Prohibido estar triste

 


Eduardo acepta el puesto de asesor personal del alcalde de Medellín. Su mujer, exreina de belleza, se alza la blusa para que Eduardo le bese la panza de seis meses de embarazo; ella le dice que lo ama y que se va a tomar un café con amigas. Eduardo hace un paneo del apartamento de sus sueños. Camina hasta la terraza. Desde el décimo piso mira la calle y los automóviles parecen cajitas de fósforos. Apoya las manos en el muro, se alza en la punta de los pies y antes de saltar, como el último rayo de sol en la tarde, una sonrisa aparece en su rostro.

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