Rogelio era hijo hombre único.
Tenía una joroba que lo obligaba andar con la cabeza inclinada hacia la
derecha. Medía 1,60 metros. Su voz era suave. Sus orejas eran pequeñas. Sus ojos
eran grandes, de cejas y pestañas espesas. Su piel era blanca y llevaba una
mochila de cabuya en la que cargaba un cuchillo, varios cartuchos para su
escopeta, una caja de fósforos y un paquete de cigarrillos.
El insomnio empezó a los
diez años, cuando camino a casa se encontró un búho pequeño. Intentó cuidarlo,
pero a los días se le murió. Había algo que le inquietaba, incluso asustaba,
pero no sabía qué. La última noche, el ave moribunda, emitía un ulular agudo y
continuo. Rogelio se desesperó y en la madrugada, la ahogó en un tanque. Al día
siguiente del tronco de un naranjo amarró al búho, con las alas abiertas. Desde
entonces perdió el sueño.
Se acostumbró a dormir poco.
Se hizo adulto y más solitario. Cierta noche, en que lo perseguía el recuerdo
de la humedad del sexo de su exmujer, quien lo abandonó porque él la había encerrado
en su casa para que ningún hombre la viera. Pues, desde que había sentido la
electricidad del orgasmo deseaba que solo fuera para él. Pero su compañera en
el encierro encontró el valor para enfrentarlo y herirlo con un cuchillo. Luego
se fugó a la ciudad. Rogelio quiso ir tras ella, tras ese agujero de goce
inagotable, tras esa humedad de estremecimientos y vacíos… pero no conocía más
allá de la montaña. Desde que ella se fue las noches eran más largas. Hasta que
cierta noche, después de varias cervezas, con el recuerdo de ella tallándole en
el intestino, tomó su escopeta y recorrió los caminos que ya conocía. Subió hasta
una meseta donde había muchos árboles y rastreaba los búhos. De un guamo un
búho blanco, era el primero que veía de ese color y tamaño, voló a un mandarino
viejo. Rogelio se acercó con sigilo. Le apuntó y apretó el gatillo. Después de
la explosión sintió varios quemones en el pecho y el rostro. Incluso la sensación
de que la sangre brotaba le hizo soltar el arma. Estuvo unos minutos quieto. Cuando
verificó que era solo una ilusión, como también la imagen de que estaba
acostado en mitad de una carretera, muerto; sacudió la cabeza y quiso buscar el
animal. Pero no lo encontró. Cargó de nuevo la escopeta y como pudo la acomodó
para apretar el gatillo con el pie y abrirse de una buena vez la cabeza. Pero no
tuvo el valor. Así que dejó el arma a un lado y él, desconsolado, con los ojos
encharcados, se quedó mirando las estrellas. Unió los puntos luminosos y trazó
una abertura conocida, una humedad que le hacía falta.
4 coment�rios:
Tal vez lo poseyó el alma del primer búho?
Una historia triste.
una lluvia de besos
Maduixeta
Es un personaje que también me habita. Entre luces y sombras vamos abriendo camino. Gracias por su comentario.
Que bonito cuento tan sui géneris.
La MaLquEridA
Gracias por sus palabras
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