La putita fea

Ella tiene 17 años. Es una niña y esta enamorada de mí. Es dúctil y débil. Nació con unos labios concebidos para el sexo oral. ¡OH! Sus labios de putita aprendiz, de felina sin garras, de gemido, de escalera al placer.

Sus labios carnudos, rosados, gruesos, callados han dejado su aliento y su llanto en mi falo. ¡Oh, Labios de putita inocente! ¡Oh, labios de putita fea! ¡Oh, labios de putita sola! ¡Oh, labios de putita sin identidad!

A ella, la putita, la conocí una noche, hace muchas noche en De bluss. Casualmente en el bar en el que trabajo ahora.

Al ver sus labios por primera vez solo pensé en besarla. Fui a su mesa, le hablé. En ese momento no me importó un rechazo.

Conversamos, mejor dicho, conversé largo tiempo conmigo mismo. Ella no hablaba, lo único que me dijo era que hacía croché y lo repitió una y otra vez. No me importaba, yo solo quería llegar a sus labios. Le hablé de Alam Poe, de Cortazar, de Las Mil y Una Noches... no entendió ni mu. Le hablé de música... ni mu. Le hablé de mu y ni mu. Luego callé, entonces, como si ese fuera el verdadero dialogo, ella empezó a reír.

El ruido de su risa era una mezcla de dolor y goce. Era como si La putita, de antemano, supiera, que su risa era su defensa a la impotencia, a la resignación, al abismo de no sospechar nada de si misma. Para ella el reír no era el ejercicio espontáneo de esculpir pucheros. Ella se reía de la misma manera en que el niño ríe al ser reprendido por no tomarse la sopa. Ella se reía para conceder y aceptar ante mí su actitud de victima.

El día que la encontré en el bar le recité, ya camino a su casa, un episodio del libro Rayuela de Julio Cortazar: Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Como era de esperarse La putita abrió sus labios. ¡Dios! Sus labios. Dos fauces dirigiéndose a mí. Entre y salí de su boca como de una cueva, húmedo y pegajoso, triste y parolo, ausente y ensalivado.

Era tanta la fantasía por su labios que imaginé que ella los movía. Pero, como sucedió en el bar, nunca los había abierto. Era yo el que amortajaba sus labios. Los mordía y nada. Los ensalivaba y nada. Le bajé la mano a la entre pierna, le hice mojar el Jean, le apreté el pezón izquierdo y nada que sus labios reaccionaban. Le froté mi falo a su pierna y nada. MIERDA. Hasta que de tanto insistir eyaculé en el intento de hacerle mover sus labios. Luego me marché.

En los días siguientes pagaba escondidijo. La decepción que me llevé con sus labios me dolió en el alma. Su labios estaban hechos para medir mi erección, pero, aún no estaban despiertos para su fin: mamar. Eso me dejó triste. Infinitamente triste. Así que me alejé de ella. Mi putita fracasada.

Días después Iba yo prendo y fumo y me la encontré en el parque de Girardota. Recuerdo que apenas la saludé, y como si ella tuviera obligación de complacer mis caprichos, la convidé a mi casa. Le di a entender que si decía no yo seguiría mi camino solo. Ella dijo sí pero sin abrir sus labios.

En casa le di un vaso de agua. Ella reía. Otra vez su risa empezaba a ofuscarme ¡Puta risa! Para no escucharla más, le dije, con rabia, que la iba a desnudar y se la iba a meter piernas a dentro. La niña adquirió una cara de mamá quiero irme a dormir, mamá este tipo me asusta porque tiene algo en los ojos que no me gusta, mamá quiero pedir perdón por no saber utilizar mis labios. Y esa inocencia me la endureció más y me lancé a sus labios inmensos, pero, tristemente quietos.

Le mordí el cuello, la espalda y ella ahí... inmóvil. Baje a su concha, la lamí, la sorbí, bebí de ella. La monté y penetré. Ella ni gimió. Upppppppppssssss.... Jódido polvazo. De nuevo el pantalón, la camisa, la traba me bajó y me llegó el arrepentimiento. Me mandé las manos a la cabeza. ¡Mierda! ¿Qué hice? ¡Es una niña! Debe alejarse de mí si quiere encontrar el amor. Mierda, no la vuelvo a saludar, ni siquiera a determinar. No quiero cargar con más culpas. La llevé hasta el lugar en que me la había encontrado.

Por un tiempo cumplí la promesa. No quería afectarla sentimentalmente. Pero, después de uno meses, cobardemente volví a ella.

Estaba yo con un amigo tomándonos unas cervezas. Ella nos saludó y sin pedir permiso se sentó en la mesa. El tiempo que permaneció no hizo otra cosa que reír. Su risa cortada me molestaba. En los intervalos en que tomaba impulso para seguir riendo me parecían paradisíacos solo porque no la escuchaba reírse. ¡Si tan solo se riera de la misma manera en que hablaba! Tal vez, se me hubiera hecho más soportable su compañía.

Sé que la culpa fue mía. Si no le hubiese hablado aquel día en el bar no estaría con este anhelo de ser un tipo modelo. También sé que ella, la niña, no merece que la trate como una enorme vagina con tarjeta de identidad. No, ella no merece que la trate como un utensilio a mis perversiones. No, pero, tampoco ella quiere que la trate de otra forma. Le gusta lo de putita fea.

Con las primeras cervezas fui un tipo puritano. Al ritmo de los tragos fui doblando la culpa y la arrojé con la ceniza del cigarrillo al suelo. Con varias cervezas solo quería jóderla y metérsela. Cachondo propuse que bajáramos a mi casa.

Llegamos, mi amigo se tiró en la cama y mientras escuchábamos a Fito Paez tomé a La putita de la mano, la saqué de la pieza y la llevé al baño. Allí le quité la camisa y el brasier. Intenté con los pantalones y no se dejó (mejor, supe después, para mí). Por encima del Jean le toqué la concha. El índice apretaba el clítoris y en pocos instantes sentí su olor de mamífero en calor. La tocaba, la besaba y sus putos labios inmóviles. Me bajé la cremallera y saqué mi miembro. Ella lo observó y le sonrió como si este fuera un espectador, y no, como era, como debió ser desde un principio, el protagonista de la historia. Lo llevé a su boca. Al principio lo masajeó. Yo, para que se acostumbrara a mi pájaro ardiente le decía que lo disfrutara, que sacara su instinto, que moviera la lengua, que pusiera a funcionar sus enormes labios, que para eso estaban hechos. Ella poco a poco accedía a mis peticiones. Primero lo tomó en sus manos y lo apretaba con los labios y dedos. Movía boca y lengua salvajemente. En minutos sacó todo lo bruja que tenía oculto. Yo movía el miembro hacía adentro y fuera de su boca. ASÍ... SI MI PUTITA, ASÍ,..... SÍ, ... MÁS RAPIDO, COMPLÁCEME.... DÉJAME LLEGAR... MÁS RÁPIDO, MÁS LENGUA, MÁS SALIVA, MÁS.... MÁS.... Y por fin en su boca quedó acumulado el semen. Ella me miró preguntándome que hacía con eso, si se lo tragaba o lo botaba. Le dije que si no le gustaba podía botarlo. Ella tiró mi líquido en el lavamanos. Nos pusimos la ropa. Yo ya quería que se fuera y que me dejara dormir. Pero, las reglas de la cortesía me obligaron a ser un tipo moralista y esperar unos minutos. Debía llevarla, según el dictamen de la moral, hasta el parque de Girardota. Con mi amigo la llevé. De regreso a casa, me acosté a dormir y yo soñé que era un niño bueno.

1 coment�rios:

Anónimo dijo...

estremecedor, recuerdo haberte leido hace algun tiempo y no me gusto para nanda. pero ahora, no se, eres otra cosa, debo confesar que me pones los pelos de punta.