Sálvame Dios de mí mismo, sino no hago nada para empezar a vivir

Mi situación no es envidiable. Quiero llorar y sacar con lágrimas esta mierda que siento. No puedo. Estoy jodido. Me pesa mi vida, mi inutilidad. Tantas veces he dicho que no soy bueno para nada que al parecer es para lo único que sirvo. Pienso que represento el papel del incomprendido, el solitario, el decadente, el triste, el que involuciona al sedentarismo.

Estoy comprimido, estancado, estático, al margen de mis sueños.

Mis sueños no son lo que siento. En mí pesan y por mi cobardía de hacer de ellos mandamiento de vida, me inmovilizan. Ya no los siento como punzadas en lo profundo del alma, sino como un agudo desanimo.

No quiero hacer nada. La universidad me parece lo mismo que estarme en un rincón del cuarto, con las manos en las rodillas, apretando los dientes, esperando a que la muerte se apiade y venga a hablar conmigo.

Me estoy cansando de no poder estar en otro estado de animo distinto a la desolación.

Alegría habítame desde todos los sentidos. No me dejes ser el mismo disco rayado; el mismo eje condenado a girar sobre si mismo, a lo oscuro, el dolor. ¡Si tan solo pudiera llorar!

No vislumbro lo que me contiene. Me duele ser el que soy. Nadie más que yo. Mi más sincera mentira. Me sufro desde los pies hasta el inconsciente. Soy del tamaño de un precipicio. No termino de caer. No lloro.

Me tengo a mí mismo, con los días más extraño.

Creí que vivir en una provincia, en un pueblo, como en mi infancia, ayudaría a remediar mi desasosiego.

Creí que un pueblo me limitaría a ver el cielo y sentirme satisfecho con los ocasos, una de las diversiones de Dios en las tardes.

No me sirvió de nada la provincia. En menos espacio soy más desierto y más selvático.

La geografía de mi alma no está pavimentada. Estoy más allá de lo que ven mis ojos, de lo que tocan mis manos, de lo que respiro, huelo y oigo. Estoy tras el velo que cubre el vacío.

No puedo huir de lo que soy y padezco. Pero si puedo no tener casa. Tal vez lo que no me deje llorar es que mi cuerpo desconoce del dolor del alma. Mi cuerpo siempre ha tenido una cama cómoda, tres comidas al día y ha podido protegerse del frío. Hasta en mí soy disparejo.

Debo salir, hacer un viaje, irme de Girardota. Vivir el dolor de mí alma y hacerlo cómplice del cuerpo.

No quiero saber que un día voy a engordar de ser el que soy ahora, el inútil, el que por miedo a la vida se entregó a la rutina. No quiero huir de todo por miedo a encontrarme.

No. No quiero representar por más tiempo a el incomprendido, el ofendido, el muerto en vida.

Necesito vivir. Irme de viaje. Caminar sin rumbo fijo. Debo ser condescendiente con lo que siento.

Siento que no sé para donde voy. La cotidianidad me lo dice a todo momento. No puedo convivir ni construir una relación estable con una mujer, me es difícil trabajar, se me complica la conversación, no puedo defender ninguna de mis ideas, me asusta todo lo que se conjugue con responsabilidad...

En definitiva, en el sistema en que todos se proyectan y ven sus sueños, yo resbalo y me quedo cruzado de brazos, consumido por la impotencia.

No puedo jugar a ser un ciudadano honrado y trabajador. Sería matarme en vida. Perderme y no aceptarlo.

Si, lo que necesito es seguir mis corazonadas. Irme al mundo. Tener más territorio para expandirme. Darle a mi cuerpo la oportunidad de trasportar mi alma, que si la entiende, sea su dolor y juntos, cuerpo y alma, me enseñen a llorar bajo las estrellas.

Es hora de ser más yo de lo que soy ahora. Más triste y hombre. Más mundo y sueños.

Quiero hacer algo por mí, así fracase: Irme de lo que por cobardía considero mío. Cambiar mi sedentarismo por paisaje.

1 coment�rios:

Anónimo dijo...

Carajo, que articulo tan bravo. Esa mierda duele. Pero bacano esa puzada. me senti viva.
julia