Fragmento del capítulo 4 de la Novela "El escritor mago. Libro 1: La sociedad" que prontamente estará circulando por Amazon.


Mi padre había tenido la idea de matricularme en una escuelita que manejaba el modelo educativo de Escue­la Nueva. Aquel modelo consistía en que una profesora en un aula dictaba todos los grados y enseñaba todas las materias. La docente se apoyaba en fascículos que tenían todas las lecciones y pautas académicas, y vigilaba desde su escritorio mientras los alumnos se rascaban la cabeza o leían esas páginas donde las palabras eran cucarrones en vuelo. Si alguien no seguía las instrucciones, hablaba en voz alta o se dormía… pasaba al frente y permanecía de pie. En algunos casos extremos podría ganarse un reglazo en las piernas. 

Mi padre afirmaba que el contacto con otros niños me ayudaría a fortalecer mi carácter. Tenía razón: conocí la timidez a muy temprana edad. Estuve en esa es­cuelita dos años. Luego, mi padre decidió matricularme en otro colegio de más categoría. Una institución con varias plantas, dos patios y docentes suficientes, uno por área. Sin embargo, el mal de la Escuela Nueva, la ralentización de las capacidades cognitivas del alumno, ya estaba sembrado. Ya era parte de aquellos que en los primeros años de sus vidas, los fundamentales, recibieron la educación desde un fascí­culo y no desde una experiencia de vida (un docente). 

Para los hijos de la Escuela Nueva el lenguaje no era la capaci­dad indispensable para crear un universo de significados y así dar respuestas al sentido de la existencia, sino un ruido intenso de cucarrón en la cabeza. Nos pusieron una venda en los ojos justo cuando debían abrirlos; nos prohibieron jugar con las palabras, sentirlas, vivirlas... Muchos, la mayoría, cayeron en la trampa de crecer con una chicharra en vez de cerebro, convirtiéndose en los magnos representan­tes de nuestra idiosincrasia.

Prontamente en una antología "Sueños a blanco y negro" que hizo la editorial ITA, en Bogotá, en su convocatoria sobre "Sueños", 2020, se publicarán nueve micro cuentos, mientras tanto, les dejo este. 



A la una de la mañana estoy sentado en la cima de la montaña, esperando que la luna se acerque más para dispararle y tumbarle un pedazo con la cauchera que me obsequió un mago. El anciano me dijo que con un pedazo de luna bajo la almohada puedo ver el rostro de la mujer que hace días se me aparece en sueños. Si no le doy en la parte superior la luna puede derramar su líquido azul y perder para siempre el conejo que salta en su interior.