A ese texto le faltaba el autor. Ficcionar el amor no sirve si lo ves como un idilio y no como una enfermedad que te saca los sentimientos más macabros y angelicales.
Hay temas trillados como el amor, la muerte y la noche entre otros. Y no se puede escribir de ellos sino se parte de la propia experiencia. Porque desde que se maldijo al hombre con el lenguaje está escribiendo sobre los mismos asuntos. Hay una tradición de siglos con los mismos problemas. Sin la propia vos, sin el propio desgarramiento, no se puede decir nada propio.
No soy cuentista, es algo que tengo claro. El cuento es un género complicado. La brevedad, el ingenio, la precisión y la inmortalidad se juegan con cada palabra. Pero escribir cuento no es imposible. Cortazar, Poe, Chejov... lo hacÃan, se puede decir, a ojos cerrados. Pero eran ellos con sus ocurrencias y la literatura ya tiene sus nombres.
Mientras hablaba me decÃa que tenÃa que tirarme al vacÃo, dejar el temor, escribir con toda la furia que me nazca, no arrepentirme.
Al fin y al cabo, son mis impulsos, materia prima de mis ocurrencias. Basta de afanes de revoluciones literarias. Últimamente los escritores son más plagas que las cucarachas. Hago parte de esa plaga. Abundan. La escritura como exorcismo y no como cúmulo de premios.
Y no solo en la literatura, también en la vida, porque literatura sin vida es polvo y olvido. Gonzalo Rojas en uno de sus poemas decÃa que hay que cometer todos los errores posibles, sin arrepentimientos. Es decir, vivir. T. S. Eliot afirmaba lo mismo cuando decÃa que todo es un eterno principio. Entre más errores cometidos, más argumentos y sabidurÃa al empezar de nuevo.
La vergüenza nos castra. Entendemos la vida como una lÃnea recta. Nacer, reproducir y morir. Cada hecho que despierta al niño interno es reprimido porque se es adulto. ¿Crecer para qué? ¿Para qué la vida sea un tablero con fechas y compromisos?
Cuando gozamos, es casi inmediato el arrepentimiento. Como si fuera pecado olvidarse del mundo, en esa embriaguez de la consumación de los sentidos. Como si nos fuera prohibido la plenitud de la embriagues. Si estar ebrios es atreverse a la ocurrencia. Y no hay nada tan espontáneo, tan de uno como la ocurrencia. Relaciones que solo a uno se le ocurren. Incoherencias que a uno le son lógicas en temas tan pegajosos como el amor. Ejemplo, comparar el amor con un pollo de engorde.
Tiempo de amor tres meses, lo que, en promedio, dura la vida de un pollo. Como el pollo, el amor, al principio, es tierno, amarillo y esperanzador. Como el pollo el amor se pone feo. Al pollo se le caen las plumas y queda en cuero y el pico y las patas se le alargan. Es la adolescencia del pollo. En el amor la presencia, la continua presencia, hace que el otro se nos muestre como es, feo, sin maquillaje, en estado natural, con sus caprichos y manÃas y olores. Nos desagrada y ya ni lo determinamos. Pero cuando se siente la perdida, la madurez del deseo, el otro se robustece y vuelve el encanto. Pero es inevitable la indiferencia acumulada y todo se acaba. El pollo, a los tres meses se empluma, robustece, pero hay que matarlo. Igual se muere si se deja vivo por doméstico. Porque, como decÃa un poeta ingles, el campo es el único lugar donde el pollo camina crudo.
Perder la vergüenza es atreverse a la ocurrencia, la voz interna que se castra por el que dirán, por el hacer textos que gusten a otros y no a uno mismo.
No concibo ningún texto que no surja de la necesidad de escribir. La necesidad dicta las reglas de la escritura.
Escribir sin preservativos, sin lamentaciones, atreverse a decir lo que se te ocurra asà te exilien, te apaleen. Un texto bueno se te sale de las manos y nace como una planta, como una erección, como un ser vivo.