Fragmento del capÃtulo 4 de la Novela "El escritor mago. Libro 1: La sociedad" que prontamente estará circulando por Amazon.
Mi padre habÃa tenido la idea de matricularme en una escuelita que manejaba el modelo educativo de Escuela Nueva. Aquel modelo consistÃa en que una profesora en un aula dictaba todos los grados y enseñaba todas las materias. La docente se apoyaba en fascÃculos que tenÃan todas las lecciones y pautas académicas, y vigilaba desde su escritorio mientras los alumnos se rascaban la cabeza o leÃan esas páginas donde las palabras eran cucarrones en vuelo. Si alguien no seguÃa las instrucciones, hablaba en voz alta o se dormÃa… pasaba al frente y permanecÃa de pie. En algunos casos extremos podrÃa ganarse un reglazo en las piernas.
Mi padre afirmaba que el contacto con otros niños me ayudarÃa a fortalecer mi carácter. TenÃa razón: conocà la timidez a muy temprana edad. Estuve en esa escuelita dos años. Luego, mi padre decidió matricularme en otro colegio de más categorÃa. Una institución con varias plantas, dos patios y docentes suficientes, uno por área. Sin embargo, el mal de la Escuela Nueva, la ralentización de las capacidades cognitivas del alumno, ya estaba sembrado. Ya era parte de aquellos que en los primeros años de sus vidas, los fundamentales, recibieron la educación desde un fascÃculo y no desde una experiencia de vida (un docente).
Para los hijos de la Escuela Nueva el lenguaje no era la capacidad indispensable para crear un universo de significados y asà dar respuestas al sentido de la existencia, sino un ruido intenso de cucarrón en la cabeza. Nos pusieron una venda en los ojos justo cuando debÃan abrirlos; nos prohibieron jugar con las palabras, sentirlas, vivirlas... Muchos, la mayorÃa, cayeron en la trampa de crecer con una chicharra en vez de cerebro, convirtiéndose en los magnos representantes de nuestra idiosincrasia.
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