Estas líneas están dirigidas a mis amigos. Son más de dos y menos de cinco. Pero entre esos dos números hay una gratitud que no puedo medir ni graficar con números.
Querido lector, si eres uno de mis conocidos, le pido, cordialmente, que aleje la mirada. Estas palabras lo pueden dejar miope. Es por su bien. La amistad en ojos del no amigo es cosa borrosa. El no amigo por más que intente no distingue ni siente ninguna emoción intima y se aburre. Por ello el no amigo bosteza cuando manifiesta su estima.
Hace días le escuché decir a Cesar Alzate que uno es de donde son los amigos. Eso me parece muy sabio, muy profundo.
Basándome en la máxima de mi querido Cesar puedo concluir que mi patria es mis amigos. Las conversaciones son la geografía de esta nación. País donde las cervezas son el himno patrio.
Mis amigos se entregan como el paisaje a los ojos. Bueno, en sentido metafórico. Pero supongamos que las emociones pudiesen recordarse con la alegría y la nostalgia con que se recuerdan los paisajes, entonces mis amigos serían danzarines ocasos a mi ventana.
Ellos dan más de lo que puedo recibir. Mi condición de pordiosero no es una máscara. Es sincera porque no he pedido nada. Solo recibo. Y no hay intención ello. Lo hago naturalmente, en silencio. Sé que algún día daré toda la ausencia que me define.
Nunca elegí los amigos. El destino me los puso. Así los vivo, así los siento, así los extraño, así los evoco y los dejo partir.
Si son mi patria a donde quiera que vayan es un ya haber llegado para mí.
A mis amigos les adeudo estas palabras. Se las ofrezco porque no son familia y no debo rendir cuentas de mis responsabilidades. Porque no son mujeres que me sugieran ser otro en la intimidad. Porque no son la vida que juega conmigo. Porque no son Dios que pide pleitesía y prudencia. Porque no son arte, porque no son yo es que son mis amigos.
A veces me pregunto que sería de mí sin amigos. ¿Con quién hablar mis preocupaciones más intimas, las que comparto en secreto, las que ante un conocido comprometen mi imagen de individuo cuerdo y piadoso?
Las fantasías solo pueden compartirse entre amigos. Hay una perversión mutua, cómplice y creadora. Perversión que los hace seres inacabados, inagotables. Seres que aprenden a comunicarse con otros diálogos, como una mirada o un gesto. Seres que pueden estudiar la divinidad del ocio sin pronunciar una palabra.
Los amigos me hacen un ser fantasioso e íntimo. Por ello, es monstruosa una fantasía para quien la desconozca y quiera comprenderla, sin antes haberla fantaseado.
A mis amigos, entonces, mis huidas, mis inconstancias, mi situación financiera (siempre en banca rota), mi literatura, mis secretos, mis descabelladas ideas... A ellos yo con todo mi silencio.
Amigos míos, por ustedes me comprometo a fumarme un piel roja en las tardes frías. Como una hoguera a media noche son sus conversaciones. Que mis palabras sea el humo de la hoguera y le rasque al cielo las estrellas.


El hombre es un ente reproductor. Su paternidad pasa a segundo plano por el instinto.
El hombre no está diseñado para entregarse a los hijos. Su espíritu de premiador insaciable, de macho ejemplar, de semidiós agripado y de aventurero lo lleva siempre a ser un tipo insensato, incapaz de fijarse en la cotidianidad del hogar.
El llanto de un niño, la lista del mercado, la administración de la canasta familiar, la educación de los hijos, entre otras cosas, lo alejan de su hombría. De ahí que delegue a la mujer sus responsabilidades inmediatas.
Él, por orgullo, no se atreverá a tomar una trapera, a leerle un cuento a sus hijos. Para él son trivialidades y el hombre que las hace es afeminado.
Si un amigo lo pesca en actividades domésticas le recriminará. Ha perdido el poder de la casa, su autoridad flaquea, de seguir así aprenderá a menstruar.
Para él su lugar en la familia es conseguir el dinero para comer, pagar los servicios públicos, el arriendo.
Por su rol de máquina de hacer dinero pide que se le rinda pleitesía, que no sea debatido, que se le respete porque es el único que piensa, porque sin él no es posible sobrevivir.
Entonces se le debe aceptar la infidelidad, los golpes, las borracheras.
Es un manipulador admitido. Se acostumbró a ser idolatrarlo. Mientras trabaje lo demás no importa.
El hombre llega a una cantina, pide una copa con aguardiente y dice Malparido. Alza la mano y sorbe el licor. Se concentra en la pantalla del televisor ubicado en la coyuntura del techo y la pared, parte superior-izquierda de la barra.

El hombre mira con peculiar atención a la mujer que aparece en la pantalla de ese aparato. La desea. La mujer sino es modelo, es una presentadora de noticias o una protagonista de novela.
La mujer es bella, su rostro no tiene fisuras o imperfectos estéticos. Ella es la mujer perfecta, la mujer que vive dentro de la caja.

En caso de que el hombre le de por destapar la caja o la carcasa del televisor, encontrará solo cables y circuitos en vez de un harem de mujeres bellas.

Aún así, el hombre de entre los cables visualiza caderas, pechos, piernas, nalgas y rostros de las mujeres televisión. Cierra los ojos, aprieta los dientes e imagina sus más inalcanzables deseos.
El hombre paga la cuenta, se toma el último aguardiente y vuelve a casa.

En casa lo espera una mujer de carne y hueso. Antónimo de la mujer televisión. La mira de pies a cabeza. Sus cabellos rebujados, su boja desproporcionada al tamaño de los ojos. Él sonríe de desconsuelo, como gesto de resignación. La culpa por ser su mujer y no la mujer televisión.

El hombre le recrimina a su mujer que tenga mal aliento, que huela a sopa de fideos, que se preocupe por él y le pregunte como le fue.

El hombre sabe que su mujer es lo más real que tiene y es lo único que lo hace sentir hombre, pero algo en él se niega a aceptarlo.

Entonces medio saluda a su mujer para motivarla a servir la comida. Se dirige como un sonámbulo a la sala y se sienta al frente de la televisión imaginar motivos para divorciarse.
El onanista es un ser triste y la tristeza seca los huesos. De ahí que la mayoría sean flacos. No es una regla general, pero si muy característica.

Es muy común, cuando camina acompañado de alguien que le interesa, que lleve las manos en el bolsillo como queriendo esconder su culpa de ya haberla poseído sin consentimiento.

Él no gusta de las caricias prolongadas porque sabe las que quiere. Es práctico en eso del placer. Las caricias que da son la que anhela recibir. No muy lentas ni muy rápidas, no muy suaves ni muy fuertes, solo caricias con carácter y decisión. Caricias que se recuerden.

El onanista no se destaca por ser un deportista o un trabajador juicioso. No tiene energía para ello. Más bien es un ser ocioso con tendencia al psicoanálisis. Eso cuando ha pasado la adolescencia. Le gusta exorcizar de sí todos sus demonios para pensarse. Es común que manifieste ser una persona sin rumbo, que anda en el limbo, en la incertidumbre y que disfruta de ello. Pero en esencia es onanista para ocultar sus pasiones.

El onanista cumple todas sus fantasías en cuestión de minutos. Puede acostase con seres inalcanzables y librase de sus compañías al instante sin disculparse y sin sentir culpa.

Como dato curioso se le ve acompañado de las personas que desea, o observarlas, cuando no las conoce, con vital atención, como si esos actos fueran los frutos de una cosecha. Él recolecta sus fantasías que satisface en el baño o en el cuarto. Siempre en lugares íntimos.

Para muchos el onanista es un ser incapaz que recurre a tales actos por miedo al fracaso. Pero no es así. Es un ser capaz y éxitoso. Él cuenta con un decálogo de fantasías realizadas, una lista de amores disponibles, una inducción de métodos en caricias, una colección de rostros y cuerpos.
De por sí el ononista es un ser cortés, saludable, hasta alegre, minutos después de la consagración a sí mismo. Sabe que no tiene que rendir cuentas de sus actos.

Es un ser débil. Su debilidad se debe a que no tiene que soportar la compañía de otra persona después del acto sexual. Cosa agotadora.

Después del acto se acostumbra a hablar, a representar cierta satisfacción falsa, a dar caricias de compromiso y ocultar el tedio y las ganas de dormir. Se debe aparentar ser fuerte cuando en esencia lo que se quiere es estar solo y reponerse.

El onanista se salta todas las reglas de cortesía que solo prolongan el tedio. Sigue su instinto y se duerme o se marcha, así se le recuerde como un ser insensible. Pero es el más sensible y honesto. No se miente así mismo para satisfacer los miedos de otro.

El onanista es un ser triste y la tristeza seca los huesos. De ahí que la mayoría sean flacos. No es una regla general, pero si muy característica.

Es muy común, cuando camina acompañado de alguien que le interesa, que lleve las manos en el bolsillo como queriendo esconder su culpa de ya haberla poseído sin consentimiento.

Él no gusta de las caricias prolongadas porque sabe las que quiere. Es práctico en eso del placer. Las caricias que da son la que anhela recibir. No muy lentas ni muy rápidas, no muy suaves ni muy fuertes, solo caricias con carácter y decisión. Caricias que se recuerden.

El onanista no se destaca por ser un deportista o un trabajador juicioso. No tiene energía para ello. Más bien es un ser ocioso con tendencia al psicoanálisis. Eso cuando ha pasado la adolescencia. Le gusta exorcizar de sí todos sus demonios para pensarse. Es común que manifieste ser una persona sin rumbo, que anda en el limbo, en la incertidumbre y que disfruta de ello. Pero en esencia es onanista para ocultar sus pasiones.

El onanista cumple todas sus fantasías en cuestión de minutos. Puede acostase con seres inalcanzables y librase de sus compañías al instante sin disculparse y sin sentir culpa.

Como dato curioso se le ve acompañado de las personas que desea, o observarlas, cuando no las conoce, con vital atención, como si esos actos fueran los frutos de una cosecha. Él recolecta sus fantasías que satisface en el baño o en el cuarto. Siempre en lugares íntimos.

Para muchos el onanista es un ser incapaz que recurre a tales actos por miedo al fracaso. Pero no es así. Es un ser capaz y éxitoso. Él cuenta con un decálogo de fantasías realizadas, una lista de amores disponibles, una inducción de métodos en caricias, una colección de rostros y cuerpos.
De por sí el ononista es un ser cortés, saludable, hasta alegre, minutos después de la consagración a sí mismo. Sabe que no tiene que rendir cuentas de sus actos.

Es un ser débil. Su debilidad se debe a que no tiene que soportar la compañía de otra persona después del acto sexual. Cosa agotadora.

Después del acto se acostumbra a hablar, a representar cierta satisfacción falsa, a dar caricias de compromiso y ocultar el tedio y las ganas de dormir. Se debe aparentar ser fuerte cuando en esencia lo que se quiere es estar solo y reponerse.

El onanista se salta todas las reglas de cortesía que solo prolongan el tedio. Sigue su instinto y se duerme o se marcha, así se le recuerde como un ser insensible. Pero es el más sensible y honesto. No se miente así mismo para satisfacer los miedos de otro.





A todos nos debe preocupar el orden público del país. La carnicería generada por los conservadores y los liberales al principio de esta guerra, las masacres a cargo de la guerrilla, los flagelamientos del ejército, la idiotez implantada al pueblo a través de la iglesia, la arbitrariedad e injusticia impuesta por los paramilitares, la corrupción política.

Eso es para erizarle los pelos a cualquiera, pero, al parecer solo se los eriza a las victimas directas de la violencia. Seres obligados, en su mayoría, a llorar en silencio. Se les enseñó la doctrina de soportar, de ser victimas, de seguir aguantando. Como viven la cosa podría ser peor.

La diferencia de los que aguantan y de los que abusan del poder, es que los primeros quieren sufrir y los segundos no aguantan que se les haga un guiño de ojo. Los primeros, que son todo un pueblo, son simples borregos y los segundos, que son unos cuantos, feroces lobos.

Pero eso puede cambiar y los borregos ser lobos y los lobos ser borregos. Planteo una tesis pensada para menguar la guerra. No acabarla, solo menguarla. La guerra es el tributo a la democracia, el puente al el ideal de Grecia. La tesis consiste en incluir en el currículo educativo de los colegios, de las universidades, de los institutos una materia que se llame VENGANZA. Si, como se lee, VENGANZA. Bien podría incluirse en el evangelio de la misa de los domingos.

Enseñarle a la gente a matar por VENGANZA. Que tengan un propósito, una misión que realizar por odio.

Suena ilógico, pero tiene su aplicabilidad. Aquí los que matan lo hacen por deporte. No saben nada del muerto. Nunca se preguntan la causa de su muerte. Son los sirvientes de ideales ajenos que desconocen. Basta con preguntarle a los peones de la guerra que por qué matan y contestan porque el jefe les ordenó. No sienten nada por el muerto. Sentirían más remordimiento si se les dañará una silla. Si se va matar a alguien que al menos se involucre al corazón. Sería una muerte honorable, una muerte sentida.

Sí se matara al violador de tu hermana, al asesino de tu padre, al que te escupió en la cara... Y se estudiara con sangre fría el arte de la muerte, la mortandad se reduciría a la mínima expresión.
Cuando se quiere matar a alguien el resto de mortales poco importan. No se volvería a ver en los medios de comunicación noticias referentes a masacres. Morirían graneados y no a montones.
Si cada persona que ha sufrido la desaparición de un ser querido se vengara, saciara su rencor, estaría lista para graduarse en el arte de la VENGANZA.

La VENGANZA no permite que otros paguen los paltos rotos. Es tanto que las relaciones interpersonales mejorarían. No se delegaría en los otros la responsabilidad de solucionar los problemas propios.

Algo tiene de cierto ese dicho de que si no puedes con tu enemigo debes unírtele. Entonces, los civiles, los escupitajos de la guerra, se convertirían en una plaga con sed de VENGANZA, con ansias de matar a sus agresores. Serían un batallón de ratas indestructible e intocables.Además, andarían armados, y por ende los agresores pensarían dos veces en hacer cualquier fechoría. Habría tal tensión, tal respeto por la idea de la VENGANZA, que los opresores sensatos pasarían de largo.
Me llamo Camilo Betancur y de todos mis amigos soy el que tiene los pies más grandes, y quizás más flacos.

No me avergüenzo de ellos. Al contrarío, son mi mayor atractivo. Los pies grandes, que parecen más a aletas de buzo, son la defensa del cobarde. Están hechos para huir. Máxime si se tiene en cuenta que con las mujeres las batallas se ganan huyendo.

También son un atributo del buen caminante, así como los dedos largos caracterizan a un pianista, a un escritor, a un guitarrista y las orejas pequeñas delatan a una mujer inteligente.
Si, además de tener los pies grandes soy un cobarde. Todos tenemos defectos, pero los defectos aceptados están más del lado de las virtudes.

Mis pies, como decía, son grandes y feos. De pequeño no me quitaba las medias. Me avergonzaba de ellos y de los calambombos que tengo en las coyunturas de los dedos. ¿Se imaginan la incomodidad de dormir en casas ajenas, aceptar una invitación a una piscina y la insensatez de bailar descalzo un bambuco? Eran mis grandes tormentos. Por esa época era más un renacuajo que un niño.

Pero tener pies grandes me ha facilitado las cosas, con las mujeres sobre todo. A ellas les gusta que uno les hable de los tabúes, de los temores, de los defectos y cuando se les hace participe, ellas se sienten parte de uno.

No me imagino un cuerpo simétrico, perfecto. Sería un cuerpo aburrido, sin encanto. La belleza es una espiral en la estética, la sensibilidad no codificada. Uno desea más las partes deformes, el talón de Aquiles del otro. Entonces se acaricia, se besa como queriéndole decir que ya no es su talón de Aquiles, ya hay quién lo proteja. Así mis pies han despertado el instinto maternal de las mujeres que han estado conmigo. Es tanto, después de terminar me llaman añorando mis pies.
Sí, mis pies despiertan cierta simpatía. Son tan amorfos que sonrojan, asombran. En ocasiones siento celos de ellos. Opacan mi personalidad. Importan más por el misterio que generan que lo que yo pueda decir de mí. Además su tamaño genera curiosidad. Hay una creencia de que el que tenga pie grande tiene un miembro responsable.

Bueno, mis pies son grandes, feos, es lo único que debe importar aquí. Lo otro es retórica.
Continuando, gracias a mis pies me he salido de más de una metida de patas. A ellos debo que aún no tenga un hijo y que no sea un ser sedentario.

De seguro sino hubiera nacido con los pies grandes tendría los pies pequeños y sería un administrador de empresas o un sacerdote.