Hay noches en que un vino lleva a otro vino, a otro cigarrillo, a otro bar, a otra calle, a otro ron, a otro cigarrillo, a otro bar, a otra casa, a otra nostalgia, a otra noche sin aventura, a otra noche de amigos, a otra vez lo mismo, a otro vino, a otra noche con el mismo cansancio y la misma sensación de haber vivido hace muchas noches la misma noche, otra vez el mismo poema, otra vez el cansancio de saberse un poco más viejo y obstinado. 

Hay noches en que en la boca del estómago hay una sensación de efervescencia. Es como si fueras más atractivo y solitario, como un sarcasmo en medio de aforismos y refranes sin brillo, un sarcasmo que saltando en un solo pie y le dice al idiota “te alcancé”. En esas noches quieres vivirlo todo y necesitas otro vino, otro cigarrillo… Encuentras otro bar cerrado, otro transeúnte a la deriva, otro sueño esfumado antes de ser soñado, otra mujer lamentándose no haberte conocido antes de que la noche la llevara a otros brazos, otra historia que te saluda y pasa de largo, otra calle iluminada con lámparas opacas, otro establecimiento clandestino que abre para los caminantes de la noche, otra cerveza, otro impulso para arder en la sombra.

Hay noches, casi todas, cuando se arde con mucho fuego, en que terminas hecho un fiasco y la ebriedad se torna pesadez o náusea. Entonces se vuelve a casa un poco más triste, más solo. Miras al techo y todo da vueltas. Te sientes otro suspiro perdido en el lecho, otro entusiasmo con la cabeza abombada, otro cuerpo que duerme como animal herido, otro mamífero reposando en el recuerdo de los días sin memoria, otro más que ve otra mujer que pasa de largo con otro hombre, otra mujer que es mejor que sea otra para que no ensanche la soledad de los días de existencialismo alargado, los días en que vivir es una cita incumplida, los días en los que una fémina apacible te consuela, los días en que una canción ambienta las cotidianidades que no se pueden postergar, los días que se repiten y de tanto repetirse te convierten en una flor marchita en etílico que necesita un retiro al campo, un amanecer donde al abrir los ojos el paisaje no te duela dentro de la cabeza. 


Hay días como hoy, en el que el sol brilla en el cielo, que te pienso y me duelen los ojos de imaginarte. Y más que tu presencia, que es entre las flores una, es tu corazón que emana una luz dulce, aterciopelada con  matices del arcoíris. Y los ojos se abren y observo sin sed, sin ansias, pero sí admirado. En el fondo del encantamiento somos deseo que respira. Entonces miro para estirar un poco y engrasar los huesos. Miro con la respiración lenta, como el que ve siluetas en el viento que bailan con las fibras de tus cabellos cuando respiro. Respiro en días como hoy, cuando el sol brilla en el cielo, y te pienso y duelen los ojos de imaginarte.


La flecha que atravesó el corazón de Juan no fue lanzada por su enemigo, sino por su hijastro o mejor dicho, el hijo del hombre que Juan odiaba.

Querido mío, apreciado por siempre, te escribo porque de vez en vez me gusta hacer una grieta en el silencio, como una especie de agujero, por donde digo tu nombre para abrigar en mi corazón el recuerdo que tengo de vos. Lo hago porque te considero una presencia importante y vital en la historia de mis ausencias, las mías, por supuesto.

Sé que con el transcurso de los días son más los lapsos de tiempo entre los encuentros. Esto porque cada día tiene su propio afán y en ese movimiento ya no compartimos proyectos e intereses que nos sirvan de pretexto para una conversación o alguna cerveza. Es natural la distancia. Sucede en todos los ámbitos. Incluso, es saludable.

Además, cada quien empieza a construir su mundo, al menos su idea, para buscar la estabilidad emocional, económica y aún si se quiere, la espiritual. Para ello estudia, trabaja, consolida familia… Cada paso que da es necesario para satisfacer sus deseos más profundos, casi siempre, el hallazgo de la mujer con la que se suspirará bajo las cobijas muchos años.

Sin embargo, la vida en su sabiduría o paradoja nos otorga el beneficio de la amistad. Digo que nos otorga porque también nos quita. Nos da los amigos y nos quita la soledad. Nos da la complicidad e intimidad y nos mengua la ausencia familiar. Nos da un cuarto en el corazón para hospedar el recuerdo del amigo y nos quita las coordenadas del encuentro. Nos da la fiebre del amor y nos quita a los amigos. Nos da la familia y matiza el amor y vuelven los amigos.

El amigo, cuando lo es de siempre, cada tanto aparece como un espejismo, como un sueño y asimismo se esfuma. Es un animal solitario que nos acompaña.

Hoy te escribo porque me da la gana de arrugar está línea del tiempo que me tumba el cabello para evocar tu presencia. Brindo porque a pesar de los días que creen entre nosotros como una selva espesa, siempre hay un sendero que me permite verte. Mientras pueda escribirte habrá un puente. Brindo porque hace mucho ya sabíamos de este silencio tan bello y tan melancólico. Silencio que muta cada tanto a nuevas promesas que al final se marchan para que aparezcan otras. Es decir, cuando un amigo se va aparecen otras personas. Al final, alguna de ellas te sorprende con alguna virtud. Entonces, es extraño, nunca estamos solos así estemos en constante mutación, en continuos atajos a la soledad del hombre creador, el que en su cuarto busca esa vibración estelar que lo ayude a seguir.

Tal vez el tiempo con su pincel de punta diamantina nos dibuje en el rostro el gesto del olvido entre arrugas. Ese es su trabajo. Se acepta y se deja ir a todos aquellos que pasaron por nuestras vidas como un evento. Se sacude de la memoria la eventualidad que tanto nos gusta. Luego, el amigo que siempre retorna, cada vez otro, y más cercano. Por eso, el trabajo de la amistad es el rencuentro porque es el único amor que no está subordinado a las fechas.

Te escribo, querido de siempre, para abrigarte con mi palabra y desear que el universo siga confabulando para que se te siga dando esa vibración estelar de hombre de creación en la intimidad de tu cuarto.