A pesar de que me digan que la
felicidad es una cortina de humo
en un país de catástrofes políticas
y la paz es una herida
profunda o un grito de carne.
A pesar de que certifique,
ante notario, que las fuentes de agua
fueron
vendidas sin mi consentimiento
y la sonrisa de los niños está seca
como semilla sin tierra.
A pesar de que el hambre grite
desde el centro del estómago
el horror de nacer
pobre en un país en guerra.
A pesar de que la muerte tiene
sobrepeso y hay días en que su panza
es fosa hinchada de gritos
mudos
de
víctimas que lloran a chorros cada día.
A pesar del desencanto general
de un pueblo muerto antes de nacer
por los rinocerontes de corbata.
A pesar del frío y los
huérfanos de la guerra creo en la luna y el viento.
A pesar del riesgo de que gobierne un anciano delirante, admirador de Hitler,
mal hablado y con hombrecillos hipotecados.
Creo en el viento, bondadoso,
íntimo de las aves,
viento
profundo del perdón.
Creo en la luna donde veo el
rostro del afligido y el desplazado.
Creo en las estrellas, en lo
nombrado antes de que yo naciera,
el viento de antes, del
cielo de mis antepasados.
Creo en los amigos, en Pacto
Histórico, en vivir sabroso,
en la pedagogía del amor, en la paz, el amor,
la libertad, las flores y el aire.
Creo en la familia, el
territorio, el derecho a vivir sin miedo.
Creo en el sol que alumbra
igual al agresor y al agredido.
Entre la mierda una mariposa
abre las alas.
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