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Hace días la palabra “mujer” se hospedó en mi pe­cho. En la mañana subió hasta los ojos y apoyó sus manitas finamente delineadas en mis párpados. Le gustaba que el viento la despeinara y el sol le ca­lentara todas las letras. En la noche bajó hasta los riñones y encendió una vela para espantar las pe­sadillas. Últimamente la palabra “mujer” tiene comportamientos extraños. Es tan ella que ninguna otra palabra se le parece. Tal vez la palabra que más se le aproxima es “luna” o “flor”. El misterio de es­tas palabras es mejor observarlo que comprenderlo. Volviendo a su comportamiento, hace una semana pegó un montón de papelitos en mi corazón. Al ter­minar observó, desde la distancia, el rostro de un hombre. Luego, los recogió y cuidó de que no se le perdieran. Subió hasta el oído derecho y los echó a volar. Después, la palabra “mujer” se durmió a oscuras. Su quietud era de anfibio. Posteriormente se dirigió hasta mi boca. Estiró la letra “m” y parecía el zigzag de un río entre la montaña. Observó el horizonte como esperando algo o a alguien. El in­flujo de una palabra que se encarna es misterioso y profundo. Además, cuando una mujer emerge de la palabra puede vencer todas las distancias y todos los silencios. También, anunciar un cambio de las cir­cunstancias o una partida definitiva.



El anterior texto es un capítulo del libro la novela La mujer Agapanto-Diario de un jardinero, del escritor colombiano Juan Camilo Betancur E, ya está disponible para su descarga GRATIS por unas cuantas horas. Para descargarlo puedes hacer clic aquí.      

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