Agripina Garreta, la primera mujer indígena bachiller del putumayo

26 de marzo 2020
Por Juan Camilo Betancur E.


Los patos salvajes siguen al líder de su parvada por la forma de su vuelo y no por la fuerza de su graznido
Proverbio chino

El sueño

Desde su casa, sentada en un piso de madera, sin electricidad, sin juguetes, sin más entretención que mirar el techo, las ramas de los árboles o el cielo para que su imaginación recreara fantasías o leyendas de hombres que se convertían en tigres o animales que podían comunicarse desde el espíritu, ella esperaba que llegara la noche para acostarse a dormir. Hasta que cierta tarde, después de formar figuras con las nubes, vio un gallinazo que cruzaba el firmamento y daba círculos en el cielo. Luego, como una flecha se precipitó al vacío en línea recta cortando el aire. La acrobacia la dejó perpleja, sobre todo después de que el ave volvió a recuperar altura para retornar su vuelo en círculos.A sus cinco años, recostada en el corredor de tabla, sin importarle la molestia de los mosquitos que parecían proyectiles en miniatura que impactaban en su cuerpo, Agripina Garreta, imaginaba que era un ave de la comunidad indígena Inga que podía cruzar el cielo del Putumayo-Colombia, un ave que podía posarse sobre la rama de cualquier árbol y observar cómo vivían las personas de comunidades cercanas, que ella no conocía. Por consiguiente, sin pensarlo, al día siguiente se dirigió al gallinero para recolectar plumas y construirse un par de alas con el fin de realizar su primera aventura área. A las 4:30 de la mañana, Basilio Garreta, el papá de Agripina, con camándula en mano despertó a la familia para rezar el rosario. Persistía en este ritual porque de esa forma salvaba a la familia al re-significar sus creencias. Ya que para él no había más credo que el del Dios cristiano. Y ya no le interesaba el Dios Sol que con un soplo dorado le daba vida a las semillas o la Diosa Luna que hacía que las cosechas fueran abundantes. Aunque conocía esas historias prefería estar de rodillas y repetir las mismas oraciones todos los días.

A veces, Agripina olvidaba el sentido de las palabras y solo las repetía como un trabalenguas de sonoridad limitada. Pero esta característica no era solo de Basilio sino de muchos indígenas que habían renunciado a sus tradiciones de taitas y mamas del yagé para convertirse en seguidores del credo católico. De mujeres y hombres que encontraron en la evangelización cristiana otra forma de relacionarse con la espiritualidad, dejando el legado ancestral de hechizos contra el mal aire, rituales para escuchar a los ancestros, secretos para las picaduras de serpientes, ungüetos de hierbas para las infecciones... Por eso no es extraño que un indígena apostólico romano recite algunas oraciones en latín para que nadie dude de su fe, cuando sería más sensato que evocara los cantos en su dialecto indígena que le enseñaron sus ancestros, donde hay más divinidad y sabiduría. Pero lo sensato dejó de ser lo importante y empezó a primar lo urgente y lo urgente era que las tierras del Putumayo fueran evangelizadas por colonos influenciados por franciscanos, porque para ellos esta tierra era el patio de la casa del Dios cristiano. Un dios que prohibía cualquier ritual, tradición o manifestación de la cosmovisión indígena, ya que era una ofensa a la fe cristiana, por lo tanto, los indígenas que persistían en sus tradiciones eran considerados infieles porque atentaban contra el orden universal que implantaba la Iglesia y los organismos gubernamentales. 

Después del rosario, Laura, la madre de Agripina, como es tradición en las mujeres indígenas, se dirigía a sembrar a la chagra (lugar donde cultivaban) con sus hijos. En la chagra Agripina aprovechó un descuido de su madre. Hizo ventajosa su baja estatura para escabullirse hasta unas plataneras. Allí verificó que no la siguieran. Luego, con sus manitas arrancó tiras de guasca para amarrarse las plumas en los antebrazos. Durante varios minutos estuvo ajustando las plumas. Las amarró bien. Realizó varios movimientos para verificar que no se le desprendieran cuando estuviera volando. Posteriormente, se subió a un árbol seco que estaba diagonal a las plataneras. Se acomodó en una rama, a más de metro y medio del suelo. Acto seguido, después de mantener el equilibrio en una horqueta, empezó a mover las manos y se lanzó al vacío.

Cuando la niña despertó lo primero que escuchó fue la voz de Laura, su madre, precedida del rumor del río Caquetá que se mezclaba con el ruido blanco del radio de pilas que estaba en una tabla clavada en la pared: “El balance del gobierno del presidente Alberto Lleras Camargo es bueno. Es el primer presidente del Frente Nacional que ha logrado la paz momentánea entre los liberales y conservadores…” Agripina pensó, aún con un fuerte dolor de cabeza, cómo sería el hombre que vivía dentro del radio. 


La escuela 

La escuela, ubicada en la vereda Condawa en Mocoa-Putumayo, era la única construcción de concreto que había en la zona. El resto de construcciones eran en tabla, levantadas de la tierra con pilares para que no entraran serpientes o animales peligrosos. En la parte inferior de la casa, muchas veces la utilizaban para las gallinas o animales domésticos que podían ser perros y hasta cerdos. Por tanto, la escuela, por ser la primera edificación en concreto era una novedad para la zona. La construcción contaba con un salón donde enseñaba una maestra hasta el grado tercero. 

Todos los niños estaban en el mismo salón. A Agripina le gustaba el lugar porque podía ver a otros niños. Para asistir a la escuela, con mucho esfuerzo, sus padres le compraron un cuaderno de doble línea de hojas amarillas para que cursara primero de primaria. Pues, los cuadernos, para ese entonces, eran un privilegio para muchos niños que utilizaban pizarrones con tizas porque debían memorizar lo que habían copiado cuando la profesora borraba el tablero. Así que el niño que no memorizara lo que se había copiado en el pizarrón se encontraba en dificultades a la hora de los exámenes. Por lo que los que tenían cuadernos contaban con la ventaja de poder estudiar luego las lecciones. 

Por otro lado, los grados se diferenciaban por filas. Una fila para niños que cursaban primero, otra para los niños de segundo y la última para los de tercero. Agripina, con su gran tesoro: el cuaderno de doble línea, estaba sentada en la fila de los de primero y después de varias semanas, cuando comprendía mejor la dinámica de la escuela, creyó que si se sentaba en la fila de los niños de segundo sería una niña más grande y podía aprender cosas nuevas. Pese a su motivación, la profesora al verla en el lugar que no le correspondía, la devolvió a la fila de los de primero. Fila que volvió a ocupar el año siguiente. 

En tercero, después de diferenciar las letras, armar palabras y frases, de sumar y restar, la profesora introdujo el credo cristiano y empezó a prepararlos para realizar la primera comunión y así recibir el cuerpo de Cristo. La docente expuso con detalles el ritual. Concepto complejo de asimilar, sobre todo para niños, porque da la idea de que el cuerpo del hijo de Dios se puede comprimir en un pan ácimo (sin levadura) de harina de trigo con forma circular; además que se recibe el cuerpo de Cristo al unísono en un pedazo de pan redondo, pequeño y omnipresente. Por lo tanto, para evitar cualquier especulación la docente decidió ir a la acción y preparó sus alumnos para la eucaristía con rodajas de plátano maduro. Con la rodaja cortada de forma circular, con un sabor dulce y de más humedad, los niños debían intentar no morder el plátano que representaba la hostia que a la vez representaba el cuerpo de Cristo. De esta manera, estarían listos para recibir la verdadera hostia. Así, sus alumnos estarían preparados para cuando la hostia se deshiciera en el paladar sin morderla, sin tragar saliva y sin mover la lengua para que fueran habitados por Cristo. 

Al final todos pasaron la prueba y estaban listos para la última fase que determinaba si los niños podían continuar con sus estudios. La prueba consistía en pararse frente al corregidor, la profesora y el sacerdote del pueblo para responder de memoria las preguntas que ellos, el jurado evaluador, le hicieran. Agripina fue una de las niñas más elogiadas por su memoria y capacidad de reproducir las lecciones al pie de la letra. 

Fue así que a los días, en medio de las luces undívagas de las mechas sostenidas en las botellas con petróleo que se iban encendiendo paulatinamente en las casas, Agripina y su padre Basilio marcharon rumbo a Mocoa. Iban a un lugar donde la niña pudiera continuar sus estudios. Así que Basilio había conseguido un cupo en el internado María Auxiliadora en el corregimiento de Santiago, hoy municipio. 

Agripina y su padre caminaron un día desde Condawa hasta Mocoa. Pasaron por pantanos, rastrojos, arroyos... La caminata era exigente para Agripina, pero si quería estudiar debía llegar hasta Mocoa. Luego, en Mocoa tomaron una chiva que rugía como un animal rabioso hasta Santiago. 

Después de eso la niña estuvo, gracias a su buen desempeño académico, en varias instituciones hasta conseguir su título de primera indígena Inga bachiller, graduada en 1976, en la segunda promoción de bachilleres del Colegio Goretti de Mocoa. 


El trabajo 

Agripina se capacitó en pedagogía en el Bajo Cauca antes de llegar como docente a una escuela en la vereda Las Delicias del municipio de Caicedo donde trabajó sólo seis meses por inconvenientes con el sueldo. 

Como pagaban cada dos o tres meses, Agripina se unió al paro de docentes en Mocoa que reclamaban por el respeto a sus derechos y por cumplimiento de una labor digna. El paro era una causa justa y no una sublevación por capricho. Por ello, si era necesario enfrentarse cuerpo a cuerpo con la fuerza pública irían hasta las últimas consecuencias sin importar que los policías estuvieran armados. Los docentes, que custodiaban el palacio de la gobernación de Mocoa, protestaban a distancia. Ella observaba con asombro. Era la primera vez que participaba en un paro y aprendía a hacer respetar sus derechos como trabajadora y a exigir, más que a pedir un favor, por las garantías laborales. Con el paro, hecho que recordaría por siempre, se logró el pago de los honorarios. 

Después de renunciar a la escuela en la vereda Las Delicias se trasladó a la escuela de la vereda de Buenos Aires-Mocoa donde conoció a Aníbal Hernández, un joven callado, trigueño, alto y misterioso. Bastó una mirada de aquel joven para que se diera entre ambos el primer y definitivo contacto que los uniría para el resto de sus vidas. 

La profe, embrujada por el idilio del amor, pidió licencia en el trabajo y se escapó con Aníbal para Popayán porque quería un lugar tranquilo para el nacimiento de su primer hijo (luego nacerían sus otros cinco hijos). 

De regreso a Mocoa, por intermedio del padre Tamayo, consiguió trabajo con la comunidad indígena Awá en la vereda Playa Larga del municipio Villagarzón. Para ese entonces los nombramientos indígenas estaban en gran parte del país bajo la tutela de la Iglesia. 

Los Awá era una comunidad indígena proveniente de Nariño que había llegado al Putumayo en busca de tierra para el cultivo. Una comunidad extraña que no sabían hablar en español y lo poco que conocían lo utilizaban de manera rudimentaria. Además parecían que solo conocían la vocal “e” que combinaban con todas las otras consonantes. Por ello, Agripina se sorprendió cuando en su nuevo trabajo la primera frase que escuchó fue la siguiente: “Profe nosotre somes paisas… e… le guste e uste el chontadure madure.” 

Esta comunidad no gustaba del trabajo porque no buscaban conseguir más de lo que necesitaban para vivir. Por eso, la mayor parte del día la pasaban en hamacas durmiendo o mirando el cielo sin saber en qué día estaban o cuántos años tenían, aunque, paradójicamente, eran puntuales. 

Agripina estuvo hasta 1987 con los Awá. Durante su estadía los organizó en cabildo y les enseñó a leer y a escribir. 

Años después, al territorio donde habitaban comunidades como los Awá llegaron actores armados como las Farc, el Eln, Los Rastrojos y otros grupos que nacieron tras la desmovilización de las Auc en 2005. Desde entonces fueron sometidos a toda clase de crímenes. Por consiguiente en el 2012 se presentó un informe en Barcelona, España, con el fin de que las autoridades internacionales ayudaran a evitar que el pueblo Awá fuera exterminado por el conflicto armado. Además, varias empresas entraron a estos territorios a realizar explotación aurífera y no consultaron las autoridades indígenas. Otro factor que afrontan estas comunidades son los cultivos de coca que provocan la deforestación acelerada y el insumo de químicos, abonos, fungicidas e insecticidas que contaminan y degradan la biodiversidad. También las comunidades indígenas prefieren los cultivos de coca porque son más rentables. Más tarde, en abril de 2016, la Unidad de Víctimas y el antiguo Incoder asignaron un predio de 239 hectáreas en la vereda La Paz, en Villagarzón (Putumayo) con el fin de restablecer los derechos territoriales a los pueblos indígenas desplazados por el conflicto armado. Sin embargo, no hubo una reparación integral colectiva por lo que para los indígenas el Estado los olvidó ya que no los ayudó en la adecuación de servicios básicos como agua potable y luz; tampoco estuvo el Estado en la construcción de sus viviendas. Cuando hay 15 pueblos indígenas registrados en el departamento del Putumayo según la Organización Zonal Indígena del Putumayo (Ozip). Hay 7 pueblos de la zona: los Inga, Kamentsá, Siona, Kichwa, Coreguaje, Murui y Kofan. Los otros 8 pueblos llegaron desplazados: los Nasa, Awá, Yanakona, Quillasinga, Pasto, Embera Chamí y Pijao. 

Posteriormente Agripina estuvo un corto tiempo en Guayuyaco antes de volver a la Escuela Bilingüe Inga Kamesa de Mocoa que, después de la reorganización del cabildo Inga-Kamtsa en 1986, buscaba el rescate de la identidad Inga. 

En los inicios la escuela empezó con un aula múltiple y 14 alumnos bajo la dirección de Agripina Garreta. Luego, esta institución, que se construyó peldaño a peldaño, hasta la jubilación de Agripina, se convirtió en un espacio donde los indígenas cuentan como indígenas. Es quizás, por ello, que el centro educativo es un modelo en la zona. 


Mocoa 

Mocoa es una ciudad pequeña con toda la arquitectura de un pueblo grande. Una ciudad golpeada por la fiebre de la coca. Sobre todo, Mocoa es una ciudad de motos. 

En Mocoa Agripina se estableció con su familia. Volvió a la tierra de sus ancestros. Pues, Agripina es descendiente de la comunidad Inga. Comunidad descendiente de los Incas de Perú. En la época de Kapak Yupanqui, 1230 al 1250, la tribu Mitimak (Ingas) era considerada una de las tribus más valientes. Tanto que en lengua quechua Mitimak significa (Mitikuy) irse y (Makay) pelear. Pasaron por Quito y por otros pueblos indígenas como Collas, Quillacingas y Pastos. Llegaron al Valle del Sibundoy. Cruzaron los ríos Coca y Aguarico, pertenecientes al territorio de las tribus Kafanes y Quijos. Luego se establecieron en el Putumayo donde resguardaron las fronteras en el bajo y medio Putumayo, en el oriente de Nariño, la Bota Caucana y en el sur del Caquetá. Después se organizaron en Mocoa, fundada en 1562 por don Pedro de Agreda, general de la provincia de Popayán. 

En Mocoa Agripina afrontó dos hechos que todavía la requerían como líder de su comunidad. El primero fue la fiebre de las pirámides (DMG y DRF). Sobre todo DMG que en 2007 tenía oficinas en las ciudades capitales, como Mocoa. Entonces la gente creyó que esta empresa era la multiplicación de los billetes e invirtieron su patrimonio. Sin embargo, en el 2008 se decretó Estado de Emergencia Social y en noviembre de ese mismo año capturan a David Murcia, el creador de DMG. Murcia fue condenado a 22 años de prisión y en enero del 2010 lo extraditan a Estados Unidos. Así lo vieron irse las más de 187.000 víctimas que se quedaron sin sus bienes. Entre esas víctimas había padres de familia y docentes de la Escuela Bilingüe Inga Kamesa, que se endeudaron por el idilio de volverse millonarios y que al final, muchos de ellos, como varios docentes, sobrevivieron con 150 mil pesos mensuales porque tenían el sueldo embargado por los bancos. En ese momento el requisito para acceder a un préstamo bancario era una copia del contrato laboral y de la cédula de ciudadanía y a los dos días estaba el dinero en las manos. Por tanto, el acompañamiento como líder de Escuela Bilingüe Inga Kamesa fue vital para salir de ese mal momento. 

El otro episodio, ya siendo jubilada, fue la avalancha ocurrida el 31 de marzo del 2017, producto del desbordamiento de los ríos Mocoa, Mulato y Sangoyaco y las quebradas Taruca y Taruquita, dejando un saldo de 335 personas muertas, 400 heridas y cerca de 22 mil damnificados. Además, quedaron 17 barrios del municipio afectados. Ante tal evento, Agripina, al conocer a muchas de las damnificados, ya fueran alumnos, hijos de sus alumnos, amigos, padres de familia, docentes, que lo perdieron todo, los acompañó como pudo, desde su papel civil.

Ahora, dos años después de la tragedia en Mocoa los a avances de reconstrucción son lentos. Se han realizado obras como la construcción de un puente vehicular sobre el río Mulato, a la altura de la avenida 17 de Julio, y otro puente en el río Sangoyaco en el sector de la Avenida Colombia, también se hicieron la construcción de viviendas, en el proyecto Villa Aurora, entre otras obras. Pero el panorama sigue siendo desolador. Todavía se siente la pérdida de muchas vidas. 

Aun así, Agripina sigue imaginando con agitar sus brazos y levantar sus 1,45 metros de estatura entre los escombros y las agrietadas calles de Mocoa con el fin de ayudar a sus vecinos.

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