Un ratón cruzó la sala. Llegó hasta la cocina. Al frente estaba el pedazo de queso envenenado que le había puesto doña Flor. Ella, una viuda cincuentona sentía repulsión por los ratones. Había ensayado todas las trampas y venenos que se anunciaban en el mercado. Pero el nuevo inquilino seguía inmune. Así que consiguió un gato, uno que le había recomendado una amiga. El ratón llegó hasta el queso. Lo olió. Se llevó las patas delanteras al hocico y pasó de largo. Buscó un pedazo de galleta y volvió a entrar al agujero del que salió. El gato desde el sofá bostezó. Sigiloso se dirigió hasta el pedazo de queso. Con los dientes lo llevó hasta el recipiente de la basura. Se aseguró, como muchas otras veces, de no tragar saliva. Luego, se echó en el sofá a esperar que Doña Flor le sirviera su taza de leche caliente.
MARGARITA
Hace 2 horas
4 coment�rios:
Recordé la sensación espeluznante y agria que me da cuando veo un ratón vivo o muerto, aunque sé que nunca me podrían hacer daño, mas, toda mi infancia crecí corriendo de estas pequeñas criaturas y siguiendo el alboroto de gritos y saltos de todos en la casa y de mamá con la escoba cuando veía cruzar uno ratón por la cocina.
Nancy
Un recuerdo de muchos y de muchas. Gracias por su comentario.
Hace unos días tuve que cazar un ratón que estaba haciendo estragos en el jardín... el muy cabrón era hasta vegetariano porque acabó con el perejil y la yerba buena
me hiciste recordarlo porque le di su merecido cual gato al ataque.
saludos
carlos
Carlos A
Los ratones son terribles. Durante días, uno pequeño, no me permitió dormir porque estaba encantado con unas semillas de girasol que tenía en mi habitación
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