No se puede escribir de lo que no se conoce. Solo cuando se tiene algo para contar, que parta de la experiencia, la prosa fluye. Por algo dice Eduardo Galeano: “Sea señor escritor, por una vez al menos sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma”. Se refiere a esa autenticidad que se lleva dentro y que uno se pasa buscando en bares, mujeres, libros… Cuando la clave de toda buena escritura, al menos una responsable y espontánea,  es sentir lo que se dice para que no haya simulacros. De ahí que el gran reto de La mujer agapanto. Diario de un jardinero, sea que los textos se conciben con un razonamiento sencillo y natural. Para ello el autor se vale de un diario. Y un diario personal da la dimensión de que es un subgénero de la autobiografía, data de la narración que hace una persona de las experiencias personales que vive. Normalmente  los diarios personales son leídos únicamente por su autor, en especial, por las cuestiones privadas e íntimas. Precisamente es esa intimidad la que  pretende compartir el personaje El Hortalero, el narrador. Y lleva lo personal al plano literario. 

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- ¡A que te cojo ratón!, dijo un niño.

Y el ratón disfrutaba de su pedazo de queso mientras observaba sin entender el comportamiento tan extraño de las crías humanas.


Entras desnuda a mi habitación y te in­troduces en las cobijas. Conversamos un poco de lo bien que te hacen los colibríes. Luego, nos besamos, tocamos, olemos y solo importa el impulso benigno de penetrarte. Un olor dulce invade el cuarto mientras en­tro en ti como otra casa habitable. Siento tu humedad de almidón y tierra movediza inun­dar mi cuerpo. Me quedo quieto dentro tuyo como si hubiera llegado al momento preciso de la más alta evolución. Como si te sintiera de antes, del principio de los tiempos: Tú y yo un mismo ser que se ha buscado durante muchas vidas. Y ahora adentro, cálido y suficiente, vuelvo a ser un mamífero de cuatro piernas y cuatro bra­zos. Vuelvo a la oración única. Te abrazo queriendo meterme piel adentro y empezamos, sin saber cómo, a caminar de lado, como los cangrejos, recordando lo que éramos. En ti siembro el amor. Me dejo fluir. Soy contigo yo. En la sábana nos revolcamos y algunos granos me tallan en la espalda, pero los ignoro cuando te envisto con mis bríos de jardinero. Y nuestros pies se unen y juntos buscan la tierra que ahora cubre todo el colchón. Nuestras bocas se fusionan. La piel empieza a tornarse verde y nos hacemos atractivos a los pájaros.