02 de mayo 2020
Por Juan Camilo Betancur E.


Leí un poemario, Informe sobre la belleza de un gran amigo, el poeta Edwin Rendón. Aunque muchas veces he escuchado que uno no debe opinar sobre la obra de un cercano porque está condicionado y esto no permite ser objetivo. No estoy del todo de acuerdo porque es precisamente ese condicionamiento, el que brinda la cercanía, lo que posibilita ir más allá de la obra y darle una mirada más profunda. Por eso, celebro este poemario porque me conmovió, comentario poco objetivo, sobre todo si agrego que lo encontré dos veces bello, por ser de un amigo. 

El libro de Edwin se divide en tres partes: “La belleza y el amanecer”, “La belleza y el atardecer” y “La belleza y el anochecer”. Esta división da la impresión de que la belleza es un día con sus ciclos (mañana, tarde y noche). Esto le aporta al poemario una idea cíclica. Como si en el trasfondo del poemario, en los espacios entre líneas, en lo que apenas insinúan los poemas, se manifestara el misterio de la belleza como en un día que se repite a diario. Es decir, como si el poemario contara con la magia del día que vuelve al amanecer y de nuevo inicia la vida con su incertidumbre. Si es así, entonces en el poemario, como en un día, pasan muchas cosas que poco se recuerda. No obstante, en este poemario los eventos no escapan de la memoria porque está lleno de momentos decisivos de relevancia. Veamos: “En la mañana,/ la ventana abierta/ gotea claridad”, del poema Un estudio sobre la luz, “Disfrutar la tarde, el amor, el café,/ la hegemonía de la tristeza”, del poema Plan de vida, “Después de la tempestad/ la noche abre sus carnes/ y se entrega al poeta/ que hunde sus colmillos/ y se nutre de su savia”, del poema Fragmento de la noche

Al leer el poemario se manifiesta la belleza de lo cotidiano desde la infancia, la creación literaria y el paisaje. Está la belleza presente por lo que es inevitable que también se asomen en el poemario sensaciones como la melancolía y la nostalgia. Esto, porque todo encuentro con lo bello, si es bello, genera perplejidad ya que requiere más atención y esto provoca algo muy similar al vacío. De ahí que la melancolía sea un registro de lo bello o lo sagrado cuando se ve algo conmovedor como un amanecer, un camino o el brote de una flor. Ante esto uno se conmueve. Otra cosa es cuando se lee. No obstante, en el poemario se manifiesta constantemente la naturaleza y eso también conmueve. Se evidencia en poemas como: El nacimiento, Lista de agradecimientos, Juego de la canica, entre otros, que generan un estremecimiento interior porque invita a estar en silencio, sin pensamiento, mirando en un estado de estupor. Luego, no siempre, llegan reflexiones trascendentales con el vapor de un chocolate caliente, con el abrigo de un fogón de leña o con el recuerdo de la casa de la infancia del poeta. Cito uno de los muchos episodios que conmueven dentro del poemario. “Ahora viene el poema/ recoge leña del monte,/ la belleza en astillas”, del poema Fotografías de la infancia

Ahora, el término “luz” y belleza” en el poemario son como lámparas que alumbran el paisaje y hace que lo cotidiano se perciba con otra sensibilidad. Entonces, se requiere ojos nuevos para el nuevo paisaje que muestra lo oculto de lo cotidiano. De esta manera, la visión, que es más que una función de los ojos, transmite la sensibilidad de lo observable. Y en esa medida los términos “luz” y “belleza”pintan de nuevo el paisaje. Por lo tanto, se pueden ver las cosas sencillas que escapan de la superficialidad. Cosas que se ven con mirada fresca. Cosas donde la naturaleza se manifiesta y genera un clima interior, como si se caminara por un pueblo lleno de flores, abejas y árboles. Así, al menos se percibe en poemas como: El día retrata asombros, Naturaleza del poema o Juego de luces. Este último poema lo cito entero porque en él la “luz” y la “belleza” resignifican el trascurso del camino: 

“Poema de la noche 
y los días nublados. 

Poema se concentra 
en el origen de la luz. 

Responde con destellos 
y partículas incandescentes. 

Dialoga con luces 
brillantes y cenicientas. 

Estudia el color y la sombra, 
enciende velas y lámparas. 

Le prende fuego al camino 
para iluminar el paso." 

Desde una mirada general el poemario Informe sobre la belleza cuenta con versos donde se evidencia una preocupación por los ancestros, como se ve en el poema Posibilidades de la nostalgia: “El poema/ puede volver a tocar,/ con manos de niño,/ el rostro viejo de mamá./ Su aroma, su voz”. También hay modelos y metalenguaje en versos que se referencian así mismos o nombran el camino con un simbolismo propio, como aparece en el poema El poema es un camino a casa: “El poema calla/ cuando más lo necesito,/ suele llegar a deshoras”. Tal vez por ello, existe en este poemario una presencia sensorial que genera cierta tensión que empuja hacia adelante la música impersonal del silencio en los paisajes recreados por el poeta. Y esto es vital para que el instante siempre permanezca pasajero, es decir, que pase sin irse, como el viento y le dé la frescura, la sencillez e incluso la ingenuidad que posibilita la ilusión de tocar lo eterno, y por eso mismo fugaz, para que prevalezca en el tiempo. Gracias a ese instante Edwin puede, con este poemario, rozar el misterio de la creación con los dedos y su peculiar mirada del mundo que lo circunda.