Canción Lián-ju

Ahora entiendo que el movimiento de los cuerpos es otra conversación, con otras pautas. Qué es más efectista un bailarín que un conversador a la hora de encontrar una pareja saludable y que cocine bien. El primero se demora menos porque es conducido por sus ritmos naturales.

En cuanto a la música y al baile, lo único claro es que no tengo ritmo en las venas. Ante eso no hay remedio. Por ello, desde siempre he evitado los bailes. Al principio porque creí que no me interesaban. Entonces me justificaba diciendo que creía que el amor se daba era hablando y no sacudiéndose y prefería conversar que sudar. Aún prefiero conversar. Pero descubrí que evitaba los bailes por vergüenza. No quería admitir que no sabía bailar, o peor aún, tener que mover mi armazón de huesos y sufrir cada segundo en la pista. La veces que bailé fue horrible porque no disfruté. Por estar pendiente de no pisar al otro no disfruté en dejarme llevar por la música. Lo rescatable de esos días era mirarle los hombros a la pareja. Había escuchado que los hombros daban las pautas del paso a seguir. A mi ese detalle no me dio ninguna pauta. Pero me gustaba mirar los hombros y los senos moverse bajo la camisa.

Me supe a-motriz y todo lo que había perdido por ello. No puedo llegar como cualquier tipo y decirle a una nena: ¡Hey te invito a bailar! porque no sé bailar.

Intenté bailar solo en casa, en mi cuarto. Prendí la grabadora pero me enredaba con mis mismos pasos. Parecía un caballo con patines. Así que terminaba brincando sin coordinación.

Aún bailo solo en el cuarto o cuando me emborracho. Si bien no puedo repetir un paso dos veces, sé que afirmo un estilo y entre más me equivoque mejor. Hago el baile del solo y algunos amigos han sido testigos de ello y me han acompañado. Claro, las mujeres que me han visto se ríen en vez de acompañarme porque les bailo desnudo entregado a mis desparpajos musculares.

Sabía que cada individuo tenía su ritmo, y así el mío no se notara en público, en algo debía sobresalir. Y descubrí el milagro. Encontré que soy un buen bailarín escribiendo cartas. Entendí que disfruto escribiendo una carta así como un negro disfruta bailando una cumbia. Igual, con las cartas también puedo conseguir una mujer sana que cocine rico.

Al saber que escribiendo cartas tenía un ritmo juguetón y erótico, empecé a escribir cartas a los amigos, a la pareja de turno, a las mujeres que me gustaban, pero sobre todo a los amigos. Y mientras escribía una carta movía el cuerpo como si bailara del ombligo para arriba una canción que solo yo sabía.

Al principio, como el que aprende a bailar, los pasos eran torpes. Las cartas eran demasiado dulces y fatalistas o pecaban de ingenuidad. Eran cartas fingidas que no me tenían a mí como material de exposición. Pero luego, con practica, me fui sintiendo cómodo y me dejaba llevar por el ritmo de las cosas que quería decir. Escribía como un salsero bailando en Cuba una canción de la Sonora Matancera. Hasta que me olvidé de decirme que escribía cartas por escribir entregado al ritmo de las palabras. Pues en las cartas, en las verdaderas, en la de los amigos, no hay protagonismos literarios, ni giros engorrosos, ni estilos adoptados de literato serio y castrado. En las cartas de amigos se escribe de la vida en su estado puro, desde la intimidad del abrazo, es decir, de los dolores de pecho porque una mujer no nos determina, del poema en curso, de los proyectos de teatro y esas cosas en las que nos ocupamos a diario y solo a nosotros nos interesan.

Además, en la carta como en el baile se necesita de dos. Si el baile es una coreografía de muchos, entonces se escribe una circular. Pero con dos basta: El remitente y el destinatario.

Personalmente, me gusta más escribir una carta a un amigo que ir un sábado a una discoteca. El baile de la discoteca es de una noche, de dos personas que se tocan y se sienten y se sudan y se quieren mientras dura el calambre del movimiento y aturdimiento. En cambio el baile de una carta es a dos tiempos y no requiere de contacto. Una canción no se puede bailar a tiempos dispares y sin tocar al otro. Una carta se puede leer a tiempos dispares y sentir como si fuera al mismo tiempo. Al escribir la carta la pareja no existe. El remitente la invoca, la contornea, le propone un movimiento y la escribe como si el destinatario estuviera presente. El destinatario al leer la carta sabe que está escrita desde antes. No le importa. La lee y siente que ese es el momento y que está listo para el baile.

La carta es un baile en tiempo distinto que se baila como si fuera al mismo tiempo. Por lo tanto soy un experto bailarín de cartas. De eso no hay dudas. No importa mis movimientos asimétricos a la hora de escribir. Entre más me equivoque más gracia tiene el baile. He bailado muchas cartas. Perdí la cuenta. Algunas las bailo varias veces. Una que ya bailé la repito y luego otra que repetí la retomo. Como una buena canción se baila una carta sin agotamiento.

En esta ocasión invoco la canción Lián-ju, una canción que he bailado de tiempo atrás. Con ese nombre se suele creer que la letra o la música son de china o de algún país de oriente. Pero no, es un bambuco antioqueño, de cabello largo, que estudia filosofía .

Una canción movida por el viento y que encanta damiselas con pestañeos o silabas picarescas. Una canción que gusta de abrazos y que por la tardes hurga las nubes. Imagina que trepa un ave para destilarse por el aire en cantos y danzas improvisadas. Una canción que fuma marihuana y que no le importa vestirse elegante para salir un domingo a la calle, por algo nació sin ropa. Una canción que escucha a Joaquín Sabinas, Silvio Rodríguez, Serrat, Radiohed... Lee a Nietzsche, Pesooa, Barba Jacob, Rimbaud... y se ve en los vitrales de los kioskos mientras se toma un café.

Para bailar la canción Lián-ju no hay que saber bailar, mucho menos cantar, la cuestión es estar dispuesto a ver atardeceres sin preguntas, sin existencialismos baratos de político de fabrica. El único requisito es escuchar más allá del ruido como la tarde se hunde en la noche y los pájaros acompañan tal acontecimiento. Luego mover los pies, reír, y al abrir los ojos, enterarse que estabas sumido en un baile natural, no buscado, de un recuerdo juguetón y querido.

2 coment�rios:

Alejo dijo...

No sabes todo lo que extraño tus cartas. Todavía tengo algunos morados en los pies por los pisotones que me hizo la última.

A propósito de Lián-ju, por ahí pude encontrar su presencia en el Parque del Periodista.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Sos un experto bailarín de cartas, de eso no quedan dudas.