El abuelo


Luis le argumentaba a su abuelo que ya había entendido el misterio de las mujeres. Decía que a ellas se las conquista con la palabra. Por eso había estado leyendo para poder ampliar su léxico. Además, con un poco de determinación y autodominio sería un hombre irresistible. El viejo, ya curtido en experiencia y amores, sonrió al mirar la prisa del nieto, la necedad bien argumentada, la incapacidad de jugar a ser espontaneo y los sentimientos juveniles. Con ternura le tocó el hombro y le dijo a Luis lo siguiente: “Sabrás que comprendiste el misterio del amor cuando tu corazón sea la casa en la que duermes profundo, sin anhelo y despiertas con una sonrisa al escuchar el canto de los pájaros”.

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