El arte de orinar

¡Cuanta alegría! ¡Cuanta plenitud! Hay en orinar al aire libre. Sacar de sí, sin filas, sin ambientadores, sin prisas ese líquido amarillo, humeante y caliente.
Ese pequeño episodio puede incluirse en uno de los tantos placeres de la vida. Para mí, los segundos o el minuto que dure el orinar, mientras se siente los escalofríos, me producen igual placer que comer, caminar, hacer el amor o leer un buen libro.
Claro, hablo de orinar en la calle, en un árbol, en un muro, a la intemperie. Es ahí cuando se siente el verdadero placer. En los baños públicos la sensación es distinta, más artificial. Siempre te distraen el tipo siguiente en la fila, la mujer que te espera en la mesa, que quizás para desenamorase de ti imagina el proceso que utilizas para orinar, bajar la cremallera, sacar el pirulo con la mano derecha, esperar que el orín salga, luego sacudir el pirulo, guardarlo, lavarse las manos, volver a la mesa y acariciarle el rostro. Lo que ignora la mujer es que el hombre al orinar cierra los ojos y alza la cabeza. Porque ese acto es la forma de agradecer a los astros tal placer. Pero si estás en el baño de un bar y miras hacia arriba solo veras adobes y concreto. La orinada es más corta y se orinó sin sentir que se estaba orinando.
En un baño es casi imposible concentrarse y sentir. El inodoro te desconcentra. Además desde que entras al baño, arriba del inodoro encuentras letreros que te critican el arte de orinar, te disciplinan la orinada, te limitan. Esos letreros de orine feliz, orine contento, pero hágalo adentro no son más que un atentado al buen orinador. Pues, éste, debe tomar su pirulo y jugar tiro al blanco. Debe estar atento a no chilguetear el borde del inodoro y lo más probable es que no cierre los ojos. Debe comportase porque está en un lugar que tiene dueño.
Pero hay algunos orinadores que se olvidan de estos protocolos y chilguetan sin arrepentimientos el borde del inodoro. Claro, mientras orinan, pero al abrir los ojos se dan cuenta de la indecencia cometida y lo que hacen, arrepentidos, es tomar una pedazo de papel higiénico y limpiar el borde de la taza. Este tipo de orinadores se delatan porque siempre se están disculpando. Se acostumbraron a orinar con arrepentimiento y en vez de placer sienten pena. Así con sus actos cotidianos, al tomar la palabra, al dar su opinión, al conversar, son los que más se disculpan.
En cambio los verdaderos orinadores, los que disfrutan de orinar a campo abierto y cerrar los ojos con la nariz apuntando al cielo, lo hacen entregados al placer, sin importarles el segundo después. Sienten con más intensidad los escalofríos, la orina y sobre todo no piensan en nada. Porque en ese momento, cuando se disfruta, no se piensa en nada.
Conocí en Fredonia, quizás, el más grande orinador del que se pueda dar cuenta, Bladimir Álvarez, el poeta Bladimir. Él acostumbraba, en aquel tiempo, retardar el placer de orinar. Se pasaba toda la tarde sin orinar. Entrada la noche, con el orín acumulado, se dirigía a las afueras del pueblo. Decía que no había mayor placer para él. Él discrepaba de los baños. Decía que se sentía regañado después de orinar. Casi siempre salía de mal genio. En cambio cuando orinaba en campo abierto era un tipo lucido.
Por mi parte, considero, que no soy un buen orinador, pero si discrepo de los baños. No me gusta orinar en baños cuando tengo la oportunidad de hacerlo al aire libre. Me gusta el vapor del orín. Sé que así el olor que expele el orín sea ácido, es mi olor.
El olor de los baños no me agrada. Me huele a sexo sucio y mal intencionado. En cambio el olor en campo abierto, mezclado con hierba, sobretodo si es de noche, es como el olor de una mujer cuando se despierta.
¡Cuanta dicha! ¡Cuanta libertad! Orinar libre sin presiones. ¡Cuánto placer! ¡Qué reconciliación orinar a campo abierto¡ sentir salir de uno ese líquido caliente.
.
.
.
.
.

1 coment�rios:

Matum dijo...

Vaya, por fin encuentro a alguien que piense igual.