Hace unos meses visité un amigo que vive bien adentro en la montaña. Nos encontramos en un rancho de madera, por donde se internaba monte adentro. Él estaba acompañado de un anciano, delgado, con sombrero de ala ancha, bozo insípido en el labio superior y un machete. El camino era angosto y había partes en las que se necesitaba abrir trocha. Como a las tres horas empecé a sentirme mareado. El anciano lo notó y me dijo que me sentara. Luego, me dijo que estaba bajito de energía a causa de mi sedentarismo. Mi amigo me dio un poco de agua y sonreía al ver la cara de rana que pongo cuando estoy asustado. El anciano me dijo que alzara la cabeza. El sol alumbraba con fuerza. Me recomendó que cerrara los ojos y abriera la boca. Luego que intentara, en un acto simbólico, tragar la luz del sol. Debía repetir el ejercicio dos veces. Cuál fue la sorpresa al sentir como en el plexo solar empezaba a brillar una luz naranja. A los minutos me incorporé y esa luz me acompañó el resto del viaje. Caminé sin cansancio con una energía asombrosa, casi irreal, durante cuatro horas.
CORCELES BLANCOS
Hace 36 minutos