José Muñoz entre acordes y composiciones

15 septiembre 2018
Por Juan Camilo Betancur E.


Una cosa buena acerca de la música, cuando te golpea, no sientes ningún dolor.
Bob Marley

En las mañanas, antes de irme para el colegio, el abuelo nos despertaba a todos con su respiración de toro salvaje que iba mermando después de prender la radio, a alto volumen, y buscar en alguna emisora canciones de los Relicarios. 

Esa música me sonaba como un chirrido estridente. Lo curioso, era que calmaba al abuelo. Ejercía sobre él un poder maravilloso. Tanto, que después de un par de canciones empezaba a contar historias. Una de ellas era que había visto a Los Relicarios cantar y eso le había cambiado la vida. Fue cuando se animó a formar un dueto y empezó a ir a reuniones sociales. Lo que más le gustaba era que había licor gratis y que podía robarse alguna mujer. Así hizo con la abuela, con quien tuvo ocho hijos. 

El abuelo persistió en ser una encarnación de la letra de esa música montañera, o campirana, o carrilera, o guasca, que se especializa en la tristeza, el dolor, el despecho. Hablaba con nostalgia, como un preso de la libertad, sobre esos mundos perdidos en las borracheras, esos males de amor gritados en las plazas de mercado, esos jinetes heridos de corazón entre racimos de plátanos o bultos de café, esos hombres abrumados por un dolor que no entienden y que desean lavar con aguardiente o con lagunas mentales. 

El abuelo se quedó con las adaptaciones de los ritmos sureños (corridos de México; pasillos y valses de Ecuador; tangos, pasillos y valses de Argentina) interpretados por los campesinos antioqueños. Música que empezó a tomar fuerza después de la inauguración del Ferrocarril de Antioquia en 1929. En las estaciones se realizaron fiestas que duraban varios días. De esas, narró el abuelo, en la estación Palomos, en Fredonia, se armaban tales peleas que el machete enarbolado era el símbolo de virilidad que a más de uno dejó sin extremidades. Pero fue a partir de 1940 que esta música empezó a sonar con fuerza. 

Sin embargo, no es hasta 1952 que surge, tal vez, el dueto que hoy en día más representa la música campesina. Hablo de Los Relicarios, el dueto que ha influenciado a miles de personas. Canciones como: Entrega­do a las copas, Al diablo con tu orgullo, Todos seremos igua­les, Voy a tomar aguardiente, No sé rogar, No te quise, Mal­dito dinero, Dime que me esperas, En otro tiempo, Huérfano desde niño, El Cristo de oro, Te quiero aunque seas casada, Te voy a borrar, Bien aburrido, Maldigo mi destino, Triste sin madre, Soy un bohemio, La medallita de oro, La malagradecida, El dolor de un hombre, entre otras, pues llevan más de 1300 canciones grabadas. Estas canciones representan los sentimientos que emergen en las montañas y de alguna manera, como sucedió con el abuelo, los calma o los precipita al abismo. Pues, los sentimientos son como caballos indómitos que arrastran la razón y sobre todo, empantanan ciertos tramos de la historia. Sentimientos oscurecidos por el licor, la aventura, la traición y la errancia. 

Años después, por cosas del destino, me encontré con José Muñoz en la Biblioteca de Girardota y lo entrevisté para el blog, días antes de que muriera su compañero de fórmula: Germán Rengifo La idea era hablar con don José, ícono de la música popular. 

José nació en Bello el 10 de abril de 1931. Empezó a estudiar la guitarra a los siete años, con ayuda de un método que le compró su madre. Se levantó en la vereda "El barro" de Girardota. Al verlo, era curioso, sentía que ya lo conocía. Tal vez por ello, las letras de sus canciones me dieron otra mirada de la historia, una que permitió ver más a fondo al abuelo. Era como si reviviera la misma escena, pero con más recursos lingüísticos para narrarla. ¡Cómo hubiera disfrutado el abuelo, si aún viviera, haber hablado con don José! Pues Don José entendió, así sus canciones sean una epifanía al alcohol, que el trago es más una postura estilística, gastada, artificial que lo único que hace, al final, es expandir la herida en los seres cercanos y amados. Por ello, don José lo dejó para continuar con Los Relicarios y seguir componiendo. 

A sus 87 años cuenta con más de 5 mil composiciones grabadas. Estuvo más de 60 años con Germán Rengifo. Ellos, Los Relicarios, son, por decirlo de algún modo, la tierra hecha música de varias generaciones. Pareciera que este encuentro con don José fue una cita anunciada por el abuelo hace más de 25 años. 



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