El hombre sin procesos

Me atormenta ser un hombre sin procesos. Me confunden los tramites. Hasta para llenar una boleta que dan en los supermercados por compras mayores de 20 mil pesos para la rifa de un televisor necesito que me ayuden. Lo único que hago por iniciativa propia es sentir pánico.

No sé como hacer las cosas cuando las cosas requieren tiempo y dedicación. Soy experto en aburrirme. Soy constante en la inconstancia. Soy demasiado impulsivo como para cultivar afectos. No soy capaz de llamar a un amigo y decir:

- ¡Hey! estoy solo y triste, necesito un amigo. ¡Qué tal si nos tomamos una cerveza o un café!

Pero no. No llamo. Soy incapaz de llamar. No puedo, aunque anhelo hacerlo.

No soy capaz de estar con nadie por mucho tiempo. No soporto la idea de decirle a otro hermano solo cuando lo necesito o pedirle algo cuando pueden regalármelo. Cuando pido algo es cuando sospecho que no me lo pueden regalar porque eso implica más sacrificio o solo porque quiero aparentar que soy descarado. No sé cual de las dos acepciones sea la correcta. Últimamente que intento explicarme, afirmarme, consolidar mi yo, me siento más incoherente. Tal vez no hay explicación y todo es sospecha. Tal vez, como decía Cortazar, las explicaciones son errores bien vestidos.

Me desaparezco por épocas. Dejo de frecuentar a los amigos que usualmente frecuento. No es que no los quiera, sino que no me soporto en ellos. Somos, a veces, insoportablemente parecidos y no me importa irme. Los quiero, y por ese sentimiento, creo que son los más propensos a la distancia, no al olvido. Simplemente me ausento. Es humano el egoísmo y la incertidumbre.

Toda esta desazón, la del miedo a ser querido, estoy seguro, empezó a los catorce años cuando perdí mi infancia.

Una noche me acosté niño y al día siguiente desperté joven. No hubo el proceso debido, el tramite planificado. De un momento a otro caí al abismo, le vi la cara al diablo, me vi a mí mismo ante le espejo: me adolecí.

La culpa fue de una prima. Por ella deje mis muñecos de yupi, mis volquetitas de madera, mis llantas, mis paraísos perdidos, mis castillos de arroz, mis sueños de ciruela. Ella me desnudó, me besó en la boca, puso su pezón en mis labios, me mordió la oreja, me incitó a que le enrollara su vello púbico y luego los soltara como resortes.

Recuerdo que sentí que algo me faltaba por dentro. Estaba vacío. La infancia me había dejado atrás.

Empecé a pensar solo en la prima. Tenía las hormonas alborotadas. Mis pupilas eran los ojos de las hormonas. El aire era follable, las matas de plátano eran follables, las revistas de cromos eras follables, las mortadelas eran follables, los caramelos del álbum de chocolatinas eran follables, las cáscaras de banano eran follables, las gallinas eran follables, tu tía y tu novia eran follables, todas las mujeres eran follables, el amor era follable, Dios era follable, la prima retefollable.

El único problema era yo, mis cuatro pelos en el sobaco, mi voz de megáfono averiado, mi insinuación de bozo, mi adolescencia. Es decir, apenas tenía tarjeta de identidad para entrar en la prima y partirla en dos. Mientras su novio era mayor de edad y podía partirla en dos las veces que se le diera la gana.

Empeoré. Sentía el recuerdo de la prima, su desnudez de jugo de naranja, raspándome el estómago, la vejiga, los riñones. No podía estar tranquilo. Hasta que una noche, jodido de tanto pensarla y no poderla poseer, me masturbé. Estaba boca bajo en la cama. Me moví y sentí algo bacano. Me volví a mover y más bacano. Mierda, la cosa de moverse sobre el colchón es bien bacana, me dije. Ya no pude parar y dele que dele, frote que frote y pusssssssssss. Mierda. Sentí que algo se me había jodido. Pensé que el pipi se me había dañado. Imaginé que me iba a quedar mongólico. Estaba tan asustado que recé un padrenuestro, el primero sentido de verdad.

Estaba endemoniado. No sabía lo que me pasaba. Nuca estuve preparado para mí. Aún no estoy preparado. Simplemente me había saltado un paso. Pero debía hacer algo para aliviarme. Así que de tanto contradecirme, de decirme no más colchón y volver con más determinación al colchón, al frote que frote, al arrepentimiento, al padrenuestro... descubrí la mano y con la mano me quedé. Podía apretarla o soltarla un poco. La maravilla era que podía imponer un ritmo, una necesidad saciada de cantar con el movimiento.

Culpé a mamá por lo que me pasaba. Ella no me enseñó a ser joven, a adolecerme. Nunca me dijo que el amor era un casco de limón untado de pimienta que te extrémese y te deja lleno de llagas y suspiros. No me advirtió que la mujer entra en uno como si uno fuera un cuarto y te desordena, distiende la cama y luego se va sin tenderla. No me dijo que el sexo era una melancolía necesaria, una necesidad a la catarsis, una renuncia a la divinidad, un bautizo al instinto, un matarse placenteramente, un instante estirado, una cruz para los calzoncillos, un interrogante en mayúscula.

Pobre mamá, ya no la culpo, apenas tuvo tiempo de ser ella para educarme. Ya hice las pases con ella. Madre te perdono por haberme dado la vida, por haber hecho de mí este espanto de hombre, este ser diminuto que aún no se perdona, esta mancha de aire perdida en algún lugar del olvido. Madre te libro de todas mis culpas porque ahora soy yo que debe empezar a desandarse poco a poco. Ir, como siempre debió ser, sin desvíos, a la invisibilidad, a la inutilidad total.

4 coment�rios:

Anónimo dijo...

mierda,Perdido, es un texto bello y tragico, cochino y bonito. Pero tengo una pregunta ¿Es vrdad?

Cesar Silva dijo...

maravilloso

O dijo...

Hombre cami, que cosa tan jodida.
Uno casi tendría que decir, invitando a todos los "Contemporáneos inmediatos", y modificando descaradamente aquel verso de Rimbaud: Hermanos, Contemplemos sin vértigo la extensión de la inocencia de este muchacho.

Alejo dijo...

Padre nuestro que estás(?) por ahí
danos hoy nuestro pajazo de cada día.
Caer en la tentación es tu invento
libranos de un hijo y
perdona nuestras ausencias
como tambien nosotros perdonamos las de Camilo
y no olvides nuestra porción de coño
Amen, no amén. También himen.

Un abrazo. Y en cuanto a lo del ritmo, recuerda el slogan de Milo: "La meta la pones tú".

Chao.