24 julio 2018

Por Juan Camilo Betancur E.

Si amas una flor que está en una estrella, es reconfortante mirar el cielo por la noche. Todas las estrellas son un alboroto de flores.
Antoine de Saint-Exupéry. 



De ante mano, en esta segunda emisión del programa “Me revientan los adultos” le agradezco a los papás de Abraham, Silvia y Santiago y a la madre de Mathias, Diana, porque es por su apoyo que es posible publicar estas conversaciones. Estos padres me han permitido acompañar sus hijos por más de dos meses. En ese tiempo les mostré cuentos infantiles, ejercicios corporales como posturas básicas del yoga y un poco de meditación. Con las rutinas y las visitas cada ocho días logré crear una atmosfera de confianza con los niños para hablar de temas de su interés y del mío, por supuesto. Para esta segunda entrega nos enfocamos en las estrellas. 



Sin ser este un texto de astronomía, más bien una aproximación, empezaría diciendo, como aparece en muchos libros científicos, que las estrellas son masas de gases, principalmente hidrógeno y helio, que emiten luz. O también que son motores de energía cósmica que producen calor, luz, rayos ultravioleta, rayos X y otras formas de radiación. 



Lo bello es que aunque han sido tan estudiadas y se les ha definido de manera contundente, nadie sabe cuántas estrellas existen en el universo. Por algo, desde tiempos remotos nos han atraído los fenómenos celestes. Desde antes de la llegada de Cristo, Tales de Mileto enseñaba que las estrellas estaban constituidas por fuego. O Pitágoras ya hablaba de la esfericidad de la Tierra. 

La Tierra y el cielo han sido inquietudes permanentes de las civilizaciones, desde los asirios hasta los hindúes pasando por los egipcios y griegos. Desde sus conocimientos han ordenado las estrellas, descubierto movimientos de los cometas, anunciado eclipses del Sol y Luna. También imaginaron fuerzas divinas y monstruosas como gigantescos dragones. 

Nada más, como una mirada muy superficial de lo que es la mitología de las culturas antiguas, citaré unos cuantos ejemplos sobre como consideraban la Tierra y el cielo: Para tribus de la India la Tierra era una enorme bandeja de té que reposaba sobre tres inmensos elefantes; para los antiguos egipcios el cielo era una versión etérea del Nilo, por el cual el dios Ra (el Sol) navegaba de Este a Oeste cada día. En Grecia es la diosa Gea la madre de la creación y ella fundó una dinastía de dioses que tenían su residencia en el Olimpo, en África los Bambara dicen que recibieron de una civilización extraterrestre proveniente de Sirio sus conocimientos de Astronomía; en América los mayas utilizaron la astronomía para estudiar la influencia de los astros sobre la tierra, los incas se consideraron descendientes del Sol, los aztecas adoraban al dios Huitzilopochtli joven guerrero, símbolo del Sol que cada mañana se enfrentaba con sus hermanas las estrellas. 

Con programas como este, con el acompañamiento de los padres, se busca conectar a los infantes con el mundo que habitan, pues, en la era digital, esta era, los niños viven más en el mundo virtual y por tal motivo no entienden su contexto y las tradiciones de sus padres que se formaron con la interacción con otros humanos y no con pantallas. Por lo que este espacio permite reconectar a los niños al mundo emocional y la magia interior que cada infante lleva: su monada o chispa divina. Así que amable lector, sí sientes que este ejercicio puede sensibilizar a otras personas, puedes compartirlo. Espero sea de su agrado y si se anima, puede dejar un comentario.



11 julio 2018
Por Juan Camilo Betancur E.



El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices. 

Oscar Wilde 
A partir de ahora, en la medida de las posibilidades, las entradas en este blog se intercalarán con algunas conversaciones con niños. Estas conversaciones serán de temas diversos, según los intereses de los infantes. En este primer encuentro hablamos de los atrapasueños. Objetos cuyo origen se remonta a las tribus indias americanas. Su aro era fabricado con la madera del sauce y representa la rueda de la vida. La red, que es como una tela de araña, son los sueños y anhelos que se van tejiendo noche a noche. En el centro de la red hay un agujero que se nombra como el vacío o el espíritu creador. 

En la conversación con los niños se omitió la explicación del párrafo anterior y por eso mismo es maravilloso como los niños exponen sus puntos de vista, de manera muy personal y con mucho sentido, como si ya conocieran las explicaciones con solo imaginarlas. 

Por otro lado, el contexto de estas conversaciones se da en un encuentro semanal. Los visito durante una hora. Iniciamos con algunas posturas de yoga y una posible meditación de no más de 5 minutos. Luego leemos un cuento infantil y realizamos algunos ejercicios de escritura o pintura. Para esto es vital el acompañamiento de los padres porque saben cuáles son los rasgos predominantes de sus hijos, sus sueños, sus temores… y de esta manera aportan para le elección de la bibliografía y las meditaciones. 

La idea es conectar a los infantes con el mundo que habitan, pues, en la era digital, esta era, los niños viven más en el mundo virtual y por tal motivo no entienden su contexto y las tradiciones de sus padres que se formaron con la interacción con otros humanos y no con pantallas. Por lo que este espacio permite reconectar a los niños al mundo emocional y la magia interior que cada infante lleva: su monada o chispa divina. Así que amable lector, espero sea de su agrado estos audios y también, si se anima, puede dejar un comentario.



9 julio 2018

Por Juan Camilo Betancur E.
El mundo será de los mansos.
                                                                                                                      Juan José Hoyos 

 Leí hace tiempo en el periódico El Colombiano una crónica que hizo el periodista Alberto Salcedo Ramos sobre Juan José Hoyos, el maestro de muchos. Sentí que ese homenaje era apenas merecido. Después de ese texto hice memoria de cómo fue que lo conocí. Recuerdo que al ingresar en la Universidad de Antioquia, en el 2003, quise preguntar a los chicos de semestres avanzados sobre el maestro. Todos sonreían y me decían que esperara para que averiguara por mis propias percepciones. Pues, para muchos, en ese entonces a puertas de su jubilación, era uno de los profes más aburridos de la facultad.

Sin embargo, ya era un periodista conocido por ser parte de una de las primeras generaciones de periodistas formados por la U. de A. graduado en 1975. También, se destacó como reportero y enviado especial del periódico El Tiempo entre finales de los setenta e inicios de los ochenta. Entre sus crónicas icónicas estaba la que le hizo a Pablo Escobar donde describe los lujos y las extravagancias del capo que por aquel tiempo era parlamentario del Movimiento Renovación Liberal. Además, muchas de esas crónicas se recopilaron en sus libros: Sentir que es un soplo la vida (1994) cuya crónica "Los muertos fuimos cinco" sobre una masacre en el municipio de Remedios es más que un relato de terror. El oro y la sangre muestra lo devastador de la minería, el cáncer de la actividad extractiva que sigue vigente; libro que le demoró 15 años y con el que obtuvo el primer premio de Periodismo Germán Arciniegas (1994). O Viendo caer las flores de los guayacanes y Un aprendiz de jaibaná. Múltiples textos que fueron determinantes en su más de 40 años de contar historias para que recibiera en el 2017 el premio Simón Bolívar a la vida y obra.


En ese entonces, esperé tres semestres para ver una clase con él. En ese primer encuentro salí decepcionado. Creí que el gran Juan José Hoyos iba a dar un discurso que me cambiaría la vida. Ese día llegó y se sentó frente a todos. No habíamos más de seis estudiantes y en un silencio, casi aterrador, leímos la crónica “El sastre” de Gay Talese. La clase fue tan tranquila que se tornó algo aburrida para mi gusto. Precisamente, lo entendería después, ese era el truco. Buscar lo asombroso en lo que a primera vista no tiene importancia. Por lo tanto, en cuestión de meses, de un momento a otro, estaba hipnotizado con su conversación. Cuando me dije que iba a recibir las clases sin expectativas y empecé a asistir después de clase a algún bar donde iba Juan. Pues al finalizar la clase él nos invitaba a tomar tinto o cerveza. Y sin que me diera cuenta esas invitaciones se convirtieron en las clases maravillosas que estaba buscando. Fueron esos encuentros los que me permitieron ver la grandeza de Juan José. Su método consiste, como en la antigua Grecia, en el diálogo que intenta construir cotidianidades más que conceptos. 


Años después, ya jubilado de la universidad, me invitó a su casa en Cisneros donde vive con su esposa, Martha, una mujer contemporánea de las flores que cultiva orquídeas, anturios, entre otras variedades. El motivo de la visita era acompañar a Juan el día del idioma. Él compartía con los niños de la escuelita El Balsal ubicada en los límites de Santo Domingo y Cisneros, pero abandonada por ambas administraciones. Llegué en la noche del 22 de abril. Juan José estaba algo resfriado, pensé. Pero era algo más grave, Juan es alérgico al frío y esto le ocasiona una tos intermitente que no le permite respirar. Esa noche Juan se enfermó y en la madrugada lo llevaron al hospital. Llegó de nuevo a las cinco de la mañana, disfónico, con un pasamontañas y bufanda a organizar el evento. Cuando le pregunté si quería descansar me dijo que ya estaba bien porque era de día. Me confesó que desde hace mucho le teme a la noche porque no puede dormir. A veces, cuando oscurece, se asusta porque estará de nuevo ante sus fantasmas. Luego, revitalizado, me dijo que cuando uno le hace una promesa a un niño hay que cumplirla. 


Estuve en silencio. No sabía qué decir. Su historia cotidiana, de la que fui testigo, era una línea en ese gran dibujo del mundo que ha hecho con sus relatos. Pues tiene la certeza del poder de las historias porque afirma que la gente no puede vivir sin las mismas. Fue inevitable evocar dos episodios, entre muchos que me compartió, donde se manifiesta este postulado. El primero, lo relata en el prólogo de su libro Sentir que es un soplo la vida. El hecho ocurre hace ya varios años cuando investigó a una tribu indígena, los katíos, en Valparaíso, Suroeste antioqueño. Sobrevivieron a la violencia de los cincuenta gracias a que vivieron en los árboles hasta que volvieron a pisar la tierra gracias a una donación. Esa cónica conmovió a los lectores y provocó que algunos antropólogos quisieran estudiar la zona. Uno de los visitantes hizo un negocio con el Jaibaná y se llevó el tambor dejándole una flauta, un tenedor, un cuchillo, un porta comidas y doscientos pesos. Esto originó que el Jaibaná se enojara con Juan José. Por lo que Juan publicó una crónica en El Tiempo “¡Qué devuelvan el tambor”. “Al día siguiente, por la noche, recibí una llamada del jefe de redacción de El Mundo. Decía que en el periódico había una fiesta. Que fuera a acompañarlos. ¡Qué habían devuelto el tambor!” recuerda Juan. El segundo suceso fue con la pérdida de un morral donde llevaba el portátil con un archivo muy adelantado de su última novela que es en honor a su padre, a quien retrata magistralmente en el relato “Historia de un diccionario” que se publica en El libro de la vida (2006). La noticia se difundió por los medios locales y el morral apareció en El Colombiano. En ambos casos, Juan evidencia el poder de la palabra y los medios de comunicación. Y cada que puede rememora el momento en que el Jaibaná, al recibir el tambor, dijo que Juan tenía más poder que él. 


Juan encarna el siguiente postulado: “uno recuerda mejor una historia que una fecha importante”. Por algo, todavía los lectores lo siguen en su espacio dominical en el periódico El Colombiano. Y las veces que ha anunciado su retiro por épocas de insomnio, sus lectores le envían cartas para que los siga acompañando. De esta manera, a parte de sus lectores, también ha acompañado a varias generaciones de periodistas dejándoles textos memorables como: El método salvaje, Escribiendo historias: el arte y el oficio de narrar historias en el periodismo (2003), la contribución al rescate de 400 años de tradición del periodismo narrativo en Colombia con su obra La pasión de contar.

 Otro aspecto del maestro es el literario. Sus novelas: Tuyo es mi corazón (1984) que fue llevada a la televisión por Julio Cesar Luna y protagonizada por Carlos Vives y Amparo Grisales, muestra a un joven enamorado, hincha de Medellín y amante de los boleros por lo que la música es otro personaje. En El cielo que perdimos (1990), en la Medellín donde los homicidios han sido un asunto cotidiano, en la alianza de la fuerza pública y la ilegal, Juan Fernando, un reportero judicial de El Tiempo se enamora de la esposa de un amigo. El texto revela la fluctuación emocional de los personajes y la violencia del contexto.

A Juan José, como lo predicaba el milenario Confucio a sus discípulos en el siglo IV antes de Cristo, no le interesa hacer nada extraordinario para buscar adeptos. Lo único que busca es vivir en armonía con su entorno y con su ser interior. Por eso, el compromiso con los niños,  la familia, los amigos y la literatura. Sus enseñanzas, a mi modo de ver, no estaban en el salón sino en bar de Ciro, En este lugar de la noche, el viejo Jordán u Homero Manzi, con buena música. Pues, la mayoría de estas reuniones se dieron después del Club de Lectura John Reed. Y se dieron sin un método de estudio, sin la estructura maestro-alumnos. Más bien fue un encuentro entre amigos donde él era el amigo más experimentado que nos contaba historias fascinantes. Por lo que el verdadero espíritu del maestro se manifestaba en Juan cuando estaba fuera de clase, cuando había tomado un par de cervezas, cuando empezaba a hablar y su voz suave iba ocupando todo el espacio. En esa medida, la posibilidad de conversar con Juan era e irse descubriendo día a día era lo que pocos entendieron y pasaron por alto en sus clases.

Los que recibieron sus palabras entendieron que el maestro se caracteriza en su conversación y crónicas por sus palabras sencillas que brotan tranquilas y sin malabarismos discursivos. Por algo, en el 2014 la U. de A. le otorgó el escudo de oro, reconocimiento por su labor como maestro. Además, sus palabras llevan varias generaciones en el corazón porque les despertó el amor por la palabra. Palabras que en él se fermentan y se renuevan. Palabras que juegan entre los anaqueles de su biblioteca (Dacha) en Cisneros. Palabras que recrean paisajes e historias de un país sumergido en el letargo de la guerra y el olvido. Palabras antiguas que en Juan son abrazo, sonrisa, ron con Coca-cola y muchas más palabras.