Marina Echeverry Acevedo, un lugar para nacer todos los días

10 de julio 2019
Por Juan Camilo Betancur E.


  
Según este panorama laboral en Colombia las mujeres que son madres no están compitiendo en igualdad de condiciones con los hombres, así sean más eficientes y productivas, incluso así estén dedicadas, de manera parcial o permanente, al hogar. 



Marina de Jesús Echeverry Acevedo nació en 1.960 en un pueblo ubicado en el suroeste antioqueño llamado Fredonia. Un pueblo atrapado en la edad media, donde parecía que el tiempo no pasaba, así el país llevara dos años bajo el gobierno de Alberto Lleras Camargo, el primer presidente del Frente Nacional y las guerrillas FARC y ELN se estuvieran gestándose gracias a la influencia de la revolución cubana. Pero estas noticias no le llegaban a la familia de Marina que vivía sin electricidad, y apenas utilizaban las velas. 

Marina era la quinta de siete mujeres. Vivía en una casita de material, casi derrumbada, ubicada en la vereda Travesías. Allí pasó su niñez y estudió hasta quinto de primaria. Desde muy niña se caracterizó por su inteligencia. Para ir a la escuela se demoraba una hora y media. Su padre había comprado un radio de pilas al que le había adecuado un hueco en una pared, como una especie de altar, para enterarse de lo que pasaba en el país. Esa cajita era algo maravilloso porque atrapaba las voces sin dejar rastro. Era como un hechizo. Pero el padre de Marina no dejaba que nadie, excepto él, la tocara. Él llegaba del trabajo, se descalzaba, ponía los pies en una ponchera con agua tibia y prendía la radio. Todavía se hablaba de la visita del papa Paulo VI a Colombia, se mencionaba que la novela “Cien Años de Soledad” de García Márquez podría representar un hecho importante en la literatura colombiana, pero los hechos más importantes habían sido la presidencia de Misael Pastrana y el record mundial de Martín Emilio Cochise en México. Escuchaba con atención y nadie podía interrumpirlo. Sin embargo, la madre de Marina le pidió que pensara mejor la idea de retirar a su hija de la escuela. Él dijo que no había discusión. Días después lo visitó la profesora de Marina, pero él fue contundente con su “no”. No estaba dispuesto a patrocinar sus estudios secundarios pese a los ruegos de la profesora que estaba interesada en ayudarla. 

—¿Por qué no permite que su hija estudie? Yo sé que ella puede terminar sus estudios porque es una niña muy inteligente. –Dijo Noira Arenas, la profesora que en ese entonces enseñaba en la escuelita de la vereda Uvital. 

—Le agradezco su preocupación, pero mis hijas no necesitan estudio para casarse. –Repuso Pablo Echeverry, el padre de Marina. 

Meses después, Alicia Acevedo, la madre de Marina, a quien le gustaba sembrar y se esmeró en que su hija estudiara, le regaló una ruana azul, de lana, con bordes negros. En la radio, por esos días, empezaba a sonar la canción “No tengo dinero” de Juan Gabriel. 


—Lo único que quise de pequeña fue estudiar porque soñaba con ser profesora o secretaria. Siempre miraba con admiración a las profesoras y secretarias porque atendían a la gente con mucha amabilidad. –Dice Marina. 


El mal de amor 

La familia la conformaron siete mujeres y un hombre. Sus hermanas mayores se casaron y Marina fue quien ayudó a sus hermanos menores, en especial a los dos últimos, para que pudieran estudiar. Con el paso de los años el semblante de Pablo se hizo más sombrío porque lamentaba que su apellido se dilatara en las generaciones futuras. Con sus hijas su apellido estaría superpuesto a otro que no tenía nada que ver con la familia. Además, las mujeres no tenían el mismo temple para trabajar la tierra. 

La hija mayor nació con una deficiencia de aprendizaje que le impedía relacionarse con el sexo opuesto. La siguiente se casó con un hombre que le temía a la oscuridad, a los rayos, a las sombras y delegó a su compañera la responsabilidad de ponerse los pantalones en la casa. Quizás, por ello convivieron hasta la muerte de su esposo. La otra se casó con un hombre virgen que salía en las noches y cazaba búhos y envenenaba perros. Él al conocer el estremecimiento afrodisiaco del sexo intentó encerrarla bajo llave. Pero ella se escapó a la ciudad con sus dos hijos. Otra se casó con un hombre quién fue asesinado de una puñalada en la espalda y la dejó con dos niñas. Otra quedó embarazada sin casarse y al obligarla a convivir con el padre del niño murió al dar a luz. 

En la época que Marina conoció a Juan Ángel Betancur la salsa empezaba a tener su apogeo y sonaba “Pedro Navaja” de Rubén Blades y Willie Colón, el país estrenaba la televisión a color, estaba en auge la revista “Alternativa” y también se hablaba del Gran Paro Nacional de las centrales obreras por los problemas inflacionarios que generó la “Bonanza Marimbera”, debido al influjo del narcotráfico y de los altos precios de la libra del café que dio una ilusión de bonanza. Pero había quienes creían que eran buenos tiempos. En especial Alicia, madre de Marina, porque aparte de que se veía un poco más de dinero en la casa, su hija preferida parecía que iba a ser la única que podría construir una verdadera familia. Ese noviazgo era, tal vez, la alianza más importante que había hecho la familia. Incluso, Pablo estaba contento y trataba al nuero con amabilidad. 

Marina y Juan consiguieron una casita en la vereda el Uvital. En los primeros meses iban a recolectar café y fueron esos meses el idilio del amor. Pues, cuando Juan se enteró de que ella estaba embarazada de un varoncito cambió notoriamente. Se volvió más huraño. Tanto que llegó a levantarle la mano varias veces. Se separaron en repetidas ocasiones y en una de esas reconciliaciones quedó embarazada de una niña. 

—Yo lo quise mucho. Hasta le propuse que estuviéramos como hermanitos. Lo único que quería era que mis hijos tuvieran un padre. La verdad, estaba enamorada y él me decía que lo dejara en paz y que yo era lo peor que le había pasado en la vida. Me demoré diez años para olvidarlo y entender que él no me quería. Pero, durante ese tiempo estaba dispuesta a perdonarle sus ofensas. A veces, una por los hijos se olvida de la dignidad de la mujer. –Afirma Marina. 
—Ella y yo no nos entendimos. Lo intentamos pero no nos entendimos. Además, su padre era muy conflictivo. Admito que por cobardía no busqué a mis hijos. Pero, en el fondo, sentía que era mejor no buscarlos para no incomodarla a ella y a su padre y no darles más motivos para que hablaran mal de mí. Es que nunca me han gustado las habladurías. –Responde Juan. 


El trabajo 

El primer trabajo de Marina fue de empleada doméstica en la casa del Escultor Rodrigo Arenas Betancourt. Este escultor, tal vez, con el escritor Efe Gómez y Carlos Sánchez más conocido como Juan Valdés, son los personajes más insignes de Fredonia. Por aquel entonces, a principios de los ochenta, Rodrigo era ya reconocido por sus esculturas en México y Colombia. Era una figura internacional y eso era extraño en un pueblo como Fredonia porque pocas veces sus habitantes habían visto a un personaje famoso viviendo entre ellos. Además, de fama tenía dinero. Rodrigo les regaló casas a los campesinos y se construyó una casa en la vereda el Uvital. Era un ser silencioso y amante del ron. Cada día se despertaba a las cinco de la mañana y con un ron, recostado en una hamaca, como un ritual divino, esperaba los primeros rayos del día que se abrían paso entre las montañas. Luego, se subía en su Renault cuatro y se dirigía hacia su taller que estaba ubicado en el municipio de Caldas. Rodrigo sentía por Marina un aprecio especial porque a él cuando era chico, Don Enrique Betancur, el suegro de Marina, lo hospedó en su casa con su madre y le ayudó incondicionalmente. Y como el esposo de Marina (primo del prestigioso escultor) no respondió por sus hijos, Arenas quería ayudar a aquella mujer porque sentía que era una responsabilidad familiar. 

—Recuerdo que el maestro Arenas era un ser muy silencioso. No hablaba con nadie ni siquiera con su segunda esposa. Por eso, intentaba hacer todo lo más silencioso posible. Pero, una vez que me fui con mi hijo que era muy llorón y sucedió algo muy asombroso. Mi hijo, tenía unos dos años, empezó a llorar y no había como calmarlo. El maestro estaba en una hamaca con un vaso de ron. Mi niño lloraba y lloraba. Así que me acerqué y le dije que si le molestaba. Él me miró y me dijo que lo dejara llorar y desahogarse, que así es que se desahogan los niños. ¿A caso las mujeres no se desahogan con los chismes? –Recuerda Marina. 

Rodrigo Arenas le propuso a Marina que se fuera a trabajar con él en Caldas. Pero ella desistió porque su padre se le arrodilló y le dijo que no lo dejara solo. Pues, después de la muerte de su esposa se dedicó a beber y vagabundear. Él no se imaginaba sin una mujer que le cocinara y le lavara la ropa. La difunta Alicia Acevedo no pudo reponerse de la muerte de la hija que murió a dar a luz. A eso se le sumaba las infidelidades de su marido. Esto la debilitó hasta tal punto que se sumió en una tristeza irreversible que le paralizó el corazón a finales de 1985. Año en que el M19 se tomó el Edificio del Palacio de Justicia, el Nevado del Ruiz hizo erupción y borró a Armero del mapa y la enfermedad del sida apareció como una amenaza para la humanidad. 

El segundo trabajo que encontró Marina fue con una parejita que se hacían llamar los gringos. Ambos, nacidos en Antioquia, habían viajado a Estados Unidos por el sueño americano. Trabajaron durante años y al volver compraron un terreno en la vereda Travesías donde edificaron una casa. Ellos habían adoptado varios perros que cuidaban como sus hijos ya que no habían podido concebir los propios. Trabajó con ellos, en un principio, medio tiempo, luego tiempo completo durante diez años sin recibir cesantías ni prestaciones sociales. 

Así como Marina, según Estudios de la Organización Internacional del Trabajo, el Banco Mundial y la Cepal, revelan que la jornada de trabajo de las mujeres en labores remuneradas y no remuneradas es mayor que la de los hombres. Además, la distribución de las tareas domésticas sigue siendo desigual porque a su trabajo remunerado se le suma el trabajo del hogar. Por otro lado, las empleadas de servicio como Marina se internan en casas ajenas durante días o meses. Por lo que, contradictoriamente, se separan de sus hijos para poder conseguir el dinero para que puedan estudiar y comer. A veces solo ven a sus hijos los días de descanso o en vacaciones. Y estas mujeres han tenido que desplazarse a los pueblos y a la ciudad debido a la precariedad de las economías neoliberales, la inestabilidad laboral y el aumento de la pobreza que llevaron a muchas mujeres a participar del mercado laboral, la mayoría de ellas en cargos inferiores por falta de estudios, como es el caso de Marina. 

Luego, la finca la compró un negociante que tenía supermercados en la central mayorista y en varios municipios de Antioquia. Con él Marina se enteró de que un empleado tenía derechos laborales. Ella cuidaba la finca, cocinaba, jardineaba, aspiraba la piscina y hacía otras funciones que, a veces, a los hombres les quedaba grande. Con este señor se trasladó hacia El Poblado-Medellín y se instaló con sus hijos en el municipio de Girardota. 

Su último trabajo fue el de niñera. Con este trabajo ayudó, como pudo, a sus hijos a estudiar. Luego, su hijo mayor se graduó en la Universidad de Antioquia en la Facultad de Comunicaciones y su hija de nutricionista, de la misma universidad. Más tarde, Marina se retira del trabajo, sin jubilarse porque debido a los robos que le hicieron algunos empleadores, no logró cotizar lo suficiente. Sin embargo, se retiró del trabajo de más de treinta años en una casita en el municipio de Girardota a dedicarse a sus propios sueños. “Me dije, qué sí mis hijos estudiaban, iba a estar al lado de ellos hasta que se graduaran. Gracias a Dios he tenido la fuerza para acompañarlos. Además, han sido ellos la luz de estos años. Por ellos es que trabajé. Ahora, puedo pensar en mi otro gran sueño que es estudiar, abrir un restaurante y comprarme una casita para pasar mi vejez”. –Concluye Marina. 

Toda su vida laboral la ejerció como madre cabeza de familia y la mujer cabeza de familia puede ser soltera o casada sí tiene a su cargo hijos menores u otras personas incapacitadas para trabajar. Al menos así lo estipula la Ley 1232 del 2008 en su Artículo 1. Claro que hay que aclarar el adjetivo “soltera” que también abarca a mujeres viudas o divorciadas, como es el caso de Marina porque ella asumió la responsabilidad de sostener el hogar, ya que su conyugue se abstuvo de sus obligaciones como padre. 

Y como Marina, son muchas las mujeres en el país que asumen por completo el sustento del hogar. Por ejemplo, según datos de la Encuesta Longitudinal colombiana (Elca), de la Universidad de los Andes, y del Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana, cerca de la mitad de las mujeres del país son madres solteras. Del mismo modo, el DANE en el 2017 indica que el 56 % de las mujeres colombianas son madres cabezas de familia y el 41,9 % tiene alguna ocupación laboral fuera del hogar.  Esto genera dos preguntas: ¿La sociedad colombiana vive un desplazamiento masivo de las mujeres madres cabeza de familia hacía las ciudades en busca de una oferta laboral mal remunerada? y ¿cómo la sociedad colombiana se prepara para este cambio? 

Cuando la madre cabeza de familia cuenta con mecanismos de protección como La Constitución Política de Colombia que le brinda acompañamiento, tal como lo estipula en su artículo 43. Por consiguiente el Estado está en la obligación de establecer mecanismos que promuevan el fortalecimiento de sus derechos económicos, sociales y culturales en materias como la educación, el empleo, la vivienda, entre otras. Pero al parecer las madres cabeza de familia, ya sea por desinformación, desinterés o por falta de gestión no acuden a todas estas garantías, por lo que las leyes no funcionan. 

Además, en materia laboral, estas mujeres desarrollan competencias que el mercado laboral busca y exalta, pero por ser virtudes de las madres cabeza de familia no son muy valoradas. Estas competencias las definió el Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana, y son las siguientes: 

1. Piensan y actúan en función de las necesidades de su familia, lo que se traduce en una empresa como “orientación y servicio al cliente”. 
2. Por su trabajo en el hogar son un referente a seguir por parte de los miembros de la familia, lo que viene a ser “liderazgo organizacional”. 
3. Se ganan la confianza de los hijos y esposo gracias a su coherencia entre lo que dicen y piensan, validando su “integridad y lealtad”. 
4. Para atender las necesidades de toda la familia, en especial la alta demanda que exigen los recién nacidos o niños pequeños en cuestión de tiempo, esfuerzo y dedicación, generan gran capacidad de “eficiencia laboral”. 
5. Son capaces de organizar a los hijos y esposo, según las capacidades de cada uno, desarrollando así la competencia de “trabajo en equipo”. 
6. Terminan aprendiendo a escuchar y a tener empatía, gracias a su capacidad de “comunicación”. 


La crisis de la casa de nadie 

Después de la muerte de su madre, Marina estuvo a cargo de su padre y cuidó de él como ninguna otra hija. Por eso, él le escrituró la casa por sí llegaba a faltar, sus hijas, en especial una, la que más se parece a él, no dejara a Marina en la calle. Cuando ella firmó las escrituras reformó el baño, la cocina, construyó un lavadero y le echó piso a toda la casa. Además, se dedicó, cosa que hacía de pequeña, a cultivar flores. Pablo conoció a otra mujer y se casó por segunda vez. La madrasta, como en los cuentos infantiles, empezó a hacerle la vida imposible a Marina y sus hijos. Lo que quería era las escrituras. Una de las cosas que hizo fue degollar una gallina, que le pertenecía a Marina, y dejarla en una horqueta de un árbol de naranja con las tripas afuera. Al final fue Pablo el que se pasó para otra casa diagonal que años antes era una tienda. En el fondo sabía lo que su hija había hecho por él, pero, las circunstancias actuales era otras: ya estaba acompañado y no necesitaba de su hija porque ya tenía quien le cocinara y le lavara la ropa. 

No solo la madrasta estaba tras las escrituras. Una hermana de Marina, cuyo nombre se reserva para evitar problemas legales, también se interesó. Entonces se alió con Pablo, a quien no le hablaba hacía años. También los gringos se unieron y empezaron a fraguar un plan. Marina trabajaba en Medellín y, aunque sabía que las cosas con la familia iban de mal en peor, no se imaginó que llegaran a tanto. Una mañana, cuando su hijo iba a visitar la casa, en la que Marina tenía todas sus pertenencias, se encontró que Pablo y su esposa habían dañado las chapas y posesionado del lugar. 

El pleito pasó a juzgados y el abogado que asesoraba a Marina hizo un trato bajo cuerda con el abogado de la otra parte y por una negligencia eficazmente calculada, ella perdió la casa y se le atribuyó el costo de los dos abogados. Ella se vio obligada a exiliarse de su pueblo, como lo hicieron, claro bajo otras circunstancias, los habitantes del Meta, Urabá, Caquetá, el Putumayo… debido al conflicto armado entre los paramilitares, las guerrillas y el Estado. 

Luego, en el 2017 muere Pablo. La casa queda a nombre de la hija que más se parece a él, pero ella no puede hacer mejoras a la casa ni posicionarse (así sea la dueña) porque antes de morir Pablo dejó una clausura de que nadie podía sacar a su segunda esposa de la casa, porque ella cuidó de él en los últimos años. 


El poder de las flores 

Desde pequeña ha estado rodeada de flores. Tiene una relación muy estrecha con ellas. Aunque le gusta cultivar cebolla de rama y cilantro, su gran amor son las flores. Una de las cosas que más lamentó, al perder su casa, fue abandonar sus cuernos. 

Tal vez, una de las terapias de sanación que utilizó para el perdón y el olvido fue cultivar flores. En las cinco casas que ha habitado, algunas sin patio, ha destinado un rinconcito para sembrar sus novios, besos y primaveras. 

Ahora vive en una casa de tapia rentada en la vereda Manga Arriba del municipio de Girardota. En las noches se sienta en una banca y contempla sus flores. Si ve que alguna se marchita se acerca y le habla con dulzura y en voz baja. “¡Hermosa qué te ha pasado! No te preocupes que mamá llegó”, dice. Espera unos días a que la flor se reponga. Si sus métodos no la resucitan acude a lo más práctico, sembrar otra flor. 

Ahora, a sus cincuenta y ocho años, siente que ha sanado de los rencores. Dice que no necesita de nada y de nadie para ser feliz. Con Dios y las flores le basta. Ha encontrado la paz interior, acontecimiento que la llevó a buscar a su padre, años atrás, sin importarle lo que le había hecho. Estuvo en la casa que fue de ella y vio las cosas que eran suyas y ya no le pertenecían. Antes de buscarlo se tomó dos rones con Coca-cola para tener la fuerza de confrontarlo. Le dijo todo lo que sentía. Él tartamudeó y la recibió sin saber más qué hacer. Ella comprendió que el perdón es lo único que da la paz interior. Además, todo aquello que va en busca del perdón, así no sea recibido, va con la luz de Dios y eso es suficiente. 

Ahora, está estudiando el bachiller. Va todos los sábados en la Institución Lucas Tadeo, en Bello-Antioquia. Cursa el grado octavo y quiere graduarse para ingresar al SENA. Además, sueña con unos metros de tierra para construir una huerta para sus cebollas, un corral para las gallinas ponedoras y un vivero para sus flores. Sueña con vivir su vejez en un lugar tranquilo donde pueda recibir en las mañanas, con el corazón en alto, el sol que se asoma todos los días, sin falla. 


1 coment�rios:

عبده العمراوى dijo...
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