

Brindo por todos aquellos, que alguna vez, fueron rebeldes sedentarios.
Alzo la copa de vino y me atraganto por aquellos, que ante un tejado, por la perdida de una pelota, sintieron una desolación alarga cuellos.
Brindo por

Brindo por los que intentaron por todos los medios creer en Dios. Por los que habiendo nacido en mi patria aún se resisten a ser conquistados por el progreso y la idea de una vida digna.
Brindo por los que jugaron con muñecos de yupi y creyeron que eran monstruos de cabezas gigantes. Por los que apostaron con un amigo el amor y perdieron. Por los que se hacían los que no tenían hambre para que sus madres les diera la sopa. Una cucharadita por su mamita que los quiere tanto y la boca se abría después de una malacara complaciente. Brindo por los que se asustaron ante un espejo porque amanecieron más altos y con los primeros vellos en las axilas. Brindo por los que se hacen perseguir de la infancia porque se robaron la nostalgia.
Por los que alzaron el teléfono y preguntaron por una persona que no conocían para no sentirse tan solos.
Brindo por ustedes, derrotados, los que saben que mañana es un peor día.
Brindo por los que se hacen los dormidos para que la irrealidad no los sorprenda.
Derrotados ¡A su salud esta derrota! La felicidad no existe.
Mi situación no es envidiable. Quiero llorar y sacar con lágrimas esta mierda que siento. No puedo. Estoy jodido. Me pesa mi vida, mi inutilidad. Tantas veces he dicho que no soy bueno para nada que al parecer es para lo único que sirvo. Pienso que represento el papel del incomprendido, el solitario, el decadente, el triste, el que involuciona al sedentarismo.
Estoy comprimido, estancado, estático, al margen de mis sueños.
Mis sueños no son lo que siento. En mí pesan y por mi cobardía de hacer de ellos mandamiento de vida, me inmovilizan. Ya no los siento como punzadas en lo profundo del alma, sino como un agudo desanimo.
No quiero hacer nada. La universidad me parece lo mismo que estarme en un rincón del cuarto, con las manos en las rodillas, apretando los dientes, esperando a que la muerte se apiade y venga a hablar conmigo.
Me estoy cansando de no poder estar en otro estado de animo distinto a la desolación.
Alegría habítame desde todos los sentidos. No me dejes ser el mismo disco rayado; el mismo eje condenado a girar sobre si mismo, a lo oscuro, el dolor. ¡Si tan solo pudiera llorar!
No vislumbro lo que me contiene. Me duele ser el que soy. Nadie más que yo. Mi más sincera mentira. Me sufro desde los pies hasta el inconsciente. Soy del tamaño de un precipicio. No termino de caer. No lloro.
Me tengo a mí mismo, con los días más extraño.
Creí que vivir en una provincia, en un pueblo, como en mi infancia, ayudaría a remediar mi desasosiego.
Creí que un pueblo me limitaría a ver el cielo y sentirme satisfecho con los ocasos, una de las diversiones de Dios en las tardes.
No me sirvió de nada la provincia. En menos espacio soy más desierto y más selvático.
La geografía de mi alma no está pavimentada. Estoy más allá de lo que ven mis ojos, de lo que tocan mis manos, de lo que respiro, huelo y oigo. Estoy tras el velo que cubre el vacío.
No puedo huir de lo que soy y padezco. Pero si puedo no tener casa. Tal vez lo que no me deje llorar es que mi cuerpo desconoce del dolor del alma. Mi cuerpo siempre ha tenido una cama cómoda, tres comidas al día y ha podido protegerse del frío. Hasta en mí soy disparejo.
Debo salir, hacer un viaje, irme de Girardota. Vivir el dolor de mí alma y hacerlo cómplice del cuerpo.
No quiero saber que un día voy a engordar de ser el que soy ahora, el inútil, el que por miedo a la vida se entregó a la rutina. No quiero huir de todo por miedo a encontrarme.
No. No quiero representar por más tiempo a el incomprendido, el ofendido, el muerto en vida.
Necesito vivir. Irme de viaje. Caminar sin rumbo fijo. Debo ser condescendiente con lo que siento.
Siento que no sé para donde voy. La cotidianidad me lo dice a todo momento. No puedo convivir ni construir una relación estable con una mujer, me es difícil trabajar, se me complica la conversación, no puedo defender ninguna de mis ideas, me asusta todo lo que se conjugue con responsabilidad...
En definitiva, en el sistema en que todos se proyectan y ven sus sueños, yo resbalo y me quedo cruzado de brazos, consumido por la impotencia.
No puedo jugar a ser un ciudadano honrado y trabajador. Sería matarme en vida. Perderme y no aceptarlo.
Si, lo que necesito es seguir mis corazonadas. Irme al mundo. Tener más territorio para expandirme. Darle a mi cuerpo la oportunidad de trasportar mi alma, que si la entiende, sea su dolor y juntos, cuerpo y alma, me enseñen a llorar bajo las estrellas.
Es hora de ser más yo de lo que soy ahora. Más triste y hombre. Más mundo y sueños.
Quiero hacer algo por mí, así fracase: Irme de lo que por cobardía considero mío. Cambiar mi sedentarismo por paisaje.
Soy un resentido desconfiado. Me cuesta mucho creer en las mujeres. Bueno, a las que quiero.
Soy conciente que con este texto las cosas me serán aún más difíciles. Pero que le voy hacer, debo ser fiel a lo que siento y creo. Y creo y siento que todas las mujeres son unas putas antes de ser madres y renunciar a ser mujeres para ser madres. Aunque hay algunas madres... Hum... ¡Qué madres!

Lo de putas no lo digo en forma despectiva. Al contrario, desde el más puro sentir, donde se limita con la santidad. Digo putas como digo aves. La diferencia es que las aves saben esa cosa de ser aves y volar en invierno, a tiempo.
El problema es que las mujeres que me la han jugado no lo han hecho muy bien que digamos. Fueron inocentes.
Al principio creí en ellas. Hasta puedo decir que les fui fiel mientras no dudé. Pero cometieron el error de dejarme pistas. Al parecer fue a propósito para que las descubriera como si yo fuera el detective privado de los cuernos. Y por mi manía de contar historias, de construir hechos con frases sueltas, de leer los rostros, terminé descubriéndolas. En sus rostros vi la culpa. La culpa hizo que sus facciones fueran casi angelicales. Sus pupilas se dilataron constantemente y para no sentirse descubiertas fueron cariñosas y condescendientes.
Hay que desconfiar de las mujeres que te dicen que eres el hombre de su vida. Sobre todo en el momento en que estas serio y no estas pensado en ellas, sino en como desenmarañar un proyecto de novela o el desenlace de un cuento. Y te dicen que eres el hombre de su vida y uno, sorprendido, por tan preocupante ocurrencia, no le queda más de otra que sonreír.
Pero uno nunca llega a imaginarse que tal afirmación fue dicha porque el recuerdo de otro les arañaba las entrepiernas más que tu desprevenida sonrisa. Luego, como para que esa piquiña las haga menos culpables, te excitan y hacen el amor contigo, pero ya no te dicen que eres el hombre de su vida. Y si te lo dicen, es probable que sea cierto y que eres un tipo celoso y posesivo. Porque después de hacer el amor, y si la mujer queda satisfecha, es muy difícil que mienta. Pero si se quedan calladas. ¡Cárajo! Sin duda, hay otro y lo piensan mientras les lames un seno o las ves desnudas.
Lo mejor y lo menos recomendable es que las embaraces. De este modo estarán condenadas a madurar y ser mamás. Pero ya serás tú el que huya. Lo mejor es irse a aceptar que eres un cornudo.
¡Ah, cómo duele la infidelidad cuando uno es la victima! No es fácil admitir que eres una sucursal. Pero si eres lo suficiente maduro para no alterarte. ¡Adelante! Serás el héroe más huevón y burlado.
En mi opinión hay que mandar cualquier sospecha al carajo. Con ella la madre de las sospechas, la mujer: La puta que te hizo frijoles, la que se mojó contigo a altas horas de la noche sin importarle un resfriado, la que te regaló unos calzoncillos de cumpleaños, la que te prestó dinero cuando no tenías ni para comprarte cigarrillos, la que te lloró porque la maltratabas con tus palabras filosas, la que amaneció a tu lado y se reía porque la noche fue corta para tocarte, la que no podes nombrar de otra forma diferente a la de puta porque su recuerdo te duele, la que te hizo sentir querido, la que te dijo pingüino, la que te abrió el pecho para que la traición como espina te chuzara el corazón. Entonces desde lo más profundo de tu sentir, donde se fermenta el odio y representas la soledad sílaba por sílaba, lo único que podes decir es puta. Nadie puede recriminarte, nadie que haya sentido lo mismo, porque hay que sacar el dolor sintiendo, sufriendo y gritando puta, puta, puta...
Tal vez ellas se sientas ofendidas. No debería ser así. En serio. Lo de putas es desde el más puro sentimiento, la justificación de que por ellas estás vivo. Deberían sentirse halagadas porque aún se les recuerda y es difícil olvidarlas.
El puta te queda bien. Hasta luce con tu vestido. Puta me abriste los ojos. Espero a otra a la que pueda querer con toda la fogosidad de mi cursilería y me haga reprimir al tipo indeseado que soy cuando estoy en frente de un par de tetas que parecen inteligentes. Puta no te hagas madre ni me odies, por este texto, más de lo que yo te odio. Te necesito para sentirme triste por estos días y andar con las manos en los bolsillos, cabizbajo.